¿Realidad
o ficción?,
por Sergio Melnick.
La
última guinda de la torta en nuestra política ha sido el caso del
Diputado Rincón, con graves antecedentes de conflictos familiares, y
resulta que estaba en la Comisión de Familia de la Cámara. Y aún
no renuncia a esta porque, la verdad, es que sólo ha “congelado”.
El Fiscal Nacional, que se niega a investigar la precampaña de la
Mandatario, mueve sus Fiscales como un ajedrez dentro del juego
político actual y genera reacciones airadas de la población y de
los propios Fiscales. A la Ministra de Educación se le escapan
comentarios completamente inadecuados para un Ministro.
Ya
se empieza a parecer a Eyzaguirre. A la Ministro se le “coló”
una universidad a la gratuidad, acusó livianamente a otra con
slogans ideologizados, anunció que cerrará 14 universidades
privadas siguiendo el modelo de Ecuador. Y las dos universidades
Estatales en marcha aún no tienen ni definidas sus carreras ni dónde
van a operar, pero van a partir igual. La Arcis sigue protegida a
pesar de su situación. A la Nueva Mayoría la calidad de la
educación nunca le ha interesado, es todo ideología. En otro
carril, la Ministro del Trabajo, que presenta Leyes con debilidades
Constitucionales, y que no oculta su cruzada personal contra las AFP,
resulta que había sido nada menos que directora de la más
importante de estas.
La
Ministro de Justicia es interpelada y tiene ahora dos acusaciones
Constitucionales. Las reformas aprobadas con retroexcavadora, ahora
deben reformarse porque son muy desprolijas. Guiller dice que no ha
leído Leyes pero ha votado como si lo hubiese hecho.
El
Ministro del Interior está como el lacónico Don Pío, y nos dice
olímpicamente que se seguirá pagando a los falsos exonerados, aun
así certificados por la Contraloría. El Gobierno y la Presidente
caen en su aprobación, y un 70% de la población simplemente aún no
le cree su versión del tema Caval. El Congreso y los partidos están
totalmente desprestigiados, y Farcas con Mirosevic se dan de
empeñones en la sala de honorables. Otro Diputado, en el recinto
sagrado, insultó seriamente a un empresario. Bachelet se querella
contra periodistas, y pronto se da cuenta del enorme error político.
Políticos de todos lados procesados en los Tribunales.
Encuentran
delicadas colusiones de empresarios. Bachelet improvisa con las AFP,
saca un número de la manga (5% del impuestazo) sin un solo cálculo
de soporte detrás. Y vuelve a convocar a un enésimo cónclave al
que ni siquiera va a pesar de que dijo que ella encabezaría
personalmente el tema.
La
ex señora del Presidente de la Cámara de Diputados recibe una
pensión escandalosa, y Andrade dice que se abstuvo en una sesión de
la Cámara que estaba relacionada al tema, pero que alguien votó por
él. La DC y el PC reanudan su antagonismo histórico, sólo que
ahora pertenecen a la misma coalición. El PC tiene un pie en La
Moneda y otro en la Alameda. Los empleados públicos hacen huelgas
ilegales, pero a nadie le importa mucho. El General en Jefe de
Carabineros manda mensajes con alcances políticos por YouTube.
Pizarro, que era Presidente de su partido, se fue al rugby en la
celebración de las fiestas patrias. ME-O es atrapado en el tema del
avión. El Servel trata de prohibir las redes sociales, y se tiene
que retractar el mismo día. La ex Presidente del PPD, partido que
estaba financiado por SQM, sostiene que no sabía nada. El encargado
de La Haya está en su campaña Presidencial e interviene en la
política interna. Cema Chile aparece dueña de una plaza. Cheyre es
procesado. El ex Presidente de la acreditación universitaria es
condenado.
Por
la derecha, Ossandón, De la Maza, Barros, y J.A. Kast juegan la
díscola. Lo mismo hacen Navarro y Aguiló por el otro lado. Tal como
Auth que abandonara el PPD, ahora se suma Martner, que deja el PS,
para formar un referente más duro de izquierda. Burgos dice que el
país descarriló, Lagos que es la peor crisis desde el 73. Boric es
echado del partido que fundó. Revolución Democrática tiene una
enorme crisis interna. Büchi y Zamorano se van del país. Schilling
se desborda groseramente en la interpelación. La burocracia sigue
aumentando y se han contratado unas 150.000 personas en el Fisco,
claramente innecesarias.
TVN languidece tal como la economía y Codelco. El déficit Fiscal crece desbocado y el Ministro nos dice que somos muy responsables. Evo nos da golpe tras golpe y no logramos atinar. La salud pública hace crisis tras crisis, tal como el Transantiago donde se alcanza el récord de evasión. La Araucanía mantiene su violencia, y con la aspirina de una nueva “mesa” se posterga el problema de fondo. La ciudad se ahoga en contaminación y congestión, y la solución de más restricción sin transporte público adecuado terminará en aun mayor congestión.
Y,
para rematar, en este delicado escenario, dos Diputados, un poco
delirantes creo yo, tratan de Legislar para sacar los saleros de los
restaurantes, porque sienten la necesidad de cuidarnos a nosotros de
nosotros mismos porque para éstos, al parecer, somos todos idiotas.
Chilenos
al aguaite,
por Joaquín García Huidobro.
Resulta
emocionante ver la devoción con que la prensa y los políticos
esperan la voz de la encuesta CEP. Como el oráculo de Delfos, ella
está llamada a anunciarnos la forma de conducir nuestra vida
pública. Pero los dioses son caprichosos y esta vez envolvieron la
voluntad popular en una bruma bastante espesa. En todo caso, debemos
escudriñar una opinión popular, que, para decirlo en palabras de
Pink Floyd, está "oscurecida por las nubes".
Lo primero que hay que decir es que, en la materia más importante, que es la elección Presidencial, nos hallamos ya con un absoluto ganador en las preferencias de los chilenos. Es un candidato con casi todas las aprobaciones y sin atributos negativos. Su nombre, en todo caso, resulta bastante curioso, y hasta ahora no se le conoce ningún programa, manifiesto u otra expresión de voluntad política. Se llama "No sabe/no opina" y obtiene entre el 62 y el 70% de las preferencias.
Hay también unos claros perdedores. Velasco y algunos aparecidos recientes deben estar bastante complicados, porque en la pregunta sobre el futuro Presidente sacaron tantas preferencias como usted y yo.
Tampoco la DC debe estar muy contenta. En ella, unos decían que debían llevar candidato propio, pero el respetable público no se dignó a ungir a ninguno de la tienda falangista, quizá como una consecuencia de su acelerada pérdida de identidad. Otros, en cambio, querían apostar a ganador e impulsaban con fervor la candidatura de Ricardo Lagos, quien apenas alcanzó un 5%. Para una figura política de su calidad esto es un desastre. ¿Quién querrá sacarse fotos con él para las Municipales? La duda es si se bajará ahora o, lo que sería más razonable, si resiste los embates de los sectores más exaltados y espera que el electorado siente cabeza en la próxima encuesta.
Los radicales deben estar sonriendo. Es cierto que Guillier marca apenas un 1%, pero es muy querido, y ya sabemos que los chilenos somos querendones. Es posible que después del fracaso de la mamá Bachelet busquemos no la figura del padre (Lagos), sino la de un abuelito relativamente joven, que no esté lastrado por un pasado político, y sepa leerle a cada televidente lo que él quiera escuchar. Unos dirán que es bastante ecologista, otros le hallarán cara de educador, y los de más allá destacarán que es un progresista, pero también un poco moderado. En todo caso, en estas materias lo importante no es lo que piense la gente, sino lo que diga el PC. Si Teillier lo aprueba, podríamos tenerlo como mascarón de proa de un nuevo intento de Nueva Mayoría. La DC, como siempre, refunfuñará, pero, también como siempre, terminará poniendo su firma a un intento como ese.
Esta situación gelatinosa que presenta la centroizquierda es incómoda para Sebastián Piñera, que en esta encuesta ganó un poco, pero no logró amagar al favorito "No sabe/ no responde". La mezcla entre el escaso compromiso del electorado y la falta de claridad respecto de quién será su contendor pone el panorama político chileno en unas arenas movedizas que para él, un hombre amante de la racionalidad, ciertamente son incómodas. Además, si la gente advierte que el Gobierno de la NM es incapaz de gestionar ni su propia casa, ¿por qué él, maestro de la buena gestión, no obtiene apoyos más generosos? Parece como si los chilenos le dijeran que por ahora lo prefieren a él, pero se quedan al aguaite de que aparezca alguien mejor. ¿Será porque la gente no quiere más de lo visto antes, sino que espera un Sebastián Piñera recargado?
A lo mejor se está abriendo una posibilidad que puede ser muy interesante para el ex Presidente: la de abandonar la beatería de las encuestas y empezar a hacer política en serio, una actividad que toma las opiniones momentáneas como un dato importante, pero no se queda con ellas, y que, por cierto, no soporta a los semicandidatos. Se ha anticipado la hora de definirse.
En todo caso, esta versión nebulosa de la CEP nos ha mostrado simplemente la natural reacción de los ciudadanos ante una carrera Presidencial donde ninguna de los figuras importantes se muestra como candidato, y donde nadie nos ha presentado un proyecto global sobre el que podamos pronunciarnos. En una situación así, posiblemente lo más sensato sea decir: "No sabe/ no responde".
Escenario
abierto,
por Axel Buchheister.
En
los resultados de la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP)
hay un dato que sobresale respecto de todos los demás: ante la
pregunta “¿quién le gustaría a Ud. que fuera la o el próximo
Presidente de Chile?”, un 62% no sabe o no responde. Contrasta este
antecedente con lo que sucedía en los sondeos del CEP de un año
antes de las dos elecciones Presidenciales anteriores, en que el
grupo “No Sabe/No responde” era -respectivamente- apenas un 18% y
un 22%. Los demás encuestados, tomaban posición frente los nombres
que se estaban barajando.
Es
decir, la realidad es que la próxima elección Presidencial es un
escenario completamente abierto, porque más de tres quintos de los
electores no se matriculan con los candidatos ya instalados. No sólo
eso, sino que parecen estar pidiendo que repartan nuevas cartas.
Porque si bien un primer análisis de la encuesta puede llevar a
concluir que Sebastián Piñera y Ricardo Lagos son los candidatos
más probables, lo cierto es que resultan ser los más impactados por
el fenómeno de la abrumadora mayoría “no está ni ahí”, cuando
sólo exhiben ante la misma pregunta preferencias del 14% y 5%,
respectivamente. Tratándose de precandidatos -lo son aunque no lo
declaren- con alto grado de conocimiento (98% y 95%) y que son ex
Presidentes, que la gente se mantenga indiferente no puede sino
interpretarse como una forma de desestimarlos y la búsqueda de
nombres alternativos.
Sobre
todo si se considera lo que muchos dicen: que Chile cambió y que la
política tiene que renovarse. Entonces, la encuesta CEP estaría
ratificando que ante la desafección respecto de la política, la
“restauración” de antiguos liderazgos no es la respuesta. A lo
más, puede asumirse que si no surgen nombres nuevos, entonces serán
ellos. Pero un año es demasiado tiempo para que no puedan aparecer
otras alternativas y el apetito en un escenario así se abrirá en
más de alguno.
Sin duda que el más dañado es Ricardo Lagos, quien con este resultado podría tomar la decisión de bajarse. Porque en su situación de “cuasi estadista”, tener apenas un 5% de mención es casi nada.
En
este sentido, es más valioso el 1% de la Senador Isabel Allende,
cuando se trata de un nombre novedoso y en proceso de instalación,
que por lo mismo tiene espacio para crecer. Mejor parado resulta
Sebastián Piñera, pero sólo como candidato por defecto, si no
surge uno en el sector que logre desafiarlo, para lo cual hay
bastante margen. Esto demuestra que las pretensiones de otros no eran
pura música -como se dijo-, sino que además de legítimas eran
necesarias. Ser ahora el candidato mejor posicionado no es sinónimo
de ser indiscutido.
En
un escenario que la Presidente Michelle Bachelet tiene un escuálido
e inédito 15% de aprobación, y que la Nueva Mayoría tiene sólo un
8%, la continuidad del Gobierno de izquierda (como es este en
realidad) no está para nada asegurada; por el contrario.
Que surjan nuevos nombres o se potencien los existentes, lejos de provocar daño, abre a la centroderecha una oportunidad enorme, en particular si un 62% del electorado no ha decidido nada y está “vitriniando”.
Pensiones,
realidad y política,
por Hernán Büchi.
Cuando
buscamos ayuda honestamente, lo primero que hacemos es decir la
verdad precisando cuál es la realidad que enfrentamos. Si, en
cambio, solo se busca beneficiarse a cualquier costa, se desdibujan
los hechos para sacar una ventaja propia.
En la discusión política normalmente ocurre lo segundo. Los políticos tienden a simplificar una situación, se identifican culpables y se esbozan soluciones que no son tales pero que suponen más atribuciones para ellos mismos.
En materia de pensiones hemos visto este fenómeno desarrollarse en el país recientemente. El tema es extremadamente complejo, cruzado por múltiples decisiones que cada uno de nosotros toma a lo largo de la vida.
Todas ellas tienen consecuencias y se reflejan en cuánto estuve dispuesto a ahorrar o cuánto contribuí a un país más próspero, y por lo mismo es un tema intrínsecamente moral. Probablemente la mayoría considere inmoral obligar a nuestros hijos hacerse cargo de nuestros últimos años, más aún si conscientemente se optó por no hacer un esfuerzo hoy. Identificar y enfrentar con claridad esa realidad se escabulle y se plantean propuestas que detrás de palabras amables, como solidaridad, lo que buscan es traspasar el problema a las generaciones futuras y disponer de la discrecionalidad que fue la que precisamente permitió los "jubilazos" de Gendarmería.
Es
una demostración de gran habilidad política haber aprovechado la
indignación de la opinión pública por esos hechos, para terminar
de demonizar a un sistema que para los que tomaron las decisiones y
realizaron los esfuerzos a la altura de sus pretensiones ha
funcionado bien y sin escándalos. Más aún, las soluciones
propuestas nos deslizan por un camino que, depende de cómo se
implemente, tarde o temprano nos lleva a una mayor discrecionalidad
del aparato político. De seguir esa senda, la injusticia de lo
realizado en Gendarmería será un juego de niños. En el pasado, ya
vimos cómo bajo el aura de la solidaridad había pensiones de
privilegio -las perseguidoras-y algunos, como los Parlamentarios,
por el solo hecho de haber ejercido el cargo conseguían una
pensión; mientras que la gran mayoría esperaba a cumplir 65 años,
cuando trabajaban desde los 14 o 15 años, y ni siquiera tenía el
reajuste de inflación asegurado.
La primera verdad que debemos enfrentar es que si no queremos cargar a nuestros hijos cuando no tengamos ya el mismo vigor, debemos hacer un esfuerzo hoy, y este debe guardar proporcionalidad con nuestras expectativas de recursos para la vejez. Propuestas que quieren evadir esta realidad -aunque se disfracen de palabras como solidaridad- pero que traspasan el problema a generaciones futuras son esencialmente inmorales. Desgraciadamente ello además tiene otras serias consecuencias. Si hoy no hacemos esfuerzos, el país progresará menos, habremos legado un país más empobrecido y aunque nuestros hijos quieran, no podrán soportar la carga impuesta.
Analicemos qué ha pasado con el sistema actual que pone énfasis precisamente en el ahorro. Desde el punto de vista de canalizar e invertir esos esfuerzos, las AFP han sido exitosas. La rentabilidad de los fondos en el largo plazo ha sido 8,2% real. En ningún momento en décadas han estado en riesgo los recursos de los trabajadores. Si no dio aún mayor rentabilidad fue por los resguardos adoptados para disminuir riesgos y con ello probablemente rentabilidad. Los multifondos dieron más flexibilidad, pero los avances adicionales deben tener cautela; después de todo se trata de ahorro obligatorio.
Es cierto que las condiciones económicas hoy hacen prever que las rentabilidades futuras serán menores. Pero ello en parte se debe a que el dinamismo de progreso es mucho menor. Sería un contrasentido en un país que crece menos pretender pensiones mayores. Una contribución adicional como impuesto al trabajo llevaría a un dinamismo aún menor y más frustración.
Para los que desean un fondo adicional para disponer discrecionalmente en el ámbito político, un 50% de mayor cotización es muy atractivo. Basta ver cómo algunos miembros de la coalición Gobernante ven en esta discusión un problema de poder. No lo quieren en los ciudadanos, sino en sus propias manos.
Cuando en función del contexto se decidan aumentar las cotizaciones, lo adecuado es que si bien cada punto de alza lo financien inicialmente los empleadores, este se incorpore como un aumento del sueldo del mismo monto. Es indispensable que finalmente los trabajadores lo vean como un esfuerzo propio, ya que finalmente eso es lo que es. Sería conveniente permitir que los empleadores, eso sí, puedan adelantar el proceso con los correspondientes beneficios de un aporte previsional.
Pero se podría argumentar que si bien el ahorro ha funcionado bien, las pensiones no. Para ello se muestran cifras de los promedios actuales y del sistema antiguo. Ambas bajas, sin embargo, son mundos distintos. Al ser hoy lo ahorrado propio del trabajador, aún con muy poco tiempo de cotización aparece en las estadísticas. De hecho, numerosas mujeres, sin ser parte de la fuerza de trabajo, se inscribieron en las AFP para tener acceso al beneficio del bono por hijo que concedió Bachelet. Al cumplir los 65 años tienen derecho a pensión, pero lo ahorrado es muy bajo. En el sistema antiguo sin un mínimo de años la pensión no existe y no pesa en los promedios. Si se considera a los hombres que cotizaron 30 años o más, el monto promedio de pensión alcanza alrededor de $650 mil. Entre los 25 y 65 años hay 40 años para cotizar 30; ello no parece imposible para un trabajador.
Además, debemos considerar que el tope imponible limita ese promedio y para muchas personas ese es un inconveniente si es que no ahorraron adicionalmente. De hecho, donde ha sido más grave es en el caso de los funcionarios públicos, a los que por muchos años no se les cotizó por el total del tope imponible.
Sin embargo, subir abruptamente el tope en un 50% como se ha propuesto tiene consecuencias relevantes que afectan otras áreas. Un camino paulatino que facilite que desde ya los empleadores o los trabajadores puedan hacerlo voluntariamente es más realista. Aunque deban romperse ciertos dogmas tributarios, debieran ampliarse los mecanismos que permiten considerar aporte previsional ciertos montos importantes, y quizás esporádicos, que deseen hacer los trabajadores. Después de todo, la vida no es monótona y hay momentos de mayor fortuna.
Corresponde ahora enfrentar la realidad de los que cotizan pocos años o no cotizan. El sistema de reparto lo resuelve con simpleza. Simplemente no tienen derecho a nada. Al crearse las AFP se consolida la pensión asistencial como apoyo a los que lo necesitan y no han ahorrado. A su vez, se establece un mínimo, apoyado por el Fisco para los que sí ahorran, pero no suficiente. En el 2008, se cambia el nombre a pilar solidario y se modifica este sistema dual, introduciéndose mayor variabilidad en los mínimos y con ello mayor discrecionalidad. Pero ambas situaciones hacen lo mismo, ofrecernos algo hoy para que se hagan cargo las generaciones que vienen.
Es perfectamente razonable discutir esos parámetros, pero para evitar la demagogia y tomar decisiones realistas debiera considerarse que, para cualquier cifra que definan los políticos hoy, hagan el gasto también hoy proveyendo los fondos correspondientes, y se aporten de inmediato los recursos que los beneficiados necesiten para asegurar lo que se les promete. Evitemos el síndrome del líder bondadoso que dice regalar algo cuando lo que hace es pasarles la cuenta a los que vienen.
No hay espacio para los múltiples otros temas insinuados. Pero la verdad debe ser el punto de partida. Las mujeres tienen mayor expectativa de vida y eso es una realidad. Cambiar las tasas de mortalidad es una trampa en el solitario. O se quedarán sin recursos en el retiro programado o el problema lo tendrá el Intendente de Seguros que deberá exigir reservar diferenciados por sexo. Si se quiere dar un verdadero apoyo, el Fisco podría financiar en el momento de jubilar un mayor aporte especial o un seguro de sobrevida.
Respecto a las propuestas como las de castigar a las AFP y otras tantas, deben evaluarse bien. De lo que se trata es que se mantenga un balance entre mayor rentabilidad y riesgo.
Es cierto que en este caso el Gobierno ha parecido más prudente que en otras reformas, a pesar de las confusiones y claras intenciones divergentes en la coalición. A varios les habría satisfecho una decisión similar a la de Kirchner en la Argentina -expropiar los fondos actuales y prometer pensiones a costa del futuro, con amplia discrecionalidad política-. Pero si no se parte por enfrentar y conocer en profundidad la realidad, aun cuando no nos agrade, es posible que, aunque menos abruptamente, sigamos finalmente y a la larga el mismo camino.
Estado
de coma,
por Max Colodro.
Parafraseando
a Nietzsche, un desierto que crece y sólo exhibe desafección,
sequía de liderazgos y ausencia de representatividad. Una
sociedad políticamente huérfana, sin proyectos ni rumbos
compartidos, absorta en medio de la nada. En rigor, eso fue lo que
ilustró la encuesta CEP conocida esta semana: un océano de
deterioro político e institucional, un Gobierno en ruinas y actores
públicos con su legitimidad severamente cuestionada. Un país sin
conexiones mínimas con su élite dirigente y, al parecer, sin
esperanza de tenerlas en el futuro.
En
paralelo, el sistema político muestra a los principales bloques al
borde de la extinción, sin representatividad alguna, carentes de
visión y capacidad de respuesta frente a su abismante deterioro. En
materia de proyecciones Presidenciales, nada de claridad: la
principal opción de la centroderecha, Sebastián Piñera, llega sólo
a un 14%, mientras el que sobresale en la centroizquierda, Ricardo
Lagos, alcanza apenas un mísero 5%, es decir, dos puntos por encima
del error estadístico. Y por ahora, simplemente no hay más.
La
pregunta sobre cómo Chile pudo llegar hasta aquí se ha repetido
muchas veces en el último tiempo, pero nada pareciera responderla
con un mínimo de claridad. No hay diagnóstico más allá de la
constatación de los hechos y es muy probable que en muchos no haya
siquiera un verdadero interés de enmendar rumbos. Al fin y al cabo,
sea cual sea la cantidad de votos válidamente emitidos en las
próximas contiendas, bastará con ellos para que la actual élite
política pueda seguir disfrutando de los privilegios y las
posiciones de poder ya consolidadas.
Luego
de su derrota electoral en 2010, la antigua Concertación decidió
suicidarse y lanzar al país que había construido por la borda. La
insólita llegada al poder de la derecha fue la coartada perfecta
para poner todo en cuestión y convencer a la gente de que era
posible empezar de nuevo. Se construyó una mirada de Chile llena de
nostalgia y de sueños frustrados; se alimentaron las demandas de los
movimientos sociales -las legítimas y las descabelladas- con ofertas
electorales plagadas de oportunismo, sin reflexión técnica y,
algunas de ellas, definitivamente inviables.
Así,
la rabia y la desconfianza con el país cimentado por la Concertación
vino al fin a conjugarse con las irregularidades en el financiamiento
de la política conocidas en el último tiempo, evidencia
indesmentible de los incestuosos nexos que proliferaron durante años
entre el mundo de los negocios y las esferas del poder público.
Ahora el resultado de este maridaje está a la vista: una sociedad
fracturada por reformas impuestas sin voluntad de construir acuerdos,
que no logra poner en la balanza los enormes avances que ha tenido en
las décadas recientes, que siente que el Estado debe garantizarle
todo tipo de derechos y no se pregunta cómo va a financiarlos.
Y
todo ello, en el contexto de instituciones y actores políticos
severamente cuestionados en su legitimidad, sin conexiones con el
sentido común y sin disposición a pagar costos. En
los hechos, quienes debieran estar llamados a buscar soluciones al
problema no pueden, porque la sociedad los considera parte de él. El
verdadero drama es que no hay alternativas a la vista y, sin ellas,
no es posible empezar a dibujar un horizonte. Eso es, en definitiva,
lo que volvió a mostrar esta semana la encuesta CEP: un sistema
político en estado de coma, que antes de iniciar su recuperación,
simplemente continúa empeorando.
La
caída de Bachelet,
por Carlos Peña.
Uno
de los misterios aparentes de la política chilena lo constituye
Michelle Bachelet. Su desempeño en las encuestas -la del CEP la deja
por los suelos- muestra que las personas no aprueban ni su forma de
Gobernar ni la manera en que ha ejecutado las reformas que ha
emprendido.
La pregunta es: ¿por qué entonces insiste en ellas? ¿A quién -ya que no a la ciudadanía que se refleja en las encuestas- quiere ser fiel Michelle Bachelet?
Hay quienes aseveran que Bachelet se deja llevar por el populismo; por la tendencia a halagar a la calle; por el intento permanente de adivinar lo que la gente quiere, a fin de complacerla y ganarse su aprobación; por la propensión a satisfacer lo que, según ella augura, la gente anhela; por su proclividad a dejarse guiar por la pregunta ¿qué quiere la ciudadanía de mí?
Ese juicio acerca de Bachelet es obviamente equivocado. Si ella fuera populista (si su pulsión básica fuera saciar los anhelos de la gente), en vez de ponerse de espalda a las encuestas y hacer oídos sordos a ellas -como lo ha hecho-, les prestaría atención.
Pero no lo hace. ¿Por qué?
La respuesta es obvia. Porque ella no es populista.
Y es que el pueblo al que Bachelet es fiel no es real: es imaginario.
No está integrado por la gente de a pie que confía en sí misma, trabaja, contesta las encuestas y descree de la política. No. El pueblo para la Presidente Bachelet es algo que subyacería por debajo de esa realidad, algo que solo latiría en la gente de a pie y que, según ella cree, conforme avancen las reformas, asomará y comenzará a aplaudirla. En suma, lo que explica la conducta de la Presidente Bachelet es que, para ella, el pueblo no es la gente que tiene ante los ojos, sino aquello en que esa gente se transformaría una vez que las reformas empiecen a fructificar.
¿Raro?
No.
Ocurre con quienes ejercen la política lo mismo que pasa a los individuos en su vida personal. Logran funcionar y soportar las asperezas y las pedradas de la vida, gracias a una fantasía que, interpuesta entre ellos y la realidad, les ayuda a reinterpretarla una y otra vez.
Así, el problema de Bachelet no son los objetivos que persigue (después de todo, caminar hacia una sociedad menos contributiva en pensiones o educación es razonable), sino la fantasía con que encubre y oculta, ante sí misma, la increíble impericia que sus equipos han mostrado para alcanzarlos.
En el caso de Bachelet, esa fantasía es simple de describir.
Para ella, la mala opinión de las encuestas no sería una señal de que las reformas se han diseñado defectuosamente, sino una prueba de que la gente, alienada por el consumo y el tráfago del día a día, no es capaz de advertir cuán buenas serán. Una vez que las reformas emprendan su curso, y principien a fructificar, la gente -piensa ella- valorará retrospectivamente lo que ahora rechaza. Su interés actual llevaría a la gente a rechazar al Gobierno; pero su interés futuro la llevará a aplaudirlo. Es cosa, pues, de esperar.
Se ha subrayado poco la relevancia que ese estilo de Bachelet (que parece hacerla inmune a advertir la impericia propia y ajena) posee.
Hasta los años ochenta (dictadura incluida), ese estilo no era raro. Hacer política consistía en tolerar sacrificios presentes en pos de un futuro imaginado. La imagen en pos de la cual se hacía la política cambiaba según las fiebres de la hora (desde la sociedad sin clases al mercado perfecto); pero el estilo cultural de la política era el mismo: la promesa del futuro ayudaba a soportar los tropiezos del presente.
Y en esa ilusión del futuro confía la Presidente Bachelet.
Su estilo no es entonces populista, es un remedo inconsciente de un mundo que ya quedó atrás, el mundo de principios de los setenta, el mundo atado a su memoria familiar, cuando Chile no estaba habitado, como lo está hoy, por masas igualadas por la ilusión del consumo, confiadas en sí mismas, quejosas de cualquier forma de autoridad, gente para la que no bastan los buenos propósitos aliñados con la espera de días mejores. Estas masas, descreídas y urgentes, no soportan que los gobiernos excusen su incompetencia técnica con los aires del futuro.
Y si alguien les ofrece algo así -si no, que lo diga la Presidente Bachelet-, lo ponen rápidamente por los suelos.
Agua
fría, agua tibia,
por Héctor Soto.
La
encuesta CEP de este viernes era importante no sólo para establecer
desde dónde partirán los candidatos a la elección Presidencial del
año próximo, toda vez -claro- que quieran partir. El sondeo también
era importante para tomarle el pulso al momento actual.
En
esta última dimensión los datos fueron feroces y un balde de agua
fría: en menos de tres años este Gobierno logró que un país con
problemas, pero viable, se convirtiera en un país con problemas y,
además, confundido. La gente ya decretó que este es el peor
Gobierno que ha tenido Chile en los últimos 26 años, y lo dramático
es que la nota que le pone no está contaminada por percepciones
particularmente entusiastas o mistificadas del pasado. Nada de eso.
El Chile de hoy se hace pocas ilusiones de su futuro y mira con un
cierto desdén su propia historia. Donde Aylwin saca una nota
promedio de 4,4; Frei un 4,1; Lagos un 4,2; el primer Gobierno de
Bachelet un 4,8 y el de Piñera un 4,4, la actual administración
reprueba con 3,3. Sin duda que es novedad.
No
por rajar a este Gobierno, cosa que es merecida, sino porque deja ver
que la gente sencillamente no comparte la percepción de la cátedra
en cuanto a que los primeros años de nuestra transición fueron algo
así como nuestra Edad de Oro. En el mejor de los casos, Edad de
Lata. Sería bueno seguir estudiando este flanco, porque estas
percepciones podrían demostrar que son muchas ruedas de carreta,
primorosamente labradas por historiadores y analistas políticos, que
el común de la gente simplemente no se traga.
Volvamos
a lo de hoy. El 15% de aprobación y 66% de reprobación de la
Presidente tiene contornos vergonzosos y adquiere ribetes de
escándalo si se considera que la Mandatario no está haciendo nada
-esa es la verdad: nada- para hacerse cargo de las prioridades de la
ciudadanía y que su administración de manera sistemática ha
defraudado.
Para
desencanto de la Presidente, que preparó un programa de Gobierno
como si se tratara de tomar por asalto el palacio de invierno, la
encuesta perfila un país mucho más moderado del que ella cree.
Eso es lo que puede inferirse a partir de hechos incontestables, como
la demanda cada vez más transversal por seguridad -tema en el cual
tanto el Gobierno como los Tribunales de Justicia no pierden
oportunidad de costalearse-, y también a partir de la creciente
desaprobación al comportamiento del movimiento estudiantil, del
rechazo a las marchas, de la preocupación por el empleo y de la
persistente revalorización del crecimiento económico como objetivo
de política pública.
Esta
no es la foto del país que hubiera querido ver la Nueva Mayoría. La
encuesta, aparte de ratificar el rechazo que tiene la reforma
educacional y la laboral, hace ver que la gratuidad de la educación
superior y el tema Constitucional, dos cortinas de humo que este
Gobierno levantó para reposicionarse políticamente, están a la
cola de las prioridades que la gente juzga importantes: delincuencia,
desarrollo económico, salud, empleo, desigualdad y pensiones. El
hecho describe un fracaso de proporciones para La Moneda.
Respecto del futuro, el CEP muestra un escenario muy abierto. Quien esperaba que este sondeo entregara luces definitivas sobre lo que va a ser la próxima elección Presidencial deberá reconocer su decepción. No, no hay nada de lo cual esta encuesta diga la última palabra.
Pero,
dicho eso, el
sondeo fue malo para el Presidente Lagos, depresivo para la Senador
Allende, descorazonador para Manuel José Ossandón, duro para
Giorgio Jackson, complicado para ME-O y golpeador para Jorge Burgos.
En el caso del ex Presidente, la encuesta puede ser terminal. Si él tenía dudas sobre si lanzarse o no a la piscina, estas cifras le suben bastante el precio a la aventura. ¿Puede un líder de la contextura política suya exponerse abiertamente al riesgo de perder? Quizás no. Lagos tiene un peso en el debate nacional actual tan superior a su peso electoral, que a todas luces más podría convenirle mantener su capital político como ex Presidente que perderlo como candidato derrotado.
En
la vertiente del agua tibia, los únicos ganadores esta vez, aunque
por distintas razones, fueron el Presidente Piñera y el Senador
Alejandro Guillier.
Lo del Senador es curioso, porque encabeza el ranking de los personajes políticos mejor evaluados. Tiene un 44% de evaluación positiva y 25% negativa. Está por encima de Piñera (37% vs. 32%), aunque es menos conocido. Este hecho, siendo una limitación, también puede ser una oportunidad, porque le da margen para seguir potenciándose. De momento, su nombre apenas aparece cuando la gente responde a la pregunta sobre quién le gustaría que fuera Presidente. ¿Bastará esto para ser el candidato de la Nueva Mayoría? Tal vez no, pero al menos estas credenciales son superiores a las de muchos otros caciques de la coalición que andan con más pluma que rating.
Era
sabido que Sebastián Piñera estaba corriendo con ventaja y la
encuesta lo confirma. Es otra evidencia de la moderación ciudadana.
El ex Presidente no ha cometido errores serios en el último tiempo y
su gestión se agranda en contraste con el desempeño de la
administración actual.
Ya
no hay duda: el Gobierno fracasó, el país viene de vuelta de la
embriaguez y la ciudadanía está decepcionada. El gran factor de
incertidumbre radica en que sigue desconfiada y está más indecisa
que nunca.
Chamullo
económico,
por Sergio Urzua.
¿Es
sexy ser economista hoy en Chile? No mucho. Quizás exagero, pero de
un tiempo a esta parte nuestras opiniones parecen haber pasado de
ser referentes técnicos para el diseño de políticas públicas
(desde la obra gruesa hasta los más mínimos detalles) a
inefectivas retroexcavadoras en contra de incluso los más exóticos
castillos en el aire.
Lo triste es que el cambio es justificado, siendo el mismo gremio responsable. Por de pronto, no olvidemos que muchos fueron los colegas que dijeron que una reforma tributaria deficiente no tendría impacto sobre la inversión y mire dónde estamos. También los que aseguraron que estaban los recursos para financiar la gratuidad universal en la educación superior en seis años, ¡qué fiasco más grande! Y si bien estos pueden ser errores puntuales, el mea culpa colectivo queda: ¿Qué explica las dificultades de la profesión para influir en el debate técnico nacional?, ¿de convincentemente alertar del impacto de malas ideas?
La búsqueda de respuesta a estas preguntas lleva rápidamente a identificar una posible causa de la pérdida de trascendencia de los economistas. Históricamente, nuestro principal activo había sido la utilización de evidencia para informar el debate público. Por eso, gran parte de nuestro descrédito pasa por la temeraria inclinación de muchos entusiastas colegas a alejarse de este enfoque, apelando solo a la intuición al momento de hacer recomendaciones "técnicas". Sin embargo, tal arriesgada estrategia tiene corta vida en economía. Tarde o temprano el chamullo sucumbe a la evidencia.
De ahí mi moderado optimismo en cuanto al futuro de la profesión, y el debate de pensiones puede ser nuestro punto de inflexión. Considere la discusión respecto de las consecuencias de aumentar desde 10 a 15% la cotización previsional de los trabajadores. A continuación un modesto esfuerzo para, en base a evidencia, cuestionar la "intuición" de que tal cambio no impactaría el mercado laboral.
¿Sabía Ud. que en los 90 Colombia financió una reforma previsional y de salud con un aumento en las contribuciones (10,5%)? ¿El resultado? Caídas de al menos 4% en empleo formal y en torno a 2% en los salarios (Krueger y Krueger, 2009). Las cifras están alineadas con las estimaciones de los negativos efectos de los impuestos al trabajo formal en América Latina (Heckman y Pagés, 2004). ¿Evidencia para nuestro país? También existe. Estudios muestran que la reforma previsional de 1981 afectó el mercado laboral (Grubber, 1997) y análisis más recientes sugieren que incluso la reforma previsional del 2008 disminuyó la participación en el empleo formal para los mayores de 40 años (Attanasio, Meguir y Otero, 2011).
"Típico chamullo de economista que quiere mantener las cosas como están", dirán los críticos. Se equivocan. Hay acuerdo de que el sistema de pensiones requiere mejoras. El punto es discutir las alternativas en base a evidencia, no intuición. Es allí donde los economistas podemos contribuir. El resto sí es chamullo.
Ministerios
del Aire, Agua, Fuego y Tierra,
por
Fernando Villegas.
Puede
que la delegación chilena a los juegos Olímpicos regrese sin
ninguna medalla, pero, Dios mediante, al menos sus miembros lo harán
en buen estado de salud y con la satisfacción de haber cumplido. Ya
se sabe: fulano o fulana registraron mejores marcas que las
habituales y clasificaron séptimo u octavo. O no. Es lo tradicional
y debiera bastarnos.
Hace
muchos años a los nadadores que compitieron en un certamen
latinoamericano se les preguntó cómo les había ido y un gracioso
respondió “muy bien, no se ahogó ninguno”. Tal vez sea la
actitud correcta. Además podemos jactarnos de un flamante Ministerio
del Deporte y de un Comité Olímpico dotado de una gerencia general,
cinco gerencias de división, dos subgerencias, una encargada de
RR.HH., una encargada de “Deporte y sociedad activa”, un área
“misional” con cinco subáreas, un área estratégica con cuatro
subáreas y un área administrativa con sólo dos subáreas, amén de
51 federaciones incluyendo deportes de masas como el “squash”, el
“taekwondo”, la “pelota vasca” y la “navegación a vela”,
que como se sabe hace furor. Todas, por cierto cuentan con sus
propias gerencias y equipos administrativos.
Lo
del Ministerio del Deporte, la más nueva organización de todas, es
sólo un avatar más del reflejo condicionado de antigua data, hoy
muy modernizado, en virtud del cual se asume que la realidad puede
ser manejada con decretos legales y administrativos, papers
-últimamente inspirados en Wikipedia-, comisiones, delegados
Presidenciales, discursos y naturalmente con los auxilios de una
pesada máquina burocrática.
Hay en eso no poco de herencia del pensamiento mágico primitivo, una
cuota de “momentum” inercial de los hábitos de la corona
española en tiempos de la colonia y sobre todo muchísima necesidad
de darles puestos de combate a miles de comandantes sin pega,
ciudadanos que habitualmente dan bote en el mundo privado y necesitan
ser incorporados a la Gran Lucha por la Justicia a cambio de la ética
suma de dos a tres palos mensuales por nuca.
La
multiplicación de los panes.
Dicho
tropismo, cuyo más remoto origen es el afán de los hombres de las
cavernas por controlar el mundo circundante mediante invocaciones y
conjuros, ha sido particularmente duradero y de ahí el milagro de la
multiplicación NO del pan, sino de los organismos Estatales. Chile
puede ufanarse de disponer de 23 Ministerios, lo que en unas
olimpíadas de la burocracia nos aseguraría medalla de oro. Estados
Unidos apenas puede mostrar 11 Secretarías de Estado y Francia, otro
país subdesarrollado en materia de magia Estatal, sólo tiene
nueve. Naturalmente nadie, ni siquiera en Chile, país bautizado
como “Tontilandia” por el excesivamente pesimista escritor
Joaquín Prieto, cree posible cambiar la realidad merced a este
galopante tumor canceroso de papeleos y pitutos; la idea inconfesa es
solamente dar esa impresión y primero que a nadie dárnosla a
nosotros mismos, clientes preferenciales de las mentiras y las
mixtificaciones. Con gestos mediáticos y administrativos disimulamos
nuestra colosal incompetencia para encarar nada de verdad y
simultáneamente aparentar ante el mundo que somos civilizados. Y
así entonces, puesto que nuestra cultura tribal incentiva a
demasiados hombres a maltratar a sus mujeres, creamos un Ministerio
de la Mujer; como el medioambiente es depredado con crasa ignorancia
y desatada codicia, creamos un Ministerio del Medio Ambiente; como
demasiados jóvenes se dedican al alcohol, la droga y la ociosidad,
vamos y creamos un Instituto de la Juventud; finalmente, como el
deportista promedio de Chile es un empleado de oficina pasado de peso
instalándose frente a una pantalla de TV, bien provisto de cervezas
y chunchules, entonces hemos creado un Ministerio del Deporte.
El
deporte, para prosperar, no requiere COMO FUNDAMENTO y punto de
partida eso que porfiada y repetitivamente los periodistas del ramo
reprochan, con aire de predicadores profesionales, como la “falta
de apoyo del Estado”. Ese es un modo equivocado de ver el problema.
El problema deportivo consiste simple y decisivamente en que no hay
en ninguna especialidad una masa crítica de deportistas. Sin dicha
masa no existen muchas probabilidades de aparición de individuos
particularmente dotados y además no hay un grado suficientemente
intenso de competencia que estimule la selección natural de los más
empeñosos. El cacareado “apoyo del Estado” puede reforzar, pero
no crear un proceso cuyo origen sólo puede estar en un cambio
fundamental en el currículum de las escuelas, donde se crean y
consolidan las estructuras de carácter que llevan al deporte o
alejan de él. Es ahí y también en la familia donde aparece o no el
interés y con ello, si lo experimenta una entera generación, la
masa crítica de practicantes, pero no con la inauguración de
gimnasios por lo demás pobremente dotados y a medias mantenidos.
Necesitamos más gente interesada en el deporte, no más gente
interesada en hacer negocios vendiéndole al Estado artículos
deportivos. En Chile se pone el carro delante del caballo y se
insiste en creer que inaugurando un recinto aparecerán los cultores,
lo cual es enteramente falso como lo prueba la suerte que corren los
pocos que se instalan y donde a breve plazo penan las ánimas.
Véase
como caso a la inversa a Uruguay y su destacado papel de siempre en
el fútbol. No es que Uruguay esté plagado de estadios y las pelotas
anden dando bote en las calles, sino que el interés por el fútbol
es tan masivo que aun en una nación muy pequeña como esa
permanentemente hay una masa crítica de talento pelotero.
Otros
ámbitos.
Lo
mismo sucede en educación, donde lo que falta son estudiantes
interesados verdaderamente en estudiar, no tanto un cambio
estatutario ni la gratuidad ni tomas ni discursos ni eslóganes. Tal
o cual cambio institucional puede ser positivo, pero está muy lejos
de ser suficiente si el material humano es inadecuado.
Los “cambios estructurales” por sí mismos no cambiarán el
talante, carácter, costumbres, posturas y actitudes de los jóvenes
chilenos, quienes hoy en día se encuentran en una parada mental y
hormonal completamente opuesta a la que es propia de sociedades donde
el rendimiento académico a todo nivel es de excelencia. Es en eso
donde radica el problema, en la generación, crianza y promoción de
cierta mentalidad ajena al esfuerzo y la disciplina, no en el título
de propiedad de los colegios ni en el lucro de los sostenedores.
Y
exactamente lo mismo sucede con la ciencia, de hecho actividad muy
asociada al punto anterior. “Más recursos” para la ciencia en la
forma de un Ministerio harán poco efecto considerando que el
problema de fondo es la inexistencia de un número suficiente de
jóvenes interesados en la ciencia. Nuestra ciencia es pobre en
recursos y más bien pobre en logros académicos básicamente porque
es pobre en personal. Siendo muy pocos, poco pueden producir y
terminan operando con fláccidos tropismos de academia y lógicas de
camarillas. De ahí que cada vez que los recursos han sido
aumentados, por lo demás con gotario, lo que hemos visto no es más
ciencia, sino más cuchillazos entre científicos peleándose por el
escurridizo dinero.
Paradigma.
El
país necesita un “cambio de paradigma” mucho mas profundo que
como suele entenderse el término. No sirven de mucho los discursos
considerados políticamente correctos, las semánticas, los
programas, las convocatorias, agendas y poses con el puño en alto
para la foto. El melodrama revolucionario que hoy vivimos no cambia
sino confirma la misma actitud desprolija, perezosa y mediocre de
siempre por mucho que se disfrace tras un machismo-leninismo basado
en posturas teatrales y vociferaciones más cargadas de rabia que de
inteligencia. Tal vez importe poco el que haya o no pesistas capaces
de levantar mas de 250 kilos y traer una medalla, pero sí importa
mucho disponer de profesionales, estudiantes y trabajadores realmente
eficientes, capaces de hacer lo suyo de verdad. Eso no se logrará
fundando ministerios del Aire, Agua, Fuego y Tierra.
Conducta
de los fiscales.
En
una medida que ha recibido tanto aplausos como críticas, el fiscal
nacional decidió esta semana separar del caso Corpesca al fiscal
regional de O'Higgins, Emiliano Arias...
En una medida que ha recibido
tanto aplausos como críticas, el fiscal nacional decidió esta
semana separar del caso Corpesca al fiscal regional de O'Higgins,
Emiliano Arias. La determinación, a la que se une la orden de
instruir un sumario, se funda en que el fiscal Arias habría
vulnerado el deber de reserva de las investigaciones y traspasado el
ámbito de su competencia en declaraciones publicadas por un medio de
prensa, en las que señaló, entre otras cosas, que "puede haber
más casos como el de Orpis", y que en la génesis de la Ley de
Pesca actualmente vigente "hay corrupción".
Con independencia de la proporcionalidad de la medida respecto del hecho concreto -aunque no es la primera vez que el jefe regional adquiere notoriedad por sus comentarios-, parece razonable que el Ministerio Público imponga algún marco a la exposición pública de los fiscales. El aspecto más relevante del episodio es, sin duda, la emisión de juicios de índole netamente política por parte de un persecutor. El establecimiento de criterios de actuación en la materia no puede tildarse de "mordaza", pues nadie cuestiona que los fiscales cultiven un estilo personal ni expliquen a la ciudadanía a través de los medios de comunicación los fundamentos generales de las imputaciones que realizan. Por el contrario, existe amplia conciencia acerca de la importancia de resguardar celosamente la autonomía e independencia de los fiscales para conducir sus respectivas investigaciones penales.
Lo que no pueden hacer es utilizar su cargo como plataforma para difundir juicios personales sobre el acontecer político, es decir, para extraer o anticipar a la opinión pública las consecuencias políticas de los hechos que investigan, menos aun cuando se trata de investigaciones en curso. La razón de ello es muy simple: los fiscales carecen de legitimidad democrática para realizar esta clase de juicios desde su posición como persecutores, pues ni son elegidos por el pueblo ni dependen de este en su evaluación o en la continuidad de sus cargos.
La situación puede producirse también por la utilización de las redes sociales, pues un funcionario del cual depende el ejercicio de la acción penal pública no puede desdoblarse cuando emite, sobre este tipo de casos, opiniones y comentarios que alcanzan a un número indeterminado de personas. Por eso, es previsible que el instructivo que ordenó confeccionar el fiscal nacional sobre las intervenciones públicas de los fiscales comprenda recomendaciones sobre el uso de redes sociales, tal como lo ha solicitado el Colegio de Abogados. La ausencia de criterios al respecto en la actualidad conduce precisamente a que la medida adoptada respecto del fiscal Arias resulte intempestiva, a la luz de las opiniones vertidas con anterioridad en las redes por otros persecutores.
Se trata de una buena oportunidad para que la fiscalía avance significativamente en estas materias, como ya lo han hecho otras instituciones, en aras de un mejor cumplimiento de sus atribuciones constitucionales.
Con independencia de la proporcionalidad de la medida respecto del hecho concreto -aunque no es la primera vez que el jefe regional adquiere notoriedad por sus comentarios-, parece razonable que el Ministerio Público imponga algún marco a la exposición pública de los fiscales. El aspecto más relevante del episodio es, sin duda, la emisión de juicios de índole netamente política por parte de un persecutor. El establecimiento de criterios de actuación en la materia no puede tildarse de "mordaza", pues nadie cuestiona que los fiscales cultiven un estilo personal ni expliquen a la ciudadanía a través de los medios de comunicación los fundamentos generales de las imputaciones que realizan. Por el contrario, existe amplia conciencia acerca de la importancia de resguardar celosamente la autonomía e independencia de los fiscales para conducir sus respectivas investigaciones penales.
Lo que no pueden hacer es utilizar su cargo como plataforma para difundir juicios personales sobre el acontecer político, es decir, para extraer o anticipar a la opinión pública las consecuencias políticas de los hechos que investigan, menos aun cuando se trata de investigaciones en curso. La razón de ello es muy simple: los fiscales carecen de legitimidad democrática para realizar esta clase de juicios desde su posición como persecutores, pues ni son elegidos por el pueblo ni dependen de este en su evaluación o en la continuidad de sus cargos.
La situación puede producirse también por la utilización de las redes sociales, pues un funcionario del cual depende el ejercicio de la acción penal pública no puede desdoblarse cuando emite, sobre este tipo de casos, opiniones y comentarios que alcanzan a un número indeterminado de personas. Por eso, es previsible que el instructivo que ordenó confeccionar el fiscal nacional sobre las intervenciones públicas de los fiscales comprenda recomendaciones sobre el uso de redes sociales, tal como lo ha solicitado el Colegio de Abogados. La ausencia de criterios al respecto en la actualidad conduce precisamente a que la medida adoptada respecto del fiscal Arias resulte intempestiva, a la luz de las opiniones vertidas con anterioridad en las redes por otros persecutores.
Se trata de una buena oportunidad para que la fiscalía avance significativamente en estas materias, como ya lo han hecho otras instituciones, en aras de un mejor cumplimiento de sus atribuciones constitucionales.