Nuestra
Presidente parece ser inmune a lo que piensan los chilenos,
lo que la lleva a insistir en
malos proyectos, absurdas reformas,
discurseando sobre su “buena”
administración y turisteando.
Un
oscuro 2016,
por Sergio Melnick.
Para
algunos fue un buen año, para otros no.
Pero para el país como organización, fue un mal año. Nuestro
régimen institucional es Presidencialista y centralizado. Controla
un presupuesto nada menos que de un cuarto de todo el producto
nacional, controla la agenda Legislativa y también a los
Intendentes. Administra la salud y educación pública, y controla
importantes empresas nacionales. Quien ocupa el cargo de Presidente
de Chile es sin duda alguna la persona más poderosa del país. Por
ello, un buen o mal Presidente se nota demasiado.
Es
difícil dar cuenta de todo lo que pasa en un año. La pregunta es si
podemos encontrar el “tono” del año. Para mí el tono lo
anticipó el agudo humor político de Viña.
Hay
ciertos eventos que resultan simbólicos para mostrar un año de muy
pocas luces y mucha sombra. Los ejemplos abundan. Quizás la grosera
muñeca de Fantuzzi, claramente valorada por Asexma que lo ratificó,
es el epítome del año. Más que la muñeca en sí, es el revuelo
nacional por un tema esencialmente irrelevante, que denota algo
subyacente muy delicado. En un plano similar, marcaron el tono del
año las groserías incalificables. El peor fue el Diputado Rivas,
que incluso está orgulloso. Pero anda por ahí con el Diputado
Schilling refiriéndose a las señoras que estaban en el templo de
los honorables. Al menos se excusó. Sin duda destaca también la
finura de la Presidente de la CUT, y de alguna manera se sumó el
Ministro de Justicia con “las bolas” del Director de Gendarmería.
No es la grosería de la calle, es el ejemplo de altas
personalidades nacionales.
También
tuvimos un escándalo familiar de un Diputado que golpeó las
noticias, especialmente al enterarnos que era miembro de la Comisión
de Familia. Otro chascarro fue la absurda demanda de la Presidente a
los periodistas de un medio, de la cual se tuvo que finalmente
retirar.
Las
pensiones de Gendarmería fueron otro ejemplo de que algo anda muy
mal. Que la señora de Andrade, Presidente de la Cámara, recibiera
una pensión a todas luces abultada, lograda con resquicios legales,
habla de alguna manera del lucro de la política. También fue dada a
conocer la larga lista de parientes de Ministros y Subsecretarios que
trabajan en el sector público, y Caval siguió dando sorpresas.
Los
escándalos del Sename, las diversas estafas de administradoras
financieras truchas, los diversos escándalos de las colusiones, el
“milico gate”, Cema, el fútbol, la crisis financiera de TVN o la
incompetencia del Servel y el Registro Civil para las Municipales,
son todos síntomas de una grave enfermedad institucional.
El
presupuesto público tiene un déficit enorme que va a seguir
creciendo. El Banco Central entregó una proyección de crecimiento
para el 2017 que ya es menor a la cifra del presupuesto.
En educación superior el Gobierno ha sido completamente incapaz de hacer una nueva Ley, de modo que avanza en base a resquicios legales produciendo estragos. Todas las entidades que entraron a la gratuidad tuvieron enormes déficits, lo que anticipa una caída en la calidad. El Cruch sigue actuando como cartel, avalado por el Estado, logrando ventajas discriminatorias incluso en relación a universidades de mejor calidad.
El
2016 sufrimos dos crisis de Gabinete, una de marca mayor en que
cambió el equipo político completo. Incluso tuvimos un
Subsecretario que no duró 12 horas. Fue un año lleno de protestas,
con gran alteración y daño a las ciudades, incluso con un muerto.
La crisis de la Nueva Mayoría llegó al grado de que el veto aditivo
del Gobierno no logró un solo voto en el Parlamento. Un récord.
Primero
la DC se peleó con el Gobierno y luego el PS. Algo no funciona bien
ahí. La Presidente, a su vez, vuelve a hacer un viaje semi escondida
a La Araucanía.
Büchi denunció incerteza jurídica y se nos fue. La señora Pey creyó que la nueva universidad Estatal era de ella, no del Estado. En La Haya perdimos 14-2. Militantes emblemáticos abandonaron sus partidos: Auth, Boric (expulsado), Saffirio, Martner, Kast, Ossandón. Y para qué hablamos de las encuestas. El tono del año fue más bien sombrío.
Es
claro por qué se adelantó tanto la campaña Presidencial y hay al
menos 20 precandidatos. 2016 fue difícil, confuso, y de malos
resultados generales para el país. El
2017, en mi opinión va a ser aún peor, y ojalá me equivoque.
La economía seguirá a la baja, las elecciones serán sucias y
polarizantes. El germen del populismo ya ha sido plantado y la
cultura nacional es hoy fértil para ello.
Un mal Gobierno se nota demasiado en nuestro país.
El
brindis del olvido,
por
Joaquín García-Huidobro.
Brindo,
agradecido, porque tuve suerte y no escuché sus aullidos en el
momento en que, desnuda y manoseada, le pusieron electricidad en las
partes más íntimas de su cuerpo. En ese momento yo solo oía
tintinear mis monedas de plata, y no tenía ojos ni oídos para
advertir la ominosa presencia del mal. Alzo mi copa porque soy parte
de la derecha civilizada: voté 'No' en el plebiscito, apoyé al
Gobierno de Piñera, y mañana parto a los lagos del sur con regalos
para mi gente. Brindo porque nunca he hecho nada realmente malo y hoy
elevo mi gratitud por lo bueno que soy".
"Yo, en cambio, brindo por haber votado que 'Sí', como todos los pinochetistas. Eran otros tiempos, el Muro no había caído, y el Pronunciamiento nos había salvado de las garras del marxismo. Me alabo porque yo puse 'lo cívico', en este asunto cívico-militar: arreglé la economía, logré la paz con Argentina, acumulé riqueza que chorreará sobre los pobres, formé empresas y le cambié el pelo a este país. Celebro agradecido el no haber tenido que ensuciarme las manos en esta enojosa cuestión, y he permanecido limpio y bueno".
"Yo brindo porque soy la izquierda, la inmaculada, la del afán insaciable de Justicia. Si ayer llamé a la lucha armada y admiré a Fidel, no puedo arrepentirme: fue por amor a esa justicia. Cuando gritaba: 'El momio al paredón, la momia al colchón', ponía al descubierto los anhelos más profundos de nuestro pueblo, de ese pueblo débil y oprimido que de vez en cuando necesita una satisfacción. Después pasó lo inexplicable, el mal absoluto, la conspiración letal; fue la obra maligna de la CIA y la ITT en los cerebros de unos milicos sedientos de poder. Se lanzaron contra mí, que meses antes los había sacado de sus cuarteles y les había dado los mejores ministerios para salvar al gobierno popular: a ellos, los malagradecidos".
"Ahora brindamos los Jueces, el brazo de la Justicia, la misma que ha determinado que los réprobos son esos uniformados que cayeron de repente desde otro planeta, y cubrieron nuestro país de sangre y fuego. Somos nosotros, los incorruptibles, que hemos decidido que la Justicia importa mucho más que la verdad; nosotros, que un día dijimos que los desaparecidos nos tenían "curcos", ahora pronunciamos sentencias donde se dice que los muertos de ayer están hoy secuestrados; sabemos que es falso, pero por amor a la Justicia nos hemos convencido de que eso no es corrupción. Hoy brindamos, agradecidos, porque entendimos que quien estaba donde no debía estar, tenía necesariamente que saber lo que, muchas veces, no podía saberse. Damos gracias a Dios por habernos delegado el don de su omnisciencia".
"Ha llegado nuestro turno, el de los Presidentes y Ministros de los últimos 25 años. Brindemos porque hemos tenido el valor de negar a esos presos miserables incluso los beneficios que concedemos a los que violan, a los pedófilos, a los asesinos en serie. Con estos leprosos jurídicos es distinto. Como no tenemos las manos manchadas con sangre, seguiremos resistiendo los clamores de nuestra conciencia, cerraremos los ojos ante el espectáculo de unos viejos que deambulan por Punta Peuco a la espera de la muerte; nos negaremos a albergar cualquier compasión; por más que muchos de los nuestros la hayan pedido un día, llorando de rodillas".
"Es hora de que alcemos las copas nosotros, los jóvenes, agradecidos por no haber nacido en aquellos tiempos fanáticos. Hoy, nosotros cuidamos la ecología, construimos mediaguas, disfrutamos de las minas más bonitas, exigimos nuestros derechos y utilizamos la marihuana para fines recreativos. Brindemos conmovidos por lo buenos que somos".
"Le corresponde el turno a mi brindis. Soy la Democracia Cristiana, que ha llevado el nombre del Hijo de Dios a la política, movida por el puro interés de su gloria sacrosanta. Doy gracias porque en 1964 no cambié una coma de mi Programa ni por un millón de votos; porque en 1973 tuve la sabiduría para estar con el Golpe justo el tiempo necesario; porque mis fundadores defendieron en la Dictadura toda la vida humana sin admitir excepciones, mientras que en 2016 tengo la clarividencia para distinguir que en ciertas hipótesis la vida humana sí puede ser exterminada".
"Termino brindando yo, el columnista que siempre encuentra una buena excusa para no visitar a los presos más despreciados de Chile. Brindemos, chilenos, porque casi todos somos tan buenos".
Abrazos
del oso,
por
Fernando Villegas.
Stanley
Loomis, historiador casi completamente olvidado luego de su relativo
y fugaz momento de notoriedad en el mundo del lector común y
corriente, aunque no en la academia, ámbito donde no se lo olvida
porque nunca se lo ha recordado, murió en 1972 sin dejar ni
seguidores ni casi lectores, salvo anticuarios y taxidermistas de la
literatura y las ciencias sociales “à la mode de Caen”, como lo
es vuestro servidor. En su corta carrera -falleció atropellado en
París dos días antes de cumplir los 50 años- Loomis alcanzó a
escribir apenas cuatro libros, todos relacionados con la historia de
Francia del siglo XVIII y principios del XIX. Ya no se reeditan. Para
conseguirlos son necesarios los servicios de librerías de segunda
mano como “La Casa del Libro” o “Abebook”, ambas en internet.
Es una lástima porque dominaba un estilo expositivo muy brillante,
ingenioso e inteligente, ofreciendo además y a menudo golpes de
intuición sobre caracteres y temperamentos que no han sido igualados
por historiadores profesionales y convencionales. Es el autor de la
frase que acompaña esta columna y la hemos citado porque viene a
cuento.
Nada
de abrazos
En
las cada vez más pobladas filas de candidatos a ser candidatos a ser
candidatos a la Presidencia de la República, la observación de
Stanley Loomis resulta demasiado cierta. En Chile, pese a la urgente
necesidad de tenerlos, no hay Estadistas. No es simplemente cuestión
de la pobreza del pool genético en ese rubro de negocios; se
necesitan además ciertas condiciones hoy inexistentes. El Gran
Liderazgo tiene su hora y aun un tipo tan talentoso como Churchill
debió esperar la suya; antes fue considerado sólo un bebedor en
exceso, excelente escritor, brillante orador y políticamente
sospechoso.
En
Chile las condiciones horarias no se prestan para los abrazos. Sigue
cantando, inexorable, el reloj cucú de la política de los extremos,
de las profundizaciones y del “echémosle para adelante”.
Abrazar enemigos entraña no sólo una grandeza de ánimo y sangre
fría que nadie tiene entre los candidatos al trono, sino además
supone el deseo de llegar a acuerdos, cosa hoy considerada como
traición por las hordas cuyas expectoraciones dan la pauta desde la
galería del Congreso, desde la calle, desde las universidades y
hasta desde los colegios, siempre con el alto y ganoso auspicio de
sus ayudistas de los medios de comunicación. Tal es el peso que ha
llegado a tener esa vociferante entelequia, “la ciudadanía”,
invocada con desorbitado oportunismo hasta por el último pelafustán,
que incluso a Ricardo Lagos se lo ha visto y oído arrojar al voleo
encantadoras frases de avenimiento.
¿Y
no está el PS en “estado de reflexión” porque le parece que La
Moneda llega a acuerdos con la derecha, pero a ellos no les contestan
ni el teléfono? Lo ha dicho hasta un fulano tan sólido como Carlos
Montes. Montes, quién lo hubiera dicho, se compró también el
discurso, crecientemente imperante y a la moda, de que se ha transado
en exceso y no se “profundizan” las reformas. Claramente desde
este reflexivo PS no saldrán abrazos. Menos del PC, que en sus
“autocríticas” se lamenta de su relativa pérdida de contacto
con la calle -también llamada “los movimientos sociales”- no con
la realidad. La realidad, ya se sabe, es pequeñoburguesa y a menudo
hasta fascista.
¿Y
Guillier?
Tampoco
Guillier está en la onda de los abrazos. Luego de que a la vista de
las cifras se diera una voltereta -¿quién no lo habría hecho?-,
lejos de darle a Lagos, con quien jamás competiría había dicho,
siquiera un cálido abrazo de despedida, en el acto desenvainó su
socarrona lengua de huaso ladino. Guillier
probablemente no ha leído a Loomis y además tendría que ser más o
menos que humano para resistir impávido el trompeteo de la fama.
Siendo humano, día por medio ningunea a Lagos. Pero seamos justos:
aunque sus palabras suenen a falta de respeto por la edad y
experiencia del ex Mandatario, recuérdese que en política el
respeto sólo se tiene por las cifras de votos y las de los aportes
para la campaña.
Por
lo demás Guillier sólo sintoniza con los tiempos.
Hoy ni la experiencia ni la sapiencia concitan mucho prestigio. Al
contrario. Una suerte de efebocracia domina el panorama. Hasta un
mero francotirador como ME-O tuvo su momento de gloria cuando pareció
bastarle, para llegar a La Moneda, su estampa de romántico
revolucionario de la Francia de 1848 y su incesante locuacidad; aun
hoy, en medio de pegajosos enredos Judiciales, mantiene una corte
itinerante de aduladores, barristas y porristas que lo acompañan en
su tournée por los Tribunales.
¿Se
podría esperar que en este clima adolescente como el reinante,
cuando ya no queda ni un joven combatiente que no luche cada mañana
frente al espejo para darse un “look” de barbudo a lo Boric o de
pelado ascético y monacal como Jackson, imperaran lógicas maduras,
reflexivas? Guillier no es un lirio ni tampoco emana de su
complaciente barriga de “bon vivant” un perfume de lozanía, pero
aun puede quizás trotar un par de cuadras sin desfallecer y
políticamente viene llegando. Ya con eso sería más que suficiente.
Isabel
y otros
Así
pues, no hubo ni habrá abrazos. No
los habrá con “la derecha”, a la cual por ningún motivo hay que
“entregarle” el Gobierno, ni puede haberlos con los presuntos
aliados del progresismo-leninismo porque no se sabe si harán el
papel de tránsfugas pasándose a la derecha o de descerebrados
volteando para la extrema izquierda o de apitutados aferrándose a
sus cargos o de advenedizos sujetándose a cualquier cosa. ¿Con
quién abrazarse entonces y para acordar qué? No se sabe. Nadie lo
sabe. La confusión, como decía el huaso, “es la yegua”.
Sólo
un par de cosas están claras. Primero, la juventud enfermiza del
ideario, recetario y catálogo de frases y poses heroicas para los
afiches que hoy predomina y que por sí sola hace imposible la
política de los abrazos, en Chile llamada “política de los
acuerdos”.
Por
lo demás, si esta hizo furor durante la administración Aylwin fue
menos por un repentino arrebato de sabiduría que por efecto de
cierto miedo cerval a un reestreno del 11 de septiembre. Como hoy ese
pavor no existe, los abrazos con adversarios igualmente asustados ya
no son requeridos. La estruendosa aniquilación de la derecha agrega
aun más confusión. El cataclismo llegó tan lejos que hizo posible
la aparición de eso que la fantasía lírica llama “políticos
jóvenes renovados”, aunque ni ellos ni sus cenáculos son más
efectivos que los salones literarios de la Belle Époque.
Segunda
cosa clara: hoy es a los compañeros de ruta a quienes es preciso
darles el aplastante y mortífero abrazo del oso. El adversario de
frentón ocupa otro territorio; es el viejo camarada quien nos
disputa los mismos metros cuadrados. Se les aniquila y con suerte,
como hacen los micreros, se pone en el vidrio “Adiós colega y
amigo”. No lo hicieron tan amorosamente con Isabel Allende,
quien terminó más de un mes postrada, quizás con depresión; tal
vez sí se decidan por un funeral de lujo para Lagos, aun pegado
abajo en las encuestas. Luego le tocará el turno -¿o antes?- a
Insulza, quien recibirá en su momento la invitación “a dar un
paseo”. Todas estas operaciones se celebrarán para despejarle el
camino al engalanado con las mejores cifras. Se llevará a cabo por
medio de un mecanismo repleto de democracia participativa, las
“primarias”.
En
la derecha
De
este sector no vale la pena decir nada. Tiene una sola carta y esta
no se decide a pedir o apostar.
A Piñera nadie lo abraza en su sector, donde despierta atroces
inquinas, mientras
desde la izquierda se lo abraza con una campaña inmisericorde
organizada por equipos situados en dependencias oficiales y
semioficiales. Serán capaces de imputarle crímenes en serie si
declara oficialmente su candidatura.
De todavía vivir y hacerlo en Chile, Loomis tendría tema para su
quinto libro.
Errores
sin responsables,
por Sergio Urzua.
Aun
cuando nos traten de hacer creer lo contrario, "disculpa" y
"perdón" no son términos equivalentes. Considere el caso
de Roberto Fantuzzi. Presionado por su picante e inadmisible muñeca,
el empresario declaró: "Si he ofendido a alguien, pido
disculpas", agregando "si realmente he cometido errores, lo
único que queda es 'perdón, perdón, perdón'". Por su parte,
el Ministro Jaime Campos ha contribuido a este tipo de imprecisiones
y por partida doble: pidió disculpas públicas tanto por plantear
que el centro del Sename donde murió una menor tenía "hartas
más comodidades" que el liceo de Talca en donde él estudió,
como por sus vulgares dichos sobre el Director de Gendarmería. Ambos
continúan en sus cargos.
La diferencia entre los dos conceptos es significativa. Véalo así: si producto de un fallo inesperado en el metro, Ud. llega tarde a una reunión, lo correcto es pedir disculpas. No existió intencionalidad, la ofensa no fue su responsabilidad. Sin embargo, si el atraso fue producto de su negligencia, Ud. sí es responsable, y entonces lo correcto es pedir perdón.
Desde un punto de vista económico, ambas peticiones buscan mitigar el costo infligido sobre un tercero. Sin embargo, el valor de solicitar perdón es mucho mayor, pues implica reconocer un error. Ahí entonces la trampa de los señores Fantuzzi y Campos (entre otros). Al confundir términos, evaden responsabilidades y eluden los costos de sus acciones. Por eso su arrepentimiento no convence.
¿Por qué no dar vuelta la página?, se preguntará Ud. Mal que mal es 25 de diciembre. Es que este tipo de acciones no debe ser tolerado. El riesgo de permitir la proliferación de estos "errores sin responsables" es demasiado alto para el país. A medida que aumentan en cantidad, mayor es la competencia entre los individuos dispuestos a utilizarlos y mayores los incentivos para perfeccionar la habilidad de embaucamiento. En rigor, una sociedad en donde se da por sentado que todo error es involuntario genera caldos de cultivo perfectos para que aflore lo peor de la naturaleza humana. Y cuando los casos emergen entre las autoridades políticas (ampliamente definidas), los efectos se amplifican: los comportamientos desafortunados trascienden, generando incentivos para que personajes que nunca debieron haber optado por el servicio público, ahora lo hagan. ¿Estamos muy lejos de eso? El caso del Diputado Gaspar Rivas sugiere que no. ¿El resultado? Mayores dificultades de generar lazos de confianza entre las personas y menor respeto por la institucionalidad.
Ante las faltas, ni el exceso de disculpas ni el perdón obligado son saludables. El arrepentimiento sincero es el resultado de un ejercicio individual, racional y libre; que implica no solo pagar, sino convencer que se está pagando un precio personal al momento de pedir perdón. Pero sin costos ciertos, ¿se puede reconocer el arrepentimiento? Como sociedad, ¿no estaremos haciéndoles demasiado fácil la tarea a quienes sabemos son responsables de los "errores sin responsables"?
El
factor zombie,
por
Héctor Soto.
Más
de un efecto zombie queda todavía en la política chilena. El más
evidente de todos quizás sea la Nueva Mayoría. Hace ya un buen
tiempo que la coalición oficialista murió como proyecto histórico
y sueño político. Pero ahí está, tal como los muertos vivientes,
y el Gobierno puede contar entre sus escasos éxitos que todavía no
se haya desarmado. Es harta gracia. Pero una cosa es que no se haya
quebrado y otra muy distinta es que sea un bloque político
operativo, que tenga conducción, que se sienta representado en el
comité político de La Moneda o que tenga alguna claridad sobre su
futuro. Es más, la competencia de abanderados Presidenciales que
se ha generado en su interior es mucho más reveladora de
desconcierto que de voluntad de proyección.
El
efecto no tiene nada de raro atendido el desastroso balance del
actual Gobierno. El problema ya no es solo la economía. También lo
son la política, el hundimiento final de la educación pública, el
fracaso en la contención de la delincuencia, la crisis del estado de
derecho en La Araucanía y el agotamiento de distintas reparticiones
públicas -desde los servicios de salud hasta el Sename, desde
Gendarmería hasta el Ministerio Público- para afrontar los retos
del presente y responder a las expectativas ciudadanas, entre muchas
otras variables. Aunque nada de esto sea muy nuevo y eso es lo
que siempre ha estado detrás de los bajos niveles de aprobación que
tienen la Presidente y su Gobierno, la Nueva Mayoría reaccionó con
sorpresa al duro revés electoral que el electorado le propinó en la
última elección Municipal. Sus dirigentes pensaban que, no obstante
haber hecho un mal Gobierno, no obstante haber impulsado una agenda
de reformas que el país comenzó a rechazar muy temprano, el mapa
político iba a seguir igual. La elección de Alcaldes opositores en
casi todas las grandes Comunas fue un inesperado balde de agua fría.
En el fondo, pensaban que la experiencia Gubernamental les iba a
salir gratis.
Y,
vaya sorpresa, no fue gratis. Aunque en condiciones normales una
experiencia así de dura debería haber precipitado tanto en los
partidos del bloque como en el propio Gobierno algún ejercicio
elemental de autocrítica, pasado el desconcierto inicial, La Moneda,
puesto que no divisa ninguna otra alternativa, sigue empeñada en
terminar lo que inició y en la mente de su coalición no cabe
ninguna otra preocupación que la de quién podría representar mejor
sus colores en la próxima elección Presidencial.
¿Será Lagos, será Insulza, será Guillier? Los Parlamentarios
oficialistas desde hace meses que evalúan, calculadora en mano, sus
posibilidades en los nuevos Distritos y Circunscripciones electorales
y saben, puesto que las posibilidades de reelegir un Gobierno son
pocas, que la única batalla que de verdad importará será la
elección Parlamentaria.
La
desazón de la Nueva Mayoría radica en no tener ningún precandidato
que interprete el ethos o el gen fundacional de la alianza. Lagos lo
recoge en una fracción mínima y su campaña está con serios
problemas de convocatoria. Insulza cree no tener la mochila de vetos
que lastra la postulación del ex Presidente, pero está lejos del
fervor ciudadano con el que la Nueva Mayoría se articuló, cuando se
creía que Bachelet era, más que un fenómeno invulnerable, una
bendición. Guillier, por su parte, es una figura que viene de fuera
de las orgánicas de la izquierda, y aunque de momento su programa es
un enigma, como candidato parece tener, hasta aquí al menos, algo
que en tiempos de política pragmática puede ser mucho más valioso
que las ideas: parece tener votos. Y esto, claro, nunca ha sido una
cuestión menor.
¿Por
qué una coalición con tantas heridas, a pesar de todo, se mantiene?
No es fácil responder a esta pregunta. Una hipótesis es que se
mantiene porque el bloque perdió la energía y la confianza para
regenerarse. La otra es que los escenarios que visualizan los
partidos fuera del paraguas oficialista pueden ser incluso peores que
los que tienen adentro.
Este es, sobre todo, el drama de la DC. Salvo un grupo, que puede
equivaler a un tercio del partido, sobre todo de Parlamentarios y
Jefes de Servicios, la DC nunca se sintió cómoda en el Gobierno de
la Nueva Mayoría. Pero, a su turno, nunca encontró un terreno
político medianamente acogedor para emigrar.
Haberse ido a la centroderecha era contrariar el ADN más profundo
del partido y pretender erigir algo propio en el centro, con
afinidades a lo que ha estado sembrando Ciudadanos e incluso
Amplitud, obligaba a realizar un trabajo político arduo que la DC
como partido hace décadas no realiza. Tras
tantos años acomodada en las poltronas del poder, la colectividad
hoy es un hipopótamo con poca iniciativa e ideas muy poco claras
acerca del país que quisiera construir.
Así las cosas, más probable es que la DC no se salga de la Nueva
Mayoría. El
camino propio, bonito como aventura, como desafío, constituye un
horizonte duro que solamente los partidos jóvenes y que estén
dispuestos a cruzar el desierto pueden asumir. No teniendo un
candidato Presidencial que califique en las ligas mayores, la DC
tendrá que mirar únicamente al Parlamento, y tal como están las
cosas, competir fuera del oficialismo podría significarle exponerse
a quedar con pocos Diputados y una bancada de Senadores en extinción.
De
eso es de lo que depende la Nueva Mayoría en la actualidad: de la
hoja de cálculos. Interpreta cada vez menos a los partidos, a las
bancadas Parlamentarias y a sus dirigentes. Por eso refunfuñan, se
lamentan, se recriminan, se conduelen. Pero es lo que tienen. Es lo
que hay.
¿Y
si lo damos vuelta?,
por
Jorge Navarrete.
EL
2016 ha sido un año duro para muchos.
En
cuanto a la política, este período marcó el estancamiento
definitivo en la popularidad del Gobierno, poniéndose por debajo del
30% de aprobación ciudadana, en lo que significa el peor registro
desde que contamos con instrumentos de medición. La crisis del
sistema de partidos, como la desafección institucional, fueron
reflejadas por las cada vez más bajas tasas de participación
electoral; lo que indistintamente ha golpeado a las dos grandes
coaliciones que tradicionalmente habían sido protagonistas del
debate político, dando paso a la mayor fragmentación.
Pero fue la percepción de corrupción generalizada, sumado el cada
vez mayor elenco de dirigentes investigados y formalizados, lo que
terminó por derrumbar el acuerdo político básico que nos rigió el
último cuarto de siglo. Todo
lo cual nos hizo también perder las maneras, consolidándose un
diálogo de sordos donde el republicano e incluso apasionado debate
de ideas, ha sido ensombrecido por la violencia física y verbal que
solo pretende silenciar a nuestros adversarios.
En
el ámbito económico las noticias no son mucho más alentadoras.
Una combinación de razones externas, sumado a la objetiva
responsabilidad que también tuvieron las autoridades locales,
contribuyeron a frenar de manera significativa nuestro crecimiento.
De esa forma, hemos sido testigos de cómo inversionistas y
empresarios reclaman airadamente por más certidumbre, al mismo
tiempo que desde sus propias filas se termina por minar el poco
prestigio de los principales agentes del mercado, en lo que son
continuas denuncias de colusiones y abusos hacia los consumidores,
especialmente aquellas personas más modestas.
Y así, mientras alguno soslayan la importancia del crecimiento
económico, como factor fundamental para superar la pobreza y reducir
la desigualdad, otros dan muestra de que su reclamo por mayor
libertad para emprender y generar riqueza, sigue desprovisto de una
base ética fundamental para actuar en los negocios.
Y
las organizaciones sociales y ciudadanas, que hoy cumplen de manera
más efectiva su función de denunciar y empujar por los necesarios
cambios, tampoco han podido canalizar y conducir esa rabia hacia
espacios de construcción.
La legítima protesta no ha dado paso a la necesaria propuesta,
acumulándose un desánimo que solo parece llevarlos a la mayor
radicalización, haciendo cada vez más difícil aunar posiciones o
generar procedimientos que reconozcan el rol, los intereses y las
responsabilidades de los múltiples actores en disputa.
¿Hay
algo que hacer? No lo sé con seguridad, pero quizás por la misma
esperanza que a muchos nos infunden estas fechas, creo que vale la
pena insistir -justamente con motivo de la elección Presidencial- en
la necesidad de que nuestro debate no solo se centre en las legítimas
diferencias, sino también en los mínimos acuerdos que han de regir
nuestro pacto político, económico y social, para los próximos
años.
"Y sin embargo, se mueve",
por
Raúl Figueroa y Daniel Rodríguez.
La
tradición dice que Galileo, tras ser forzado a declarar ante la
Inquisición que sus investigaciones estaban equivocadas y que en
efecto el Sol giraba alrededor de la Tierra (so pena de ser quemado
en la hoguera), desafiantemente afirmó: "Y sin embargo, se
mueve".
Esta anécdota hace pensar en la situación actual de la educación superior en Chile. Tras las protestas de 2011, el país se vio sometido al permanente escrutinio moral de un "tribunal" compuesto por lo que hoy se conoce como "la calle" y sus líderes. Muchos se sintieron obligados a abjurar de sus convicciones (de izquierda, centro y derecha) y a declarar, bajo juramento, que la educación superior chilena estaba en crisis, que estábamos al borde de un colapso total, que todo no era más que una gran estafa. Las políticas de acceso (como el CAE y las becas) eran un robo; la acreditación, una burla. Muchos concurrieron entusiastas a confirmar su fe en esta doctrina. La impopularidad parece ser un incentivo más efectivo que el fuego.
Pasó el tiempo, la buena noticia al parecer no llegó y el sistema siguió funcionando. Una universidad regional privada obtuvo la máxima acreditación de siete años, confirmando que el sistema es capaz de reconocer una larga trayectoria a la excelencia. Universidades privadas sin acceso a fondos basales (los pocos que tenían les fueron arrebatados) se acreditaron por primera vez en investigación, aumentando las capacidades académicas del país. A otras, Estatales y privadas que no cumplieron sus compromisos, se les disminuyó o perdieron la acreditación, mostrando que la institucionalidad es sensible a la pérdida de calidad.
Una universidad que no pudo mantener un estándar mínimo y puso en riesgo los derechos de sus estudiantes, académicos y trabajadores, entró a un proceso de intervención regulado por Ley. Otra, que vio en riesgo su proyecto, decidió fusionarse con una universidad acreditada para beneficio de sus estudiantes. La educación chilena tiene formas para administrar los fracasos, que ocurren en todo sistema.
Cerca de 67.000 estudiantes de primer año fueron beneficiados por el CAE (de un total de 113.000 postulantes elegibles). Alrededor de 141 mil personas están restituyendo los fondos que les permitieron estudiar. Hoy existen cerca de 1.170.000 estudiantes de pregrado en educación superior, 12.000 más que el año anterior. Además, la encuesta Casen 2015 muestra que la tasa neta de cobertura de la educación superior aumentó en el primer y segundo quintil.
En la reciente discusión presupuestaria, el Gobierno avanzó en igualar las becas de las universidades dentro y fuera del CRUCh, progresando en la eliminación de discriminaciones arbitrarias. La política presupuestaria de gratuidad, que terminó siendo un programa focalizado en los más vulnerables, se implementó, y las instituciones que adscribieron, a pesar de perder cerca de 20.000 millones de pesos, subsisten en el convencimiento de que los problemas se subsanen.
Así, el permanente discurso de crisis no parece reflejarse más allá de la política. Nadie duda de que se necesitan cambios para enfrentar los desafíos que vienen. Pero otra cosa es negar la realidad. A pesar de todo, la educación superior chilena se mueve.
Crucigrama
Presidencial,
por
Max Colodro.
El
próximo mes de enero estará marcado por una sucesión de
definiciones relevantes en el ámbito Presidencial de la
centroizquierda. En un lapso de apenas 30 días, cuatro de los
partidos que conforman la Nueva Mayoría proclamarán a sus
candidatos o resolverán sobre el procedimiento para escogerlos. Será
el momento en que se pondrá en movimiento la lógica fría de los
partidos, de sus tendencias, correlaciones internas y cálculos
subyacentes, mientras la ciudadanía observará con más o menos
indiferencia desde la vereda del frente. Y todo ello, en un contexto
donde una nueva encuesta CEP será referencia obligada, quizá la
principal conexión con el enigmático clima político en el que las
distintas alternativas se pondrán en juego.
El
Partido Radical es el primero que moverá sus piezas en el tablero,
proclamando el día 7 al senador Guillier, es decir, precisamente a
quien hoy se impone como la alternativa más competitiva según todos
los sondeos de opinión. Con esto, su presencia en la primaria de la
Nueva Mayoría del 2 de julio quedará asegurada, pero su actual
posicionamiento como carta independiente y distanciada de los
partidos se verá relativizado. Alejandro Guillier bajará finalmente
a la arena a la que con éxito se ha resistido hasta ahora a
descender, esa donde hoy todo es desgaste, costos de imagen e
impopularidad.
Luego
será el turno del PPD, colectividad que en los últimos días se ha
abocado a explorar con el PS una fórmula que evite llegar con dos
candidaturas a la primaria del 2 de julio próximo. En la reunión
del viernes pasado entre ambas directivas se fortaleció dicha
posibilidad, pero se ratificaron también los itinerarios fijados por
separado: el PPD proclamará al ex Presidente Lagos el 14 de enero y
el PS decidirá el 21 si sigue adelante en su intención de hacer una
primaria interna o, en cambio, designa un candidato a través de una
resolución de su comité central, es decir, sin la participación de
militantes y simpatizantes.
En
rigor, si el PS opta por designar a su candidato sin consultar a las
bases del partido, las probabilidades de converger con el PPD en la
ratificación de Ricardo Lagos aumentan. Si, por el contrario, se
insiste en una primaria o consulta interna, la posibilidad de que
ambas colectividades se encuentren con dos candidatos distintos en la
contienda de julio se fortalece. Si bien ahora el camino de una
candidatura unitaria parece estar reviviendo desde las cenizas, la
verdad no dejaría de ser tragicómico que los socialistas terminaran
al final inclinándose por el ex Presidente Lagos, cuando son la
colectividad que desde el anuncio de su disposición a competir ha
hecho los principales esfuerzos por debilitar sus posibilidades.
Por
último, está la situación más compleja y difícil de proyectar:
la que deberá afrontar la DC en su junta nacional del 28 de enero.
La falange tiene en los hechos tres alternativas: ir a la primera
vuelta con un candidato propio, corriendo el riesgo de quedar
marginada del pacto Parlamentario de la Nueva Mayoría; competir en
la primaria y salir aún más debilitada que cuando concurrió con
Claudio Orrego en 2013, o escoger a uno de los candidatos presentado
por otra fuerza política. Si el PPD y el PS finalmente logran
designar un nombre común, esta última opción puede hacerse más
factible, pero si llevan dos distintos, esa posibilidad se vuelve
mucho más difícil. En los hechos, la DC no tiene en la actualidad
una figura con un mínimo de respaldo para sustentar una candidatura
viable; tiene, en cambio, tres caminos posibles, pero todos ellos
suponen más riesgos que beneficios. Al final, la falange solo podrá
aspirar a escoger la menos gravosa de sus menguadas opciones.
En
síntesis, el crucigrama electoral del oficialismo tiene por delante
un mes de alta tensión. Se acabaron los tiempos de la especulación
y llegó la hora de las decisiones, en un proceso donde se pondrán
en juego la proyección y la identidad de la Nueva Mayoría. La
magnitud de las lógicas e intereses contrapuestos sobre la mesa es
tal, que la opción hoy más competitiva según todas las encuestas
no parece ser la más simple, sino, paradójicamente, la más
controversial.
¿Derrota
de la izquierda? Bancarrota,
por
Gonzalo Rojas.
Carlos
Ominami ha dicho que la izquierda enfrenta "el riesgo de tener
no solo una derrota electoral, sino también una derrota cultural,
ideológica que nos puede dejar heridos y marginados de la escena
pública por un tiempo muy largo".
Para que se produzca una derrota de esa magnitud, ¿hace falta que un rival la propine?
Habitualmente, sí, pero en el caso de la izquierda chilena no.
En realidad, mucho antes de la eventual derrota del año próximo, la izquierda oficial había entrado en bancarrota. Su quiebra es de tal irreversibilidad que incluso, para lograr disimularla, podría optar por una medicina de cuidados paliativos al enfermo terminal; pero no de la buena, sino mediante un pobre placebo: pretender, con Guillier, curar una fractura expuesta mediante un antiinflamatorio.
Bancarrota.
Bancarrota moral, porque las políticas de la izquierda han colocado a los chilenos en una posición de supuesta autonomía que, dada la precariedad de nuestra humana natura, ha llevado a buena parte de la población a hacer más y más intensas leseras, una tras otra.
Bancarrota cultural, porque aunque hayan llovido los millones para el Fondart y cuanta locura grotesca se le haya ocurrido a iconoclastas jóvenes y viejos, la cultura verdadera, la del lenguaje y la belleza, la del pensamiento y la armonía, esa, la pobrecita, sigue ausente o refugiada en uno que otro cenáculo.
Bancarrota ideológica, porque desde los supuestos teóricos hasta las reformas estructurales, los fracasos han sido continuos. No se ha salvado nada, no le han apuntado a una. En lo tributario, en lo educacional, en lo laboral, en la seguridad, en lo Judicial, en la probidad, en el crecimiento, en lo Constitucional...
Chile es hoy un país más pobre que hace tres años, y en las dimensiones que Ominami escogió, está en bancarrota: si se mira con cuidado, sus pobrezas son muy evidentes.
Y si un candidato de Chile Vamos lograra ganar, ¿podría de verdad iniciar la reconstrucción nacional?
Ilusión de ilusiones, todo sería ilusión.
Así como la izquierda se ha derrotado sola, no parece que la actual centroderecha pueda reconstruir por su cuenta. No será más de lo mismo; será otra cosa, pero no la cosa necesaria.
Si realmente fuera posible aprovechar la bancarrota de la izquierda Gobernante y propinarle una derrota "que la deje herida y marginada de la escena pública por un tiempo muy largo", eso va a depender de otros actores, no principalmente del nuevo Presidente o de los nuevos Parlamentarios, por importantes que puedan llegar a ser.
La clave estará en las coordenadas de lo moral: las familias -y en particular, las asociaciones de familias aún poco operativas-, los colegios particulares de todos los tamaños y orientaciones, y las denominaciones religiosas. En buena medida, la izquierda nos ha venido haciendo picadillo por la debilidad de estos núcleos de lo moral.
A eso se sumará el eje cultural. Y ahí la fuerza pueden hacerla las universidades libres, los artistas puros y simples, y los intelectuales públicos dispuestos a proclamar y a defender el bien común. Son las tres dimensiones por las que se expresan el lenguaje, la belleza, el pensamiento y la armonía, grandes ausentes hoy.
Si, más aún, se abriera un nuevo eje doctrinario en el que liberales, conservadores y socialcristianos pensaran en serio a través de sus libros, de sus centros de estudio, de sus nuevos partidos, entonces las viejas ideas, las de siempre -la rueda ya inventada, el fuego que calienta-, encontrarían sin duda nuevas políticas concretas para superar las pobrezas.
Si algo así pasara, la profecía de Ominami habría transformado la bancarrota de la izquierda en victoria de la derecha.
Chile,
un país quejoso y confundido,
por
Sebastían Edwards.
Hace
unos días, un amigo argentino me lanzó la siguiente lindura: “Los
chilenos son unos bebés, unos malcriados, quejosos y lloricones”.
Quedé estupefacto, sin saber qué decir. Pensé en las dos últimas
Copas América, pero no me salieron las palabras. Mi amigo aprovechó
mi silencio para lanzar una nueva andanada: “Hasta hace unas
décadas, Chile era un país de cuarta. Un país simpático, pero
mediocre, apagado, inseguro”. Luego hizo un ademán de fastidio y
remató: “En verdad, no entiendo de qué se quejan. Son una manga
de confundidos. Si quieren tener razones para quejarse, vénganse a
vivir un tiempito a la Argentina”.
Respiré
hondo y traté de explicarle. Más que un estallido de quejas
injustificadas, dije, en Chile hubo un despertar de la clase media,
una toma de conciencia de su poder político y económico. Esta
clase media hoy reclama cosas atendibles, cuestiones que en los
países avanzados son consideradas normales y obvias: un trato digno,
buen uso de sus impuestos, productos de buena calidad, cultura y
esparcimiento. Exige un sistema político transparente, una sociedad
sin dobleces, tolerante e inclusiva; un mundo más plano, con
oportunidades para todos, con mayor igualdad, mayores libertades
individuales y derechos sociales.
Al mismo tiempo, rechazan la incompetencia, la palabrería hueca, los
arreglos entre cuatro paredes.
Nada de lo
anterior es esotérico ni incomprensible; es algo que ha sucedido en
todos los países cuando la clase media se masifica y el nivel
económico llega a un cierto nivel. Es saludable, y hay que
celebrarlo con efusividad.
Pero, claro, este proceso genera algunos problemas: la elite se resiente ante la llegada de este nuevo actor social con ideas propias y con poder. Lo resiente y hace lo imposible -incluso trampas- por aferrarse al poder.
Lo
segundo es que los demagogos se aprovechan de un fenómeno sano,
natural y luminoso, para impulsar ideas mal cocinadas, embustes
burdos, nostalgias de noches de insomnio. Es un grupo pequeño, pero
estridente, que prefiere el bullying político a las discusiones
serias. Usan las redes sociales como megáfono y manopla de matón de
barrio.
La
falacia instalada
La
mayor falacia en la política chilena es que “el modelo” -sea
como sea que se defina- fracasó; que la Concertación apoyó
políticas nocivas para la ciudadanía y que ya no tiene nada que
ofrecer. Esta noción, impulsada por gente como Fernando Atria -el
autodenominado “candidato de las ideas”-, no resiste un análisis
serio.
Cualquier
conversación profunda debe partir por preguntar cuál era la
alternativa a “el modelo”, y luego inquirir qué hubiera pasado
si se hubiera tomado ese camino alternativo. Esto es lo que en las
ciencias sociales se llama “el contrafactual”.
Tomemos a Chile en 1980 y comparémoslo con otros países de la región; luego, tomémoslo hoy, y hagamos la misma comparación.
En 1980, Chile tenía un ingreso per cápita prácticamente idéntico a Costa Rica y Ecuador: 3.400 dólares, calculados con la metodología de paridad de poder de compra. Hoy en día, Chile tiene un ingreso por habitante de 24.000 dólares; Costa Rica, de 16.000, y Ecuador, de tan sólo 11.000.
Vale
decir que después de haber seguido “el modelo” y haber tenido
cuatro gobiernos de la Concertación, Chile tiene un estándar de
vida 50% más alto que Costa Rica, y más de 100% mayor que el de
Ecuador. ¿Qué hicieron estas dos naciones durante estos años?
Costa Rica continuó con el modelo tradicional latinoamericano:
proteccionista, con un enorme rol del Estado, con inflación alta y
tipo de cambio fijo y retrasado. Ecuador ensayó la ruta populista,
con una nueva Constitución con 444 artículos, repleta de los
detalles más absurdos, rebosante de controles e ideas mesiánicas.
¿Y la desigualdad? En este ámbito la cosa es así: entre mediados de 1980 y ahora la distribución del ingreso empeoró marcadamente en Costa Rica y mejoró en forma importante en Chile y Ecuador. En Chile, el Coeficiente de Gini mejoró en 5,7 puntos, mientras que en Ecuador lo hizo en 5,1 puntos. A pesar de esto, en Chile la distribución sigue siendo más desigual que en estos países. Para Chile, la distribución del ingreso es, sin duda, una asignatura pendiente, aunque a la UDI no le guste. Los Gini más recientes son: Chile 50,5, Costa Rica 48,5 y Ecuador 45,4.
Pero
esto no es todo. Consideremos dos de nuestros mayores rivales
futboleros. En 1980, el ingreso per cápita de Chile era la mitad
(54%) del de Argentina, y tan sólo un 80% del de Uruguay. Hoy,
superamos a ambas naciones: a Argentina en un 19% y a los charrúas
en un 11%. Entre mediados de 1980 y ahora, el Gini casi no ha
cambiado ni en Argentina ni en Uruguay (ambos más igualitarios que
Chile).
Lo
anterior es decidor y sugiere lo siguiente respecto del
“contrafactual”: si Chile hubiera seguido un camino distinto,
nuestros ciudadanos tendrían un nivel de vida mucho más bajo y es
muy probable que la distribución del ingreso no hubiera mejorado: no
sería muy diferente a de mediados de 1980. Es decir, sin “el
modelo” seríamos un país como Ecuador o Costa Rica. ¿Eso es lo
que quieren los críticos? No lo sé, pero seguro que no es lo que
querría la población.
Cuentas
por pagar
Pero,
claro, los frívolos de la diatriba dirán que hay más. Según
ellos, un pecado de “el modelo” es haber impulsado un sistema de
concesiones que ha beneficiado al sector privado. Pero, nuevamente,
esta es una crítica falaz. La pregunta pertinente es si este sistema
ha tenido beneficios sociales que han mejorado la calidad de vida de
la población y la productividad y, por ende, los salarios.
El Instituto Kiel en Alemania construyó un índice comparativo de calidad de la infraestructura en el mundo. En 1990, Ecuador y Chile tenían la misma calidad de infraestructura -estaban en el lugar 75 y 76 del ranking- y Costa Rica los superaba a ambos. Hoy día, Chile está mucho mejor posicionado que estas dos naciones. De hecho, en la actualidad, Chile tiene la segunda mejor infraestructura de la región; sólo nos supera Panamá con su canal.
Desde
luego, lo anterior no significa que todo fue perfecto o que no se
cometieron errores. Desde luego que se cometieron -hubo
ineficiencias, corrupción, abusos-, pero así y todo no hay manera
de borronear los logros de los primeros 35 años de democracia. La
realidad es que Chile pasó de ser, como dijo mi amigo, “un país
de cuarta”, a ser la estrella más brillante de América Latina.
Pero ese modelo ya no da los mismos frutos que dio en su momento. Es hora de pasar a una nueva etapa, de construir sobre lo logrado. Es hora de recurrir a arquitectos e ingenieros, a carpinteros y albañiles, a constructores lúcidos, a individuos con visión de futuro. Chile debe buscar un futuro moderno, más justo e igualitario, más solidario y tolerante. Un futuro con dignidad y sin abusos. Para lograrlo no necesitamos retroexcavadoras.