Sin
vacilar marchad…”,
por
Fernando Villegas.
Muchos
la oímos en nuestra más tierna infancia, a veces en el Parque
O’Higgins, por entonces llamado “Cousiño”, en otras ocasiones
en una plaza cualquiera; me refiero a la canción “sin vacilar
marchad, soldados de Jesús…”.
Era de rigor que la entonaran las congregaciones protestantes que por
esos años evangelizaban al aire libre.
Sus feligreses, sin hacerse en esa época distingos de sectas o
confesiones, eran todos por igual denominados “canutos”. Al ritmo
de un bombo dichos emisarios de la palabra de Dios, siempre
correctamente vestidos pese a sus algo traqueteados uniformes azules,
desfilaban en perfecto orden, luego se apostaban en fila a la sombra
de un árbol y finalmente predicaban su Credo. Muchos ciudadanos
deben haberse preguntado cuál podría ser la atracción de dichas
prédicas porque, para ser francos, nunca o rara vez se veía a nadie
escuchándolos con la debida atención, menos aun acercándose al
director de orquesta en busca de la Salvación Eterna o, de cualquier
modo, manifestando algo más que la sorna fácil acudiendo al rostro
de una audiencia que por esos años era 99% católica. ¿Pero qué
podía saber el ocasional visitante del parque, transitorio auditor
de dichas prédicas? Era incapaz de siquiera imaginar de qué
irían las cosas más allá de ese fugitivo momento, cuando estaba
siendo testigo de tanta indiferencia por parte del respetable
público. Pero los “canutos” perseveraban porque nunca se sabe.
La pesca de almas es negocio difícil, aunque con la compensación de
que siquiera una sola capturada vale la pena. Y el tiempo cumplió su
obra; con esas aparentemente inútiles redadas espirituales y el paso
de los años las iglesias evangélicas fueron sumando una
numerosísima y muy comprometida feligresía. Así
sucedió porque para lograrlo contaban con algo más que los
uniformes y el bombo: contaban con un mensaje.
Los chilenos que
en esos años éramos niños hemos podido ver, a lo largo de las
peripecias de la historia nacional, infinidad de marchas también
celebradas sin vacilaciones y también amenizadas por bombos y hemos
escuchado cientos de convocatorias no tan distintas a las de los
“canutos”,
pero nunca antes experimentamos una variedad tan desprovista de
mensaje como los desfiles callejeros con que hoy porfían los
estudiantes.
Son, sus actuales marchas, no el equivalente a la briosa entrada a
escena del ujier que va a entregarnos un sustancioso mensaje, sino se
han convertido en el mensaje mismo y limitado a decirnos que los
nenes están transportando sus cuerpos desde un sitio a otro de la
ciudad. Mensaje propiamente tal los estudiantes lo tuvieron sólo al
comienzo del “movimiento”, aunque ya entonces era, como lo es
hoy, una expresión carente de auténtico contenido, “educación de
calidad”. De todos modos esa frase titulando lo que hoy se revela
como un libreto vacío prendió en los medios, hipnotizó a los
adultos y legitimó a los chiquillos. Sonaba bien y se hizo
intocable. Quienes pidieron explicaciones acerca de en qué consistía
y se expresaba dicha “calidad” y cómo se podía obtener, fueron
desoídos y acallados; lo primero era, dijo el Ministro Eyzaguirre,
“instalar la infraestructura”, expresión con un aire de cosa
científica y sociológica que viste mucho, pero en la práctica la
infraestructura de Nicolás se tradujo en el superestructural y
pedestre tema del dinero, primero a cargo de Arenas y ahora de
Valdés. Dinero para la gratuidad sin importar la calidad del
postulante ni de la carrera, dinero
para comprar instalaciones ya existentes, dinero para subirles el
sueldo a los profesores, dinero para mejorar el “aporte basal” de
las universidades tradicionales, dinero, dinero, dinero…
Pero si esa
persistente vacuidad conceptual de las autoridades acerca de la
educación es desastrosa, la actitud de una sustantiva parte del
estudiantado es todavía peor. Desalienta el verlos perdidos en medio
de un revoltijo de frases hechas, propuestas demagógicas, torpes
declaraciones a la prensa, demandas confusas y rabietas destructivas
que no hacen nada salvo pisotear lo que resta del sistema; tampoco
anima el espectáculo que dan demasiados jóvenes más repletos de
instintos vandálicos que de afán de saber, más dados al saqueo que
a la lectura, más interesados en la cerveza que en el estudio y sin
otro uso para la cabeza que como sostén de una capucha. Y
finalmente abruma ser testigos de cómo la mayoría que quisiera
seguir otra senda se queda de brazos cruzados dejando a una minoría
tomar de rehén el movimiento y conducirlo al precipicio.
El actual mensaje
del movimiento no tiene ya en su corpus lugar para la frasecita
acerca de la educación “gratuita y de calidad”. Ha ido
reemplazando esa y otras frases generales, buena onda y amorosas por
un stock cada vez más grande de eslóganes y bravatas. De
ahí la confusión y desintegración paulatina del movimiento.
Limitados a no tener otro terreno común que el despliegue físico de
marchas y tomas, violencia y nihilismo, los estudiantes están ahora
a años luz de esos evangelistas de plaza y de parque que no contaban
con cobertura mediática ni aplauso, pero predicaban algo
comprensible y aceptable.
Tras esa
transformación desde la buena a la mala onda hay, escondido, un
mensaje bastante antiguo y sórdido, suerte de llaga interna que ha
supurado por años sin que nadie se percatara. Y es sólo ahora,
cuando la lucha por la “calidad” se convirtió en la “lucha
popular” y la propuesta se redujo a marchar por las calles, tomarse
-y vandalizar- establecimientos educacionales, adueñarse de las
“redes sociales” y convertir en rehenes a los medios de
comunicación, cuando dicho mensaje oculto al fin se revela y nos
dice que 50 años de televisión son más que suficientes para
desmoronar el alfabetismo de tres generaciones, que de padres poco
educados vienen aun peores críos y que sin sanciones ni
supervisiones la criatura humana, en especial la de pocos años,
revierte fácilmente al estado de naturaleza y barbarie.
Es un alarmante mensaje acerca de cuán colosal ha sido el desplome
de los mecanismos de socialización, de la aterradora velocidad de la
caída de las exigencias más elementales, de los pasos en reversa
que ha
significado el reemplazo de una cultura textual por otra visual, el
del imperio de la civilización por el de la bestialización
consumista, el lenguaje de las exigencias y la excelencia por
las burdas apetencias de la cultura de masas.
No será entonces
con planes mal concebidos y peor ejecutados, no será con traspasos
de propiedad de los liceos desde un mantenedor al Ministerio, no será
arrinconando a las universidades privadas, no será otorgando becas
al voleo ni ofreciendo derechos ampliados, no será con Gobiernos
universitarios tri-estamentales ni con el fin de las
“discriminatorias” selecciones académicas, no será con la
destrucción de los colegios emblemáticos y la puesta en vigor de
tómbolas de ingreso que se pondrá remedio a la enfermedad; tampoco
cooperará un estudiantado que no es parte de la solución, sino del
problema. Si el
desbarajuste tiene solución sólo a largo plazo, análogamente su
origen es de larga data. Su abrumadora presencia no será borrada con
improvisaciones y por eso ya podemos prever las dificultades con que
el país enfrentará sus tareas el próximo decenio por falta de
materia gris.
Experimentamos, hoy, el sabor del envenenado fruto sembrado no por
este Gobierno ni la media docena de administraciones anteriores, sino
por la brutal transformación de las estructuras culturales y el
desmoronamiento de los controles institucionales. Eso
ha generado, hasta ahora, al menos tres generaciones de pobre
formación, ciudadanos semianalfabetos ajenos al esfuerzo e imbuidos
de la creencia de que se les deben derechos universales, prestaciones
desde la cuna, bonos, beneficios, becas y perdonazos. No
poca parte del clima político y mental del presente brota de dicha
cosecha de almas convencidas de que a ellas se les debe todo porque
resplandecen, con sólo respirar, con las más elevadas virtudes.
La
Alianza del Pacífico como escuela Presidencial,
por Roberto Ampuero.
Atravesamos,
sin lugar a dudas, la etapa económica y política más álgida
desde que el país regresó a la democracia, y es posible que
-con excepción del Gobierno de Salvador Allende- el actual sea el
con mayores turbulencias en nuestra historia democrática desde
1958. Una de las razones para esto es la aplicación a rajatabla de
un programa de Gobierno rupturista con respecto a lo que Chile venía
construyendo por décadas y que lo mantuvo como referente inspirador
-no perfecto, desde luego- para numerosos países e instituciones.
El "síndrome Cristóbal Colón" del que sufre la actual
administración -esto es, creer que la historia comienza con el
arribo de uno- ha resultado pernicioso en lo general, polarizador en
lo político y desconcertante en lo económico. Por fortuna, en
materia de integración regional, La Moneda optó por la
continuidad, es decir, por seguir impulsando la exitosa Alianza del
Pacífico, que abrazó el Gobierno de Sebastián Piñera.
Esta Alianza -integrada por Chile, Colombia, México y Perú- fue fundada en 2011 por iniciativa del ex Presidente peruano Alan García, y entre sus objetivos figuran crear un área de integración para lograr la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas; impulsar el crecimiento y el desarrollo económico con el fin de alcanzar mayor bienestar, justicia e inclusión social, y devenir plataforma de articulación política e integración para proyectarse al mundo, en especial, al Asia-Pacífico. La AP, con más de 210 millones de habitantes y la mitad del comercio latinoamericano, es una de las zonas económicas más dinámicas del planeta y, desde luego, la de mayor éxito en la región. Basada en el libre comercio y ajena a la retórica florida que suele abundar en agrupaciones regionales, surgió como integración pragmática, profunda y no ideológica frente a la integración bolivariana impulsada por Hugo Chávez, de la cual lamentablemente quedan más bien las declaraciones de intenciones.
Pese a que la administración Piñera se la jugó por promover la Alianza del Pacífico, que cuenta con Panamá y Costa Rica como candidatos a miembros y 49 Estados observadores, la administración Bachelet mostró en un inicio tibieza frente a ella. De hecho, intentó mantener equidistancia frente a los principales esquemas integradores regionales y asumir el rol de puente entre ellos, algo complejo debido a la brecha que existía en las respectivas realidades y visiones económicas y políticas. La causa para esa tibieza es de explicación simple: la AP se inspira en el emprendimiento privado y el libre comercio, y busca sin complejos las oportunidades que brinda la globalización, actitud que difiere de la postura estatista, proteccionista y a trechos anticapitalista del ala jacobina en la Nueva Mayoría.
Sin embargo, el ostensible fracaso de la integración bolivariana, más retórica que real, que se fue haciendo evidente por la pérdida de vitalidad de Brasil, la crisis Argentina, el desplome de Venezuela, la pérdida de aire de Ecuador y las carencias crónicas de Cuba, terminó por colocar a un Gobierno de corte refundacional ante la única alternativa de integración regional seria. No quedó otra. Y hoy parece no haber otra. En esto, la Presidente Bachelet -aunque más proclive al Brasil de Dilma Rousseff que al México de Enrique Peña Nieto- leyó, sin embargo, correctamente la realidad. Si bien aspira a reformar a Chile y adhiere a nivel nacional al "principio esperanza" de Ernst Bloch, en materia de integración regional escogió el "principio realidad". ¡Bien por Chile y la AP!
No debe olvidarse, en ningún caso, que hasta hace poco Chile era un ejemplo sólido dentro de la AP por sus logros sostenidos en crecimiento, apertura, inversión, éxitos en la lucha contra la pobreza y monto de PIB per cápita (exhibe US$ 23.500, Colombia 13.800, México 9.000 y Perú 12.100). Ahora, sin embargo, estos socios nos observan preguntándose si no habrá comenzado nuestro declive, el fin de la excepcionalidad chilena. En rigor, Perú nos duplicará en crecimiento este año, Colombia avanza hacia una paz que beneficiará su clima económico, y México cuenta con un potencial económico, una ubicación geográfica y mercados vecinos formidables. Es evidente que en la AP observan con extrañeza el impacto económico de las reformas de Bachelet, su abrupta impopularidad y el clima de violencia y polarización que comenzó a envolver a nuestro país.
Durante el año que presidirá la Alianza, que comienza ahora, la Presidente tendrá la oportunidad de poner de manifiesto su compromiso y plena sintonía con la integración más exitosa lograda en tierras latinoamericanas. Podrá asimismo demostrar que, más allá de sus convicciones ideológicas, sabe actuar de modo pragmático y eficiente. Pero, por otra parte, afrontará el gran reto de resolver las prioridades que se propuso para su mandato: la mejora de la calidad de la educación, la innovación para impulsar la transformación productiva y la internacionalización de las pymes. Es precisamente en estos ámbitos -el manejo de la educación, la economía y el mundo de los emprendedores- donde Bachelet ha cosechado gran parte del masivo rechazo ciudadano. Tal vez la conducción de una alianza regional de carácter pragmático y basada en el diálogo y los consensos tenga la virtud de contagiar a la Mandatario de un nuevo estilo para lo que le resta de su Gobierno.
Crónica
de una certificación,
por
Axel Buchheister.
La
Ministro En Visita que investiga miles de pensiones “no
contributivas” (sin cotizaciones) otorgadas a exonerados políticos
y que serían irregulares, sobreseyó a 54 Parlamentarios de la
Concertación, muchos de los cuales certificaron sin base que los
postulantes tenían esa calidad,
por no encontrarse completamente justificada la comisión de un
delito. Aunque ella misma señaló que hubo “laxitud” al expedir
los certificados.
El Presidente del
Consejo de Defensa del Estado, organismo encargado de velar en juicio
por los intereses Fiscales y que no apeló a la resolución, nos
explica: es que no se pudo acreditar que las certificaciones hayan
sido “mendaces” (mentirosas). ¿No son mentirosas? Sorprendente,
puesto que interrogados los Parlamentarios, muchos no pudieron
recordar de quiénes se trataban, dónde trabajaron ni nada sobre las
certificaciones que otorgaron; esto es, cómo es que eran exonerados
políticos.
El contexto, por lo demás, refuerza la impostura: es posible que un
Parlamentario conozca a dos o tres exonerados, pero algunos dieron
cientos de certificados.
Para
justificarse, dieron
variadas disculpas, que están lejos de justificar. Por ejemplo, la
hoy Senador Isabel Allende emitió 598 certificados de exoneración
política.
Sin embargo, declara que no lo hizo ella, sino que habría sido su
Jefe de Gabinete, usando un cuño (timbre) con su firma. Entonces,
ella no tiene responsabilidad ni es problema suyo. ¿Y qué pasó con
el Jefe de Gabinete? Que se sepa, nada.
Ahora bien, ¿si
usted fuese con un certificado con un simple facsímil de firma a
cualquier oficina pública para hacer un trámite, cree que se lo
aceptarían? La respuesta -usted sabe- es un “no” rotundo.
Entonces, ¿alguien siquiera va investigar al organismo público que
cursó pensiones en esos términos? Parece
que no, porque en Chile se instaló el doble estándar: cuando se
trata de adictos a la Nueva Mayoría, difícil que se investigue o
juzgue algo, menos a los Parlamentarios. Esa es la realidad.
Y es que eran
pensiones para la izquierda.
El argumento es que fueron exonerados políticos durante el Gobierno
Militar de la administración pública, de empresas del Estado o de
empresas privadas que fueron intervenidas.
No está demás recordar que el ex Contralor Ramiro Mendoza dictaminó
que entre estas últimas estaba el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (sí, el MIR), un reconocimiento al emprendimiento.
Pero nadie dice
que muchos de esos despidos tuvieron lugar en un entorno de una grave
crisis económica heredada, en que había una administración pública
repleta de funcionarios innecesarios, empresas públicas deficitarias
y que las privadas fueron intervenidas en forma ilegal en el gobierno
de la UP, todo lo cual exigía de severos e indispensables ajustes.
¿Cómo saber cuáles fueron los despidos “políticos” en ese
proceso? Imposible, pero se ideó la solución, que quizás de dónde
salió, porque no está en la Ley: los Parlamentarios certifican. Lo
que pasó después, no fue más que “la crónica de una
certificación anunciada”, como cualquiera pudo predecir y hoy
nadie quiere investigar.
De
la reforma agraria a la Constitucional,
por
Sebastián Soto.
Podemos
sacar lecciones de la reforma agraria para tenerlas en cuenta en el
proceso constitucional? Dos seminarios a propósito de los 50 años
de la reforma agraria muestran interesantes semejanzas entre ambos
procesos. Uno fue en la Biblioteca Nacional y el otro en Libertad y
Desarrollo.
La primera coincidencia se da a nivel de contexto. Como señaló el ministro de Agricultura, Carlos Furche, la reforma agraria fue el fruto de un largo proceso en el que influyeron la Revolución Cubana y los extendidos índices de pobreza. Pero también su origen se encuentra en la crítica a instituciones básicas como el derecho de propiedad. Este se vio severamente debilitado por la vía de los hechos y de la reforma constitucional del 67.
Algo similar se aprecia cuando se habla de cambio constitucional. La crítica también ha tomado la forma de un cuestionamiento de normas institucionales básicas, como son el rol del Congreso Nacional, las reglas vigentes de reforma constitucional y la democracia representativa. Incluso fórmulas extrainstitucionales llegaron a adquirir inusitada fuerza.
La segunda coincidencia se aprecia en el diagnóstico... o más bien en la falta de uno. Para algunos, la reforma agraria era necesaria para mejorar la producción y la situación de los campesinos. Para otros, el problema era más ideológico: cambiar la estructura económica del campo y romper la hegemonía social y política del patrón.
El problema constitucional también carece de un diagnóstico compartido. Para varios, el problema es su origen: que la Carta vigente haya nacido en dictadura la invalida hasta el día de hoy sin que las reformas y su ejercicio hayan logrado sanearla. Para otros, el problema es su contenido global, y hay quienes buscan recuperar los "afectos". También hay de aquellos que ven en la batalla constitucional una cuestión ideológica contra eso que ha venido a llamarse "el modelo".
La tercera coincidencia se vincula con las expectativas. La reforma agraria, prometía Frei, crearía 100.000 propietarios. También se planteaba como el medio para tecnificar la agricultura o para crear formas asociativas mucho más productivas. Nada de eso se cumplió.
En el debate constitucional, esta ha sido irresponsablemente calificada como la causa de todos los problemas. Y por eso las expectativas de una nueva son altas. La encuesta Cadem muestra que los chilenos creemos mayoritariamente que la nueva Constitución mejorará nuestra salud y educación, y que hará de Chile una sociedad con menos desigualdad. Pero sabemos que en eso la Constitución tiene poco que ver.
Estas son coincidencias que muestran que el camino que estamos recorriendo en materia constitucional se asemeja, en alguna medida, al que recorrimos hace décadas con la reforma agraria. ¿Qué podemos aprender para que este proceso constitucional no sea tan traumático como fue la reforma agraria? Al menos tres aspectos se tornan evidentes.
El primero es ponderar correctamente el contexto. El debate actual solo tiene ropajes constitucionales, pero sus fuentes se hunden en un cuestionamiento intenso al modelo de sociedad que Chile ha construido en las últimas tres décadas. Por eso, no es sabio sentarse a esperar que pase la ola. Lo razonable es entrar en el debate, revelar las trampas e ir acotando la cancha para discutir aquello que de verdad puede resolver un cambio constitucional.
El segundo es compartir un diagnóstico. Si la crisis es de confianza, probablemente un debate constitucional global nos distrae de lo relevante. O, dicho de otra forma, ¿cuáles son las reglas o instituciones concretas que requieren una modificación para resolver el problema diagnosticado? En esta curiosa narrativa constitucional, donde no importa el contenido, sino solo el mecanismo, hemos dejado de poner atención a los diagnósticos concretos para quedar sometidos a un debate sin orilla. Y ello es producto de la falta de diagnóstico, donde el Gobierno, que ha liderado el discurso en esta materia, no hace nada por acotarlo.
Y la tercera lección es dejar las metáforas grandilocuentes y moderar las expectativas: la Constitución no tendrá por efecto mejorar la educación ni nuestro bienestar; tampoco será "escrita entre todos". Posiblemente, y solo si lo hacemos bien, las cosas seguirán bastante parecidas a lo que ha venido ocurriendo en Chile en las últimas décadas: un país que progresa paulatinamente y que, con políticas públicas adecuadas, sube al carro del desarrollo a los más postergados.
Otra
mala semana,
por
Sergio Melnick.
La encuesta Cadem
muestra que el Gobierno se mantiene en torno al 20% de aprobación y
el 70% de rechazo. El 88% del país le atribuía carisma a Bachelet;
aun hoy el 57% del país estima que lo tiene. Pero al 69% de la
población la Mandatario no le genera confianza, el
70% dice que no tiene la capacidad para solucionar los problemas del
país, y un 69% dice que no cumple con lo que promete.
El Gabinete tiene
el magro 13% de aprobación y el increíble rechazo del 76%, esto
incluso luego del cambio del Ministro del Interior. El nuevo
Ministro, sin duda de altos galardones, entró por la puerta lateral
y nadie parece esperar mucho de su gestión. Los medios lo han
calificado como un “yes man” restándole así toda influencia. El
nuevo Vicepresidente no ha logrado marcar agenda ni protagonismo
alguno. El
PPD lo presiona con el tema del aborto, claramente marcando así su
máxima debilidad dada su postura religiosa.
Los medios indican que el hombre fuerte del Ministerio del Interior
es Aleuy, tema que se arrastra desde Burgos. El Ministro de Hacienda,
también de grandes pergaminos técnicos, no puede hacer prevalecer
la cordura mínima en el manejo Fiscal; sus opiniones sobre las Leyes
sindicales simplemente no se consideran y debe ceder frente al PC por
el salario mínimo. Sus discursos son correctos, sus acciones no lo
son. Y ya
cuando él mismo públicamente descarta su renuncia, muestra la
delicada situación en que se encuentra.
En los temas más
específicos de gestión, el rechazo de la población es elocuente.
El 90% desaprueba lo que está haciendo el Gobierno en el tema de la
delincuencia. Un
88% rechaza el manejo de la corrupción, el 82% el manejo de la salud
pública, y un 74% rechaza el manejo económico.
La reforma
educacional ha alcanzado el peak de rechazo con un 71%, así como la
reforma sindical que tiene un 61% de rechazo y un magro 20% de apoyo.
Ya avanzando en el tercer año de este Gobierno, más del 70% del
país estima que vamos por mal camino. Lo curioso es que al iniciarse
el Gobierno, un
78% estimaba justo lo contrario. Es decir, se recibió un país
bullante y en apenas dos años, estamos raspando la olla, según lo
estima la población. Un 85% estima que la economía está mal, y no
se equivoca.
La Mandatario
está como ausente y no marca rumbos. Se la ve desorientada, y tiende
a hablar con un tono como lastimero. Para algunos de su propia
coalición, o está viajando o está encerrada en La Moneda con sus
tres asesoras regalonas, anunciando ya el inicio irreversible del
famoso pato cojo. El Gobierno se trata de apoyar en la idea de
la obra gruesa, pero la evidencia señala que está llena de
falencias técnicas que no permitirán sostener al edificio.
Desde la Nueva Mayoría le piden más cambios de Gabinete, y poco a
poco los Parlamentarios se desligan del Gobierno para enfrentar sus
propias elecciones el próximo año. El Gobierno trata de marcar
un triunfo por los cabildos, pero además de una participación
irrelevante estadísticamente, conducen a nada, más allá del
discurso retórico. La desprolijidad del proceso sólo fue una
muestra más de la improvisación que ha caracterizado a este
Gobierno.
Entre tanto
siguen las movilizaciones estudiantiles con una intransigencia y
violencia de no creer.
También hay problemas muy serios en el Transantiago. Y
vuelve a crecer la deuda de los hospitales públicos a pesar de la
fuerte inyección de recursos en marzo.
Viene la tan mentada Ley de educación superior, que ya recibe
fuertes críticas antes de ser presentada. Una
Ley de corte totalmente Estatista que incrementa el poder del cartel
del Cruch y que tratará de ejercer el control político de las
universidades privadas a como dé lugar.
Es difícil que dicha Ley sea aprobada antes del presupuesto, por
lo que el Gobierno seguirá con el resquicio legal de la glosa para
la gratuidad, amparando así sus improvisaciones y abierta
discriminación.
En tanto, las
cifras económicas siguen dando malas noticias, a lo que se agrega
ahora la incertidumbre por el tema Brexit. Valdés
tendrá que luchar por no aumentar el gasto más del 2% o 3%, y la
Nueva Mayoría presionará exactamente en el sentido contrario,
especialmente en un año de elecciones.
El lema que han planteado en sus discusiones es:
“mejor ganar con déficit Fiscal que perder con equilibrio
presupuestario”. Súmese a ello los cientos o miles de pensiones
políticas a falsos exonerados
y la impunidad de quienes los avalaron y el cuadro de descomposición
es alarmante. La
guinda de la torta es el aumento del desempleo anunciado el jueves,
que seguirá creciendo durante el año.
A estas alturas
ya se ha perdido la esperanza de que el Gobierno reaccione
republicanamente frente a sus errores y se mueva al gran camino de
los acuerdos. Es decir, que gobierne para todos, no sólo para los
suyos.
El
Gobierno, la NM y las Municipales,
por
Eugenio Guzmán.
El contexto de
las elecciones Municipales de 2012 y las de 2016 es muy distinto. En
el primer caso, se hablaba del "término de la Concertación"
y el nacimiento del actual bloque, con todas las tensiones que esto
implicaba. En buenas cuentas, se trataba de un intento por aglutinar
a sectores de izquierda descolgados, que en su momento se habían
agrupado en torno a Enríquez-Ominami.
Adicionalmente,
la —hasta ese momento posible— candidatura de Bachelet era una
especie de bálsamo que contenía los conflictos al interior de la
Concertación. Las disputas responderían a diferencias de liderazgos
y la influencia que cada sector quería ejercer. De un plumazo se
hizo añicos a 20 años de éxitos electorales, económicos y
políticos, que nadie o muy pocos se atrevían a defender. Pese a
ello, en un ambiente obnubilado por la figura de Bachelet, el
optimismo aplacaba las diferencias y licuaba los conflictos.
Hoy el
escenario es muy distinto. La figura que daba sustento se encuentra
deslucida, la aprobación del último año no supera el 25% y el
gabinete Ministerial no pasa de 18% (Cadem). No se trata, ni
siquiera, del potencial de votantes de la elección Presidencial.
Pero eso no es
todo. El frenético proceso de reformas con retroexcavadora
(tributaria, laboral, de educación superior y escolar, aborto
terapéutico, constitucional, reforma a la ley de partidos políticos,
financiamiento de la política, etc.) se monta en un escenario que
desde un principio se señaló sería económicamente frágil. De
tasas de crecimiento anual del 4,2% en 2013, hoy se estiman en 1,5%,
a lo que se agrega una tasa de desempleo que hoy llega a 6,8 —en la
Región Metropolitana alcanza al 7,3% y en otras como Atacama, a
8,9%— y con no muy buenas perspectivas para el resto del año.
Para los
"idealistas" esto es y era campaña del terror, y por lo
tanto había y hay que seguir adelante, no importa a qué costo. Los
"beneficios"de las reformas se verán más adelante.
Pero la realidad muestra que no era ni es campaña del terror, ni
existe claridad de los beneficios tanto políticos como económicos,
dado los costos e incertidumbre en que se está incurriendo.
Las esperanzas de
la Nueva Mayoría están puestas en el debilitamiento de Chile Vamos
y en especial de la UDI. Asimismo, se ha apostado a que después de
las Municipales, como ha ocurrido antes, se revierta la caída de la
popularidad del Ejecutivo.
Sin embargo, en
un contexto político tenso e incierto, y con una economía de bajo
rendimiento, puede que ello no ocurra. En tal sentido, los
resultados de las Municipales serán una nueva tensión que pondrá
de relieve la dicotomía continuidad o cambio en la agenda del
Gobierno.
Tiempo
de desgaste,
por
Héctor Soto.
Era
inevitable que el desgaste político de la Presidente Bachelet dañara
a su coalición. Es más: desde el momento en que la ciudadanía le
dio la espalda, la Nueva Mayoría perdió su principal factor
articulador. Hoy, los partidos oficialistas simulan que la causa que
los une es el cumplimiento del programa. Pero
todo el mundo sabe que se unieron no por el programa, sino porque
Bachelet era la única carta que la centroizquierda tenía a su
alcance para recuperar el poder.
También lo supo
la Presidente y por eso fue ella quien decidió a su arbitrio los
alcances de la campaña y a dedo sus equipos de confianza y los
nombres convocados a su primer Gabinete. Los
partidos se limitaron a ejercicios gimnásticos de incondicionalidad
y a acatar las instrucciones que salían de Palacio.
Ese esquema no
sólo hizo crisis ya a mediados del 2014, cuando las encuestas
comenzaron a ser adversas para La Moneda. A estas alturas parece ser
un modelo agotado. La Nueva Mayoría comienza a mostrar síntomas de
inquietud y obviamente el cálculo de costos y beneficios del
conglomerado de seguir asociado a una administración cada vez más
impopular está generando tensiones internas difíciles de acallar.
Faltando
poco para la elección Municipal, es explicable que el fenómeno se
agudice, porque una cosa es que el Gobierno quiera completar su obra
y otra muy distinta es el horizonte que visualizan los partidos para
cuando el país deba elegir una nueva administración. Al fin y al
cabo, los Gobiernos pasan y los partidos quedan.
Hay que reconocer
que hasta
ahora la Presidente ha sido relativamente exitosa en mantener a flote
la coalición.
Si bien los partidos ya no tienen la misma disposición que tuvieron,
por ejemplo, el 2014 para despachar a ciegas la reforma tributaria
(así también fue el desaguisado que salió), en general no se han
visto grandes deserciones. La DC ha protagonizado episodios de
rebelión en temas puntuales, como la educación particular
subvencionada o el aborto, pero la sangre nunca llegó al río. Otro
tanto ocurrió hace poco en el PS con motivo de la Ley corta
antidelincuencia, o en el PC durante la discusión del salario
mínimo. Pero fueron corcoveos que no modificaron en lo básico el
libreto Presidencial. Sin embargo, es indudable que el clima de
rebeldía existe y que para La Moneda
-como le consta al Ministro de Hacienda- está resultando cada vez
más problemático ordenar su gente. Cada proyecto de Ley se está
volviendo un parto, un largo tira y afloja que mete cada iniciativa a
un túnel muy poco diáfano de ajustes, colgajos y transacciones de
última hora, y nadie se sorprende demasiado, sin ir más lejos, con
el anuncio esta semana de la enésima postergación del proyecto de
Ley de educación superior que debió estar presentado el año
pasado.
Lo que
antes el Gobierno decidía por sí y ante sí, hoy debe negociarlo
con cada una de las tribus enfrentadas al interior de la Nueva
Mayoría.
No hay instancia
política donde el oficialismo no haya pasado este año el mensaje de
la necesidad de mejorar la coordinación entre el Gobierno y los
partidos. Y, no obstante eso, la coordinación está más al debe que
nunca. Por supuesto que el problema de fondo no apunta, como se ha
querido presentar, a la fluidez de los canales de comunicación entre
el Gobierno y las colectividades. La verdadera trama son las
divergencias de fondo que hay entre los socios del conglomerado. La
cosa no termina ahí, porque incluso ya hay demandas por cambio de
Gabinete. Después de todo, los ajustes Ministeriales son una válvula
de descompresión del régimen Presidencial. Así
como va, el Gobierno parece empeñado en una dinámica dictada por la
fatalidad y corre derecho a chocar con la muralla del rechazo. La
pregunta de rigor es si la administración tiene el tiempo, la
energía y las ganas para modificar los rumbos.
El reemplazo del
Ministro Burgos por Mario Fernández hace pensar que ya no. La
Presidente se resiste a entregar su Gobierno y a aceptar que el poder
no es únicamente suyo. La relación del nuevo Secretario de Estado
con ella podrá estar libre de las sospechas y desconfianzas que
gravaron, a la manera de un piano sobre los hombros, la gestión de
Jorge Burgos. Pero
es raro que el nombramiento del sucesor no haya movido un ápice las
agujas de la opinión pública. El Gobierno, todavía más, está
peor evaluado ahora que hace un mes.
Por supuesto que
la ciudadanía se resiste a aceptar que el destino esté jugado. Y no
lo acepta básicamente porque la política no tiene por qué ser un
juego tóxico de inercias e inflexibilidades. La política, al
contrario, es un ámbito donde siempre debe ser posible conversar,
forjar acuerdos y revisar prioridades. A eso es a lo que el actual
Gobierno se niega, porque si lo hace siente que podría estar
traicionando su proyecto de refundar el país. Por lo tanto, la
Presidente está decidida a perseverar en más de lo mismo y todo
indica que Fernández es el hombre llamado a convencer a la Nueva
Mayoría de que haciendo eso, es decir, clavando el timón en
dirección al despeñadero, las cosas en algún momento van a
mejorar.
Desde luego, al
margen de los asuntos de fe envueltos en esa percepción, son muchos
los dirigentes del oficialismo que están preguntándole cuándo y
preguntándole por qué.
La rabia está ganando elecciones.
Al observar cómo
se distribuyó el voto en el referéndum que definió la salida del
Reino Unido de la Unión Europea (UE) —en términos territoriales,
de edad, de ingresos o de nivel educativo— es posible observar que
el no a la continuidad se hizo fuerte, principalmente, entre quienes
sienten que se han visto más perjudicados por la integración
económica y, en general, por el orden liberal asociado a la
globalización: libre comercio, apertura de fronteras, cooperación
internacional.
Así como el
libre comercio ha permitido a todo el mundo el acceso a bienes de
consumo más baratos, también ha significado que cientos de miles de
trabajadores, especialmente en los países industrializados,
perdieran sus empleos y tuvieran que conformarse con otros de menor
categoría, si es que volvieron a encontrar uno. La llegada masiva de
inmigrantes también ha hecho más difícil la competencia por el
trabajo y ha alterado incluso el modo de vida de algunas comunidades.
Esa rabia e indignación, que algunos líderes oportunistas
dirigieron hábilmente contra las estructuras burocráticas de la UE
y, por extensión, contra los inmigrantes, fue la energía que
alimentó la campaña por el Brexit. Se trata de un populismo
nacionalista y conservador, distinto al populismo de izquierda que
hemos conocido en América Latina. Es la misma fuerza que ha
impulsado la carrera Presidencial de Donald Trump, en Estados Unidos,
que instaló a la extrema derecha en el Gobierno en Polonia, y que ha
puesto muy cerca del poder a movimientos como el Frente Nacional de
Marine Le Pen, en Francia, o el Partido de la Libertad, en Austria.
No hay razones
para creer que la población de estos países sea mayormente
xenófoba, ignorante, o que haya decidido cometer un repentino
suicidio político. Tampoco que esté en contra del libre mercado. Sí
parece claro, y así lo han notado los lectores de la opinión
pública, que se aburrieron de pagar los costos de los errores de los
políticos y burócratas, y han decidido cobrarles la cuenta. Como
apunta The Economist: "La rabia es justificada. Los promotores
de la globalización han cometido errores y las personas comunes han
pagado el precio. El defectuoso paso hacia la moneda única europea,
el esquema tecnocrático por excelencia, condujo al estancamiento y
al desempleo. Sofisticados elementos financieros engañaron a los
reguladores, hicieron estrellar la economía mundial, y terminaron
con los contribuyentes rescatando a los bancos y, más tarde,
financiando recortes de presupuesto".
El desprecio por
los políticos, el desdén por los tecnócratas y el temor a la
inmigración no son problemas exclusivos del primer mundo. También
Chile enfrenta desafíos similares. Restringir la participación,
despreciar la voz de las personas y limitar el debate político a los
sabios en su torre de marfil no parece ser la solución.
Negativas perspectivas para economía chilena.
Los
indicadores de actividad económica de mayo mostraron un desempeño
económico más débil que lo esperado. A pesar de que dicho mes tuvo
tres días laborales adicionales con relación a 2015, la producción
industrial mostró una caída en doce meses, impulsada por la baja de
la minería y la pobre expansión de la manufactura. Mientras tanto,
los indicadores vinculados al consumo privado se desaceleraron más
allá de las expectativas del mercado. A la luz de esta información,
la expectativa es que el Imacec de mayo se expanda en torno al 1,5%,
con lo que la tasa de crecimiento de la economía durante los
primeros cinco meses del año se ubicaría en torno a 1,4%, por
debajo de la expansión de 2,1% de 2015.
Por su parte, la tasa de desempleo nacional, reportada por el INE, se incrementó hasta el 6,8% durante el trimestre móvil finalizado en mayo, cuatro décimas por encima del trimestre móvil finalizado en abril y dos décimas más que en igual periodo de 2015, alcanzando su nivel más alto desde 2011. En esta oportunidad, el alto crecimiento del trabajo por cuenta propia (6,5%) no pudo compensar por completo la desaceleración del crecimiento del empleo asalariado (0,4%), tal que el ritmo de expansión anual del empleo en el periodo marzo a mayo se ubicó en 1,3%, registro inferior al 1,6% observado durante 2015.
El bajo crecimiento y el pobre desempeño en el mercado laboral están en sintonía con las expectativas más generalizadas, privadas y oficiales, al respecto. Incluso, algunos observadores cuestionan la representatividad de la tasa de desocupación, y hacen notar que, en proporción, los trabajadores por cuenta propia equivalen hoy a más de 30% del total de trabajadores asalariados, la mayor cifra desde 2011 y 2% más que su promedio histórico de los últimos siete años y medio. De corregir esta relación a su promedio histórico, el número de desocupados se incrementaría en cerca de cien mil personas y la tasa de desempleo aumentaría al 8%. En todo caso, mirando sólo la evolución del empleo asalariado, que es información más sólida, encontramos que esta registra su peor desempeño desde 2014.
Hacia el futuro, tras la definición oficial en favor de un veto al proyecto de reforma laboral que elimina instancias de adaptabilidad -mientras se mantienen restricciones absolutas al reemplazo de trabajadores en huelga- parece altamente improbable una nueva orientación económica por parte del Ejecutivo que pudiere restablecer un ánimo positivo en los inversionistas privados.
Tampoco es plausible un impulso Fiscal, cuando, por el contrario, es necesario reducir el déficit Fiscal estructural, al menos en el 0,25% del PIB que ha comprometido el Ministro de Hacienda. Remontar las actuales tendencias depende, entonces, de un eventual mejoramiento en las condiciones externas. Por ahora, sin embargo, la situación externa parece dominada por el triunfo del Brexit en el referéndum del Reino Unido. Este ha traído incertidumbre y volatilidad en los mercados, pero, también, algo positivo, como son menores expectativas de ajuste monetario en Estados Unidos. Ello hace que su efecto final sobre nuestra economía sea incierto, pero, con alta probabilidad, incapaz de cambiar las tendencias dominantes.
El
epílogo del caso MOP-Gate.
Después
de trece años concluyó el caso MOP-Gate, una de las causas de mayor
impacto político y jurídico durante la primera década del siglo.
El caso fue investigado conforme a la reglas del antiguo sistema por
la Ministro Gloria Ana Chevesich y llegó a tener 28 aristas
diversas. En lo fundamental se comprobó que
un grupo de personas ideó y ejecutó un procedimiento para
sobrevalorar consultorías necesarias para la realización de obras
públicas estatales. Las consultoras "devolvían" luego
este exceso según lo acordado previamente, y de este modo se
obtenían recursos para pagar ilícitamente a ciertos funcionarios
públicos rentas no establecidas en el presupuesto, los denominados
"sobresueldos". El caso concluyó con trece condenas y, un
dato no menor, once absoluciones.
Resulta imposible desconocer la significación histórica de este proceso, tanto por la magnitud de los perjuicios que causó, como la cantidad y posición de las personas acusadas y condenadas, y las profundas reformas institucionales que motivó. La tramitación del caso estuvo acompañada de fuertes polémicas debido a las presiones que se ejercieron sobre la Juez Chevesich, al punto que esta decidió enviar una carta al Pleno de la Corte Suprema denunciándolas. En el mismo sentido fueron interpretadas las actuaciones de diversos Ministros del Gobierno del Presidente Ricardo Lagos, quien además tuvo que declarar por oficio y luego, cuando ya había dejado la Presidencia, en forma presencial. En cierto modo, el caso MOP-Gate marcó una nueva etapa en cuanto a la conciencia y persecución del fenómeno de la corrupción en el país.
El balance de este proceso, seguido bajo sistema procesal inquisitivo, debería servir al mismo tiempo para reflexionar críticamente sobre la reforma de este sistema. La sentencia final se dicta recién hoy, cuando los hechos que tanta conmoción produjeron en su momento ya se encuentran prácticamente olvidados por la mayoría de las personas y, desde luego, pertenecen a un pasado lejano para las generaciones jóvenes. Para una parte significativa de la población, es poco lo que significan hoy las condenas y las absoluciones pronunciadas con tanto retraso. Por otro lado, es sabido que el proceso afectó en forma permanente la vida de muchas personas inocentes, en especial quienes se vieron involucrados únicamente debido a los cargos que ocupaban en algunas empresas consultoras. Estos inculpados fueron finalmente absueltos, pero tuvieron que enfrentar durante años el rigor de las acusaciones y de una reprobación pública que les resultaba imposible revertir.
Son grandes las ventajas del nuevo sistema procesal penal, pero es importante resguardarlas para impedir que se repliquen en él -mediante reformas desafortunadas o interpretaciones erradas- los mismos vicios del pasado.
Pueblos
bien informados
difícilmente
son engañados.