Theresa
May asumirá hoy como la Primer Ministro de Gran Bretaña, el
anuncio
lo hizo el renunciado Premier conservador, David Cameron, que
dio
un paso al costado luego de aprobado el Brexit. |
Estampida
de miles de venezolanos que cruzaron la frontera con Colombia
para
abastecerse de alimentos y medicamentos desaparecidos desde hace
meses
de los anaqueles del comercio de su país.
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Los tiros por
la culata,
por Héctor
Soto.
Sólo
uno de cada cuatro ciudadanos aprueba la forma en que Michelle
Bachelet está conduciendo su Gobierno. Entre los otros tres hay
seguramente una fracción que la reprueba por tibia, por no haber ido
todo lo lejos que imaginaron, quizás porque no convocó a la
asamblea constituyente que les hubiera gustado o porque la
reforma tributaria les pareció tímida.
Y también están, tal vez en mayor proporción, quienes consideran
que su programa de reformas fue, más allá de las intenciones, una
verdadera catástrofe para el país.
Lo sienten así
porque, además de haber sacado a Chile por un buen tiempo de la
dinámica del mejoramiento gradual de sus indicadores de progreso
humano, social y económico, durante estos años es mucho lo que se
ha dejado de hacer para afrontar los retos que la sociedad chilena
sigue teniendo en términos de inclusión, seguridad pública,
infraestructura, ciudades, transportes, educación y salud, entre
otros frentes. Ya es un hecho que en estos planos el Gobierno
dejará las cosas peor de lo que estaban.
La
percepción pública es que las cosas están saliendo al revés. Se
está reproduciendo en distintos ámbitos el efecto conseguido, por
ejemplo, a partir del propósito -atendible por cierto- de proteger
con una tasa de interés máxima convencional a los sectores más
vulnerables que habían logrado hacerse un espacio en el mercado del
crédito. Eso significó que mucha gente fuera expurgada del sistema
y entregada en bandeja a una red de prestamistas usureros e
informales que, a pleno sol, se está haciendo aquí la América.
Claramente, fue peor el remedio que la enfermedad.
Algo parecido
está ocurriendo con algunas derivadas de la gratuidad de la
educación superior, que están arrinconando al sistema universitario
hacia una mayor segregación. La glosa terminó debilitando
financieramente a instituciones que bien o mal se habían labrado un
nicho importante en eso que podría denominarse la cultura del
progresismo. No hay caso: lo que la izquierda sabe es engordar al
Estado y desnutrir a la sociedad civil. En su piel, en su cabeza
y en su moral, fuera del aparato Estatal no hay salvación. Y después
se queja de no tener medios de comunicación, de no contar con
empresas, de haber quedado debajo de la mesa en la inversión privada
en educación superior.
Qué
duda cabe que el curso que impondrá la reforma laboral también va
para allá. Habrá quizás más beneficios, pero menos oportunidades.
Tendremos más juicios en los Tribunales. Las dirigencias de la CUT
tendrán sus motivos para estar contentas. Pero los cesantes no los
hallarán ni por asomo.
Volcado por
entero a capear las tormentas en el vaso de agua que armó este
Gobierno, las preguntas que el país en estos dos años ha dejado de
formularse son varias. ¿Qué vamos a hacer para afrontar de verdad
-y más allá de los discursos- los retos de igualdad, superación y
movilidad social que depara el futuro? Esto no está en el radar ni
tampoco en la agenda del Gobierno. O, si lo está, entró a su
imaginario con tal cantidad de sesgos y distorsiones que, en vez de
resolver los problemas, terminó agudizándolos.
Sobra
decir que en ninguno de estos temas hay respuestas fáciles. Ni aquí
ni en ningún otro país. La idea de que basta una nueva Ley, una
nueva promesa incumplible -tipo gratuidad universal- o una
nueva Constitución para arreglar las cosas es políticamente
rupestre y técnicamente un error.
No es tan sencillo, como se creía, expandir la economía a tasas
interesantes pensando que la locomotora china y la pura inercia
bastaban para empujar el carro. Hace tiempo que Chile dejó de ser la
joya de la corona en la región y ahora -justo cuando Argentina
despierta, justo cuando el Perú reafirma y corrige sus rumbos-
estamos ofreciendo no mejores, sino peores condiciones a la
inversión.
Tampoco
es cuestión de pura mano blanda o de pura mano dura el desborde de
la inseguridad y la delincuencia. Hay aquí variables culturales,
sociales, Judiciales y económicas de las cuales no podemos seguir
desentendiéndonos, y lo concreto es que la gente está pidiendo
orden a gritos. No hay que desatender el clamor y sería sano
asumirlo antes de que adopte contornos tóxicos para una sociedad
democrática. Creer
que Chile pueda ser un país más igualitario a fuerza de concentrar
en el Estado lo que hasta aquí descansaba bien o mal en el mercado
es un engaño intelectual, porque hasta las izquierdas menos
renovadas del mundo saben que no hay aparato público capaz de
resistir todas las necesidades y expectativas de superación que
tiene una clase media demandante y con voluntad de dejar atrás sus
precariedades.
Obviamente, ya es
tarde para que este Gobierno afronte estas dimensiones. Tal vez lo
intentó, pero lo hizo pésimo. Olvidó que cuando se mueve una pieza
del tablero también se afectan otras. Y gastó su pólvora en
cuestiones adjetivas que, junto con ensombrecer los horizontes
económicos, tampoco consiguieron mover las agujas de la equidad,
dejando igual o peor la calidad de los bienes públicos de los
estudiantes de la educación Municipalizada, de los que deben
someterse al Transantiago o de los pacientes de consultorios y
hospitales públicos.
Todo
esto es lamentable. Lo es porque en política, en los negocios, en la
esfera individual, las oportunidades nunca se repiten. Sin embargo,
aparte de eso, también es escandaloso porque no se advierte en el
Gobierno ni en su coalición la menor autocrítica o reconocimiento
de los errores cometidos.
Ni siquiera hay una reformulación de sus proyectos. De hecho, la
coalición oficialista se apronta a enfrentar una campaña Municipal
como si no tuviera responsabilidad alguna en el deterioro de las
expectativas. Y como si para salir del hoyo bastara con seguir
tirando fetiches programáticos a la olla de las promesas populistas.
Avanzar sin
transar,
por
Joaquín García Huidobro.
¿Por qué
cierta izquierda ha arremetido con tanta furia contra Cheyre? ¿No
fue él quien despinochetizó al Ejército y quien hizo un mea culpa
oficial por la responsabilidad institucional en las violaciones a
los derechos humanos? Muchos duros lo miran todavía con muy malos
ojos, y más de alguno habrá dicho por lo bajo: "con su pan se
lo coma". ¿No era una de las figuras favoritas de Lagos, que
todavía en 2013 no tenía ninguna duda a la hora de exculparlo de
cualquier responsabilidad? Todo Chile oyó sus palabras cuando dijo
el ex Presidente: "¿Qué otra cosa podría haber hecho un
Teniente de 25 años, cuando se está en estado de guerra?".
Por eso, la dureza de la izquierda radical y su preocupación por vincular al ex Comandante en jefe del Ejército con un episodio que es como el prototipo de la maldad, la tristemente célebre "Caravana de la muerte", es, en primer lugar, el ajuste de cuentas de esa izquierda con la lógica benevolente de la Concertación. En tiempos de Aylwin, Frei Ruiz-Tagle o Lagos, lo más importante no era lo que alguien podía haber hecho en el pasado, sino el papel que debía desempeñar en ese delicado proceso que llamamos "transición"; la suya era una lógica política. Por esta razón, Cheyre era para ellos una suerte de superhéroe, el hombre llamado a poner al Ejército en la lógica de una moderada socialdemocracia.
Pero no todos estaban contentos. Esas transacciones y acomodos graduales resultaban insoportables para algunos, y la manera de cambiar las cosas y abandonar los criterios concertacionistas se resume para la izquierda más radical en dos conceptos: Jueces y Nueva Mayoría. Como los Jueces no tienen por qué seguir la lógica de los procesos políticos, fueron poniendo la mano dura que la izquierda pedía y que la Concertación no estaba demasiado interesada en aplicar, en virtud de la "Justicia en la medida de lo posible" de Aylwin. La segunda rebelión de la izquierda se llama Nueva Mayoría, cuyos frutos ya hemos ido conociendo en los últimos dos años.
Pero hay más. Cheyre pertenece a aquellos militares que, aunque probablemente no tienen problemas a la hora de hablar de "golpe" en vez de "pronunciamiento", estuvieron convencidos de que la intervención castrense era necesaria (con una postura análoga a la de Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin y otros). Y eso la izquierda no lo perdona, porque el "nunca más" de Cheyre se refiere a la tortura, a los abusos y al "terrorismo de Estado", pero no a la intervención misma que puso fin al Gobierno de Allende.
En un contexto de Guerra Fría, sostenía Cheyre en 2004, el Ejército actuó "con la absoluta certeza de que su proceder era justo y que defendía el bien común general y a la mayoría de los ciudadanos". Más allá de lo que haya hecho o no cuando era Teniente -es decir, por encima de la lógica comprensiva de Ricardo Lagos-, esa es una cuenta que para cierta izquierda debe ser pagada.
Resulta hoy muy difícil medir si el imputado en este proceso tuvo alguna participación y en qué consistió, atendido que las acusaciones conocidas todavía dejan muchos hilos sueltos. Además, las probabilidades del ciudadano Juan Emilio Cheyre de ser juzgado con Justicia son más bien escasas, de modo que tampoco es seguro que el futuro despeje nuestras perplejidades actuales. Pero una cosa es cierta: nos guste o no, una enseñanza quedó marcada en la historia nacional desde el día en que el General Cheyre fue detenido. De ahora en adelante será muy difícil, casi imposible, que un militar que haya vivido en esa época quiera prestar la más mínima colaboración al esclarecimiento de esos hechos que tienen a un gran número de familias chilenas en la incertidumbre respecto del destino de sus familiares desaparecidos. Si todavía albergaban alguna esperanza, ella se ha transformado en quimera, porque todos los ex uniformados se preguntarán: "si eso le pasó a Cheyre, ¿qué quedará para el resto?".
Esta constatación es, ciertamente, terrible, pero es la manera en que reaccionan los seres humanos. Ella significará que las familias de los desaparecidos nunca recibirán el último de los consuelos humanos, el de devolver a la tierra a quien de la tierra viene. Es terrible, pero debemos tener el valor de reconocerlo y no hacernos falsas ilusiones. La Justicia absoluta que impulsa cierta izquierda nos lleva a palpar, hasta las últimas consecuencias, el hecho de que los chilenos somos hijos de una historia terrible.
¿Qué son hoy
los partidos?,
por Sergio
Melnick.
Tenemos
ya unos 30 partidos políticos y otros varios en formación. La
política es necesaria, y existe siempre, sea en regímenes
autoritarios, religiosos, o democráticos. Lo
que queremos entonces es la buena política. En democracia es la
administración más civilizada del poder, idealmente basada en
doctrinas e ideas sólidas acerca de la realidad y la sociedad. Es el
gran sueño de la razón, en que las mejores ideas se imponen luego
de ser sometidas al debate. Lamentablemente, las elecciones
democráticas se movieron de la razón a la emoción y las ideas
perdieron su influencia y esencia.
Se espera de los
partidos políticos la representación de una buena ideología más
que una simple maquinaria de poder. Las buenas ideologías están
ancladas en principios filosóficos fuertes, en los avances de la
ciencia (capacidad de predicción), y a veces en cosmogonías bien
articuladas. Por eso los partidos tenían sus ideólogos, sus
escuelas de formación, y grandes figuras intelectuales de
referencia.
El liberalismo,
marxismo, conservadurismo, el humanismo cristiano, o el nacionalismo,
son ejemplos de esas grandes doctrinas, llamadas a debatir sus
propuestas sociales. Cada ideología tiene una propuesta acerca del
ser humano, del contrato social, y de los fines y medios. Se esperaba
que triunfaran las mejores ideas, las más coherentes, las más
sólidas, las que ofrecían mejores resultados para la sociedad. Pero
el poder corrompe y eso es una verdad que se repite una y otra vez.
La alternancia es fundamental.
En los hechos
muchas ideologías se transformaron literalmente en religiones,
basadas en dogmas inamovibles o en maquinarias de poder. El marxismo
y el nacionalismo son apenas dos ejemplos. Eso lleva siempre a la
violencia, ya que no hay discusión intelectual posible.
En
Chile, vemos hoy a los aspirantes a caudillos buscando firmas en las
calles para registrar sus partidos. No hay doctrina, no hay ideología
real, no hay grandes pensadores de sustento. Basta firmar sin control
alguno de coherencia. Más bien hay slogans
atractivos, reivindicaciones de todo tipo.
Es el camino cierto al populismo, que es la peor de las enfermedades
que puede sufrir una democracia. Las respuestas fáciles, las
caricaturas utópicas, los iluminados mesiánicos que resolverán los
problemas de la humanidad y ahora. No hay ideas profundas, hay
oportunismo, fama, agresividad.
Todo esto ocurre
dentro del diseño de un sistema político de poder y Gobernabilidad.
Hay sistemas Parlamentarios, Presidencialistas, asambleístas, y
otros. No hay sistemas perfectos, ya que son todos diseños humanos.
Ahí está el origen de la decadencia política. Cuando se comparan
realidades con utopías siempre pierden las realidades. Lo correcto
es comparar realidades contra otras realidades, todas con sus
problemas e imperfecciones. Es lo que ocurrió con el binominal. Lo
que viene tendrá serios problemas como la fragmentación y el
populismo. No hay sociedad libre de problemas, la pregunta es cuál
da mejores resultados reales.
En
nuestro país estamos entrando a la era del populismo y de las
utopías simplistas que mueven emociones, no razones. Las soluciones
fáciles y rápidas sin base alguna en ideas que entiendan la
complejidad de la sociedad actual. En general estas ideas populistas
se basan en lograr el control del Estado, hacerlo cada vez más
fuerte, y un solucionador mágico de todos los problemas.
Muchas veces lo logran, pero terminan cuando se le acaban los
recursos al Estado y el desenlace es trágico. Así ocurrió en
nuestro país en los setenta y a la URSS en los ochenta. Así está
ocurriendo en Venezuela. Los ideales revolucionarios de Fidel
terminaron en una dictadura hereditaria, con su pueblo anclado en la
pobreza y aislamiento del progreso mundial.
Hoy nos vemos
enfrentados a populistas de todos los sectores, cada cual con sus
recetas mágicas de éxito inmediato. La clave es su capacidad de
mover emociones, no la razón. No es que las emociones no sean
importantes, sino que no es la herramienta para gobernar un país.
El
ejemplo más cercano es el actual Gobierno. Llegó al poder con la
ilusión de una madre compasiva, llena de buenas intenciones, y con
una batería de slogans populistas que prometían el paraíso en la
tierra. A dos años de Gobierno, el país descubrió que el hada
madrina no era hada, que nunca hubo programa (sino promesas sin
fundamento), no había capacidad alguna de gestión, una
desprolijidad técnica increíble, y una coalición política de
respaldo basada sólo en el poder, no en las ideas.
Pero con el impulso inicial de las emociones cambiaron los cimientos
de la sociedad, que abrió las puertas al populismo desenfrenado que
empezamos a ver nacer.
No aprendemos de
la historia. Chile, con 40 partidos atomizados, muchos de caudillos,
sin ideas reales, en un régimen Presidencial, es simplemente
inviable. La historia tiene la palabra.
Marcado
deterioro económico y laboral,
por
Felipe Larraín.
Las
últimas cifras de crecimiento, inversión y empleo son
preocupantes. La semana pasada supimos que la economía se había
expandido apenas 1,8% en mayo; en la anterior nos enteramos de que
el desempleo nacional había aumentado a 6,8% de la fuerza laboral,
y poco antes conocimos que las proyecciones del Banco Central
apuntaban al tercer año consecutivo de caída de inversión en
2016.
Frente a este infausto panorama, el Gobierno insiste en echarle la culpa a la economía internacional y en minimizar el nublado panorama, arguyendo que el mercado laboral no se ha deteriorado tanto y que la economía aún crece algo. Este es un serio error de diagnóstico y un conformismo preocupante, porque revela que no hay interés alguno en enmendar el rumbo. También confirma que la ideología impulsada desde el Ejecutivo en estos dos años y fracción es más importante que el bienestar de los chilenos.
Vamos por parte. Chile se encamina en 2016 a un crecimiento que apenas superará el 1,5% y no hay nada que permita suponer una recuperación significativa en 2017, excepto la expectativa de un cambio de mano en 2018. Así, se completarán los cuatro años de menor crecimiento de Chile desde la recesión de 1982. Y esta vez no hay recesión externa alguna que lo explique. Nuestro país crece hoy a la mitad del mundo, pero podría estar creciendo entre 3,5% y 4%, como lo hace Perú (una economía con estructura muy similar a la chilena). Lamentablemente nos tenemos que conformar con menos de la mitad.
La inversión cayó 4,2% en 2014, 1,5% en 2015 y el BC espera que vuelva a caer 2,4% en 2016. Recordemos que este trienio del olvido para la inversión se da sin mediar crisis externa alguna. Para encontrar un episodio tan largo de retroceso de la inversión bajo el mismo escenario debemos remontarnos casi medio siglo, a la época de la Unidad Popular.
Pongamos en su justa dimensión el efecto externo. En su World Economic Outlook de octubre de 2015, el Fondo Monetario Internacional hizo un estudio de la desaceleración esperada en los países exportadores de commodities , y concluyó que los dependientes del petróleo sufrirían más de dos puntos de menor crecimiento por el fin del superciclo, pero que aquellos países intensivos en recursos no energéticos podrían atribuir solo un punto de desaceleración a ese fenómeno. Chile está en este último grupo, y por tanto, de los más de tres puntos de frenazo local solo uno viene de afuera. Es cierto que el precio del cobre ha caído, pero el petróleo ha caído mucho más. Y como Chile importa cerca del 98% de su consumo de combustibles líquidos, nuestros términos de intercambio (la relación entre precios de exportación e importación) han tenido solo una caída moderada.
No es sorprendente que en este escenario ocurra un marcado deterioro del empleo. La encuesta de la Universidad de Chile para marzo fue una alerta temprana. Para el Gran Santiago la tasa de desempleo llegó a 9,4%, la tasa de desempleo femenina se empinó a 11,1% y los ingresos laborales promedio caían 7,4% real en 12 meses. Las cifras del INE para el trimestre febrero-mayo, conocidas recientemente, muestran un aumento en la desocupación nacional a 6,8%. Sin embargo, para el Gran Santiago (40% de la fuerza laboral del país) los ocupados cayeron 0,2%, influidos por un retroceso de 1,7% en los asalariados, que es solo en parte compensado por los que trabajan por cuenta propia, y la tasa de desempleo llegó al 7,4%, bastante más alta que la reportada a nivel nacional. La historia que emerge tiene dos caras. Por una parte, el desempleo está aumentando (aunque menos a nivel nacional que en la RM); por la otra, la calidad del empleo se está deteriorando fuertemente. Muchos asalariados que pierden trabajos con contrato y seguridad social pasan a laborar por cuenta propia, varios de ellos en la calle. La diferencia de ingresos es abismante: $488.000 mensuales promedio para los asalariados en el sector privado, $702.000 para los asalariados en el sector público y solo $270.000 para los por cuenta propia. Y los chilenos se están dando cuenta: en la última encuesta Cadem, un 70% reprueba el manejo del Gobierno en el empleo, que pasa a ser una de las áreas peor evaluadas. Si nuestro mercado laboral tuviera la resiliencia que las autoridades nos quieren hacer creer, la evaluación popular no sería tan lapidaria.
El Ministro de Hacienda ha dicho que para generar más empleo Chile debe crecer más. Y tiene toda la razón. El problema es que este Gobierno ha hecho poco y nada por el crecimiento. El proyecto para impulsar la productividad que hoy se discute en el Congreso contiene elementos positivos, pero es completamente insuficiente para dinamizar nuestra economía. Tampoco sirve de nada hacer encendidos discursos a favor del crecimiento cuando las políticas que se impulsan apuntan exactamente en sentido contrario.
Esta administración ciertamente no tiene la culpa de lo que ocurre en la economía internacional, que explica aproximadamente un tercio de nuestro frenazo. Pero sí tiene una enorme responsabilidad en los dos tercios restantes. En definitiva, el actual gobierno es el principal responsable del frenazo económico y del deterioro de nuestro mercado laboral. Insistir en echarle la culpa al escenario externo es faltar el respeto a la verdad y a los 17 millones de chilenos.
Exquisita
insensatez,
por
Fernando Villegas.
Por
efectos de la insuficiencia mental que produce la ignorancia, la
insuficiencia cardíaca que suscita el miedo y la más que suficiente
razón del oportunismo ya no hay día sin muestras de cómo se
fortalece la “mirada progresista” en el medio estudiantil,
político, artístico, cinematográfico, mediático, académico,
televisivo y periodístico, o, en resumen, en el entero mundo del
vodevil. De
ahí que en el espíritu de quienquiera conserve su sentido común
gradualmente se ha ido instalando una pasmosa sensación de
irrealidad, de estarse en un territorio donde todo está patas para
arriba, de haber entrado sin darse cuenta en el Palacio de la Risa o
en el manicomio.
Dicho ciudadano razonable se siente como una especie en vías de
extinción a pesar de que estadísticamente sea mayoría, como bien
lo reflejan las encuestas; esa sensación deriva del hecho de
sentirse ajeno a la onda imperante y porque, para huir de ésta, se
fondea en su privacidad y les hace el quite a marchas, asambleas y
cabildos suponiendo que en esos aquelarres predominará la insensatez
y a veces hasta la violencia. Así
es como las mayorías numéricas se convierten en “mayorías
silenciosas” y las minorías se convierten en “Nueva Mayoría”.
Y a este ciudadano solitario rodeado de millones de solitarios a
veces también le sucede dudar de su sensatez y preguntarse si no
será él quién está en el lado erróneo del espejo.
Ese
ciudadano solitario y paradójicamente masivo se hace, sin embargo,
esperanzas. Espera el día cuando los atolondrados de su propio
círculo se den cuenta de serlo y en vez de criticarlo le encuentren
la razón, pero nada es más ilusorio que eso. Se dice que en el país
de los ciegos el tuerto es rey, pero muy probablemente sea al
contrario.
En un mundo de ciegos el tuerto no tiene pito que tocar hablando de
visiones que nadie puede concebir. El
país de los ciegos tiene su propia y oscura validez y con ella el
dotado del sentido de la vista es incapaz de sintonizar. En el país
de los ciegos el tuerto es un saboteador, un excéntrico o un facho.
Lo mismo en Chile, hoy.
Sobran los
ejemplos de este surrealismo nacional, muy abundante en cantidad y
superior en calidad e integridad al de Dalí y otros artistas,
quienes lo profesaban a sabiendas y cobraban tarifa por ello; el
nuestro, en cambio, es completamente inconsciente y por lo mismo más
auténtico. Basta, para encontrarlo, hojear el diario cualquier día.
El domingo pasado un ex Ministro de Economía, militante del PPD,
afirmaba con seriedad que en su partido se estaban celebrando y/o
estaban existiendo “amplios espacios de reflexión”.
Supongo que el ciudadano dotado de vista en este país de ciegos y
sordos -pero lamentablemente no de mudos- se preguntará con estupor
cuáles son dichos “amplios espacios” y qué “reflexión”;
quizás comente que en esa colectividad no ha habido espacio sino
para irregularidades escandalosas, maniobras dignas de la Camorra,
vendettas y zancadillas, mientras en materia de “reflexión”
el PPD ni siquiera dio indicios de poseer algún evangelio durante su
origen, el cual no tuvo otro fundamento que la oportunidad del
plebiscito ni otra doctrina que la vaga “amplitud de miras” o más
bien laxitud cerebral que ostentan los reventados viniendo de vuelta
de otras confesiones.
Pero
de seguro el ex Ministro no tuvo la menor conciencia de su “acción
de arte”. Hemos llegado a eso, a la inconsciencia absoluta, feliz,
angélica. No por nada hoy la vaguedad y confusión conceptual posan
al mismo tiempo de tolerancia o de su contrario, de estricto
programa, no siendo ni una cosa ni la otra. Por su lado las
diferencias irreconciliables se hacen pasar como muestras de “rica
diversidad”.
Sin embargo lo
del ex Ministro no es nada si se lo compara con los dichos de
Parlamentarios que con la mayor seriedad han loado repetidas veces a
Cuba y Venezuela, describiendo esas naciones como los faros de
América Latina. Los colegiales, por su parte, desde sus colegios
vandalizados a conciencia hacen demandas y ofrecen propuestas
relativas al feminismo, la conducción de las finanzas y el nuevo
orden mundial. ¿Y en qué grado de surrealismo ubicar a quienes
proponen que voten los nenes de 16 años? ¿Qué rango en el universo
del surrealismo-leninismo ocupa quien, aun siendo Mandatario, alega
saber de las cosas sólo por la prensa? ¿Cuál universo paralelo
habitaba el Ministro de Hacienda que anunció haber visto “brotes
verdes”? ¿En qué galaxia mora el ex Presidente Piñera, quien
cree hacer campaña Presidencial sin anunciar que la hace y con
esporádicas entrevistas de prensa? Sin duda el surrealismo sobrepasa
toda medida en un país donde, mientras se habla de “educación de
calidad”, los estudiantes demuelen los colegios y destruyen
bibliotecas, los trabajadores adultos ocupan el ULTIMO y PENULTIMO
lugar de 33 países en comprensión de lectura y sencillas
matemáticas y los universitarios tienen 450 puntos de promedio en la
prueba de selección y califican dichas pruebas de
“discriminatorias”.
O
tal vez ocurra que sencillamente el país y el mundo estén cambiando
los paradigmas de su civilización y quienes hacen uso del sentido
común se han quedado tan atrás como los bardos homéricos cuando se
inventó la escritura. Y
entonces hoy quien dice que un colegial de 14 años debería estudiar
y responder a los esfuerzos de sus padres en vez de parlotear sobre
cosas que no sabe saca en el acto patente de facho. Y sucede también
que hablar de crecimiento económico empieza a interpretarse como el
colmo de lo reaccionario. Y si se afirma que la universidad es para
quienes tienen interés y talento académico, no para cualquiera,
definitivamente se es digno de un puesto en el Museo de Ciencias
Naturales junto al maniquí del hombre de las cavernas.
O quizás demoler la economía sea la manera como el siglo XXI
promueve el progreso, no la anticuada idea de invertir y hacer crecer
el PGB. ¿Por qué no? Todo el mundo habla de igualdad y equidad, no
de crecimiento. Debe ser uno el equivocado…
Los
primeros balbuceos de esta majestuosa revolución los pispó Ortega y
Gasset en los años 30 y habló de la Rebelión de las Masas.
Toynbee, el historiador, se refirió al “proletariado interno”.
Un autor italiano, Baricco, habla de Las Invasiones Bárbaras. Robert
Musil lo hacía del Hombre sin Atributos. Todos
ellos y muchos más han visto el fenómeno en distintos momentos y
desde diferentes ángulos, pero comparten el mismo territorio
conceptual, a saber, la idea de que una entera civilización basada
en la lógica aristotélica, los valores jerárquicos, el esfuerzo
denodado, las disciplinas y deberes, etc., está cediendo lugar al
imperio del consumismo, la desfachatez de la ignorancia triunfante,
la presión omnímoda de las masas, el placer de demoler las
diferencias, el gusto vesánico por el vandalismo material y
espiritual, la confusión de roles, el revolcarse en el placer
-“pasarlo bien” a toda costa, dicen-
y así sucesivamente. Pero,
en nuestro surrealismo, nosotros preferimos hablar, con un aire de
gran progreso, de “ciudadanos empoderados”.
Exquisitez
¿Por
qué no? ¿Quién es nadie para arriscar la nariz? Debe ser una
exquisitez el dejarse caer por ese resbalín. ¡Qué
delicia no ser ya sujeto de deberes para convertirse sólo en objeto
de derechos, en receptor sistemático de bonos, en destino preferente
de becas, gratuidades, Legislaciones, regulaciones, institutos e
instituciones!
Y
en cuanto al placer de sumarse, de unirse, de identificarse, de ser
uno con los demás, de repetir las mismas palabras y vociferar los
mismos eslóganes, todo eso es innegable y ya fue examinado en su
deleite y su furor por Elías Canetti en Masa
y Poder
y por Freud en El
Malestar de la Civilización.
Nada más refrescante y excitante que marchar junto a otros cinco mil
tipos gritando lo mismo. Nada mejor que dejar de lado el deber de
pensar, examinar y analizar. Nada mejor que correr todos juntos al
precipicio o a la piscina, adonde sea, pero juntos. Permiso, me voy a
la marcha…
Esto no es una
conversación de bar,
por
Luis Cordero Vega.
Tras la
presentación del proyecto de Ley sobre educación superior, se ha
insistido nuevamente en los errores de las reformas del Gobierno y
cómo han afectado el crecimiento. Pero para discutir de un modo
razonable sobre éstas deberíamos ser capaces de distinguir entre
las conversaciones en un bar y el necesario debate sobre cómo
adoptar decisiones para resolver problemas públicos de largo plazo.
Para eso los datos son relevantes, porque permiten delimitar el
ámbito de las reformas.
De acuerdo a los
datos de la OCDE, en Chile el 10% más rico gana 26,5% veces más que
el 10% más pobre, la concentración más alta en este grupo de
países. Nuestro sistema tributario no sirve para reducir la
desigualdad de ingresos y es el que menores impactos tiene en
redistribución. Nuestras pensiones se encuentran entre las más
bajas de este club; tenemos la tasa de desigualdad más alta en el
mercado laboral, lo que es particularmente relevante en las
diferencias salariales por género. Existe un bajo porcentaje de los
estudiantes pobres que pueden superar las dificultades
socioeconómicas que enfrentan en su aprendizaje —la cuna de
nacimiento es brutalmente determinante—, tenemos pocos docentes con
certificaciones cualificadas, en la educación terciaria los pobres
participan mucho menos que los ricos y en instituciones de menor
calidad, y enfrentamos, además, complejidades regulatorias en
sectores clave para la economía.
Los efectos son
claros. Si Chile quiere seguir creciendo, no sólo necesita
solidez institucional, debe llevar a cabo también, inevitablemente,
reformas que corrijan desigualdades y generen crecimiento inclusivo.
Como han documentado los especialistas, es en momentos como estos en
donde los países definen su paso al desarrollo o transforman esa
oportunidad en una frustración eterna. La evidencia muestra que las
reformas en educación, laboral, tributaria, pensiones y en la
calidad de las instituciones regulatorias son esenciales para lograr
ese resultado.
Mientras que la
conversación en un bar permite una fácil divagación, en sensatas
políticas públicas tener claridad sobre el contexto exige esfuerzos
adicionales para avanzar correctamente. Porque no basta con un
buen diagnóstico; es necesario que estas políticas sean
adecuadamente formuladas y ejecutadas. Es ahí donde está una de las
principales dificultades de este Gobierno y el riesgo de que, en el
futuro cercano, reformas indispensables sean desacreditadas por la
incompetencia para llevarlas a cabo. Hoy como nunca disponemos de
adecuada información para la persuasión en el debate democrático;
pero, como nunca también, nos hemos empeñado en discutir en la
barra de un bar.
Inocencia
comprobable,
por
Axel Buchheister.
El General Juan
Emilio Cheyre fue procesado por el Ministro Mario Carroza como
cómplice en el homicidio de 15 personas, hecho acontecido hace 43
años atrás en La Serena, en el caso “Caravana de la Muerte”.
He escrito
columnas argumentando que los juicios de derechos humanos no cumplen
un estándar básico del debido proceso. En este caso además, como
en otros, se procesa a un inocente. ¿Cómo lo sé? Muy simple: leí
el auto del procesamiento -antes que el procesado, porque se publicó
en la página web del Poder Judicial previo a notificárselo a él,
con lo que parece que darlo a la publicidad era prioritario a cumplir
con las formalidades procesales- y lo que ha publicado la prensa en
estos días.
En
la resolución Judicial, en lo referente a la existencia del delito,
el Ministro precisa con cierto detalle que a las víctimas se les
ajustició “sin juicio previo”. En cuanto a la participación de
Cheyre en este hecho, no contiene ni una sola reflexión que explique
en qué habría consistido concretamente. Debemos
ser el único país de la OCDE (estándar que hoy ocupamos para
atribuirnos el carácter de país serio), en que a alguien se le
inculpa de participar en un delito sin que se le explique, al menos
sucintamente, cómo se habría materializado su participación,
especialmente cuando la niega vehementemente. Se afecta así
gravemente el derecho a la defensa.
Por
la prensa, el Ministro Carroza nos ha aclarado que “en el fondo el
elemento esencial es el conocimiento de lo que se estaba realizando
en las tres horas que estuvo la comitiva en La Serena”. Una
precisión que a usted, que cree que Cheyre es culpable por eso,
debiera preocuparle, porque si va a cobrar un cheque y en ese momento
asaltan el banco, sucede que estaba ahí y tuvo conocimiento de lo
que estaba ocurriendo. Por
algo el Código Penal establece que “cómplice” es quien, sin
estar concertado previamente, coopera en la ejecución del delito.
Hay una diferencia entre tener conocimiento y cooperar, que es la que
separa a un testigo de un cómplice.
La resolución
enumera sólo datos formales y nombres de testigos. La prensa se
extendió más, señalando que dos testimonios son claves. Uno, de un
ex Carabinero que asegura que Cheyre fue muy activo en los Consejos
de Guerra, que son una forma de juicio. Citar este testimonio es
incoherente y no prueba nada sobre los homicidios, que se cometieron
“sin juicio previo”. El segundo, de alguien que declara que el
día anterior Cheyre lo habría torturado a él y otras personas.
Aunque esto fuera cierto, ¿de qué forma prueba la participación en
los homicidios al día siguiente de personas distintas?
A
los individuos, sin distinción, se les debe presumir inocentes
mientras no se demuestre lo contrario. Si lo antes expuesto es todo
lo que tienen, no hay duda de la inocencia del General. Difícilmente
tengan más, porque ya lo habrían hecho saber, cuando se ve que el
caso amerita dar prontamente a la publicidad.
Hay quienes dicen
que el General Cheyre tiene bastante “culpa” en lo que le sucede.
Opino como ellos, pero de ahí a aceptar que se condene a un inocente
por eso, hay un trecho demasiado largo.
Descentralización:
el eslabón perdido,
por
Javier Fuenzalida.
Nadie podría
afirmar que la descentralización del país ha sido irrelevante en
términos programáticos. Desde el retorno a la democracia figura
como un eje temático en todos los programas de Gobierno y, salvo
contadas excepciones, medidas pro descentralización forman parte de
todos los mensajes Presidenciales del 21 de mayo. Además, en 2014,
la Comisión Asesora Presidencial para la Descentralización y el
Desarrollo Regional contribuyó con una serie de propuestas para
abordar la alta concentración de poder político y económico en
Santiago, y las inequidades territoriales en desarrollo productivo y
en el acceso a bienes y servicios públicos.
Múltiples
iniciativas dan cuenta de un paulatino progreso en la
descentralización del país. Sin embargo, un ámbito donde el avance
ha sido escaso es el fortalecimiento de Gobiernos Regionales y
Municipios. Aún no se implementa la adscripción de sus cargos
directivos al sistema de Alta Dirección Pública y seguimos a la
espera de medidas para que las Estrategias Regionales de Desarrollo y
los Planes de Desarrollo Comunal trasciendan su condición de rito
administrativo. Asimismo, no se han elaborado reformas estructurales
para promover un mayor accountability sobre el desempeño de
Gobiernos subnacionales ni tampoco para mejorar sus procesos de
compras públicas. Es más, entre las propuestas elaboradas por el
Consejo Anticorrupción en 2015, aquellas que apuntan a la probidad y
al fortalecimiento de los Municipios figuran entre las de peor
avance. La indolencia es mayor si consideramos que parte de estas
disposiciones habían sido sugeridas antes por la Comisión para la
Descentralización.
Si algo
caracteriza a los procesos de descentralización de países
desarrollados es la ausencia de un patrón único. Más bien
predomina un tipo de reformas por sobre el resto, sean éstas
políticas, Fiscales o bien administrativas. Sí es claro que en
dichos procesos el fortalecimiento de sus respectivos Gobiernos
subnacionales ha sido un camino ineludible. En nuestro país, tarde o
temprano tendremos que hacer lo propio con nuestros Gobiernos
Regionales y Municipios, e implementar las medidas sugeridas al
respecto. Considerando el tiempo que nos ha tomado llegar hasta donde
estamos en materia de descentralización, mientras más temprano,
mejor.
Gratuidad: la
caída del emblema,
por
Max Colodro.
Con
la presentación del proyecto sobre educación superior, el sueño de
la ‘gratuidad universal’ terminó de desplomarse. Menos de 24
horas después que Michelle Bachelet reafirmara en cadena nacional su
compromiso con la promesa de campaña, la iniciativa ingresada al
Congreso hacía exactamente lo contrario: fijaba condiciones
asociadas a ingresos estructurales que, sin mediar nuevas alzas
impositivas, demorarían entre tres y cuatro décadas en hacer
posible la gratuidad para todos.
Nada de eso fue
explicitado durante la campaña ni en los primeros dos años de
Gobierno. El programa de Bachelet fijó con toda claridad un
cronograma que establecía llevar la educación gratuita hasta el
séptimo decil al finalizar su Mandato, y completarla de manera
efectiva al cabo de seis años de iniciado el actual Gobierno, es
decir, en 2020. Nada se dijo nunca sobre condicionantes como
ingresos estructurales, precio del cobre o PIB tendencial, por lo que
el cambio en las reglas del juego plasmado en el proyecto que ahora
ingresa a trámite puede ser considerado, con toda razón, un fraude.
Es imposible
creer que todos los técnicos y economistas del comando no hicieran
en su momento los cálculos correspondientes, y que durante estos dos
años de gestión ningún funcionario de Hacienda haya tomado la
calculadora. Al contrario, lo razonable es pensar que las
estimaciones estuvieron hechas desde siempre, y por lo tanto desde el
comienzo las actuales autoridades sabían que estaban ofreciendo algo
que no se podía cumplir. Si no fuera así, la Presidente
Bachelet tendría que estar hoy día solicitando más de una renuncia
en su equipo de colaboradores.
La
tragedia que este desenlace representa para la Mandatario y el
oficialismo es que el fin de la gratuidad universal no es el simple
incumplimiento de una de muchas promesas de campaña, sino del
principal emblema de esta administración; un símbolo de la voluntad
política de empezar a transitar desde un modelo basado en la
subsidiariedad del Estado, a otro distinto y sostenido en derechos
universales garantizados.
En rigor, ese es el fondo oculto de toda la parafernalia ciudadana
que ha alimentado el proceso constituyente: discutir y precisar
derechos que no estén sometidos a las restricciones del ciclo
económico. Y eso es precisamente lo que esta semana se vino al
suelo, nada menos que en el ‘derecho universal’ que este Gobierno
había convertido en su principal estandarte.
El golpe a la
credibilidad y a la confianza pública es sin duda enorme, más aún
cuando este forzoso viraje hacia la realidad se da en un contexto de
descrédito general. Tener que arriar la principal bandera
forzados por las circunstancias; reconocer entre líneas que se
ofreció algo que se sabía desde el inicio que no podrían cumplir,
de algún modo viene a ser también un símbolo del grado de
voluntarismo y desprolijidad con que este Gobierno ha intentado
llevar adelante sus convicciones.
Al
final del día, este enorme bluff terminará siendo un nuevo y
significativo aporte al actual deterioro de la política; la enésima
prueba de que, a estas alturas, es mejor no creer en nada ni en
nadie.
Escasez,
por
M. Vergara.
Leo, sentado en
una cafetería cerca de la oficina, que 35 mil venezolanos cruzaron
este domingo la frontera con Colombia, por 12 horas, para comprar
medicinas y alimentos que en su país son difíciles o derechamente
imposibles de conseguir a causa de la crisis de desabastecimiento.
Para los habitantes del estado fronterizo de Táchira, fue la única
alternativa al bachaqueo, o contrabando, que para muchos de sus
compatriotas, incluso aquellos que tienen dinero, es hoy la única
forma de conseguir bienes, aunque a precios exorbitantes.
Un colega me
recuerda que también en Chile hay quienes suelen viajar regularmente
—a Tacna, Mendoza, San Carlos de Bariloche o incluso a Buenos
Aires— para conseguir medicamentos que acá cuestan dos o tres
veces más caros. Pero no se compara ni de lejos con la magnitud
del drama en Venezuela, que el Gobierno de Caracas achaca al sabotaje
pero que parece, a todas luces, obra de la inflación, los controles
cambiarios y de una economía cada vez más centralizada.
Pueblos bien
informados
difícilmente
son engañados.