Inolvidable,
por
Felipe Hurtado.
Estaba el título
en juego; daba lo mismo si era el oficial o no. Tampoco que al frente
estuviera el equipo que más problemas le pone -históricamente- a
Chile y el que llegaba a la final con rendimiento perfecto, incluida
una victoria sobre la Roja.
Para vencer a
Argentina se tenía que meter y meter, no quedaba de otra. La
caída en el debut era un espejo del que aprender y la Selección lo
entendió así. Eso hizo que la presión en medioterreno estuviera la
clave. Se
trastabilló, pero se logró terminar a pie firme. Banega no tuvo el
protagonismo de otros días, Di María no complicó como se temía y
a Messi se le redujo a tímidos flashazos, flashazos que siempre se
viven con el estómago en la mano.
Todo pudo irse al
basurero con el error de Medel que Higuaín no supo definir o la
apresurada roja a Díaz, que volvió locos a los nacionales por un
rato. El pobre arbitraje equipararía los números.
En la entrega de
Vidal y Aránguiz, a la que de a poco se iría sumando el resto sin
excepciones, se erigió la forma de sacar adelante una tarea difícil,
hasta ahí reducido a pelotazos sin destino y a espacios que
escaseaban para el ataque de los rojos.
Los ánimos se
fueron calmado y el partido se hizo más cerebral que de choque.
Chile se ordenó en la cancha y comenzó a maquinar su asalto.
No abundaron las
ocasiones -que las hubo-, sí el trabajo colectivo que lo hace
parecer un club -condición que algunos creían perdida. Se redujo el
margen de error, hizo notar su condición física hasta que ya no
pudo más y, sobre todo, ganó en convencimiento; el convencimiento
de que, con una, bastaba. Y no claudicaría en pos de conseguirla.
Cualquiera
fuese la corona que en disputa, los de Pizzi no pensaban entregarla.
Y, si les tocaba perderla, iban a tener exigirse al máximo para
quitársela. Las dudas del arranque del torneo, individuales y
generales, se enterraron.
Las
circunstancias han convertido a Argentina en el adversario de la Roja
en sus grandes ocasiones, la prueba mayor rumbo a la gloria. Lo mismo
corre para los transandinos, que en su afán de cortar la sequía que
los persigue hace 23 años, se reencontraron con el Chile más
enconado de todos los tiempos, uno al que la albiceleste ya no le
produce tiritones, sino todo lo contrario; le inyecta fuerza y ansias
de epopeya.
Así se levantan
dos títulos continentales en menos de un año. No hay otra manera.
Que nunca lo olviden.
Nota de la
Redacción:
Agradecemos a los
23 gladiadores, que al mando de Juan Antonio Pizzi le doblaron la
mano a la historia, que con disciplina, esfuerzo y capacidad le
dieron al pueblo chileno una inmensa alegría, la que sin duda nos
ayudará a sobrellevar la ineptitud y corruptela de nuestros
Gobernantes....
Con justa razón
los chilenos festejamos con alegría, por cierto no faltaron los
antisociales que destruyen el país y atemorizan a la sociedad, miles
de compatriotas salieron a las calles a celebrar, mientras al otro
lado de la Cordillera de Los Andes todo era lagrimas y frustraciones.
Creemos
que la labor realizada por Marcelo Bielsa y Jorge Sampaoli,
personajes que nunca nos fueron gratos, es importante para el
despegue de nuestro Seleccionado Nacional, aunque no podemos dejar de
destacar Juan Antonio Pizzi se la jugó por elementos nuevos para
alcanzar el éxito.
Chilexit,
por
Axel Buchheister.
El Reino Unido
votó por retirarse de la Unión Europea. Aunque haya sido por un
margen estrecho, nos sorprende que un país, desarrollado y poseedor
de una gran cultura, haya logrado juntar una mayoría para salirse
nada menos que de un pacto internacional.
¿Será
el “Brexit” una especie de involución política, un retroceso en
la modernidad? Para los partidarios de la salida, lejos de
representar eso, el jueves pasado fue el equivalente al “día de la
independencia”.
Porque si bien el voto en contra de la Unión fue sin duda catalizado
por el problema específico de los inmigrantes, que por oleadas
incontrolables han asolado a Europa en los últimos años, los
votantes en el fondo han expresado el deseo de controlar su propio
destino. No
están dispuestos a delegar la capacidad de decidir en un supra
Gobierno, compuesto por burócratas internacionales y que no está
claro quién lo elige,
como el que reside en Bruselas, que no les deja tomar sus propias
decisiones y les impone reglas -buenas o malas- sin su
consentimiento.
Ahí está
el punto. Con apariencia de modernidad, la Unión Europea tiene un
tinte antidemocrático.
Porque la democracia es el Gobierno del pueblo y cuando éste no
puede decidir, sino que lo hacen otros, no está claro que haya
democracia. No basta que exista un Parlamento europeo electo, porque
la voluntad de cada nación se diluye en la voluntad de muchas otras.
Y como no todos
los países hacen las cosas igual ni son tan exitosos, aquellos que
se esfuerzan y lo hacen mejor, terminan pagando los costos.
El Reino Unido
recupera su soberanía, y sin duda tiene los medios y capacidades
para hacerlo mejor. Y los supuestos costos no son tan ciertos.
Pasado el impacto inicial, la realidad es que el intercambio
comercial, económico y financiero continuará, porque el resto de
Europa no podrá negarse a ello,
sobre todo cuando la isla británica compra más de lo que vende al
resto.
Nuestro país
se ha comprado durante muchos años que hay que pertenecer a
organismos internacionales, seguidores como somos de la moda. Una
cosa es adoptar acuerdos comerciales o de integración voluntarios
con otras naciones, y otra distinta delegar nuestra soberanía en
organismos internacionales. Así ha estado sucediendo, y la derecha
política ha sido incapaz de verlo o hacer algo al respecto. Porque
la realidad es que esos organismos son controlados por burócratas de
izquierda, especialistas en imponer agendas bajo el pretexto de los
derechos humanos. Por ejemplo, el Congreso aprueba un “Acuerdo
de Unión Civil” y reserva la institución del matrimonio para la
unión de un hombre y una mujer. Así lo decidió nuestra democracia,
que no requiere de ninguna tutela.
Entonces, los
disconformes se van a la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, que nos exige extender el matrimonio a parejas del mismo
sexo. Nuestro Gobierno de izquierda, lejos de defender nuestra
decisión soberana, acepta establecerlo y ello nos obligaría a
adoptarlo.
¿Quiénes
son esos burócratas para imponernos tal cosa?; ¿cuándo los
elegimos? El Reino Unido nos demostró cómo se defiende la
democracia: es hora de aprender y promover un “Chilexit”.
Cocinar
las discrepancias,
por
Joaquín García Huidobro.
Con
la llegada del invierno han vuelto las viejas tradiciones de la
derecha chilena, concretamente las peleas de la UDI con Renovación
Nacional. Esta vez los enojados son de RN, porque a última hora sus
socios pusieron a Lavín a competir por la Alcaldía de Santiago. Le
llovió sobre mojado a Renovación, dado que en las primarias no
había conseguido el resultado que esperaba. El público no ha visto
con simpatía el retorno de este antiguo deporte de la centroderecha,
y mucha gente está furiosa porque piensa que, a esta altura del
partido, sus dirigentes ya debían haber aprendido algunas lecciones.
La cosa, sin embargo, todavía no llega a mayores, y me atreveré a proponerles a las directivas de ambos partidos un procedimiento de solución de esta y las futuras controversias. Aprovechando que, con la nueva Ley de financiamiento de la política, los partidos tienen plata, les voy a recomendar un restaurante peruano increíble, poco conocido, en un lugar discreto y muy barato. Porque la buena política siempre se ha hecho alrededor de una mesa, aunque Camila, Boric y otros malhumorados se molesten.
Comiencen con un pisco peruano. No sé si saben que el pisco de ese país tiene una propiedad de la que carece el nuestro: refresca la memoria. Así se acordará RN del 14 de mayo de 2005, cuando levantó la candidatura Presidencial de Sebastián Piñera, lo que dejó descolocado a quien entonces era la única carta de la centroderecha, Joaquín Lavín. Al final perdieron ambos, porque era la época de Bachelet la invencible. Y la UDI recordará la jugada que hizo para desbancar a Piñera en Valparaíso, hace también muchos años. En fin, verán que nadie tiene mucho que alegar, pero si acompañan el aperitivo con un ceviche de Piura (¡no de piure!) descubrirán que estas cosas no son muy graves. Al menos, ni nuestro Código Penal ni los Diez Mandamientos las prohíben.
Pasen después a una Gallina Tipakay para la UDI y un Pollo caramelizado con avellanas para RN. Verán cómo sus caras sombrías se iluminan, y empezarán a pensar en grande. Descubrirán que el enemigo no está allí, que tienen por delante un magnífico socio, al menos si miramos al resto del panorama político nacional. Comparen su situación con la de la Nueva Mayoría, donde el pobre Andrés Zaldívar o Carolina Goic tienen que sentarse a conversar con sofisticados conductores de retroexcavadoras. Ese solo pensamiento llevará a Hernán y Cristián a levantar sus copas, llenas de un vino no muy fuerte (les sugiero un Merlot), y decir un buen "¡salud, compadre!". Obviamente, el vino tendrá que ser chileno.
El vino no solo alegra el corazón, según enseña la Biblia (el más etílico de los libros importantes), sino que, en las dosis adecuadas, clarifica la mente. Los hará descubrir que, con la Nueva Mayoría delante, ganar la próxima elección Presidencial es bastante menos complicado que enfrentar a Messi y a Di María. El equivalente al primero sería François Mitterrand y al segundo, Tony Blair. Nada de eso puede salir por ahora de La Moneda.
Estas constataciones, lejos de alegrar demasiado a nuestros comensales, los preocuparán un poco. Van a descubrir que el problema no es una primaria más o menos, o quién deberá derrotar a Tohá. La cuestión realmente importante es otra: de poco sirve ganar la próxima Presidencial si no ha habido la preparación suficiente para Gobernar. Esto exige hacer todas las tareas a tiempo, incluida la necesidad de tener muy buenas ideas para proponerle al país. Y en esto nuestros amigos todavía están al debe.
Pero un poco de susto no les vendrá mal a los Presidentes de ambos partidos. Para compensarlo, le recomiendo a Cristián unos Guargüeros azucarados de Moquehua, mientras que a Hernán unos Prestiños de Huánuco o unos Higos rellenos de Huaura. Quizá entonces recuerden "La fiesta de Babette", esa gran película de Gabriel Axel, que muestra cómo una buena comida es capaz de hacer mejores a los hombres.
Y como a esa altura del almuerzo ya no tendrán discrepancias que resolver, podrán cambiar de tema y hablar del Brexit, que pone a Gran Bretaña y al resto de Europa en una situación más que difícil. Es lógico que les pasen estas cosas terribles: los ingleses no tienen a la vuelta de la esquina un buen restorancito peruano.
Chile
Vamos ¿adónde?,
por
Sergio Melnick.
La Nueva Mayoría
está en sus últimos estertores como coalición. Ya saben que no
pueden seguir como están. Básicamente les sobra el centro. La DC no
calza en una agrupación de izquierda tan dura, y es difícil
entender lo que les está pasando y el porqué. Están muy
segmentados internamente y han perdido más de un millón de votos en
su matrimonio con sus grandes adversarios históricos. La
izquierda dura jamás le perdonará a la DC su apoyo al golpe militar
y se lo hace notar cada vez que puede.
Ya se prepara una
nueva coalición de izquierda. Se
habla del nuevo frente amplio, una especie de UP 2.0,
que ojalá fuese un poco más republicano, pero es poco probable. A
este nuevo referente convergen de diferentes maneras el PC, la IC, el
PS, MAS, PRO, el PH, el PR, el PS, buena parte del PPD, Izquierda
Autónoma y Revolución Democrática. Son
muchas cuerdas para el trompo y hay demasiados caudillos mesiánicos.
Si a ese
guirigay político de la izquierda, le sumamos uno de los peores
Gobiernos de nuestra historia, simplemente no se entiende que Chile
Vamos no sea capaz de capitalizar ni un ápice el descontento;
es casi al revés. Tampoco parece capitalizarlo el nuevo centro
político en formación, agrupado en torno a Velasco en Ciudadanos y
que acoge a Amplitud, que sigue sin rumbo, y a Red Liberal, que no
tiene gran alcance pero sí buenas ideas. Quizás este centro podría
tomar fuerza cuando se quiebre la DC y un segmento republicano de
estos busque refugio en el centro. Todo parece indicar un primer
retorno a los tres tercios; pero con 25 partidos políticos y
diversos grupos es el anuncio de una tormenta perfecta. Somos un país
que no es capaz de aprender de su historia.
El problema
central en Chile Vamos, como en todo conglomerado político, son sus
líderes. Mientras Piñera hace un esfuerzo descomunal por tratar de
ordenar al conglomerado desde su propia fundación, los líderes de
la centroderecha se pelean y son incapaces de ponerse de acuerdo.
La UDI aún no se recupera tras el golpe letal que le propinó el
Gobierno, orquestado por Peñailillo. La salida de Kast es simbólica
y señala que están olvidando su esencia.
La postergación de Bellolio indica otros conflictos internos de
poder, que no son menores. La izquierda, a su vez, sigue moviendo
todo el poder Estatal disponible para seguir atacando figuras
emblemáticas de la UDI y lo está logrando. Claramente Orpis no es
ningún peligro para la sociedad, y Longueira es un político
republicano de alto nivel. El Secretario General de la UDI, sin duda,
es todo un acierto y debieran promoverlo más decididamente. Quizá
también debieran promover más a las líderes mujeres.
Por su parte, RN
parece estar en una pugna interna que francamente no se entiende.
Nadie sabe quién manda realmente en ese partido. De pronto pareciera
que es Ossandón; para otros, Larraín sigue moviendo hilos
orquestado por Desbordes. Algunos
aún tienen esperanza en Allamand y Espina que brillan por su
ausencia.
Amplitud les quitó Parlamentarios en una movida oscura, orquestada
desde adentro del partido sin que hasta ahora se entienda su
propósito. Súmese a ello un PRI muy desperfilado, sin líderes
fuertes y con el gran tema de la descentralización, que Chile Vamos
no es capaz de articular. La Regionalización debe ser una de las
grandes banderas de Chile Vamos.
Lo más
novedoso del sector es sin duda Evópoli,
que recién nace y podría tener un gran futuro, pero tampoco ha
aportado una agenda de temas relevantes para el siglo XXI, y ese es
su gran desafío.
Chile
Vamos tiene a su haber el Gobierno de Piñera, que ha sido el mejor
que ha tenido el país en 30 años. Aun así no parece entender la
gran oportunidad que se les presenta por la combinación de un muy
mal Gobierno y la crisis terminal de la NM.
El no ser capaz de capitalizarlo políticamente, es precisamente la
señal de crisis de liderazgo. Es preciso renovarlos con urgencia y
con audacia trayendo nuevas figuras muy atractivas, que sean
adecuadas para el tiempo de la retroexcavadora y la polarización que
engendra esta administración. Es tiempo de generosidad, de
privilegiar el proyecto colectivo sobre el personal. En efecto, el
país quedará muy deteriorado después del tsunami que ha sido este
Gobierno. Chile Vamos unido al centro político es el camino, ¿pero
lo conocen?
Chile Vamos debe
invertir urgentemente en el desarrollo las nuevas ideas políticas,
económicas, tecnológicas, ecológicas, globales y sociales que
marcan el rumbo del siglo XXI. Si
no es capaz de proponer un sueño país acompañado de una agenda
novedosa para alcanzarlo, no tendrá posibilidad alguna de
levantarse.
Reforma
Agraria: Lecciones a 50 años,
por Luis Larraín.
Debatieron
en Libertad y Desarrollo sobre la Reforma Agraria el Ministro de
Agricultura Carlos Furche, el Presidente de la SNA Patricio Crespo y
el académico Alberto Valdés. Luego de sus presentaciones, la
historiadora Ángela Cousiño moderó un panel en que además
respondieron preguntas del público.
La conversación tuvo de todo: consideraciones políticas, análisis técnico, testimonios personales acerca de cómo ese proceso trastocó la vida de muchas familias al privarlas de su patrimonio y forma de vida. Todo esto en un marco de respeto.
Difícil a estas alturas cerrar la brecha, enorme, en la percepción de distintos actores de este proceso. Pero podemos intentar, creo, sacar lecciones para el futuro acerca de procesos de reforma de esta envergadura.
Una de las conclusiones es que debemos tener mejores diagnósticos. Las ideas son importantes y lo seguirán siendo, pero no debieran ocultar ni distorsionar la realidad.
Carlos Furche dijo que la Reforma Agraria tenía el objetivo de mejorar la calidad de vida de los trabajadores del campo, aumentar la productividad de la agricultura y cambiar el régimen de propiedad haciendo 100 mil nuevos propietarios. El diagnóstico tras esos objetivos era que el régimen de "la Hacienda", incluido el inquilinaje, debía mutar hacia uno más moderno; que la productividad agrícola era muy baja; y que sus trabajadores agrícolas vivían en condiciones miserables.
Pero las intervenciones de Patricio Crespo, Ángela Cousiño y Alberto Valdés fueron desmintiendo este diagnóstico, ya sea con datos factuales o con elementos de contexto. El caso del economista agrario Valdés es interesante porque él declaró haber sido partidario de la Reforma Agraria en su época (como cuando ahora se dice ser partidario de una reforma educacional), pero es muy crítico acerca de la forma en que se hizo.
Valdés afirmó que "la Hacienda" no era la realidad del campo chileno en los sesenta, sino treinta años antes. Respecto al inquilinaje, el mismo Ministro Furche admitió que ellos representaban menos del 50% de los trabajadores agrícolas. Valdés afirmó que el régimen de regalías protegía a los inquilinos de la inflación y que los trabajadores agrícolas no eran más pobres que los urbanos. Chile era un país pobre. Con datos aportados por Crespo y Ángela Cousiño quedó claro que la precariedad y falta de oportunidades de los trabajadores agrícolas eran en buena parte falla del Estado y no de sus empleadores. Falta de caminos, deficiencias en la cobertura educacional y de salud pública.
Y en materia de productividad, Valdés entregó números que muestran que el agro no era más ineficiente que otros sectores productivos, pese a tener un impuesto implícito de más de 30% por la carga que las políticas económicas, en particular la protección arancelaria al sector industrial, imponían a los agricultores.
Finalmente, la reforma agraria no mejoró la productividad del agro sino que la empeoró, no hizo un solo nuevo propietario e introdujo una división en el país que según algunos estuvo entre las causas de la ruptura de la democracia. Seguir afirmando que la Reforma Agraria es lo que permitió la posterior modernización del agro es como decir que necesitamos más terremotos y tsunamis para mejorar la infraestructura del borde costero.
Otra lección evidente es que una reforma de estos alcances no puede imponerse por una mayoría política circunstancial. La expropiación sin pagar el valor de los activos es brutal. Recordemos que hoy es la Constitución que se quiere cambiar la que defiende al propietario al exigir el pago del valor económico de los activos expropiados por el Estado. Si no fuera por ella, los dueños de colegios particulares, afectados por la reciente reforma educacional, podrían ser brutalmente expropiados.
La comparación con la reforma educacional es clara: una reforma "inevitable", pero con un mal diagnóstico: que la calidad es generalizadamente mala (falso), que el lucro es el responsable de ello (ninguna evidencia). También ha sido conducida por un grupo pequeño, ideologizado e impermeable a la crítica. ¿Habrá que hacer también el día de mañana una contrarreforma?
Vértigo…,
por
Fernando Villegas.
A no
pocos ciudadanos les parece incomprensible que La Moneda y la NM
insistan -con un veto- en forcejear su reforma laboral contra la
razonada resolución del Tribunal Constitucional,
contra la voluntad del empresariado, contra el parecer de muchos
trabajadores chilenos, contra 3/4 o 4/5 de la población manifestando
su oposición al Gobierno y todavía más, en medio de un desplome
acelerado de la economía; tampoco pueden entender que sectores del
estudiantado crean poder detener la marcha del país -lo llaman
“ofensiva popular”- deteniendo la labor de los establecimientos
educacionales y parando el tránsito. ¿Cómo,
se preguntan, es posible tal nivel de extravagante inconsciencia o
demencia?
Es una pregunta
atendible porque ambos comportamientos presentan pocos rasgos
racionales cercanos a la política y muchos rasgos irracionales
cercanos a la comedia cinematográfica de Laurel y Hardy, cuya
mecánica era siempre una enloquecedora acumulación de torpezas; se
supone que si bien en política NO suelen congregarse genios
luminosos, impera siquiera un mínimo de sensatez para evitar abismos
que la experiencia ha cartografiado abundantemente. Se
espera entonces que un cambio de ruta sólo se practique si ofrece
claras pruebas de ser beneficioso. Pero eso rara vez sucede.
La lógica y el buen juicio no juegan un papel protagónico en los
asuntos humanos. Deseamos creerlo, pero bien sabemos que normalmente
el cambio de rumbo, de haberlo, se materializa no con moderados y
calculados pasos sino con un devastador tsunami nacido de iniciativas
motivadas por un rapto de locura colectiva.
Los
escenarios.
En ocasiones ese
rapto ha ocurrido en el seno de asambleas deliberativas dominadas por
un demagogo o un mesías y atendidas con devoción y exaltación por
una horda de nulidades; en otras oportunidades el ataque de delirium
tremens ha nacido de la exigencia vociferante de turbas callejeras o
en mítines tumultuosos; en algunos casos incluso ha sucedido en
votaciones de Congresos y aun en decisiones de pasillo y recámara;
en todos los casos enteras naciones han sido arrastradas por el
vertiginoso impulso de arrojarse al abismo.
Esa tentación a
jugarlo todo a un solo número suele vencer con su lógica retorcida
-“¿qué más da si pierdo?”- al ya arruinado, pero también a
quien afronta un problema que parece sin reparación posible; es
entonces cuando sobreviene el deseo de dar ese paso extra y dejarse
caer apostando a que se aterrizará de pie, o, si de cabezas, al
menos se pondrá punto final a la angustia de la incertidumbre. Se
cede a dicho vértigo porque ya parece imposible retroceder y un
salto al vacío se ofrece como una liberación. Y entonces,
intoxicados por una mezcla de desesperación, masoquismo e ilusiones,
nos sometemos a la ley de gravedad.
Ejemplos…
Sucedió
en París, en 1870.
El régimen de Napoleón III se debatía en una crisis terminal y al
mismo tiempo el tradicionalmente quisquilloso ciudadano parisino se
sentía hastiado, irritado y sin claridad acerca de cómo y con qué
sustituir un imperio cuyo oropel se había gastado, pero su puterío
y corrupción aumentado; fue con ese ánimo confuso y airado que
ambas partes encararon la crisis suscitada por las maquinaciones de
Bismarck, el Canciller de Prusia. Y entonces, en
un ataque de chovinismo por parte del pueblo y de irremediable
impotencia por parte del Gobierno,
aun sabiendo o sospechando ambas partes la grave inferioridad militar
francesa, durante una famosa sesión vespertina del Congreso tanto
el pueblo llano como los Congresales aullaron por igual :“¡A
Berlín, a Berlín!”.
Con ese grito se votó la guerra y se llevó a Francia al peor
desastre de su historia.
Sucedió
en la misma Francia, en 1789, cuando
en una legendaria sesión de la Asamblea Nacional el estamento
clerical y el de la nobleza, en un rapto que los arrastró como si
estuvieran hipnotizados, votaron
favorablemente las Leyes que entrañaron su suicidio político y
económico.
Sucedió en
Atenas en el siglo V a.C., en el curso de la Guerra del Peloponeso,
cuando una asamblea dominada por locuaces timadores políticos votó
con entusiasmo una campaña que costó la destrucción de todo un
ejército y eventualmente la derrota en la guerra.
Le
ocurrió al alto mando alemán y a la superioridad del Imperio
Austro-Húngaro, en 1914,
tomando febriles decisiones rayanas en la demencia político-militar
-léase The Sleepwalkers, de Cristopher Clark- que desataron el
conflicto y la caída de ambos imperios.
Y fue también en
un arrebato de racismo y arrogancia dignas de los shogun medievales
que en 1941, en el consejo del Emperador Hirohito, imperó la
frenética idea de enfrentar al coloso americano. Igual
enloquecimiento y desesperación llevó a una camarilla a intentar un
golpe de opereta contra Gorbachov, el cual empezó como fracaso y
terminó con suicidios de los responsables.
Y así sucesivamente. Los ejemplos podrían ocupar todo este cuerpo
de reportajes.
En Chile…
El factor común
de tantas desorbitadas desgracias, lo que saca a las colectividades
del tranco mediocre y miope pero seguro de todos los días, lo que
lleva incluso a nenes relativamente inteligentes a brincar gritando
“somos hijos del Che” como si la vida de ese aventurero político
glorificado y la sórdida historia cubana hasta el presente fueran
dignas de alabanza, lo
que conduce a la pasividad impotente y/o una complicidad semiculpable
a técnicos como Valdés, a políticos como Burgos y a casi todos los
rectores universitarios del país, lo que hace creer a colegiales de
15 años que están en condiciones de hacer la revolución por su
cuenta, lo
que persuade a políticos del estilo de Quintana o Navarro -y en
verdad tantos otros- de que del problema se sale corriendo hacia
adelante con los ojos cerrados, en fin, lo que empuja más y
más a la Presidente a adoptar una postura de creciente obstinación
y desafío, es, en todos los casos, la gravedad misma de la crisis y
la oscura percepción de estarse hasta el cuello en un océano de
desgracias, fracasos, errores, metidas de pata y torpeza pura y
simple del cual no es posible salir sino nadando hacia el fondo,
hacia las antípodas, a ver si logran sacar la nariz en China. Es el
vértigo de la solución final, del Gran Escape, del kaputt, del todo
o nada, del “echémole pa’ elante, compañeros”.
La
tentación de ese hipnótico vértigo que nos llama a arrojarnos
cuesta abajo nace de la desesperación y la desesperación suele
nacer del fracaso.
Nadie que sienta disponer de opciones e ir bien encaminado escoge un
rumbo basado en la recitación de mantras ideológicos fracasados en
todas partes y en todos los tiempos. Sin embargo, para quien está en
un predicamento perdedor y/o sin escapatoria, el único recurso a la
mano es precisamente ese, el esperar salvación de la magia, de un
milagro en la hora 25. Es eso o intentar la huida abalanzándose más
profundamente en la desgracia. Es en el adoptar tal postura que
consiste ser un desesperado. Este
es un Gobierno que hoy ni en sus más regados mítines nocturnos
-cada vez más regados, nos confidencian-
reenciende la ilusión y el ánimo de los primeros días. Es ya un
Gobierno de desesperados.
Estudiantes.
Lo mismo
le sucede al llamado “movimiento estudiantil”.
Si ya sus primeras convocatorias exhalaban cierto tufo a palabrería
hueca pero al menos contaban con masivo apoyo, hoy, con un soporte
que se tambalea y una creciente irritación del respetable público
por sus batucadas callejeras y las tomas destructivas, ese vacío
conceptual se ha hecho manifiesto aun para el más distraído de los
ciudadanos. Es cosa grave porque dicho apoyo adulto e institucional
era el único sustento alimenticio de la existencia del movimiento.
Limitados a los vítores de algunos de sus papitos simplemente se
convierten en lo que el cura Berríos llamó un montón de jóvenes
con rabieta. Por eso la violencia y el vandalismo, que antes
acompañaban lateralmente sus actos, hoy es el espinazo y centro de
gravedad de estos porque los nenes cedieron, también, a la tentación
del abismo. Cabe
ahora sólo esperar el lapso que demoren en llegar al fondo.
Bachelexit
y UDIvederci,
por
Joe Black.
Ganó
el Brexit en el Reino Unido y todo el mundo está consternado, pese a
que pocos entienden bien por qué están tan consternados.
-"Qué fuerte lo del Brexit".
-"¿Encuentras que es muy fuerte?".
-"Sí, es heavy".
-"¿Por qué tanto?".
-"No cacho exactamente, pero igual es fuerte".
Esa conversación textual la escuché en un restorán el viernes. La gente andaba así, como les digo, compungida por la decisión de los ingleses de abandonar la Unión Europea. Incluso algunos británicos están confundidos con lo que fue el referéndum. Pero el asunto es que decidieron irse y ya está.
Ahora, yo creo que lo que les pasó a los británicos no es tan raro ni tan exclusivo de ellos. Lo mismo está ocurriendo de manera cada vez más perceptible en Chile.
Piensen en lo que pasó con la Presidente Bachelet. Dejó su primer Gobierno con un 80% de popularidad y luego se reeligió con el 60% de los votos, batiendo un récord histórico por ambas cifras. Ella era un "mostro" de la política, como pronuncia mi vecino argentino. Pero en apenas dos años fue capaz de provocar un vuelco completo y comparecer ante el país con un 80% de desaprobación. La gente la abandonó, se marchó. Fue el "Bachelexit" y ocurrió antes de que los británicos le dieran la espalda oficialmente al resto de Europa. Y si uno les pregunta hoy a los ex bacheletistas (hoy bachelescépticos) por qué ya no apoyan a la líder que alguna vez idolatraron, se encuentra con respuestas vagas, a veces contrapuestas, como las que dan los ingleses que votaron por el Brexit. Pero lo único que todos tienen claro es que ya no más.
Es que Bachelet y la Unión Europea tienen cosas en común. Las dos se muestran como acogedoras, comunitaristas, solidarias, protectoras. Pero ambas fallan en la capacidad de gestión, en resolver los problemas con eficacia y en fomentar el progreso económico. Además, comparten una misma fórmula, que suma escépticos: poner al Estado, a su burocracia y sus impuestos como protagonistas de la ecuación. "Yo me la puedo solo, déjeme intentarlo", parecen decir unos y otros.
Pero no solamente en el bacheletismo se ha producido un éxodo. También en la derecha. José Antonio Kast dijo "UDIvederci" a su partido e inició nuevos rumbos. Obviamente hubo consternación durante los primeros días ("la UDI perdió la 'kastidad'", me comentó un amigo gremialista compungido). Pero ahora ya la gente se acostumbró y aprendió a vivir sin él. Hay quienes dicen que ahora incluso se atreven a hablar con garabatos en las reuniones de partido y en las fiestas se puede bailar apretado sin culpa.
A veces pienso que Ossandón se va a ir también de RN. Y que Lily Pérez va a renunciar a sí misma.
Son cosas que se me ocurren, porque noto un creciente desapego en los políticos, como si hubiesen desarrollado una alergia al colectivo, una fobia a la institucionalidad. Quieren ser solos. Son como "brexitistas", solo piensan en su propio éxito personal, de la propia individualidad íntima de sus seres singulares.
O quizás todo esto ocurra simplemente porque siempre hemos sido los ingleses de Latinoamérica.
A
lo que salga,
por
Héctor Soto.
Este Gobierno
podría ser descrito perfectamente a partir de la cantidad de veces
que se ha negado a tomar opciones claras. Bachelet
cree navegar mejor en las medias tintas y por eso le gustan las
construcciones verbales que dan para todo: realismo sin renuncia;
palabras duras y actitudes blandas frente al vandalismo;
reivindicación del crecimiento justo, cuando se siguen
aprobando medidas que lo van a frenar; exaltación de la educación
pública precisamente en momentos en que se la está desangrando…
Su liderazgo
ha llegado a convertirse en una curiosa manera de estar y no, estar
simultáneamente,
en el fondo para dilatar, postergar, confundir y mantener apariencias
de unidad allí donde no la hay.
Seguramente no lo
hace porque le gusta. Lo hace porque siente que es lo que le
conviene. Incluso más, lo hace porque no puede hacer otra cosa. De
otro modo, posiblemente su coalición podría quebrarse. El
Gobierno no va donde quiere, sino más bien donde los imponderables y
las guerrillas internas lo llevan.
Y como las aguas son cada vez más turbulentas, el curso es errático.
Errático no porque lo quiera el puente de mando, sino por
efecto del libre juego de las presiones que un día empujan la
embarcación en un sentido y al día siguiente en el otro.
La pregunta es si
puede un Gobierno llegar sin dirección al final de los 20 meses que
le quedan antes de mandato.. Y si el país, por su lado, puede
aguantar un período tan largo de indefiniciones y tiras y aflojas.
La respuesta,
contra la percepción de los alarmados o de quienes andan viendo
precipicios a la vuelta de cada esquina, es que sí, que se puede.
Desde luego la aventura no será gratis, pero de poderse, se puede.
Esta misma semana, al optar por el veto (es una forma de decirlo,
porque lo cierto es que eso es lo que salió del desorden interno) se
terminó imponiendo una reforma laboral que no va a ayudar en el
mediano plazo ni al empleo ni tampoco a volver a poner la economía
en movimiento. La cosa salió así y así quedó; ya se verá lo que
sucede. El Ministro de Hacienda dijo que el que resultó no era su
mejor escenario, pero igual se declaró satisfecho de los dientes
para afuera. Pensó, tal vez, que más vale una mala fórmula que
prolongar la incertidumbre. El PC y, en general, la izquierda
celebraron con entusiasmo la solución. La DC está tan dividida que
dijo poco. Y aunque no cabe duda que la competitividad de la
estructura productiva se va a resentir, el efecto no debiera ser
inmediato y eso concede algún margen de tiempo. Tiempo para nuevos
bandazos, por supuesto.
Siempre la cuerda
se puede estirar un poco . Lo
ocurrido con la reforma laboral al final no va a ser muy distinto de
lo que está por suceder con la educación superior. Aquí el
problema es más arduo, porque ya a estas alturas nadie tiene muy
claro qué es lo que se está discutiendo.
No lo tienen los rectores de las universidades Estatales, tampoco los
de las privadas del Cruch, que se están sintiendo cada vez más
discriminadas, y mucho menos aún los titulares del resto de los
planteles, que a estas alturas lo único que quieren saber es cuánto
más pesada será la cuesta que tendrán que remontar para seguir
operando. El
movimiento estudiantil, a todo esto, entró a través de la rutina de
las tomas, los paros y las marchas a una burbuja ingrávida de
insensatez y oscuridad,
a tal punto que la pelea de fondo -dicen- ya no es con el costo o la
mala calidad de la educación, sino con los pérfidos molinos de
viento del individualismo, con el mundo tal cual está concebido,
perdiendo así toda la conexión que alguna vez pudo tener con la
calle y el sentido común de la gente. Como nadie se atreve a ordenar
este caos, y como si hay algo que paralogiza a las autoridades es la
posibilidad de romper con los jóvenes, lo más probable es que
también lo que saldrá de este desbande será del terror. La
educación pública, en el intertanto, seguirá agonizando y día que
pasa irá perdiendo ventajas frente al sistema que sí estudia, sí
sigue en clases y sí continúa trabajando.
Descontado que
los Presidentes son libres de tomar las decisiones que les dicten sus
convicciones y su prudencia, hay
posiblemente una cosa peor que equivocarse: es desertar de las
responsabilidades y no decidir. Gobernar a lo que salga,
a lo que se dé, a lo que se pueda, al tun-tun, es lo mismo que andar
a la deriva. Puede funcionar por un rato en espacios abiertos. Pero
puede ser suicida hacerlo cuando se está navegando entre roqueríos.
Es curioso el
curso que fue tomando este Gobierno. Partió con una inédita
concentración de poder en manos de la Presidente -que era la dueña
del carisma, de los votos y del Gobierno, al extremo de convertir el
Gabinete en su propio coto de caza- y ha devenido, tras los bajos
niveles de aprobación en las encuestas, en una confusa experiencia
corrosiva de todos los liderazgos, incluidos el de la Mandatario y
los de las cúpulas de los partidos. Hoy día todo vale.
Ya no tiene mayor costo para los Parlamentarios desafiar a los
Ministros. Tampoco es que la Presidente los respalde mucho. Los
tiene ahí porque alguien tiene que estar.
Y mientras zafen, bueno, los va a mantener.
Estamos notificados. Nadie está al mando.
Trato
desigual en cárceles chilenas.
Un
grupo de 19 Senadores -cinco de los cuales pertenecen a la Nueva
Mayoría- presentó un proyecto de acuerdo en el cual solicitan a la
Presidente de la República, a la Ministro de Justicia y al Director
Nacional de Gendarmería “adoptar las medidas administrativas
necesarias para el cabal cumplimiento de los principios fundamentales
del derecho penal humanitario en la aplicación de las penas
privativas de libertad a reos condenados que se encuentran aquejados
de enfermedades graves e incurables, sin discriminación de ningún
tipo”.
La petición generó controversia, porque en los hechos el proyecto incluye a los reclusos de Punta Peuco, recinto donde cumplen condenas principalmente militares en retiro acusados de violar los derechos humanos, y donde una parte de la población penal es anciana y padece distintas enfermedades, como cáncer, diabetes y alzheimer. Se trata de una cárcel donde los beneficios penitenciarios y otros de corte humanitario no se conceden, o se han otorgado de manera muy excepcional. Ello constituye una discriminación cuyo sustento descansa en una forma discutible de interpretar la Legislación y los convenios internacionales en materia de derechos humanos y de orden penal, que hacen imprescriptibles los llamados “crímenes de lesa humanidad”.
Es llamativo que esta discriminación se haya mantenido tanto tiempo fuera del debate público y se aceptara como un hecho de la causa, y sólo fuera el sacerdote jesuita Fernando Montes quien relevara el tema, abogando por razones humanitarias en reclusos de Punta Peuco. “Estoy claramente diciendo que esas personas tienen también que ser tratadas como seres humanos, que también tienen derechos”, planteó hace algunos meses. Aunque sus palabras han sido objeto de polémica, crecientemente se han ido sumando voces que consideran pertinente evaluar la situación de cualquier recluso enfermo gravemente. La petición que ha formulado la mitad de los Senadores en ejercicio es un paso valorable, porque vuelve a poner en discusión un tema que generalmente se rehúye, particularmente cuando se trata de Punta Peuco.
Frente a una petición de esta naturaleza, y al hecho de que ha encontrado público respaldo -entre ellos, el Presidente de la Corte Suprema, quien manifestó que “la sociedad no puede vivir estancada sólo en los dolores, y es bueno y sano avanzar positivamente buscando la reconciliación”- es indispensable un pronunciamiento del Gobierno, especialmente cuando Senadores de su propia coalición lo han requerido. Lo consistente es que exista un solo criterio en el otorgamiento de beneficios carcelarios, e igual doctrina debería aplicarse cuando se trata de consideraciones humanitarias, que son de un carácter excepcional.
El país ha dado pasos sustanciales los últimos años para ir resolviendo temas pendientes en materia de derechos humanos. La Justicia y reparación hacia las víctimas forman parte ineludible de cualquier proceso de reconciliación, pero ello no debe implicar que las normas del debido proceso y las consideraciones humanitarias se relativicen producto de interpretaciones restrictivas o sesgadas en materia de derechos humanos. El llamado de los Senadores debe ser acogido y cabe analizar si para su correcta y justa aplicación en todo el sistema carcelario bastan medidas administrativas o debería ser materia de ley.
Pueblos
bien informados
difícilmente
son engañados.