Sube
la desaprobación a la Presidente Bachelet, que trepó a un 65%,
el
respaldo a la Mandatario llega a un escaso 26%.
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El
Tribunal Constitucional es considerado como necesario por una
gran
mayoría de la ciudadanía.
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Reflexiones
sobre Margot Honecker,
por Roberto Ampuero.
Paradójicamente,
el fallecimiento de Margot Honecker no termina interpelando a las
conciencias de Alemania, sino de Chile. A diferencia de nuestro
país, Alemania, enfocada en sus problemas actuales y proyección de
futuro, dejó hace años de mantener en un primer plano el desplome
de la RDA y la suerte de los máximos representantes de una
dictadura que duró en rigor 44 años y acabó hace 27. Alemania
dio vuelta la página, muchos jóvenes ni sabían que Margot vivía
un exilio tranquilo en el país más próspero de América Latina, y
algunos tienen ya dificultad para imaginar que un muro kafkiano y
criminal dividió su apasionante capital.
Aunque duela, hay que ser justos con los Honecker en Chile: llegaron acá libres de polvo y paja, tras detentar el poder máximo de la dictadura de la RDA entre 1972 y 1989. A Margot no se le pudo comprobar las acusaciones que la vinculaban a la separación forzosa de menores de padres que eran prisioneros o fugitivos políticos, menores que eran dados en adopción a otras familias. Como a menudo ocurre con dictadores, no se hallaron órdenes escritas que la inculparan. Erich también quedó libre, pese a haber sido el jefe de un Estado que encerró durante decenios a sus 17 millones de habitantes y mantenía la orden de tirar a matar a quien intentase huir al capitalismo. La razón: su avanzada edad y cáncer terminal. De ese modo, ambos salieron legalmente de Alemania y entraron en 1992 a Chile, donde tenían familiares y gozaron del apoyo del Gobierno de la Concertación.
Técnicamente, el exilio en Chile fue un proceso "limpio" y permitió a los Honecker algo clave: plena libertad de desplazamiento en un país que no los identificaba con nitidez, y residencia lejos de su patria, donde se habrían encontrado -tanto en el Este como el Oeste- con el rechazo, el desprecio, la ira y el dolor de millones. No hay duda, los Honecker no habrían podido salir en Alemania en paz a la calle, ni siquiera a comprar pan o a comer en un restaurante. Así de inmenso fue el rechazo popular a la pareja.
Ambos están ahora muertos, y Alemania los mira desde lejos y desde una creciente amnesia. Hay naciones que saben dar vuelta la página. Como país, quedaremos en la historia como el exilio ideal de los líderes del último Estado totalitario en suelo alemán. Eso, que debió haber sido responsabilidad de los alemanes, no nos lo despintará nadie. En ningún Estado de Europa los depuestos dictadores comunistas pudieron llevar la tranquila vida de inocentes jubilados. Somos nosotros quienes tendremos que responder cómo toleramos sin cargo de conciencia ni manifestaciones en contra que el dictador comunista de la extinta RDA y su mujer pasearan hasta su muerte tranquilos por nuestras plazas y barrios.
Evidentemente, el fallecimiento de Margot, Ministro de Educación durante 26 años, inspiradora del adoctrinamiento comunista en todos los establecimientos educacionales y una convencida de que al socialismo "hay que defenderlo con las armas en la mano", replantea el tema de la gratitud del exilio chileno hacia la RDA.
¿Cuál es el grado de gratitud, compromiso y complicidad que el exiliado debe guardar con un régimen que acribilló a centenares de personas en la frontera, registró miles de presos políticos y mantuvo encerrada a su población hasta los 65 años de vida? ¿Debe callarse por gratitud la crítica a un régimen que viola sistemáticamente los derechos humanos? ¿Corresponde a un exiliado chileno callar ante los abusos por haber recibido un departamento, una beca, un puesto de trabajo, un seguro de salud o una visa de salida múltiple de la RDA? Muchos callan, otros justifican los atropellos, algunos dicen no haber visto nada, y otros celebran la dictadura comunista mientras condenan la de Augusto Pinochet. El doble estándar de esa izquierda es impresentable.
A mi juicio, corresponde agradecer lo que se recibió del Estado germano-oriental (en mi caso, ni vivienda ni vehículo, sí durante año y medio una beca universitaria que tuve que complementar con un trabajo de traductor para vivir); pero al mismo tiempo corresponde reconocer que dichos recursos provenían del sacrificio de ciudadanos que vivían en un Estado que los encerraba detrás de muros y alambradas. Hay que reconocerlo sin tapujos: bajo esas circunstancias uno fue, todos fuimos, al menos, cómplices pasivos de esa dictadura, y el único atenuante a favor nuestro es que disentir habría significado la cárcel. Si uno vivió en la RDA, ella nunca dejará de preguntarte: ¿sigues justificando, ahora que ya no existo, el régimen que impuse a los alemanes? ¿Sigues callando hoy ante las violaciones de derechos humanos de la RDA porque la obtención de un par de beneficios estatales bien valía el silencio?
Los Honecker, que nunca mostraron el más mínimo arrepentimiento por sus actos, murieron lejos del país donde causaron tanto daño y sufrimiento. Ojalá descansen en paz y ojalá sus simpatizantes chilenos (abiertos y disimulados) le expliquen al país por qué consideran que unas dictaduras son malas, pero otras, como la que integró Margot durante décadas, son buenas.
Mujeres
y política,
por Tamara Avetikian.
Casos
de sobornos, tráfico de influencias, desvíos de dinero, y
eventual juicio político en Brasil; acusaciones de enriquecimiento
ilícito y lavado de dinero en Argentina, y una pobre gestión
salpicada con escándalos familiares en Chile han hecho saltar
críticas de que las mujeres en el poder no han estado a la altura
de los desafíos. Luego de los aplausos porque tres Presidentes
reinaban en América Latina, hoy la imagen femenina en la política
está por el suelo.
Puede que Dilma Rousseff sea inocente, no lo sabremos hasta que terminen los juicios en Brasil, pero lo cierto es que el impeachment tiene asidero Constitucional —no es un golpe de Estado como dice el Gobierno—, y el caso Petrobras ensombrece toda su Presidencia. Es verdad, ella no está acusada directamente en ese caso, pero era la Presidente del directorio cuando comenzó el billonario desfalco a la petrolera. Si no lo sabía, Dilma al menos es culpable de negligencia severa. Las dudas asaltan cuando aparecen pruebas de que los políticos ligados a la coalición de Gobierno estaban metidos hasta el codo, y que recibieron enormes coimas de las empresas constructoras involucradas. Sí, Dilma no está acusada, pero ¿por qué nombró a Lula Ministro en medio del escándalo, si no era para protegerlo y protegerse?
Hay que dejar a la Justicia aclarar los delitos y al Senado decidir si Rousseff fue culpable de maquillar maliciosamente las cuentas públicas para mejorar su imagen antes de ser reelegida. Nada de eso, en todo caso, tiene que ver con que Dilma sea mujer; lo mismo hubiera pasado si un hombre Gobernaba Brasil.
En Argentina, cada día aparecen nuevos detalles de la “ruta del dinero K”, en referencia a los delitos que están siendo investigados en el entorno de la ex Presidente Fernández. Pero tampoco eso tiene que ver con que sea mujer. Los escándalos de corrupción se remontan a la era de Néstor Kirchner y Cristina fue apenas una seguidora fiel de su marido. Su estilo autoritario e impredecible tampoco es monopolio femenino. Lo mismo que en Brasil, esperaremos a la Justicia para emitir un veredicto. Por ahora, Cristina queda como una pésima Presidente, y con ella la imagen femenina perdió muchos puntos en el ranking de confiabilidad.
Pero ni Dilma Rousseff ni Cristina Kirchner ni Michelle Bachelet son las mejores exponentes de lo que las mujeres pueden hacer en un Gobierno. Prefiero quedarme con Angela Merkel, una mujer fuerte que tiene un proyecto, que impone sus casi siempre acertados puntos de vista, sabe hacerse oír y respetar en un ámbito de hombres, tanto en Alemania, donde reina un machismo solapado, como en las altas cumbres internacionales, donde escasean las polleras. Merkel es lo más parecido que tenemos hoy a la memorable Margaret Thatcher.
Ahora,
nos queda cruzar los dedos para que Hillary Clinton, si se cumplen
los pronósticos, se parezca más a Merkel o Thatcher que a las
otras Presidentes, y nos salve a las mujeres de quedar
estigmatizadas como pésimas líderes políticas.
Optimismo
a partir del fracaso,
por Héctor Soto.
Buena
parte de los cuellos de botella que enfrenta la política chilena
responden a una impostura -mentira, insinceridad, sobreentendido,
póngale usted la etiqueta que quiera- de larga data. Se remonta al
momento en que la Concertación no se atrevió a reconocer que el
modelo de mercado instalado por el Gobierno Militar representaba, en
lo básico, ajustes más ajustes menos, la mejor alternativa para
sacar al país del subdesarrollo, generar riqueza y mejorar las
condiciones de vida de la sociedad chilena.
Como
ese reconocimiento nunca se explicitó, el discurso de la
centroizquierda -el discurso, no la práctica- endosó el modelo a la
mochila de trancas, cerrojos y amarres que
l’ancien régime
legó a la restauración democrática. Lo
cierto es que los Gobiernos concertacionistas, lejos de desmantelar
el modelo, en realidad lo perfeccionaron.
Después de ajustar un poco los impuestos y corregir algunas
asimetrías de la Legislación laboral, el Gobierno de Aylwin, por
ejemplo, siguió bajando aranceles para completar la apertura
económica, y el de Frei no sólo privatizó las sanitarias, sino
que, además, en una decisión de gran arrojo político, terminó por
cerrar el mineral de Lota, atendida su inviabilidad económica.
Después vino el Gobierno de Lagos, con una agenda cultural de
indudable signo liberal, que la derecha de esta sensibilidad no supo
reconocer en su momento, y un ambicioso programa de infraestructura
que pasaría a ser un ícono de las oportunidades envueltas en la
colaboración entre el sector público y el privado.
A
pesar de todo, el discurso oficial de la coalición no cambió y al
final ese largo desencuentro entre las palabras y los hechos pasó la
cuenta el 2014,
cuando el segundo Gobierno de la Presidente Bachelet, al volver a La
Moneda sobre una ola de utopías autoflagelantes, se encontró con
mayorías en ambas Cámaras y ya no hubo excusa para seguir
postergando el proyecto con el que, al menos en el plano retórico,
la centroizquierda- ahora ampliada a un espectro político mayor, el
de la Nueva Mayoría- decía haber soñado por espacio de 25 años:
desmantelar
los ejes magnéticos de orden institucional en función de los cuales
Chile se había desarrollado durante este período,
para entrar a fardo cerrado a una nueva etapa de mayor protagonismo
del Estado, de franco reconocimiento a los derechos sociales y de
regreso a políticas redistributivas que le torcerían el pescuezo a
la bestia de la desigualdad.
En
esas hemos estado. El actual Gobierno subió los impuestos, trató de
instalar la gratuidad universal de la educación superior, aunque la
cuerda le duró sólo para llegar con el beneficio al 15% de los
universitarios, se la está jugando por conferir mayor poder de
negociación a los sindicatos e inició un confuso proceso
Constituyente que nadie tiene claro en qué consiste y -menos- en qué
va a terminar. Hasta
ahí no más llegó: esta es la obra gruesa del Gobierno, según el
Ministro Eyzaguirre. En el intertanto, la economía se ralentizó,
Bachelet quedó cubierta por la sombra de una espesa nube de
impopularidad, la Nueva Mayoría se debilitó
al punto que los viejos tercios de la Concertación tuvieron que
acudir a su rescate (la salida de Peñailillo y Arenas en el fondo
fue eso) y el Gobierno ha terminado enfrentándose a la pesadilla de
un fracaso político de proporciones. Que
hoy sea Ricardo Lagos la mejor carta que tiene la centroizquierda
para proyectarse en el poder es una prueba evidente de que la utopía
refundacional colapsó.
Y colapsó no bajo fuego cruzado enemigo -la verdad es que la
oposición sigue durmiendo-, sino por efecto de sus chapucerías,
ridiculeces, errores de diagnóstico e improvisaciones.
¿Se
está desarmando el país? No. ¿Llegó la hora de partir? Tampoco.
¿La tendrá difícil el próximo Gobierno? Por supuesto, muy
difícil. Pero una lectura posible de lo ocurrido -una lectura
optimista, es cierto- es que, si algo aprenden las sociedades de las
catarsis y de su experiencia,
la política en Chile debería reencontrarse en la realidad y con
verdades que no por obvias es recomendable refrescar de vez en
cuando.
Es bueno tomar conciencia de que los países no pueden reinventarse y
partir de cero a voluntad. Es bueno recordar que hasta ahora, con
mayores o menores grados de regulación, eso lo determinará cada
sociedad soberanamente; el capitalismo es el único esquema razonable
para generar desarrollo. Es sano tener presente que los derechos
sociales pueden corresponder a aspiraciones legítimas, pero que son
voladores de luces sin una sociedad próspera que pueda financiarlos;
si no, que vayan a preguntarles a los venezolanos qué fue de los
derechos sociales con que el Comandante Chávez les emborrachó la
perdiz a sus compatriotas.
Puede llegar a ser aleccionador para los chilenos, en fin, haber
asistido a una experiencia refundacional de este calado, estas
pretensiones y estos resultados.
Si
para algo podría servir todo esto es para volver a juntar los ejes
del debate público -que durante estos años se sobregiraron, se
izquierdizaron y se fueron a la estratósfera- con los ejes reales de
las preocupaciones y aspiraciones de la gente. El divorcio entre unos
y otros nos salió caro: desempleo, frenazo, depresión anímica,
polarización, desconfianza. En el futuro habrá que volver a juntar
las palabras con los hechos, lo que se dice con lo que se hace, y a
partir de ahí quizás las cosas empiecen a mejorar. La coherencia
siempre ha sido parte de la higiene política de las naciones.
Un
mar muerto y un puñado de contradicciones,
por
Oscar Contardo.
“Voy
a escuchar, voy de norte a sur”, dice la primera línea de la
canción con la que Manuel García le puso música al proceso
Constituyente por encargo del Gobierno. Una
melodía melancólica acompaña una letra llena de dulzor ciudadano
en torno a la idea de que en algún momento nos vamos a ver las caras
en un paisaje pintoresco y decirnos, unos a otros, cositas buena
onda.
Escuché la canción luego de leer las declaraciones del Ministro del
Interior sobre Chiloé. “Este Gobierno no es de billetera fácil”,
le respondió la autoridad a una comunidad que decidió salir a la
calle para que conociéramos su desesperación: hay marea roja y,
además, la costa está contaminada por desechos de la industria
salmonera colapsada por su propia irresponsabilidad. Hasta ahora
nadie les ha detallado a los habitantes de la isla el contenido de
los desechos vertidos. Ellos perdieron la confianza frente a
instituciones Gubernamentales dirigidas por personas que pasan del
lado privado al público como quien se cambia de zapatos, mermando
toda independencia y mezquinando información que debería ser
pública.
La
frágil economía de Chiloé está amenazada y lo que sus habitantes
tienen son rumores sobre la cantidad de podredumbre que se arrojó y
la manera en que esa basura infectada podría afectar la flora y
fauna marinas. De eso viven y alimentan a sus familias, tienen todo
el derecho a sospechar.
Frente a esto, el Ministro Burgos juzgó que la mejor manera de
responderles a los pescadores chilotes era con una ironía tosca que
se sintió como una burla destemplada y grosera. Cien mil pesos
mensuales por familia
les ofrecía el Gobierno -los dueños de la billetera-. La cifra fue
conocida la misma semana en que nos enteramos de que el Ejército
había gastado cuatro millones de dólares en bebidas alcohólicas
durante el tiempo en que estuvo al mando un General que amasó un
desmesurado y sospechoso patrimonio personal. Él dice que son
ahorros. Para ese General no hubo palabras altisonantes de parte de
las autoridades, sino una delicada prudencia oriental.
“Voy
a recorrer, cordillera al mar, conversar contigo, a ti que habitas
aquí”, continúa la canción de Manuel García. Una descripción
de terciopelo dispuesta como una meta en un horizonte de ensueño
propio de pergamino de feria artesanal. Todo indica que eso es una
promesa, algo que se supone ocurrirá en un futuro indeterminado, no
ahora.
Por el momento, nuestras aspiraciones deben ser más discretas. Por
ejemplo, si necesitamos atención de las instituciones del Estado,
éstas no escucharán por las vías formales.
Menos aun si tenemos la mala fortuna de vivir en la Provincia.
Tampoco se convencerán frente a la evidencia, como la contaminación
rampante o la cesantía.
Quedó
demostrado con las protestas de Freirina y Aysén. Dos comunidades
que agotaron todas las instancias para ser escuchadas y a las que
sólo les quedó salir a la calle. Lo que ahora se hizo patente
-durante un Gobierno que hizo campaña con el eslogan “Chile de
Todos”- es que
frente a los mismos problemas, tanto la derecha como la izquierda
recurren sin asco al mismo método: mandar de gira por el país a las
Fuerzas Especiales de Carabineros.
“Los viejos dicen que ni siquiera durante el Golpe vieron algo
así”, me comentó un chilote que vio las fotos que sus coterráneos
subían a Internet con las imágenes de decenas de policías
desembarcando en la isla. Si eso es o no verdad, poco importa. Lo
importante es que esa comparación pasó por la cabeza de mucha
gente, lo que ya es una desgracia para un Gobierno progresista.
“Conversar,
escuchar tu opinión”, reza el estribillo de la canción, que nos
debe entusiasmar para participar en el proceso Constituyente. La
escucho y pienso cuántos mensajes contradictorios puede recibir
alguien de un mismo Gobierno antes de que la molestia se transforme
en hastío.
Cuántas formas existen para borrar con el codo lo escrito en un
programa y transformar un puñado de promesas en una lista de
traiciones.
Equilibrio
Contralor ,
por Luis Cordero Vega.
En
la cuenta pública del Contralor, de la semana pasada, dos hechos
llamaron la atención. El primero, el énfasis que puso en la nueva
atribución que le entrega la Ley sobre conflictos de interés para
verificar la "veracidad" de las declaraciones de
patrimonio, pudiendo requerir información a terceros. En segundo
lugar, su estrategia para controlar la eficiencia y eficacia del
funcionamiento de la administración pública.
La
Contraloría tiene una larga historia en el control al Ejecutivo.
Desde su creación en 1927, sus funciones han sido la fiscalización
de la inversión de los fondos públicos, juzgar a las personas que
tienen a su cargo esos fondos, llevar la contabilidad de la nación y
controlar la legalidad de los actos de las autoridades
administrativas. Cuando en 1943 se reformó la Constitución para
reconocerle autonomía Constitucional, el propósito de dicha
modificación fue fiscalizar el presidencialismo.
Desde
los años sesenta, la Contraloría pretendió no sólo controlar la
legalidad, sino que también la eficiencia y la eficacia de la
administración pública, lo mismo que desea hacer hoy. Esto se
denominó "sistema nacional de control" y fue igualmente
resistido por los Presidentes Frei, Allende y Pinochet. El año
2002, cuando se modificó su Ley, el Congreso declaró explícitamente
que la Contraloría no podía evaluar aspectos de mérito o
conveniencia de las decisiones políticas o administrativas. Aunque
las cosas han cambiado, ese pasado sigue siendo importante.
Por
otra parte, la nueva competencia para verificar las declaraciones de
patrimonio puede terminar por alterar su rol. Estas declaraciones
tienen por finalidad prevenir que los funcionarios cometan el delito
de enriquecimiento ilícito. Lo razonable habría sido que una
atribución como ésa se hubiese asignado al Consejo de Defensa del
Estado, porque su ejercicio puede terminar por desnaturalizar el rol
Constitucional de la Contraloría.
¿Por
qué importan todas estas consideraciones? Por una cuestión de
estricto diseño institucional: a diferencia de otras instituciones
Constitucionales, la Contraloría es un organismo unipersonal, en la
que sus aproximadamente dos mil funcionarios, luego de una reforma de
1981, son de exclusiva confianza del Contralor. En comparación, el
Presidente de la República sólo puede disponer directamente de un
número cercano a 300 personas. De este modo, todas las atribuciones
institucionales y domésticas quedan radicadas en una sola persona,
el Contralor.
Pareciera
que bajo estos supuestos, y especialmente en el contexto del
reconocimiento de nuevas atribuciones a la Contraloría, su diseño
institucional inevitablemente debe variar hacia uno de carácter
colegiado. Mientras eso no suceda, dependemos únicamente del
equilibrio y prudencia que cada nuevo contralor imprima a su gestión.
Auth,
el poder y los empoderados,
por Fernando Villegas.
La
renuncia del Diputado Pepe Auth al PPD, colectividad que ayudó a
crear y en la que militó desde el día mismo de su fundación, fecha
gloriosa en los anales de la felicidad nacional, fue catalogada por
el chofer de la retroexcavadora como motivada por un fallido afán de
protagonismo del renunciado; no habría habido en Auth otras razones
que las de un frustrado vedetismo. A
Auth le molestaría, afirmó el señor Quintana, que sean Girardi y
sus amigos -¿o cómplices?- quienes Gobiernen el PPD, no él.
De hecho -es verdad- las andanadas fueron todas disparadas en esa
dirección. Girardi estaría comandando, a juicio del renunciado, una
suerte de corporación en la que tiene las acciones controladoras
desde tiempos inmemoriales. Dicho sea de paso, ¿no es en eso que
consiste el poder? Aun así tal vez Quintana pudo ser menos duro en
su lenguaje y decir, poniéndose en sintonía con la jerga e
idiotismos imperantes, que Auth no se sentía lo suficientemente
“empoderado”.
Mientras
tanto cabe preguntarse si la renuncia de Auth se limita a un disgusto
por el modo como el PPD es manejado o, al contrario, con esa salida
expresó de modo acotado e indirecto también un rechazo a la NM y al
Gobierno en su conjunto. No
es misterio que a Auth, como a tantos hijos y padres de la
Concertación, no le gusta el talante que ha tomado el curso de la
vida nacional en manos de la Presidente Bachelet y su infinita corte
de señoras y señoritas
-y también no pocos combatientes y Comandantes- mostrando día a día
sus espléndidas habilidades en hasta el último departamento del
Gobierno. Vaya a saber uno.
A
propósito de “empoderado”, ¡cuántas falacias y mistificaciones
no se han dicho en su nombre! Una entera “narrativa”, como se ha
bautizado en esta época de eufemismos y siutiquerías a los más
vulgares cuentos de hadas, orbita alrededor de ese vocablo.
Nos dicen que todos estamos empoderados, que la gente es más
“demandante” y nos morimos de ganas de participar en la vida
pública.
De ahí que cualquier iniciativa que se desee legitimar es presentada
en estos días como una respuesta a las demandas del “ciudadano
empoderado”.
¿Es
eso verdad y real o sólo una nueva enunciación del viejo axioma y
acreditación de la democracia como sistema político que expresa la
“soberanía del pueblo”, si acaso ha habido alguna vez auténtica
soberanía del pueblo? ¿Tiene el ciudadano corriente del 2016 más
poder político que el de hace 20 años? ¿Hay hoy un porcentaje
mayor del Estado llano asomando la nariz en los asuntos públicos y
eventualmente expresando su malestar en “movilizaciones”, en “la
calle”, en convocatorias, marchas, asambleas, concentraciones,
protestas, etc.?
Definiciones
Antes de contestar se necesitan algunas definiciones acerca de ese proceso de “empoderamiento” que, se afirma, estaría favoreciendo con sus fecundos dones democráticos a cada ciudadano; luego debe verificarse si se materializa en el mundo real y no sólo en el discurso. Se nos dice que sí es real y que sí dota de poder a quien no lo tenía y/o le otorga más poder a quien poseía sólo una modesta dosis de dicha mercancía; se agrega que el ciudadano de una democracia habría tenido hasta ahora sólo el que le da su voto, lo cual sería insuficiente.
Antes de contestar se necesitan algunas definiciones acerca de ese proceso de “empoderamiento” que, se afirma, estaría favoreciendo con sus fecundos dones democráticos a cada ciudadano; luego debe verificarse si se materializa en el mundo real y no sólo en el discurso. Se nos dice que sí es real y que sí dota de poder a quien no lo tenía y/o le otorga más poder a quien poseía sólo una modesta dosis de dicha mercancía; se agrega que el ciudadano de una democracia habría tenido hasta ahora sólo el que le da su voto, lo cual sería insuficiente.
Todo
gira, entonces, alrededor de la noción de poder, pero, ¿qué
es poder? Es, desde luego, cosa muy distinta a lo que pueda hacer una
muchedumbre que en la vía pública transita de una cuadra a otra
para manifestar qué aspira o desea, qué rechaza o desprecia.
El poder no es meramente la fuerza bruta suscitada por la presencia
física de miles de ciudadanos ni lo son las demandas estentóreas ni
la rabia por mucho que multiplique su voz; tampoco es el conjunto de
iras individuales sumándose virtualmente en las redes o las
encuestas. Tener poder no es la capacidad de “manifestarse”, sino
de actuar con eficacia; el poder es la fría y tranquila posesión de
los medios para obtener la obediencia de terceros, a gusto o
disgusto, en la consecución de los actos que llevan a un preciso
objetivo. Equivale a tener acceso al manejo de instrumentos capaces
de ejercer NO un efecto indeterminado, sino respuestas concretas del
prójimo para fines determinados y lograrlo sin importar los estados
de ánimo de la multitud. Tener
poder no es ser popular, famoso, aclamado y querido, sino disponer de
acceso al uso de fuerza armada letal, de fuerza jurídica, de fuerza
institucional, de fuerza policial y de la fuerza del dinero extraído
del presupuesto, pero además de LEGITIMIDAD,
esto es, de la simple aceptación ciudadana, aun a regañadientes, de
que la posesión de esos medios y su uso conforme a la ley es
totalmente válida.
En
otras palabras, el auténtico poder político no tiene absolutamente
ninguna relación con la aumentada oportunidad del ciudadano
contemporáneo para expresar sentimientos, rabia, rechazo, protestas
o peticiones ya sea en una concentración inmóvil o en una
“movilización”, en una marcha o en las redes sociales. Tampoco,
en los casos de valetudinarios o nostálgicos de los años 50, con
Cartas al Director.
Fuerza
bruta.
¿Qué
logran, entonces, las asonadas multitudinarias que en el imaginario
de hoy serían expresión del empoderamiento de las masas y por tanto
del nuevo poder de cada uno de sus miembros, a quienes se halaga
precisamente diciéndoles eso, que lo tienen? Muy poco salvo la
archiconocida respuesta de los políticos: “Los
hemos escuchado”. Es una frase reveladora porque señala que la
fuerza otorgada por la presencia de una multitud real o virtual tiene
EFECTOS, pero no RESULTADOS.
Un efecto es cualquier consecuencia, un resultado es ESTA
consecuencia particular que se buscaba. Efectos son que a esos
“empoderados” se les escuche y quizás hasta se les tema, pero lo
que salga de ese input vendrá del procesamiento de los titulares del
poder, no de su fuente. No habrá entonces tal o cual resultado, sino
en el mejor de los casos una “reacción”. Y por lo demás, ¿cómo
podría haber un resultado si no se conoce o al menos no se comparte
un objetivo específico? ¿Qué medios usar y de qué modo si no
sabemos cuál pueda y deba ser su fin? ¿Qué unidad conceptual y no
meramente emocional puede haber en esa ciudadanía empoderada? Le
ocurre hoy al movimiento Podemos y otros que en España son capaces
de expresar protestas, pero incapaces siquiera de formar Gobierno. El
consenso alrededor de frases generales de protesta y rechazo -¡No
a…!- suscita una ilusoria sensación de unidad, pero es un
espejismo.
De
regreso a Auth.
Auth
sabe todo eso muy bien. Ningún político experimentado deja de
saberlo. Jamás podrían reconocerlo en público y quizás ni
siquiera en privado, pero
entienden que lo del “empoderamiento ciudadano” es una ficción
no más original ni más nueva que la del “todos somos iguales ante
la Ley” y/o “todos somos hermanos en Cristo”.
Este Gobierno, del cual Auth es o era parte, tiene PODER para cumplir
con su programa NO porque esté escuchando al “pueblo empoderado”
sino porque controla el Estado y sus maquinarias, el Congreso, la
distribución de pegas y beneficios, bonos, becas gratuitas y
oportunidades. En breve, maneja instituciones y recursos. Si se desea
tener voz y voto en él, más vale, como Auth, intentar ser cabeza en
alguna sección de la nómina o quejarse si otro ocupó ese lugar.
Los
“empoderamientos” son para doña Juanita. A Auth no le vengan con
ese cuento.
El
futuro afecta al presente: Büchi se nos va,
por
Sergio Melnick.
Partamos
por lo obvio: se va porque quiere y lo más importante porque puede.
Muchas personas hacen eso cada año y nada pasa. Pero este es un
personaje simbólico y por ende tiene enorme relevancia. Qué
duda cabe que Büchi es un talento nacional y alguien con mucha
influencia. Por eso la señal es compleja.
Una persona como él no hace cosas irracionales.
La
pregunta entonces son las razones. A mí se me ocurren varias bajo el
paragua de la “incerteza jurídica”
que argumentó. Quizás lo primero es porque varios partidos
políticos, muchos intelectuales e ideólogos, y algunas
organizaciones sindicales como la CUT, simplemente le niegan validez
a la propia Constitución. Se puede discutir sin duda su legitimidad,
pero no su legalidad. Para cambiarla hay sólo dos vías: una
civilizada dentro de las Leyes actuales, o por la fuerza. Nuestra
historia indica que el uso de la fuerza es siempre lo peor. El
Gobierno presenta sistemáticamente proyectos que son objetados por
el Tribunal Constitucional, y la respuesta política es descalificar
el Tribunal o usar resquicios legales a la vieja usanza.
Entonces, para partir, si el contrato social no es reconocido, la
incerteza jurídica para el futuro es monumental.
El
Gobierno que encabeza la cruzada del cambio, que es legítima,
curiosamente nunca ha señalado qué es lo que le cambiaría en
concreto o qué Constitución promueve. Peor aún, pensar que en el
siglo 21 se pueden buscar consensos o modelos vía oscuros cabildos
del siglo 19 es simplemente de terror.
La
segunda razón es ver lo que ocurre en La Araucanía. Por cierto un
problema antiguo, pero lo relevante es la tendencia.
Ni los ciudadanos ni los agricultores, menos los forestales parecen
estar protegidos por la Ley. El terrorismo campea, asesina y crece,
que es lo delicado. Incluso se ha denunciado un vínculo con las
FARC, pero el Gobierno no lo investiga. Los camioneros marchan hacia
La Moneda, pero el Gobierno usa artimañas y decretos para evitar que
lleguen. Ni les dejan ir al baño. Pero finalmente llegan y son
severamente agredidos por grupos organizados a dos cuadras de la sede
de Gobierno. Los estudiantes han marchado por la Alameda sin la
autorización de la Intendencia. ¿Es eso estado de derecho?
La
mayoría de las marchas terminan en graves incidentes y nunca se
pueden detener a los delincuentes. Encapuchados lanzan bombas molotov
a Carabineros desde la Universidad de Santiago, y Carabineros no
puede ni entrar ni detiene a nadie. ¿Estado de derecho? Más aún,
cuando
Carabineros trata de defenderse contra los delincuentes, finalmente
son castigados los policías. En este mismo plano, la incapacidad del
Estado de frenar la delincuencia genera una incerteza descomunal
no sólo jurídica, sino de vida.
Cuando
el Servicio de Impuestos Internos se transforma en brazo político
del Gobierno de turno, se termina una certeza jurídica.
Cuando se permiten huelgas ilegales de empleados públicos, no hay
respeto del estado de derecho. Cuando el Gobierno usa un resquicio
legal como una glosa, porque no es capaz de presentar una Ley, se
vulnera en el fondo el estado de derecho. Más aún cuando discrimina
arbitrariamente entre grupos de ciudadanos en un beneficio como la
gratuidad. Cuando
el Gobierno quiere destruir la educación privada, se empieza a
terminar la diversidad de ideas y capacidad de emprender en esas
áreas.
Cuando
se le grava con una multa a CorpBanca sin debido proceso se vulnera
el estado de derecho. No se trata de opinar si el banco merece la
multa o no, es la falta del proceso y la capacidad de defenderse
adecuadamente. Cuando algunos Congresales de la coalición Gobernante
presentan un proyecto para expropiación de SQM, algo huele muy mal.
Cuando
un Presidente dice públicamente que es muy responsable con las
cuentas Fiscales, y al mismo tiempo tiene un déficit del 3,5%, se
endeuda a razón de US$ 10.000 millones por año, y cae abruptamente
la productividad, hay algo de fe pública que ya no funciona. Cuando
en esas condiciones Fiscales se define un bono en efectivo como un
“derecho social”, la lógica técnica de las políticas públicas
está en juego. Cuando
se aplica la política de la retroexcavadora y los Parlamentarios no
hacen su función, y a veces ni leen las Leyes, la incerteza jurídica
claro que crece.
En
fin, todo lo anterior señala una tendencia, un proceso en marcha.
Así como las decisiones de hoy afectan al futuro, ese mismo futuro
afecta nuestras decisiones de hoy. Las personas más inteligentes e
informadas como Büchi toman sus decisiones antes de que sea
demasiado tarde.
Porfía
Constitucional,
por
Eugenio Guzmán.
La
última novedad acerca del proceso Constitucional es que se trataría
de uno "inédito en el mundo". Ello no significa mucho, ya
que no nos dice nada del resultado. De hecho, es posible que por lo
mismo, termine siendo un fracaso. En materia de diseño de
instituciones, la experimentación sin antecedentes robustos y
sólidos puede conducir a resultados poco favorables. Adicionalmente,
los experimentos suponen algún grado de control de los estímulos
que se introducen. En este caso, como ello no es posible, la
prudencia política y el rigor técnico aconsejan emplear fórmulas
de las que exista experiencia acumulada o hayan sido estudiadas.
Entre
los objetivos que se buscan está convocar a la ciudadanía a
discutir respecto de la reforma. Si se quiere dar legitimidad al
proceso, el número de participantes importa. Por ello, no se
entiende cómo convocando a grupos entre "15 y 20 personas por
localidad" se espera generar un proceso relativamente masivo.
Podrá sostenerse que se busca una muestra del parecer de la
población; en ese caso, mejor sería realizar una encuesta.
No
sabemos tampoco si el sistema tendrá algún mecanismo de rendición
de cuentas que permita saber quiénes efectivamente participaron. Y,
de existir, surgirá una tercera cuestión: si quienes participaron
eran en su mayoría afines al Gobierno, o bien los encargados de
conducir el proceso eran promotores afines a la Nueva Mayoría, y a
los sectores más a la izquierda dentro de ella. Aquí habría una
nueva fuente de fracaso: se trataría de la Constitución de algunos.
E incluso cuando sean tres millones de participantes, lo que no
parece posible que ocurra —y que, dicho sea de paso, corresponde a
los que declaran apoyar al Gobierno hoy—, no entregaría la
legitimidad adecuada al proceso.
De
no existir mecanismos de rendición de cuentas que permitan una
contabilidad adecuada, existe la tentación de duplicar la
información y confundir a la opinión pública con los resultados
del proceso, abrumándola con información dudosa.
Lo
más grave es el experimento mismo: suponer que es posible de
realizar un diseño Constitucional convocando a toda la ciudadanía a
entregar propuestas de lo que debiera ser la Constitución, lo que
contribuiría a la banalización del proceso mismo. Una Constitución
no es un catálogo ni un conjunto de peticiones y deseos.
Desacreditar
sin base,
por
Axel Buchheister.
El
Tribunal Constitucional (TC) rechazó, como era previsible, el núcleo
de la reforma laboral, la famosa titularidad sindical.
No debe sorprender, cuando la Constitución consagra y con toda
precisión, que el derecho a negociar colectivamente en la empresa es
“de los trabajadores” y que nadie puede ser obligado a formar
parte de un sindicato, lo que es incompatible con el monopolio
sindical que pretendía la reforma.
Imediatamente,
aquellos que quieren sustituir nuestro régimen institucional se
movilizaron, denostando la Carta Fundamental y, especialmente, al
Tribunal Constitucional. Han
enhebrado una serie de argumentos para desacreditarlo.
Jorge
Contesse ha planteado que el TC de la Constitución de 1925 era
esencialmente distinto al actual, ya que en aquélla sólo tenía por
finalidad resolver los conflictos de poderes entre el Presidente y el
Congreso. No es así,
ya que según la reforma que lo creó en 1970 el TC podía declarar
la inconstitucionalidad de proyectos de Ley a instancias “del
Presidente de la República, de cualquiera de las Cámaras o de más
de un tercio de sus miembros en ejercicio” (art. 78 b, Const.
1925). Es decir, en la Carta precedente la minoría también podía
recurrir ante el TC a defender la supremacía de la Constitución, a
pesar de lo que acordaran el Presidente y la mayoría del Congreso.
En eso no se diferenciaba de la Carta de 1980/2005, que sólo rebajó
el mínimo de un tercio a un cuarto.
Otros,
aludiendo a experiencias como la alemana, en que el Tribunal
Constitucional Federal procura fallar por mayorías amplias y se
desalientan cuando no lo logran, han cuestionado que el TC adopte
decisiones en votaciones reñidas. Bueno, debieran referir esas
críticas a los Ministros que votan en contra del texto expreso de la
Constitución. Pero
lo cierto es que las cosas al final se resuelven contando los votos y
elevar los quórums para fallar sería otorgar un poder de veto a la
minoría, algo que tanto les molesta, dado que es “contra
mayoritario”.
Por su parte, el abogado que representaba al Gobierno recurrió al
expediente de descalificar las capacidades y títulos de tres
Ministros para cumplir su función. Además de lamentable, es
contradictorio: dos de ellos fueron elegidos por el Congreso.
Descalificarlos es, entonces, contra mayoritario.
BREVES
DE LA ENCUESTA CADEM ENTREGADA AYER.
La
aprobación a la Presidente Michelle Bachelet se mantuvo en un
modesto 26%, la desaprobación a la mandatario subió 2 puntos
llegando a un robusto 65%. El Gabinete Ministerial no se escapa del
juicio critico de la ciudadanía, un 73% desaprueba su gestión y
solamente un 17% cree que lo están haciendo bien.
Las
reformas propuestas por el Gobierno tampoco obtienen gran aceptación
ciudadana, la Tributaria es aprobada solo por un 22%, el rechazo
llega a 56%, la educacional es apoyada por un 34%, reprobada por un
58%, la Laboral concita el respaldo del 23%, un 56% está en
desacuerdo con ella.
La
evaluación del Poder Judicial sigue siendo mala, un 60% considera
que el sistema de Justicia es malo o muy malo, en 29% lo ve como
regular y solo un 10% lo considera bueno. Un 69% no lo considera
imparcial, un 66% no lo cree autónomo, un 84% dice que no asegura la
igualdad ante la Ley, a un 85%no le da confianza.
Una
clara repulsa ciudadana refleja el sondeo sobre la libertad de un par
de miles de reos para disminuir el hacinamiento de las cárceles: un
81% no está de acuerdo con la medida, un 14% la apoya, un 1% no
responde y un 4% no se pronuncia. Un 85% de los encuestado piensa que
la Justicia debe revisar esta resolución.
Sobre
necesidad de la existencia del Tribunal Constitucional un 77
considera que la institución es necesaria, y apoya que si considera
inconstitucional una Ley prohíba su tramitación. Un 60% aprueba que
haya dejado sin efecto partes de la reforma laboral, mientras un 36%
manifestó su desacuerdo.
Pensando
en los aspectos los aspectos políticos, económicos y sociales un
68% de los consultados cree que el país esta siendo conducido por un
mal camino, mientras un exiguo 22% considera que vamos por una buena
senda. Un 59% cree que la economía está estancada, un 205 que
retrocede y un 14% que progresa.
Las
expectativas de trabajo de los chilenos no se ven con optimismo, un
68% califica de mala o de muy mala la situación actual del empleo,
contra un 20% que la considera buena o muy buena. En el horizonte del
futuro del país están empatados en 35% quienes son optimistas y los
que están pesimistas.
Las
Instituciones mejor evaluadas y aprobadas por la ciudadanía son las
radios, 73%, Carabineros, 69%, la PDI, 67%, los diarios, 50%, las
FFAA (*), 47%. Las peor evaluadas son el Congreso, 11%, la ANFP, 13%,
Tribunales de Justicia, 14%, la Nueva Mayoría, 18%, y Chile Vamos,
19%.
(*)
La campaña sistemática de desprestigio contra el Ejercito ha
rendido los frutos que sus impulsores buscan, el apoyo a la gestión
que realizan las FFAA llegó al 47%, con una baja de 18 puntos
porcentuales.
Pueblos
bien informados
difícilmente
son engañados.