Emotivo
y multitudinario fue el funeral en que amigos y familiares
despidieron
a
Eduardo Lara, fallecido en edificio incendiado por terroristas
durante la
marcha
del 21 de mayo en Valparaíso. |
¿Quién
responde por la violencia?,
por
Mariana Aylwin.
Duele la muerte
de un trabajador de 71 años. Duele la destrucción de un inmueble
patrimonial que está dentro de una zona que es Patrimonio de la
Humanidad. Duele ver jóvenes encapuchados manifestando tanta ira.
Duelen los locales saqueados y el temor de los vecinos. Pero lo que
más duele es el deterioro de nuestra convivencia y la falta de
conciencia de nuestra responsabilidad colectiva.
Desde el
retorno a la democracia, todos los Gobiernos esperan que el 21 de
mayo haya protestas y manifestaciones. Por lo tanto, no son las
protestas, sino las expresiones de extrema violencia las que debemos
descifrar y erradicar. No sólo las que se les escapan de las manos a
los movimientos juveniles, también las que se expresan en la
delincuencia y en la situación de La Araucanía.
¿Qué hay detrás
de aquello?
En mi opinión,
esta polarización no es ajena a un debate político empobrecido,
dominado por consignas, deseos voluntaristas, descalificaciones y un
diagnóstico ideologizado de la realidad. El mundo político ha
asumido las visiones y demandas sectoriales de los movimientos
sociales, sin pasarlas por el tamiz de un diagnóstico riguroso, ni
de la búsqueda del bien común. Aquí, el que más grita, más
consigue. Hay un déficit severo de diálogo, de argumentos y razones
y también de liderazgos creíbles.
Se instaló,
además, un discurso simplista y con sabor totalitario que divide a
los chilenos entre poderosos y abusados, progresistas y neoliberales,
partidarios de las reformas y detractores de ellas. No existen
términos medios: o estás conmigo o estás contra mí. Y, por si
esto no fuera suficiente, se ha comprometido una sociedad de derechos
garantizados universalmente con recursos Estatales —en educación,
salud, pensiones— que, todo indica, no será posible de cumplir.
Mientras tanto, muchas necesidades prioritarias, en especial las de
jóvenes desertores del sistema escolar o egresados de enseñanza
media que no estudian ni trabajan, es decir las urgencias de los más
pobres y marginados, no están siendo debidamente atendidas. ¿Alguien
podría tener mayor frustración que esos jóvenes?
Por eso es tan
urgente recomponer un diálogo constructivo entre distintos sectores
políticos y sociales, apelando a la cohesión social y a la
confianza, con un liderazgo que priorice resolver los problemas donde
hay más necesidad y escuche a los ciudadanos comunes y corrientes,
esos que no marchan y quieren reformas, pero también quieren un país
en paz para prosperar.
Una
de las cosas que más me sorprendieron cuando saludamos a miles de
chilenos que despidieron a mi padre en su funeral fue la cantidad de
gente que nos decía: "Él nos unió, hoy necesitamos volver a
ser un país unido".
No
les tememos a los cambios, sólo a los Transantiagazos,
por
Sergio Melnick.
¿Cómo llega el
país al 21 de Mayo? En mi opinión con ocho temas claves: (1)
economía a la baja y al alza incertidumbre, desempleo, inversión,
productividad, consumo, y déficit Fiscal); (2) descrédito
sorprendente de la política e instituciones (corrupción, juicios,
magra aprobación Gobierno, partidos, Justicia, Congreso) y
polarización creciente; (3) severa crisis en La Araucanía; (4) sin
proyecto de educación superior y gran decepción en estudiantes y
rectores; (5) delincuencia y temor ciudadano al alza; salud pública
en abierto proceso de deterioro; (6) grandes indefiniciones en
materia laboral; (7) proceso constituyente muy cuestionado; (8)
transporte público deficiente, congestión creciente y contaminación
de ciudades principales.
Era
razonable suponer que escucharíamos una estadista que hace una
autocrítica honesta y luego muy contundentes anuncios para superar
los problemas elocuentes. Frente a ello, escuchamos a una Mandatario
autocomplaciente que parece vivir en otro país.
Bachelet está muy desapegada de lo que está pasando en nuestro país
y en su gobierno.
La retórica del
discurso fue sin duda espectacular, el tono amable y conciliador. El
hilo central es que estamos frente a un país que está progresando
aceleradamente y en el que las cosas se están haciendo muy bien en
todos y cada uno de los frentes nacionales. Fue el discurso de una
candidata más que un Presidente en ejercicio, como si no
conociéramos lo que ha sido su gestión. El 70% del país rechaza la
gestión de su Gobierno.
Nos repitió una
y otra vez que el país lo construimos juntos, que se parte desde lo
logrado, la importancia del diálogo, de la colaboración
público-privado, de la unidad nacional y tanto slogan sin contenido.
La porfiada evidencia de estos dos años, sin embargo, muestra la
implacable aplicación de la retroexcavadora, de increíbles
deficiencias técnicas en los proyectos de reformas que generan al
final exactamente lo opuesto a lo prometido.
Se suma una clara aversión al mundo empresarial y privado: “los
poderosos de siempre”. También hemos visto en estos dos años,
justo al contrario de lo que dijo, la detención de todas las
iniciativas en curso que venían del Gobierno anterior.
Nos habló
reiteradamente de los progresos en calidad de la educación, y
curiosamente, nunca en más de dos años, no se ha tocado siquiera
una vez el tema. No ha estado siquiera en la agenda. Sólo hemos
discutido temas contables. Tan malas han sido las iniciativas que
removió al Ministro de Educación de los patines, y esta semana al
cuestionado Director de Educación Superior. Se seguirá usando el
resquicio de la glosa porque no ha sido capaz en dos años y medio de
presentar un proyecto de Ley, prometido para septiembre del 2015.
Nos habló de
empleos de calidad cuando aumenta el desempleo y la precariedad. Nos
habló de iniciativas múltiples en seguridad y delincuencia, pero el
temor ciudadano crece día a día. Nos habló de mejoras en el
transporte público cuando la experiencia cotidiana es exactamente la
opuesta. Nos habló de cuentas Fiscales ordenadas cuando tenemos el
peor déficit Fiscal en décadas. Nos dijo que sin crecimiento
económico no hay desarrollo social, pero ha hecho justo todo lo
imaginable para destruir el crecimiento. Tanto
su primera gestión como esta terminará con los peores índices de
crecimiento en 35 años. Para la Mandatario, curiosamente La
Araucanía simplemente no existe como problema en nuestro país.
Los mejores
aplausos lo tuvo el Ministerio de Ciencia y Tecnología, una
iniciativa del Gobierno pasado, y que ya fue prometida en el discurso
del año anterior, pero sigue como promesa. Sobre el proceso
constituyente, nos dijo que era transparente y confiable, pero omitió
que la mitad del país lo considera ilegítimo y hasta se lo ha
calificado como un tongo. Un voluntarismo que choca con la evidencia.
Terminó
pidiéndonos que confiemos en Chile, un slogan o abstracción más
bien populista y muy difícil de entender, menos aterrizar. Por
cierto que sí
queremos a nuestro país, sólo que no confiamos en un mal Gobierno
con un discurso desasociado de los hechos.
No bastan las buenas intenciones para Gobernar, no importan los
discursos sino los resultados. Estimada Señora Presidente: no
tenemos temor alguno a los cambios; al contrario, pero sí -y mucho-
le tememos a aquellos mal diseñados, improvisados, ideologizados, y
peor implementados.
Atrapados
en una burbuja,
por
Harald Beyer.
La
cuenta pública pudo haber tenido un giro valioso. Quedó la
sensación de que el Gobierno valora un mayor diálogo e incluso los
acuerdos que, en algún momento, parecían solo un obstáculo para
promover los cambios refundacionales que el país necesitaba. Hubo,
sin dudas, un cambio de tono. Pero menos claros quedaron los asuntos
sobre los que se dialogaría; quizás el pacto por un crecimiento
sostenible en el tiempo al que invitó la Presidente. Aunque los
anuncios específicos que podrían incorporarse a este pacto
brillaron por su ausencia; tan solo una referencia al pasar a las
medidas de productividad que se han presentado en las últimas
semanas y varias de las cuales están en el Congreso. Por cierto,
deben celebrarse estas iniciativas, pero pensar que ellas son
suficientes como sostén de ese pacto desconoce el gran desafío y
la enorme disposición que requiere un crecimiento más vigoroso.
Un 4,6% de crecimiento promedio para los cuatro años es lo que estimó el actual Gobierno en sus inicios. Es difícil que este alcance la mitad de esa proyección. Por eso, los esfuerzos para cerrar parte de esa brecha aún son insuficientes. No es casualidad. El discurso deja entrever claramente las razones. Finalmente, el enfoque político-intelectual que subyace en la acción del Gobierno no ha cambiado. "Algunos no ven que hay que cerrar la grieta social que se ha formado en nuestro país", sostuvo la Presidente. Una grieta que generaría un enorme malestar que crecerá, con consecuencias impredecibles, si no se cierra. La tarea del Gobierno, entonces, es muy precisa. Y las reformas que ha promovido, las únicas que permitirían superarla. Las demás palidecen en importancia. El giro es, por consiguiente, parcial, porque el énfasis del Gobierno no cambia. Ello explica quizás la ausencia de contenidos más definitivos en ámbitos como el crecimiento.
Y seguramente por ello también la insistencia en sus reformas refundacionales. Pero con un grado de voluntarismo sorprendente. Así, es difícil visualizar cómo sus reformas educacionales se conectan con el aumento de calidad que la Presidencia anuncia con tanta certeza o cómo la insistencia en gratuidad, como respuesta al acceso en educación superior, contribuye a cerrar efectivamente esa "grieta social" que se ha abierto en nuestro país. No parece ser la política más efectiva para aumentar la cobertura y, además, es muy regresiva. El proceso constituyente, que puede ser bienvenido desde el punto de vista de crear una instancia de participación para la ciudadanía, debe compatibilizarse con la democracia representativa que tenemos. Sin ella difícilmente habríamos tenido los logros de los que la Presidenta se declaró orgullosa. Sin embargo, ese puente no está logrado.
Hay en el discurso una enorme paradoja. "Ningún avance podrá consolidarse si persiste el divorcio entre las élites y la ciudadanía", afirmó Michelle Bachelet. Es posible que tenga razón, pero no deja de ser curioso que sus reformas, que cabe suponer intentan reparar ese divorcio, son más bien impopulares en la población. Quizás esa desconexión le sea aplicable a su gestión. Pero su discurso hace poco por indagar en esta cuestión. Así, la Presidente y su Gobierno han quedado atrapados en una burbuja creada por un diagnóstico equivocado y el convencimiento, sin evidencia que lo compruebe, de que su agenda es la que el país necesita. Pero claro, son los demás los que no ven lo que está sucediendo en el país.
Platas
truchas: suma y sigue,
por
Héctor Soto.
Dicen
que hubo dos momentos en que la idea de un acuerdo partidario amplio
pudo haber separado los efectos políticos de los efectos Judiciales
en las investigaciones que ha estado llevando a cabo el Ministerio
Público sobre el financiamiento irregular de la política.
La primera vez
fue cuando la UDI, ya muy herida en el ala, levantó
bandera blanca y golpeó las puertas del Ministerio del Interior en
los tiempos de Peñailillo
en busca de una suerte de armisticio. El
portazo que recibió resuena hasta hoy en los pasillos de La Moneda
y el hecho se explica por sí solo: los genios de la G-90 no estaban
en ese momento disponibles para conversar de un problema que, al
menos hasta ese momento, ellos no tenían y, en cambio, sí estaban
entusiasmados con la posibilidad de charquear a la UDI con las
fantásticas revelaciones que iban saliendo del caso Penta. Más que
por contener, estaban por azuzar.
La
segunda
oportunidad saltó a la palestra en octubre del año pasado, cuando
un grupo político importante,
esta vez más heterogéneo, que trabajó bajo el alero jesuita de la
Fundación Alberto Hurtado, evaluó
la posibilidad de un compromiso transversal en orden a no postular ni
repostular como candidatos a figuras que eventualmente pudieran estar
comprometidas o salpicadas por prácticas de financiamiento
irregular.
Obviamente, se asumía que la Justicia debía seguir haciendo su
trabajo. Esta era sólo una contribución de la política para
facilitar la tarea de los Fiscales y Jueces y, sobre todo, un acto de
responsabilidad cívica para aislar el efecto devastador sobre el
prestigio de los partidos que las investigaciones estaban teniendo.
Al final,
ganó el peso de la noche,
porque, no obstante haber convencido a dirigentes prominentes, la
fórmula no alcanzó a tener el respaldo institucional que requería
en los partidos. Faltó liderazgo y el Gobierno no se la jugó,
precisamente porque liderazgo es lo que la Presidente menos tiene.
El resultado fue que la iniciativa terminó archivada en la gaveta de
las buenas intenciones.
Desde luego, los
problemas que ha estado viviendo el PPD esta semana, que venía de
otra semana particularmente corrosiva a raíz de la renuncia de Pepe
Auth, habrían sido más manejables de haber existido un rayado de
cancha como ese para contener políticamente la crisis. Como esa
trama no existe, el partido reaccionó con desorden: primero negó,
luego se abrió a los matices, después al reconocimiento acotado,
enseguida a la derivada de las responsabilidades políticas y,
finalmente, a una investigación interna que difícilmente terminará
disipando las sospechas ciudadanas.
Puesto que dos
veces primaron el ventajismo y la miopía, más allá de los golpes
que le han significado al PPD la recepción de platas de SQM a través
de la fundación Chile Ambiente, el hecho ha agregado otro leño al
fuego del descrédito de la política. Esta no es una buena noticia
para nadie. Tal como están las cosas, no es en absoluto descartable
que episodios como este puedan repetirse respecto de otros partidos.
Es cierto que todos estos hechos remiten a prácticas pasadas que con
la actual legislación -gracias fundamentalmente a que el Gobierno
patrocinó la agenda de probidad de la Comisión Engel- ya no podrán
volver a repetirse. Pero el goteo de escándalos continúa y, puesto
que los tiempos de la Justicia son distintos a los de la política,
es difícil pensar que la herida de confianza entre los partidos y la
ciudadanía pueda cauterizar en el corto plazo.
Para
Carolina Tohá, que encabezó la directiva del PPD en el período en
que se cometió el fraude, el tema por supuesto que es delicado. La
daña en un flanco donde su figura estaba intacta.
Tohá no es sólo la mejor candidata que tiene el oficialismo para
retener la Alcaldía de Santiago, sino que, además, ha sido siempre
una carta con proyección Presidencial en su partido. En este plano,
todavía nadie conoce cuál será el desenlace, pero lo que sí es un
hecho es que ella ya no será la misma de antes. Estos traumas dejan
marcas. Al
final, todo dependerá del respaldo de su coalición política, de la
resiliencia personal de la Alcaldesa
-cuidado, porque aparte de impulsiva ella es intensa de carácter- y,
en definitiva, de la mayor o menor protección que le brinde la gente
en las encuestas. También esto es impredecible y la prudencia dice
que es perder tiempo hacer pronósticos. Quienes creían, por
ejemplo, que ME-O prácticamente había sido borrado del mapa
político por el asunto del avión y las platas no muy transparentes
que llegaron a su campaña, deben haber leído con sorpresa en la
encuesta Cerc-Mori divulgada esta semana que el daño que hasta el
momento ha tenido dista mucho de ser letal. Ya no encabeza, es
cierto, el ranking de los políticos con más futuro, según la
gente. Pero pasó al segundo lugar y está a sólo décimas del
primero, que ahora es Piñera.
Habrá
que dejar correr el agua por algún tiempo para saber cómo
decantarán las cosas.
El horizonte se le nubló a Carolina Tohá, a quien todos daban por
reelegida en Santiago. La derecha, que prácticamente había dado
perdido ese bastión, ahora ya no lo ve tan inalcanzable.
Todos saben que la Comuna es difícil y complicada de llevar. Que
sirve más para desgastar que para potenciar. Pero todos también
saben que es la joya de la corona entre las Alcaldías chilenas.
por
Juan Andrés Fontaine.
Prueba
de lo maltrecha que está nuestra economía es que el Ministro
Rodrigo Valdés -un profesional serio- se haya sentido motivado a
celebrar como un éxito el crecimiento interanual de apenas 2% que,
según el Banco Central, registró el producto interno bruto en el
primer trimestre. Es cierto que había pronósticos peores, pero la
diferencia parece deberse solo a factores pasajeros. La generalidad
de los expertos sigue pensando que a lo largo del año estaremos
bajo el dos. Si la cuenta Presidencial de
ayer fuese un examen escolar, reprobamos el curso.
Nadie se hace cargo del fracaso. Ni siquiera la oposición interpela a sus responsables. Las autoridades continúan culpando a la situación internacional -el fin del auge del cobre-, pero pasan por alto el enorme beneficio que nos causa la caída del petróleo, la que ya se aprecia acá en la disminución de los costos de combustibles y energía eléctrica. Tampoco explican por qué el Fondo Monetario Internacional prevé que, en 2016-17, Chile sea el país de peor desempeño dentro de la Alianza del Pacífico.
Con motivo de ese pintoresco evento llamado el "Chile Day"-en el que autoridades y banqueros viajan a Londres a conversar entre ellos sobre nuestros asuntos-, el titular de Hacienda avanzó una interpretación honesta: "Siempre las reformas como las que ha hecho este Gobierno -sentenció- tienen algunos efectos de corto plazo, que son costos que vale la pena pagar para tener un mejor futuro".
Movidos por sus anhelos ideológicos y políticos, deliberadamente, los estrategas de la coalición Gubernamental planearon reformas que priorizaron la redistribución del ingreso al costo de frenar su crecimiento. Podrá debatirse si además fallaron los cálculos o la implementación, o si acaso es la caída del cobre la que tornó inviable el programa. Lo cierto es que a propósito de un muy dudoso "mejor futuro", nos han llevado a un muy deplorable presente. Mientras el Gobierno no rectifique el rumbo, ¿quién puede sorprenderse que cunda el pesimismo?
Es desde luego positivo que las autoridades reconozcan ahora la importancia de reanimar el crecimiento económico y que anuncien medidas. Pero mientras no renuncien a la estrategia que han aplicado, es difícil que conquisten la credibilidad necesaria. Mientras tanto, el panorama económico mundial se nos torna más difícil y -en el plano interno- todo parece indicar que la cesantía aumentará significativamente a lo largo del año. El mensaje que debimos haber escuchado ayer es que para encarar la ardua coyuntura económica y social que se avecina desechamos los desvaríos ideológicos y pulsiones demagógicas de ayer, y nos reenfocamos hacia políticas públicas que infundan austeridad e impulsen la competitividad.
“Grandes
avenidas”,
por
Fernando Villegas.
La mañana del 11
de septiembre de 1973, Allende, en un discurso memorable emitido por
Radio Magallanes poco antes de perder su antena transmisora, anunció
que “más temprano que tarde” volverían a abrirse las “grandes
avenidas de la historia”. Fue una frase llena de épica y resuena a
lo largo de los años contribuyendo a erigir y renovar la leyenda del
valiente Mandatario. Dudamos que haya habido en el mensaje
Presidencial del 21 de mayo algo parecido en elevación y/o que
eventualmente se inmortalice en los futuros textos de educación
cívica o en el calendario de efemérides de la nación.
Sin embargo,
haciendo
abstracción de la resonancia y estremecimiento lírico de la frase
de Allende, ¿qué diferencia hay en realidad entre la poesía que
precedió su tragedia personal y la de Chile y la pedestre prosa de
hoy que intenta ocultar un fracaso?
¿De qué sirven las palabras, ese producto tan sobreabundante de la
locuaz cultura de izquierda, cuando se trata de conducir un país?
Aparte de sonar bien, ¿cuáles son y adónde van exactamente dichas
avenidas tan inspiradoras? ¿Dónde y cómo finalizan tanto las obras
gruesas como esas amplias carreteras? Tal vez en América Latina ya
hayamos visto demasiados Mandatarios y Mandatarias señalando una
dirección inexistente con el amplio, heroico pero vacío gesto de la
estatuaria del realismo estalinista.
La frase de
Allende implícitamente prometía o suponía el haber UNA sola ruta
maravillosa del progreso de la humanidad, UN solo camino que algún
día se iba a despejar y permitir el libre tránsito hacia nuestra
felicidad definitiva, pero, al contrario, todo indica que dicha
resplandeciente e inequívoca avenida abriéndose al viajero después
de superados los obstáculos nunca ha existido. En
cuanto a la frase o frases de la Presidente Bachelet, hay también
penando en el trasfondo una gratuita suposición, a saber, que la
obra gruesa realmente terminó y, por sobre todo, que se sostiene en
vez de estarse desplomando.
Autopistas
Volvamos al mapa
caminero porque de esto hemos oído predicar hasta a prestigiados
académicos de la Queen Mary Faculty de Londres. Advertencia única y
final: NO HAY un solo camino que nos espera una vez lista la obra
gruesa o superados los obstáculos; la variedad de rutas, la mayor
parte malas o callejones sin salida, es alarmante. Algunas avenidas,
como las “autobahn” de las que se jactaba Hitler, bien pueden
conducir a un desastre apocalíptico; otras, como las que se
planearon en la URSS para llegar al comunismo, nunca se construyeron;
las hay que son miserables huellas llevando a un traicionero pantano,
como bien lo sabe el pueblo venezolano. Y hay algunas, como las de la
España del PSOE, construidas despilfarrando dinero donado por la UE
y que no van a ninguna parte. El asunto, en otras palabras, dista de
estar claro, salvo la certeza que NUNCA hay una sola manera para ir a
cierta parte, como tampoco nunca una sola parte a la cual pueda irse.
Como en el
cuento de Borges titulado Los senderos que se bifurcan, la
historia, así como la biografía, a menudo llega a encrucijadas
repletas de variantes con direcciones a veces ilegibles o torcidas,
equivocadas, incluso nefastas.
Los amigos del cine clase B pueden ver, como ilustración de todo
eso, la saga de horror Wrong Turn.
Su
Excelencia ha expresado que su avenida está en la etapa de la obra
gruesa,
casi terminada, pero resulta difícil adivinar adónde conduce o
conducirá y aun más difícil asumir, por mucha que sea nuestra
buena voluntad, que ese ignoto destino final sea resplandeciente.
Hagamos votos por eso. Mientras tanto y por el momento aun el
observador más optimista y con oídos más receptivos a las
edulcoradas palabras de un discurso de 21 de mayo tiene la impresión
de que, en medio de los ripios, los hoyos y los derrumbes, nadie
realmente lo sabe, salvo en el etéreo y vaporoso sentido de la
manoseada canción y poema “se hace camino al andar”. Siguiendo
con las metáforas camineras, es esta, al parecer, una avenida
pavimentada con muy buenas intenciones pero sin que se sepa si algo
podrá moverse algún día sobre ella. El
entero asunto tiene mucho del delirante estilo o estética de la
planeación soviética, siempre repleta de majestuosas obras
iniciadas con desfiles triunfales de jóvenes pioneros y casi siempre
terminando en desastres
como el total vaciamiento del mar de Aral.
Ariel y
Calibán
Mientras y en
medio del desconcierto, de las promesas algo hueras de promover la
economía y consolidar “lo ya logrado” -aunque en verdad se
acelera el proceso Constitucional con nuevas hordas de
“facilitadores” programados por el Gobierno y el PS- cunde en la
NM un ánimo más cercano al pánico ante el fracaso y la revelación
de sórdidos escándalos de dineros obtenidos de manos del yerno de
Pinochet, con la consiguiente pérdida de apoyo ciudadano, que del
jubiloso espíritu antecediendo la inauguración de una gran
autopista. Cunden,
por tanto, los “yo no fui”, los tardíos “asumo la
responsabilidad” insinuando un aire de martirologio de quien siendo
inocente se sacrifica por el bien de la patria o del partido,
los “nunca supe” puestos de moda por la Mandatario, las denuncias
de “montajes” del golpismo e incluso algunas incipientes maneras
de decir “sálvese quien pueda”.
¿Qué semana no
sabemos de un nuevo episodio? ¿Cuándo no vemos a sus protagonistas
exculpándose, escondiéndose o viajando? Para no ir más lejos el
mensaje del 21 ha sido proferido con el trasfondo de la sórdida
revelación -si es que en esta materia queda algo en realidad por
“revelar”- del PPD envuelto en la interminable saga de los
dineros provenientes del primer banco revolucionario del planeta,
Soquimich.
Viene a cuento
aquí recordar a Ariel y Calibán, personajes de la obra La
tempestad, de Shakespeare. Ariel vuela por alturas ideales sin tocar
jamás el sucio suelo, PERO precisamente porque Calibán hace el
trabajo sucio. Ariel bien sabe de qué va todo, pero sigue poniendo
los ojos en blanco e inundado con elevadas visiones. De vez en cuando
lee la prensa.
¿Cuál
despertar?
Los días
festivos, sean de jubilosa celebración oficial o de dolor público,
de alegría o de pena, ofrecen la posibilidad de hacer un alto y
reflexionar en lo hecho y lo por hacer.
Del Gobierno y su coalición es innecesario esperar tal cosa, pues ya
lo han estado haciendo de sobra en una nerviosa reunión de Gabinete
tras otra para “coordinar”, “armonizar”, “consensuar”,
etc. De las cohortes demográficas más jóvenes que brincan gritando
“somos hijos de Chávez” es inútil esperar ninguna reflexión.
De los ciudadanos adultos asociados a la repartija de paquetes de
tallarines sería ocioso esperar nada. De los ciudadanos que el día
de la elección prefirieron irse de fin de semana ya sabemos qué se
puede esperar. Resta sólo una categoría y debemos entonces
preguntarnos qué reacción es esperable de los adultos que votaron
por la actual Presidente y su programa y a la pasada repletaron el
Congreso de revolucionarios antiguos y nuevos.
¿Despertarán,
como lo confiesan muchos en las redes sociales, diciendo que metieron
la pata?
¿Despertarán diciendo, al contrario, que este Gobierno no va lo
suficientemente lejos y rápido? O dicho de otro modo, ¿imperará un
ánimo que busque desalojar al actual régimen primero en las
Municipales y luego en las Presidenciales o, al contrario, se
impondrá una visión radical que atribuye los problemas a
conspiraciones reaccionarias que deben vencerse apretando aún más
el acelerador?
Nada
de eso podrá dilucidarse poniendo bajo lupa las palabras
Presidenciales. No hay nada por dilucidar pues la expresión entraña
haber algo oculto que puede revelarse si se escudriña lo suficiente.
Ese algo aún no existe.
Este 21 de mayo, como en otras ocasiones, sólo habrá sido ocasión
para revelar desconcierto y una charlatanería cada vez más alejada
de esa desagradable cosa que es el mundo real. Todo sigue en suspenso
con 17 millones de personajes a la espera de un autor.
¿Y
quién desea ser político hoy en Chile?,
por
Roberto Ampuero.
Póngase
una mano sobre el corazón: ¿le recomendaría usted hoy a un hijo,
amigo o familiar que postule a Diputado o Senador, con lo
desprestigiados que están los Parlamentarios? Probablemente no. Al
igual que muchos, le aconsejaría al ser querido dedicarse mejor a
algo más respetable, aunque no sea tan rentable.
Es la lamentable y peligrosa realidad en el Chile (y el mundo) de hoy. Pero sin Parlamentarios no hay democracia representativa. Nadie aquí más cuestionado que ellos; esto, mientras algunos celebran a Gobiernos autoritarios o dictatoriales con logros económicos, como Singapur o China, y otros creen que a Chile lo salvará un redentor providencial o una forma radicalmente nueva de barajar las cartas.
No comparto la tesis de que todos los Parlamentarios deben irse a casa ni que todos los nuevos aspirantes vayan a ser blancas e idóneas palomas, pero sí que muchos recurrirán al populismo, el clientelismo y el efectismo en campaña. Va para largo: seguirán pagando justos y pecadores. Por otra parte, los partidos, que rápido logran acuerdos para fijar las dietas y las normas favorables a la reelección de incumbentes, todavía no logran aunar criterios para juzgar a sus militantes vinculados con conductas ilícitas e ilegítimas.
Todo eso plantea una interrogante esencial: ¿Cómo restaña la democracia las heridas que ella misma se inflige? Es decir, ¿cómo se recupera la democracia de la crisis de confianza sin dejar de ser democracia? ¿Podrá la institucionalidad imponer una purga que permita reencantar a la gente y recuperar la credibilidad ciudadana? ¿Y cómo se logra esto con personas en gran medida apáticas o propensas a votar por el más simpático, populista, sexy o de labia fácil? Superar esta crisis no depende solo de la clase política, sino también del electorado, a quien ningún político se atreve a amonestar, decirle la verdad o exigirle que vote debidamente informado.
Desde hace dos años saltamos azorados de un escándalo a otro por revelaciones sobre el nexo entre dinero y política. El más reciente es del PPD, partido que se define como profundamente antipinochetista, pero que recibió financiamiento de una empresa del ex yerno del General, nueva que no le ha costado el puesto a nadie. Esto sugiere una elasticidad de la ética partidaria y desacredita más a los políticos. Lo más grave de estos escándalos es que muchos no fueron detonados por los entes Fiscalizadores, sino por desencuentros entre personas que debían guardar silencio sobre el destino de las platas.
Esto arroja una sombra sobre las instituciones que fallaron en la tarea para la cual fueron creadas, y plantea algo delicado: si no lograron detectar operaciones con boletas, ¿qué posibilidad tienen ellas y sus afines para detectar financiamientos clandestinos?
Es bueno recordar las denuncias que hubo en años recientes contra la Venezuela de Chávez y la narcoguerrilla de las FARC por maletines de dólares enviados discretamente a países vecinos. ¿Pudo ocurrir acá algo semejante sin ser detectado? Si a los Fiscalizadores no les llamaron la atención ilícitos -subrayo- de naturaleza muy diferente y documentados, ¿podían detectar lo clandestino? Esto conduce a un tema más inquietante y que en varios países de la región ha ido en aumento: ¿habrá o ha habido intentos del narcotráfico por infiltrar la política chilena? ¿O constituimos una excepción en el continente? ¿Cómo prevenirlo si las alarmas no saltan a tiempo?
Cuando carecemos de liderazgo nacional y afrontamos declive económico, incertidumbre política y una desconfianza generalizada, surge con fuerza la pregunta de cómo se protege la democracia a sí misma sin traicionarse. Necesitamos para ello una ciudadanía más alerta, instituciones más eficientes y políticos que logren consensos transversales en torno a los grandes desafíos del país. ¿Pero quién desea ser político hoy en Chile?
Venezuela
o los llanos en llamas,
por
Álvaro Vargas Llosa.
Nicolás Maduro
no tuvo nunca la intención de aceptar el resultado de las elecciones
Legislativas del 6 de diciembre de 2015 que dieron a la oposición el
control de la Asamblea Nacional y confirmaron al mundo que el
Gobierno chavista es hoy abrumadoramente impopular. Desde que perdió
esas elecciones, cuyo resultado se vio obligado a aceptar porque los
militares se negaron a obedecer las órdenes de proteger un fraude,
ha actuado con consecuencia.
Consecuencia, quiero decir, con la línea de conducta del chavismo:
la negación del Estado de Derecho, la democracia representativa, el
pluralismo político. Sin engañar a nadie, anunció que no aceptaría
la interferencia de los Legisladores en su proyecto
y empezó a provocar la crisis -la enésima crisis- que ahora ha
desembocado en el enfrentamiento relacionado con la pretensión
opositora de revocarlo por la vía de un referéndum.
Recordemos que,
nada más perder las elecciones, ordenó al Tribunal Supremo de
Justicia, un apéndice de Miraflores, invalidar a tres Legisladores.
Desde ese día hasta hoy, ha empleado diversos mecanismos, pero sobre
todo al TSJ, para vaciar de poder y contenido a la Asamblea Nacional.
Ha utilizado, para Gobernar por decreto, los poderes delegados que
obtuvo gracias a la anterior Asamblea Nacional, otra excrecencia de
Miraflores, y la declaración de estados de excepción y emergencias
económicas. El último capítulo de esta saga tercermundista ha sido
el estado de excepción y la emergencia económica decretados el 13
de mayo; le dan la potestad de hacer con los venezolanos -con sus
vidas, sus propiedades y sus libertades- lo que hace un niño con
plastilina.
Mientras ocurría
esto, Maduro utilizaba al TSJ para invalidar cualquier decisión que
adoptaba la Asamblea Nacional, incluyendo la más conocida: la
amnistía que pretendía liberar a 120 presos políticos y que el
máximo Tribunal declaró inconstitucional el 11 de abril.
A nadie -a nadie
que no esté lobotomizado por la ideología o tan despistado que no
haya sabido, en la larga década y media del régimen chavista, nada
de lo que sucedía en la patria de Bolívar- le puede sorprender todo
esto. El
chavismo significa, en su esencia, la demolición de las
instituciones públicas o privadas y su reemplazo por el poder
concentrado en una sola mano. Basta recordar, por ejemplo, el
referéndum Constitucional de 2007 que Hugo Chávez perdió para
entenderlo.
En aquella ocasión, el chavismo pretendía acelerar los tiempos del
socialismo con una modificación Constitucional que buscaba llevar a
Venezuela, en lo político y económico, a las orillas del modelo
cubano. El pueblo venezolano lo rechazó en las urnas; Chávez tuvo
que aceptar su derrota porque la presión interna y externa así lo
dictó. Pero inmediatamente después empezó a hacer por la vía del
ucase Presidencial lo que antes había tratado de hacer por la vía
del referéndum Constitucional. Gracias a ello, Venezuela se
convirtió en algo mucho peor de lo que ya era, hasta desembocar en
el horripilante espectáculo actual.
Lo
extraño, en vista de todo ello, no es que Maduro,
a quien Chávez nombró a dedo antes de morir y que se hizo legitimar
en unos comicios fraudulentos en 2013 según abrumadoras pruebas que
la comunidad internacional no juzgó suficientes para actuar, acuse
a la oposición de golpista y a Estados Unidos de injerencista un día
sí y otro también. Lo verdaderamente extraño es que la vasta
mayoría de la dirigencia opositora siga actuando con impecable apego
a la Legalidad
vigente en vez de intentar que los militares le den a Maduro un golpe
de Estado o provocar una guerra civil.
Aun a sabiendas
de que el armazón Jurídico del régimen está diseñado para
sostener y preservar a una dictadura, la oposición sigue buscando
una transición a la democracia liberal utilizando la Constitución
del chavismo. Ese documento dice, en su artículo 72, que el
Presidente puede ser revocado a la mitad de su mandato, en cuyo caso
se convocará a nuevas elecciones (si es revocado después, el
Vicepresidente deberá asumir el mando). Amparándose en ese texto,
la oposición recogió las firmas para iniciar el complicado proceso
revocatorio (se necesitaban 195 mil y entregó seis veces más). En
teoría, el Consejo Nacional Electoral tenía cinco días para
confirmar su validez y dar la luz verde para el siguiente paso, que
es la recolección de unos cuatro millones de firmas (el 20% del
registro electoral) a fin de convocar el referéndum.
Perfectamente en
línea con su habitual proceder, el CNE, que con la única excepción
de Luis Emilio Rondón está compuesto por rectores (así los llaman)
chavistas, se negó a iniciar la validación de las firmas. Maduro
dijo que era “inviable” el revocatorio y anunció su intención
de hacer “desaparecer” la Asamblea Nacional, algo que en la
práctica ya ha hecho. Ante esta nueva demostración de que el
Gobierno se ha colocado fuera de su propia legalidad, la oposición,
con Henrique Capriles y Henry Ramos a la cabeza, entregó un
petitorio al CNE para que deje de arrastrar los pies e inicie la
verificación de las firmas. Mientras tanto, fueron convocadas
manifestaciones en 23 ciudades por la oposición, que insistió hasta
el cansancio en que debían ser “pacíficas”. ¿Se puede pedir un
proceder más impecable a una oposición que tiene al frente a un
régimen de matones?
Venezuela
resume así las dos caras políticas de América Latina: un Gobierno
que expresa la ilegalidad y la violencia o, en palabras de Sarmiento,
“la barbarie”, y una oposición que en su mayoría encarna la
“civilización”.
Dos tiempos históricos, dos formas de ser. Lo peor y lo mejor de
América Latina dirimen hoy, en la Venezuela que somos todos, una
lucha que es no sólo política sino, en un sentido profundo,
cultural.
La ventaja que
tiene el Gobierno, si de que gane la barbarie se trata, es que puede
llevar las cosas a un terreno en el que la violencia -ya sea la
violencia congelada de una dictadura que logre sofocar toda
resistencia o la violencia activa de un enfrentamiento con sangre-
sea inevitable. La
ventaja que tiene la oposición es que hoy representa a una
inequívoca mayoría de venezolanos, no necesariamente por
convicciones morales o políticas sino por desesperación.
Esa mayoría es una genio que se escapó de la botella el 6 de
diciembre y que ya no es nada fácil volver a encerrar en ella (a
diferencia de Cuba: la ambigüedad brutal que un sistema totalitario
logra imponer en relación con las preferencias de la gente vuelve
siempre difícil “probar” que una mayoría la repudia).
Hace bien la
oposición en seguir apostando a las armas de la civilización y
evitar las de la barbarie. Pero no es seguro que puedan seguir
encauzando las cosas por esa vía porque todo indica que Maduro y
compañía están dispuestos a matar a mucha gente. Cuando el ex
Presidente José Mujica dijo, esta semana, que Maduro “está loco
como una cabra”, estaba expresando una verdad a medias. Al
ornitológico Gobernante venezolano que estrenó su gestión
recibiendo órdenes de Estado de un pajarito difícilmente se lo
puede situar en el bando de los cuerdos. Pero ojalá que sólo
estuviera loco; está también profundamente ideologizado, lo que
representa en cierta forma la cordura en su versión más extrema, es
decir la capacidad para discernir con absoluta frialdad el bien y el
mal, y proceder a extirpar el mal. El mal, en este caso, es la
democracia liberal. No olvidemos que Chávez eligió a Maduro bajo
recomendación de Cuba durante su agonía habanera.
Si siguen pasando
los días y la posibilidad del revocatorio se esfuma, no hacen falta
grandes dotes visionarias para darse cuenta de que se viene una
repetición de las jornadas de protesta de febrero de 2014, que
dejaron una estela de muertos y heridos, y de presos políticos. El
desenlace, esta vez, es de incierto pronóstico porque hay voces
militares respetadas en el chavismo que ya no esconden su repudio a
Maduro y empiezan, sin abandonar sus viejas querencias, a pedir
abiertamente su salida.
Uno de ellos es el ex Comandante de la Red de Defensa Integral de
Guayana, el Mayor General Clíver Alcalá Cordones, que participó en
1992 en la intentona golpista de Chávez contra Carlos Andrés Pérez.
Este militar emblemático del chavismo ha expresado su apoyo al
referéndum y ha pedido a los militares que no se hagan cómplices de
la pretensión de Maduro de impedirlo. Otros han dicho lo mismo.
No está nada
claro cuánto control de la tropa tiene a estas alturas el Ministro
de Defensa, el General Vladimir Padrino López, cuya partidarización
con el régimen roza el ridículo (hizo suyo un pronunciamiento de
los miembros chavistas de la Asamblea Nacional contra la amnistía en
favor de los presos políticos, por ejemplo, y más recientemente
aseguró, haciéndose eco de Maduro, que hay “un golpe de Estado en
marcha”; suele firmar sus comunicados con vivas a Chávez y
latiguillos comunistas). La actuación de este militar tiene todos
los visos de la inseguridad, pues constantemente apela a la unidad de
la Fuerza Armada Nacional Bolivariana para tratar de disipar los
rumores de divisiones internas. La multiplicación de militares
chavistas que rompen con el Gobierno y las informaciones que siguen
circulando sobre descontento en los mandos medios han provocado una
sobrerreacción muy significativa en la alta jerarquía. Estas
informaciones no son nuevas y muy probablemente la decisión de
acatar el resultado electoral del 6 de diciembre tuvo que ver con el
temor a que un fraude partiera en dos al Ejército (en muchas mesas
de votación donde estaban inscritos miembros de la FANB y sus
familias ganó por amplio margen la oposición).
El chavismo nunca
confió en sus propias fuerzas de seguridad: de allí el sistema de
vigilancia interna creado por los asesores cubanos que ha habido que
reforzar constantemente (Ramiro Valdés, fundador del G-2 cubano y
hombre cercano a los Castro desde siempre, ha sido una presencia
constante en Caracas en los últimos tiempos). La creación de
“colectivos” de matones armados que aterrorizan a la población
cada vez que hay protestas y que sirven de advertencia a los propios
cuerpos de seguridad venezolanos es un síntoma de que Maduro, como
antes lo hizo Chávez, duda de la lealtad de los uniformados si las
cosas toman un cariz grave.
Hasta
ahora la oposición ha actuado con inteligencia, apelando a la
lealtad de la FANB, de la Guardia Nacional Bolivariana y de la
Policía Nacional Bolivariana para con Venezuela y la Constitución
-pidiéndoles que no se hagan cómplices de los atropellos a la
Legalidad-, pero dejando muy en claro que son contrarios a un golpe
de Estado o a una intervención violenta. El
riesgo, a medida que se agrava la situación, no es que la oposición
cambie de discurso y actitud: el peligro es que su discurso y su
actitud queden desfasados de una realidad que se vuelva violenta al
margen de la voluntad de los conductores políticos de la población
descontenta.
Ambigüedad
en TVN.
La
decisión del Gobierno de inyectar 70 millones de dólares a
Televisión Nacional (TVN), bajo el argumento de financiar las
inversiones necesarias para implementar la televisión digital, ha
generado una polémica por la justificación y la oportunidad de
dicho aporte, en un contexto de ajuste del cinturón Fiscal.
Parece
evidente que tras la capitalización de la empresa pública hay un
esfuerzo por paliar las pérdidas que ésta ha sufrido en los últimos
dos años (25.992 millones de pesos en 2015 y 6.593 millones el
2014). En el mismo periodo, el resto de la industria siguió una
trayectoria distinta: Canal 13 y Chilevisión disminuyeron sus
pérdidas, y Mega multiplicó sus ganancias. Los canales
privados, sin embargo, han podido paliar sus pérdidas de años
anteriores, e invertir, con aportes de sus controladores. Este
camino, según la Ley 19.132, vigente desde 1992, está vedado para
el canal público.
Esta
contradicción refleja buena parte de la actual disyuntiva en que se
encuentra TVN: obligada a financiarse de manera independiente, con
los mecanismos de una estación comercial, no puede, sin embargo,
recibir aportes extraordinarios de sus controladores, como sí lo
hace su competencia. Impelida a la vez a cumplir con misiones,
exigencias y accountability de una empresa Estatal, las herramientas
de las cuales dispone no le permiten cumplir cabalmente ninguno de
los dos roles. La indicación sustitutiva que el Ejecutivo ingresó
al Congreso, y que incluye la polémica inyección financiera, además
de un cambio en el gobierno corporativo y la creación de un canal
cultural que depende de la estación, no despeja adecuadamente dicha
ambigüedad.
Los países que
disponen de servicios de radiodifusión pública relevantes han
elegido distintos modelos para financiarla: mediante impuestos
generales (Alemania), impuestos específicos (Reino Unido) o incluso
con una mezcla de dinero público e ingresos comerciales (Nueva
Zelandia), pero siempre con recursos públicos como pilar
fundamental. La forma de designar al directorio, mediante Alta
Dirección Pública, es un avance respecto al actual modelo altamente
politizado, pero tampoco garantiza la anhelada independencia del
Gobierno de turno, menos aun si se incluirá en la mesa a
representantes directos del Ministerio de Educación y el Consejo de
la Cultura.
El salvavidas
que el Ejecutivo intenta lanzar a TVN le permitirá superar su actual
crisis financiera, pero no garantiza estabilidad a futuro, ni plantea
tampoco exigencias al canal en términos de programación o misión.
Menos se discute acerca de la forma en que la estación se adaptará
a las nuevas formas de ver televisión y la irrupción de las nuevas
plataformas. Un debate más amplio y abierto sobre lo que los
chilenos esperan de TVN, y cómo están dispuesto a financiarlo,
continúa pendiente.
DESPERTEMOS
CHILENOS NUESTRAS LIBERTADES ESTAN AMENAZADAS...