Camioneros
en pie de guerra por los constantes ataques terroristas en
La
Araucanía amenazan con paro nacional y exigen presencia de
Bachelet
en la Región. |
La
batalla de Valparaíso, que obligó a suspender el partido entre Colo
Colo
y
Wanderers, es una clara demostración del fracaso de las autoridades
para
controlar
a la delincuencia que mata al fútbol.
|
La
lección de Venezuela,
por
Mario Montes.
La
derrota del chavismo socialista, hoy encabezado por Nicolás Maduro,
deja para nuestro país algunas lecciones que sería importante que
aprendiéramos, la única manera de derrotar al populismo demagógico
es enfrentarlo con unidad, programas serios y verdaderas ganas de
derrotarlo.
La
victoria de la oposición se produjo a pesar de una intervención
electoral masiva, de un Estado cooptado por el régimen totalitario
socialista, de ilegales y feroces actor de represión contra los
opositores, de medios informativos manejados por el Gobierno y de una
increíble campaña del terror.
Desde
esta tribuna felicitamos a los opositores que obtuvieron una amplia
mayoría en el nuevo Parlamento, ejemplo que esperamos sigan los
opositores de nuestro país, que de seguir actuando con personalismos
y egocentrismos seguirán condenando al país a malos Gobiernos y a
riegos totalitarios.
Seguramente
veremos gente del oficialismo tratando de imponer el sistema
electoral venezolano, semi-automatizado, que demostró ser un rotundo
fracaso, recién pasada la 1 de la mañana pudo entregar los primeros
resultados y hasta el momento de escribir esta nota no ha podido
definir 22
cupos de
Congresistas.
Nueva
oportunidad para Chile,
por Roberto Ampuero.
El
reciente triunfo de Mauricio Macri en Argentina y las elecciones que
ganó la oposición en Venezuela le brindan una oportunidad a Chile
para recuperar su soft power regional y neutralizar la ofensiva
marítima de Evo Morales. Tal vez el Gobierno sepa aprovechar las
circunstancias.
Que Macri haya incluido a Chile en su minigira como Presidente electo constituye una señal positiva en varios sentidos, también en relación con Bolivia. A diferencia de las administraciones populistas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, Macri está interesado en reactivar lazos con Chile y en acercarse a la Alianza del Pacífico, espacio de integración regional que ha cosechado logros gracias a la apertura económica de sus miembros.
Macri le abre a Michelle Bachelet un espacio de acción regional del que ella no ha dispuesto, inhibida por el peso de la propia Fernández; la Presidente de Brasil, Dilma Rousseff, y Nicolás Maduro. El paso de Macri por Brasil le permite a Bachelet desmarcarse de Rousseff, que enfrenta una crisis de proporciones.
Precisamente en Brasil el Mandatario electo anunció que invocará la cláusula democrática del Mercosur por las violaciones a los derechos humanos en Venezuela. Luego del triunfo de la oposición venezolana, el gran derrotado en ese país es el régimen de Maduro. Esto -junto a la futura Argentina bajo Macri, y una Rousseff debilitada- permitirá a La Moneda asumir una posición crítica ante Caracas e ir más allá de instruir a su Embajador allí para que se preocupe de Lilian Tintori, opositora odiada y temida por Maduro. Si Chile expresa una opinión contundente sobre Venezuela, puede recobrar también su prestigio en materia humanitaria, el que se ha visto debilitado por el silencio de La Moneda ante Maduro.
Macri ofrece así a Chile una oportunidad para ganar terreno frente a Bolivia y fortalecer su rol regional, y para que Chile vuelva a apostar con decisión por la Alianza del Pacífico, impulsada bajo el Presidente Sebastián Piñera, pero ralentizada, lamentablemente, bajo el Gobierno de Bachelet. Más allá de los beneficios económicos de esa integración, Chile logró a través de dicha alianza estrechar sus lazos con México y Colombia, buenos amigos de Chile, y "moderar" al Perú. Al dejar enfriarse la relación con México y Colombia, y optar por una relación privilegiada con Brasil, Chile descuidó a sus dos mejores aliados en medio de los Gobiernos bolivarianos, respaldados por el influyente Foro de Sao Paulo.
Tal vez ahora La Moneda se manifieste con mayor vehemencia en materia de derechos humanos y con mayor destreza mediática ante Bolivia. Pero Bachelet debe repensar su estrategia. La posición boliviana ha sido efectiva porque Evo Morales convirtió su causa en una empresa nacional, dispone de una Cancillería asistida por Gobiernos bolivarianos, y juega un papel activo, decidido y eficaz como Presidente a nivel internacional. Si Chile aspira a revertir la ofensiva boliviana, su Presidente debe asumir también un rol proactivo en la defensa de nuestros intereses. Para ello debería recurrir no sólo al apoyo de los chilenos, la vigencia de los tratados internacionales y la orientación de nuestra Cancillería, sino que también a los atributos personales que la condujeron en dos oportunidades a La Moneda.
¿Un
comité democrático?,
por Sergio Melnick.
La
Presidente Bachelet acaba de nombrar un Consejo que supervisará el
proceso constituyente en el que el Gobierno está ideológicamente
empeñado. La nueva mayoría ha sostenido que la actual Constitución
es ilegítima, es decir, no es democrática, y lo que literalmente se
quiere es rediseñar nuestro nuevo modelo democrático. Este
folklórico comité está efectivamente compuesto por distinguidas
personalidades del país, de algunos pocos ámbitos de la sociedad.
Quiero anticipar públicamente que este curioso comité, sacado del
sombrero del Gobierno, es la semilla de la que saldrá en algún
momento la asamblea constituyente en que va a terminar el proceso, y
que es la carta oculta del Gobierno. La Presidente, que hoy apenas
logra el 26% de apoyo de la población, y por ende es colectivamente
cuestionada, ha dicho textualmente que en este comité están
“representados” la diversidad de opiniones y ámbitos de nuestra
sociedad.
Ahí
mismo empiezan las enormes contradicciones. La primera pregunta es
obvia. ¿Cómo se seleccionaron las áreas de representación? ¿Entre
quiénes fue la opción en cada caso? ¿Quién los propuso? ¿Por qué
17 y no 10 o 50? ¿Por qué no se dedican a tiempo completo? ¿Cuáles
fueron los criterios utilizados por Bachelet para esas decisiones?
Por ejemplo, ¿por qué se excluyeron los científicos, los médicos,
los futuristas, los historiadores, los sacerdotes de diversos credos,
las fuerzas armadas, los movimientos ambientalistas, los filósofos,
los místicos, los pueblos originarios, y tantos otros? ¿Cómo
quedan representadas las Regiones? ¿Tendrán espacio los
agricultores? ¿Qué pasa con los profesores, estudiantes y rectores?
¿Estarán realmente incorporadas las minorías de todo tipo? ¿Y las
redes sociales tan relevantes hoy cómo estarán representadas? ¿O
la tercera edad?
Son
preguntas mínimas que hasta aquí no tienen respuestas porque
nuevamente
es un proceso improvisado, poco transparente, sin explicaciones del
procedimiento y criterios, arbitrario y voluntarista. En suma, el
proceso constituyente parte de manera muy antidemocrática, mirándolo
por donde lo quieran mirar. Da la impresión de ser sólo un tema
mediático y ciertamente sesgado. Es la misma tónica que estamos
viendo en la gratuidad: improvisación, poca transparencia,
discriminación. Es una tendencia en esta administración.
El
macro diseño fue oscuro. Luego, Bachelet nos dice que estas personas
distinguidas son “representativas” de áreas e ideas diversas de
la sociedad, pero, curiosamente, son designadas en forma arbitraria y
voluntarista por el Gobierno. De no creer. Léase así: en los hechos
le dice “ustedes van a representar a sus pares, pero yo los
designo”. Con o sin razón, la Nueva Mayoría fue extremadamente
crítica a la institución de los Senadores designados por ser anti
democrática, exactamente la misma crítica a la Constitución
actual, y, cara de palo, parten ese nuevo proceso con personas
designadas. ¿Lindo o no? Lo curioso es que para bien o para mal
el único órgano representativo que tiene la sociedad es el
Parlamento, que ha sido elegido por las mayorías y no está
representado tampoco en este comité ni ha participado en su diseño.
Este nuevo órgano de 17 personas designadas a dedo por el Gobierno
(todas muy distinguidas por cierto) en realidad no representan a
nadie, salvo a sí mismas, y menos son iluminados para una tarea de
esa magnitud. ¡Son designados! Es una especie de mini Parlamento
designado para observar y cautelar nada menos que el diseño de una
nueva Constitución.
En
mi opinión, si se tratara de un proceso de espíritu realmente
democrático y bien elaborado, lo razonable es que si hay, por
ejemplo, un artista, este fuera elegido por los propios artistas, o
un deportista por los deportistas, o un trabajador por los
trabajadores y no por el Gobierno de turno. Este nuevo “órgano
social”, llamado a dar garantías societales, desde la partida
carece absolutamente de legitimidad y representatividad democrática.
El proceso, entonces, ha sido mal parido. Como decía Germán Becker,
cuando se nota la intención, se pierde la ilusión.
Por
todo esto es que las asambleas constituyentes son un fiasco para una
tarea de la magnitud de redefinir las bases legales de la sociedad, y
las premisas de su democracia. Aquí, por la vía de los hechos, de
manera improvisada, sin consultar ni a la población, ni al
Congreso, de manera claramente antidemocrática, el Gobierno ha
mostrado la total falta de fundamentos del proceso y su objetivo
final de controlarlo. Con este inicio antidemocrático, y un comité
de designados, el pronóstico es realmente oscuro.
¿Equivocamos
el sentido común compartido por décadas?,
por Hernán Büchi.
En
las décadas previas al actual Gobierno de Bachelet, y aunque con
vaivenes, el país progresó como no lo había hecho en su historia.
Se trató especialmente de un mayor bienestar que se manifestó para
todos los sectores y en todas las áreas: mortalidad infantil
decreciente; bienes antes impensados disponibles para las grandes
mayorías como automóviles, vivienda, medios de comunicación y
viajes; cobertura educacional que permitió al quintil de menores
ingresos acceder a la educación superior en la misma proporción que
en el 90 lo hacía el quintil de más recursos; cobertura de agua
potable y saneamiento casi total en el país; esperanza de vida que
según estudios recientes llegarían a 90 años para las mujeres al
momento de jubilar.
Todo ello fue posible porque luego de los períodos turbulentos que remecieron a Latinoamérica y en especial a Chile, fruto de ideologías que pretendían refundar al país, a la sociedad y a la persona, se impuso como sentido común el camino del progreso a través de la inversión, el empleo y la productividad.
Pero ello parece haberse esfumado. Las cifras de la evolución del crecimiento incluyendo el 2,2 % del tercer trimestre y datos parciales más recientes, confirman que serán dos años en que nuestra economía tiene un ritmo de progreso de solo 2%.
A principios de los 90 esa cifra superaba el 6% en condiciones externas como las actuales. Para el próximo año nada indica que nuestro rendimiento pueda ser mejor. El impulso Fiscal y monetario que hemos tenido no puede mantenerse y menos aumentarse. Ante la realidad del precio del cobre y de crecimiento, el Fisco, como ha dicho el Ministro de Hacienda, no puede seguir expandiéndose y el Banco Central inició un proceso de alza de tasas. Aun cuando el BCE Europeo flexibilizó esta semana su política expansiva, lo relevante para el país y el mundo es la probabilidad creciente que a mediados de diciembre el Fed abandone su política de tasa nula de largos años. Chile, como la mayoría de Latinoamérica, deberá seguirlo. Varios de nuestros socios comerciales más relevantes como China y Brasil no nos ayudarán y, en consecuencia salir del modesto 2% actual, es inviable sin nuestra reacción.
Sin embargo a diferencia de períodos pasados, el Gobierno no toma decisiones para relanzar el progreso. Las oportunidades están: Chile es aún un país con una macroeconomía estable y empresas competitivas; el mundo desarrollado, especialmente EE.UU. y en menor medida Europa, experimentan un creciente dinamismo y el intento de China de promover el consumo interno otorga nuevas chances a otros sectores de nuestra economía.
Pero lo visto son pasos que aumentan la incertidumbre. Después de reconocer el error de avanzar en cambios profundos en la educación sin tener la capacidad de llevarlos a cabo, la Presidente ordena a la Ministro de Educación enviar este mes un proyecto de Ley de Educación Superior a pesar de hacer explícito poco antes no estar capacitada para ello. Nadie se opone a mejorar la calidad de la educación, pero ello no se logra de cualquier manera e improvisando. Permitir la diversidad y con ella que algunos aprovechen su potencial diferenciándose de otros es tan importante para nuestro progreso como la cobertura ya lograda. No sirve una sociedad en la que todos aprenden lo mismo. Hay que saber sacar de cada uno lo mejor.
Una síntesis reciente de Joel Mokyr, de la Universidad de Northwestern, muestra que la clave de la Revolución Industrial fue un pequeño grupo de personas con un nivel de conocimiento superior. Y basta observar el mundo hoy para constatar que esto sigue siendo cierto, como en el caso de la revolución de la información liderada por un puñado de cerebros incluidos algunos que nunca han pasado por la universidad. Pero un Gobierno con una ideología que busca el control de la educación parece dispuesta a todo por avanzar, no importa que ello sea contraproducente.
El Proceso Constituyente es reflejo del mismo sello. Una Constitución, de existir, sirve como marco de libertad para expresar la diversidad de la población y para definir y limitar el poder de imperio del Estado. No es una lista de deseos que, como nos recordaba un distinguido escritor chileno que vivió el Proceso Constituyente cubano, termina en la imposición de una visión hegemónica.
Pero, ¿por qué parece haberse perdido nuestro sentido común? ¿Estaba equivocada la Concertación que gobernó parte importante de ese período? La respuesta es no, pero vale la pena buscar las razones que podrían habernos llevado a esta confusión. Dejaremos de lado que sea fruto del oportunismo de quienes quieren asegurarse el poder, como se ve en otras partes del continente. En nuestro caso destacaría un argumento errado pero difundido profusamente: el crecimiento solo beneficia a unos pocos, especialmente a los ricos.
Si esto fuera así, como se creía en los 60 -pensamiento que llevó a tratar de eliminar a todos los que sabían o tenían algo, para crear sociedades nuevas- entonces deja de ser moralmente superior buscar el progreso.
La realidad es tan contrastante con esta hipótesis - basta ver cómo las condiciones de vida mejoran tanto y para todos cuando hay progreso- que no debiera existir ni un atisbo de duda al respecto. Sin embargo la hay y no faltan estudios que se dan como verdades reveladas y que dicen precisamente lo anterior. Se trata de interpretaciones equivocadas o maliciosas pero influyentes porque provienen de grupos de presión ideologizados que operan con propaganda. Comentaremos uno de ellos con la esperanza de sembrar alguna duda en la conciencia de quienes están actuando con una agenda que daña a todos.
Piketty, con Emmanuel Sáez y usando datos del servicio de impuestos de EE.UU. -lo que se hizo parcialmente también en Chile- produjeron una serie de cómputos mostrando los cambios de ingreso en la población de ese país. Básicamente dicen que entre 1979 y 2007 el 91% de las ganancias de productividad lo capturó el 10% de la población dejando solo 9% para el resto. El 90% de la población solo vio subir sus ingresos en un 5%, mientras que el producto per capita subió 74%. Si reflejaran la realidad son cifras impactantes.
Pero un economista de Georgetown, Stephen Rose, quien no puede tildarse de republicano y que ha escrito sobre la estratificación social en EE.UU. desde mediados de los 70, demuestra contundentemente lo equivocado de esas conclusiones en varios documentos. Se destaca en especial uno, cuyo título "¿Estaba Kennedy equivocado?" es un tributo al énfasis que ese Presidente y los demócratas que lo siguieron pusieron en el crecimiento para ayudar a las grandes mayorías.
En Chile la pregunta podría ser ¿Estábamos los chilenos y la Concertación equivocados? La respuesta es claramente no, igual que la de Rose para EE.UU. En breve resumen, su análisis incluye desde la obvia incompatibilidad de la propuesta de Piketty con lo que ha sucedido en el consumo, las limitaciones de los datos tributarios para lo que usa datos de la Oficina de Presupuestos del Congreso, los cambios en los ciclos de vida y el efecto del aumento de la población de mayor edad, la incapacidad de los datos de tributarios para captar ingresos de segmentos muy grandes de la población, etc. La conclusión es que una parte muy relevante del progreso benefició a las grandes mayorías, como es obvio también en nuestro país.
Es lamentable que ideas atractivas pero erradas, respaldadas por análisis parciales o simplemente malos, sean usados para justificar moralmente posiciones ideológicas dañando a millones de personas. Chile está caminando peligrosamente al filo del abismo en estas materias. Es indispensable recapacitar a tiempo para bien de quienes menos tienen y a quienes más nos debemos.
La extinción de los dinosaurios,
por Fernando Villegas.
Hace
65 millones de años, en el Período Cretácico, los dinosaurios que
hasta entonces eran dueños indiscutidos de la Tierra tuvieron un muy
mal día. Tan malo fue que se extinguieron. La teoría más reciente
sostiene que un cometa de grandes dimensiones impactó nuestro
planeta y los catastróficos efectos fueron letales para esas
criaturas y casi todas las demás. Millones perecieron en el punto de
impacto o sus cercanías y enteras especies lo hicieron más tarde
sencillamente por falta de alimentación; una espesa nube resultante
del humo de infinitos incendios y los detritos minerales y gaseosos
levantados por el choque oscurecieron por meses o años la atmósfera
de la Tierra, poniendo así fin a la fotosíntesis, a la vegetación
y a casi toda la cadena alimenticia. Cuando al cabo de décadas la
situación se normalizó, los nuevos propietarios de Gaia resultaron
ser criaturas de escaso tamaño y pocas necesidades; sin la
competencia de los extintos dinosaurios se las arreglaron para
alimentarse, eventualmente se multiplicaron y al cabo de otros
generosos millones de años algunos, en su evolución, dieron origen
a los primates, luego a los homínidos y finalmente al ser humano.
En
el caso de los grandes canales de televisión, el funesto cometa ha
estado cayendo desde hace unos 20 años. La extinción todavía no se
produce, pero ya aparecieron los reemplazantes…
Tiranosaurio
Rex.
La
amenaza a la supervivencia de la gran industria de la televisión
deriva de procesos que se iniciaron hace mucho y por lo mismo ha sido
tan anunciada como el asesinato del personaje de la novela de García
Márquez. De ahí que las alarmantes cifras financieras
de TVN conocidas esta semana no pueden ser sorpresa para nadie. No
sólo TVN sino todos los canales, tanto en Chile como en otros
países, están en serios problemas; la única novedad es cuál de
ellos es el que hace noticia en un momento dado. Los nuestros han ido
por turnos presentando lapsos de números en rojo y tal como las
sequías, cada vez más frecuentes y duraderas, así también lo son
esas rachas de malas cifras. De tanto en tanto una estación acierta
con un hit o dos y repara por un tiempo el libro de contabilidad,
pero eso no altera el siguiente y decisivo hecho central: hay
demasiados canales demasiado grandes para disputarse una torta
publicitaria cada vez más pequeña.
La
televisión abierta chilena, como la de casi todo el mundo, fue
creada a base del modelo gargantuesco de las grandes cadenas
americanas. El molde fue el del Tiranosaurio Rex corporativo, la gran
empresa con enorme logística y cientos o hasta miles de empleados:
técnicos, rostros, voces, periodistas, administrativos, ejecutivos,
burócratas, gerencias, actores, albañiles, ingenieros, etc. Eso no
fue un capricho. No podía ser de otro modo considerando el producto
tal como podía y debía hacerse en esos años, los 50 y 60. La
televisión requería -y aún requiere- estudios de grabación,
montar docenas de programas que absorben mucha gente, instalar
costosos equipos, escenarios, etc., etc. Como compensación de esos
tremendos gastos e inversiones, esta colosal bestia del entertainment
contaba, para alimentarse, de praderas de pastoreo casi ilimitadas.
Hasta al menos los años 80 la televisión chilena -y mundial-
monopolizaba alrededor del 70% al 90% del gasto publicitario. La
televisión lo era todo, el centro del hogar y por tanto el centro de
la estrategia de ventas de cualquier departamento comercial y agencia
de publicidad. Era, además, una publicidad que operaba a base de la
siembra al voleo, al tuntún, sencillamente avisando masivamente a un
público general del que se hacían presunciones bastante toscas. La
televisión era el medio más adecuado para llegar a dicha masa.
Todo
eso ha cambiado. Las agencias distribuyen su publicidad en muchos más
medios que en el pasado y lo hacen con targets precisos, situación
ante la cual Tiranosaurio Rex no se ha adaptado lo suficiente. Los
especialistas de marketing, profesión que es en sí misma signo de
los nuevos tiempos, ya no desean llegar al público en general, sino
a cierto público y de cierto modo. Tal vez en este programa y en
ninguno otro, tal vez en la radio en tal programa o a tal hora,
quizás y cada vez más en televisión por cable, quizás también -y
más y más- en YouTube, en los portales de la web, en revistas
especializadas, en la calle, los estadios, las camisetas, los
eventos, los catálogos transportados por un diario, los diarios
mismos, los puntos de venta, microbuses, etc. Y cada uno de esos
mecanismos alternativos equivale a una exactamente proporcional
pérdida para Tiranosaurio. Se ha ido creando, entonces, una
contradicción entre ingresos y egresos y es cada vez más
inmanejable.
Inercia.
Como le ha sucedido a toda empresa en gran escala creada y/o desarrollada en los años 50 y 60, los cambios tecnológicos que amenazaban o amenazan su existencia no eran ni son desconocidos. No se crea que los directivos de estas corporaciones son ciegos y tontos; saben bien lo que se viene, pero entre el saber y el querer existe un gran trecho y entre el querer y el poder un abismo insondable. La inercia no es sólo una dificultad psicológica, acto de negligencia o pereza, sino resultado de inevitables lógicas organizacionales. Baste pensar en los intereses de los ejecutivos que desean conservar estructuras que son el fundamento de sus empleos. Además, no se puede variar bruscamente el rumbo de una organización porque se corre el riesgo de que el remedio sea peor que la enfermedad. Desmontar un ensamblaje corporativo puede ser tan sencillo como despedir gente y cerrar departamentos, pero reconstruirlo toma cien veces más tiempo y en el intertanto la empresa así comprometida en dicha demolición literalmente sale del mercado. No cabe, entonces, otra cosa que cambios graduales que aun así producen tremendas tensiones e intermitencias en el normal funcionamiento de la empresa.
Como le ha sucedido a toda empresa en gran escala creada y/o desarrollada en los años 50 y 60, los cambios tecnológicos que amenazaban o amenazan su existencia no eran ni son desconocidos. No se crea que los directivos de estas corporaciones son ciegos y tontos; saben bien lo que se viene, pero entre el saber y el querer existe un gran trecho y entre el querer y el poder un abismo insondable. La inercia no es sólo una dificultad psicológica, acto de negligencia o pereza, sino resultado de inevitables lógicas organizacionales. Baste pensar en los intereses de los ejecutivos que desean conservar estructuras que son el fundamento de sus empleos. Además, no se puede variar bruscamente el rumbo de una organización porque se corre el riesgo de que el remedio sea peor que la enfermedad. Desmontar un ensamblaje corporativo puede ser tan sencillo como despedir gente y cerrar departamentos, pero reconstruirlo toma cien veces más tiempo y en el intertanto la empresa así comprometida en dicha demolición literalmente sale del mercado. No cabe, entonces, otra cosa que cambios graduales que aun así producen tremendas tensiones e intermitencias en el normal funcionamiento de la empresa.
Años
dorados.
Un
caso ejemplar de estos fenómenos lo ofrece Canal 13. Durante el
“camerino Eliodoro Rodríguez”, período al cual los más
antiguos funcionarios de ese canal recuerdan con nostálgicos
suspiros, el dinero en todas sus formas, ya sea como ganancias,
salarios, bonos, aguinaldos y otras prestaciones, fluía en tan
caudalosa cuantía que hoy dicha situación de desatado gasto
llevaría al director ejecutivo de un paraguazo al manicomio. Fue
posible hacerlo porque las entradas por concepto de publicidad eran
inmensas. Canal 13 recibía un Niágara de recursos. No sólo casi
toda la publicidad se invertía en los canales, sino además de esa
porción que iba a la televisión, canal 13 se llevaba la parte del
león.
Hoy
esa situación no existe. Alguien cerró la espita del Niágara y los
rostros de ese canal ya no reciben fortunas sólo por mostrar una
sonriente dentadura una vez a la semana ni hay técnicos pagados con
sueldos generosos sólo por arrastrar un cable. Se han hecho, sin
duda, muchos ajustes. Aun así, Canal 13 sigue siendo una empresa
bastante pesada en costos, en inercias, en costumbres o subculturas
difíciles de desarraigar suponiendo que haya alguien interesado y
empoderado para hacerlo. Igual sucede en los demás canales.
Lo
que viene.
¿Qué
viene?
Según
nada menos que un alto ejecutivo de Netflix, viene el fin de este
modelo televisivo. Posiblemente veremos un desarrollo parecido al que
sufrió la radio. Las emisoras eran, en los 40, 50 y 60, empresas
bastante considerables, con radioteatro y todo, pero cuando la
televisión les quitó el pan de la boca debieron a la fuerza
convertirse en lo que hoy son, empresas de pequeño o mediano tamaño
con un décimo del personal de antaño, sin programas costosos, sin
alardes, sueldos modestos y los perros ladrando todo el tiempo en la
puerta. La televisión hará lo mismo y externalizará todo lo
que pueda, segmentará sus audiencias haciendo uso de canales
digitales especializados y reducirá su identidad a la que proyecten
a lo más media docena de rostros asociados a tres o cuatro programas
de alto impacto.
Y sin sueldos hollywoodenses. Es eso o desaparecer.
Comisión Nacional de Acreditación: la libertad extraviada,
por Joaquín García-Huidobro.
Seguramente los miembros de la CNA
se sorprenderán al leer una afirmación semejante. Les parecerá
disparatado que alguien afirme que una institución que nació para
mejorar la calidad de la educación superior termine por afectarla
gravemente, al menos en lo que se refiere a la investigación. Pero
por desgracia ha llegado a ser así.
¿Qué necesita un investigador en las humanidades para llevar a cabo su tarea? Básicamente dos cosas: tiempo y libertad. Las otras carencias pueden subsanarse. La libertad de los académicos es paradójica: Gramsci escribió sus "Cuadernos de la cárcel" estando en prisión. Su situación era terrible, pero sus carceleros no le impusieron el formato para lo que debía escribir: no le dijeron que solo tendría valor si aparecía en un determinado índice o si los Cuadernos eran publicados en una editorial de prestigio.
Pero con la libertad no basta, también se requiere tiempo. Cuando veo a destacados colegas invertir meses llenando casilleros en formularios y redactando alambicados informes de autoevaluación, forzados a emplear hasta una terminología que les resulta absolutamente ajena, no puedo dejar de preguntarme: ¿para eso estuvieron en Alemania estudiando la "Crítica de la razón pura", o en Francia dedicados a desentrañar la filosofía de Descartes? ¿Cuántos artículos valiosos, a cuántos alumnos de doctorado podrían atender en esos meses que pasan dedicados a mostrar que están haciendo bien lo que harían mejor si no tuvieran que dedicar su escaso tiempo a una ocupación que, tal como se está practicando en Chile, produce una espantosa sensación de vacío?
No estoy en contra de la idea misma de acreditación, particularmente cuando hay fondos públicos involucrados. Lo que me molesta son sus excesos. Cuando -como me sucede en este momento- enfrento el tercer proceso de acreditación en dos años (esto le pasa a todos los que tenemos que ver con una carrera, un magíster y un doctorado), y veo que no basta con tomar el formulario de la vez anterior y mejorarlo un poco, sino que cada vez hay nuevas y mayores exigencias -lo que atenta contra la estabilidad que requieren los programas académicos-, me pregunto seriamente si estoy invirtiendo mis capacidades en un servicio auténtico al país. Lo mismo le sucede a numerosos colegas en otras universidades, lo que representa una grave pérdida de conocimiento para Chile. Ojalá preguntaran las autoridades a los más destacados científicos que conozcan si, con la mano en el corazón, los procesos chilenos de acreditación les ayudan a investigar mejor, a hacer mejores clases y dedicar más tiempo a sus alumnos.
Urge simplificar los procesos de acreditación, de modo que dejen de ser una carga para los investigadores en un país como el nuestro, donde los índices de investigación todavía dejan mucho que desear. Hay que respetar el tiempo de los académicos: esa es la mejor garantía para una buena docencia e investigación.
Pero no solo tengo objeciones prácticas a la forma en que se lleva a cabo la acreditación en Chile. Al enfrentar esos interminables formularios, que suponen que lo fundamental es "levantar" procesos hasta para las cosas más nimias y verificar su cumplimiento, no puedo dejar de pensar que se está aplicando a la universidad una metodología más propia del mundo de las empresas, y que le resulta ajena. En suma, veo que estamos amenazados por la tecnocracia. Me explico. En un McDonald's hay que contar con procesos perfectamente uniformes, donde cada insumo esté especificado y no falte, en cada etapa de la cadena productiva, el debido control de calidad. Así tendremos un BigMac sabroso y saludable (supuesto que algo así sea posible). Pero una universidad es algo completamente distinto. Recuerdo, años atrás, un seminario de acreditación donde un expositor hablaba de "insumos" y "procesos" que derivaban en un "producto" que respondía a las exigencias del "mercado". Me dolió el estómago, porque la universidad es el lugar de las personas libres, un espacio donde varones y mujeres pueden dar rienda suelta a su creatividad. Los estudiantes no requieren insumos, sino muchas horas de conversación con un profesor, una experiencia que nadie puede cuantificar.
Puede y debe haber, ciertamente, algunos procesos, pero la palabra final tiene que estar dada por la prudencia de los que saben. Así se formaron Husserl, Gadamer, Weber, Einstein, Marconi, Spaemann y Charles Taylor. En Chile, en cambio, la izquierda y la derecha se han unido para aplicar a la universidad una lógica que solo es válida para el mundo de la industria y el mercado. Esta tecnocracia representa una amenaza bastante más sutil que la de un Rector delegado lanzándose en paracaídas en la Universidad de Chile, al menos por dos razones. Primero, porque su obscenidad no resulta chocante, y es fácil que no advirtamos que nos están cocinando a fuego lento. Segundo, porque no es una amenaza interna, sino que utiliza a los propios académicos (no a todos, quizá ni siquiera a la mayoría) para tiranizar a sus colegas. No faltan casos en que la sola presencia de un ministro de fe de la CNA lleva a destacados profesores a transformarse en algo muy semejante a esos carabineros que detienen un auto y buscan y rebuscan hasta que encuentran algún detalle que justifique aplicarle una multa.
No me detengo en el problema que representa el hecho de que muchos evaluadores no entienden que la diversidad es un bien del sistema universitario, y pretenden medirlo todo con el rasero de su propia experiencia y gustos. Tampoco profundizaré en el poder que ha adquirido la CNA para orientar y en cierta medida uniformar la marcha general del sistema de educación superior chileno, en perjuicio de la autonomía de las universidades. Las universidades no somos franquicias uniformes de un gigantesco McDonald's.
Por otra parte, cuando veo los criterios que se establecen para formar parte de un claustro doctoral y la interpretación que hace la CNA de los mismos (tener proyectos Fondecyt o análogos; un determinado número de publicaciones recientes en revistas indexadas, etc.), me lleno de vergüenza: yo los cumplo con creces, pero dudo que Cordua, Torretti o Vial Larraín tengan esas preocupaciones, por lo que probablemente no estarían calificados para integrar el núcleo de un programa de doctorado. Ahora bien, yo soy un enanito intelectual al lado de ellos. Algo está mal, y me parece necesario decirlo.
Podría escribir un libro sobre la materia, pero confío en que estas palabras sean suficientes para que las autoridades, que son personas muy competentes, reparen en este problema y produzcan cambios que lleven a simplificar los procesos, a reconocer el papel insustituible que tiene la prudencia en el Gobierno universitario, a escuchar a los que saben y a fomentar esa diversidad que constituye la esencia del espíritu universitario.
Empujando el carro,
por Héctor Soto.
Se
supone que el nombramiento del flamante consejo ciudadano de
observadores está llamado a instalar caras nuevas e introducir aire
fresco en los procesos deliberativos a través de los cuales el
Gobierno quiere llegar a una nueva Constitución. Su gran
ventaja -dice el oficialismo, al menos el oficialismo que se compró
la fórmula- es que se trata de una instancia ciudadana. Y al decirlo
quieren remarcar que estos nombramientos están libres tanto de las
infamias de la democracia representativa (descrédito de los
partidos, relaciones incestuosas entre la política y los negocios)
como de las miserias de la política de los expertos (que
correspondería a la captura de la soberanía por parte de las
tecnocracias).
Pero
está claro que el calificativo de ciudadano da para todo. Da
para bautizar una manifestación de personas que ejercen su derecho a
pataleo, para identificar un meme divertido que circula por las redes
sociales o para legitimar una funa en esos mismos circuitos. Da,
igual, para designar un consejo a dedo. Y también para que
surjan críticas tanto respecto de los que entraron como de los que
quedaron fuera; que no están los jóvenes ni las mujeres; que
faltan las etnias y minorías sexuales en el peso que tienen. Los
ciclistas quedaron sentidos; los animalistas, dolidos; los
sindicalistas, indignados… Qué va: la política ciudadana
puede ser tanto o más pequeña y ventajera que la otra.
Pero
el problema de este consejo no es su composición. Como todo en la
hoja de ruta Constitucional de la Presidenta Bachelet, aquí están
difusos los objetivos y también las atribuciones. Velar por la
neutralidad y transparencia de los cabildos ciudadanos -que nadie
sabe qué diablos puedan ser- ya es un poco esotérico. También da
para todo y, en esa medida, lejos de introducir certezas en una hoja
de ruta plagada de incertidumbres, es otro paso en falso si la idea
era otorgarle anclaje y credibilidad al proceso. En un escenario de
cancha tan abierta y donde todo vale, nadie tiene la mejor idea
acerca de lo que pueda salir de aquí. El rol de los observadores se
entiende poco. Ojo: el cuidado que se pueda poner en que la pistola
esté bien lubricada no hace menos peligroso el juego de la ruleta
rusa.
Esta
semana fueron muchos los que de nuevo se preguntaron si de verdad el
Gobierno está hablando en serio cuando persiste en este
intrincado proceso constituyente. La duda no debería ni siquiera
plantearse. Porque la respuesta es sí, claro que está hablando en
serio. Entre improvisaciones y chambonadas, entre buenas ideas y
malas ejecuciones, entre intenciones edificantes y resultados
nefastos, Bachelet ha estado sacando una a una las reformas que el
país rechaza, que la Nueva Mayoría aprueba esperanzada en que sus
efectos sean electoralmente rentables a corto plazo y que la
Democracia Cristiana aún duda si serán para bien o para mal.
Sea invocando la majestad de las mayoría o la pillería de los
resquicios, la dinámica reformista no ceja y la Presidente está
segura de que -disipada la niebla generada por los medios de
comunicación que se han complotado en su contra y excusadas las
desprolijidades de sus Ministros, cosa que ella prefiere atribuir a
las limitaciones de las capacidades técnicas del Estado- llegará el
día en que los chilenos le agradecerán las transformaciones.
¿Llegará?
Es la duda. El Gobierno estaba divisando no muy lejos esa
posibilidad, pero la encuesta Adimark de esta semana le dijo otra
cosa. Luego de lo que parecía un punto de inflexión, porque los
números se estabilizaban e incluso tendían a repuntar, la
aprobación Presidencial de nuevo cayó, el Gabinete siguió
mostrando cifras declinantes y La Moneda volvió a atrincherarse en
su decisión de seguir gobernando para la minoría.
Es
una opción arriesgada, ciertamente. Pero la
Presidente la está llevando adelante con absoluta convicción.
Empujando el carro. En el fondo, siente que esta vez no le doblarán
la mano. Como nadie puede cambiar de ideas tan bruscamente y en tan
corto tiempo, hoy ya está al margen de dudas que la Presidente -que
siempre tuvo el corazón mucho más a la izquierda que su coalición-
terminó muy disgustada consigo misma en el primer Gobierno. Tiene
que haber sentido que se lo intervinieron desde adentro, desde la
Concertación, desde Hacienda, y que no la dejaron desplegar sus
ideales de justicia social. Por eso se endureció. Esta vez nadie la
neutralizará ni cooptará, así sea al precio de su rating personal
y de lo que digan las encuestas.
¿Es
que no le importan? Obviamente, no es eso. Le importan, y mucho. De
otro modo no se explica su deserción de los temas políticos duros,
donde nunca se sintió cómoda, y la decisión de intensificar su
agenda de visitas a terreno, inauguraciones, abrazos, contactos
directos con la gente y todo aquello donde su simpatía y conexión
emocional con las personas la convirtieron en el fenómeno político
que fue. Tal cual. Que fue y por lo visto dejó de ser. Será
lamentable, debe pensar para sí, pero su decisión es no aflojar. No
por haber sido muy querida ella terminó conforme la primera vez.
Preferible encabezar un Gobierno como el actual, que es coherente con
sus convicciones, aunque el cariño sea menos. La primera vez sacó
aplausos, pero ella quedó con culpa. Ahora cosecha críticas, pero
tiene la recompensa de estar haciendo lo que siempre quiso.
Su
conciencia, desde luego, se lo agradece. El país -es cosa de ver-
lo-, no tanto.
La gestión Diplomática de la
Presidente Bachelet y su equipo es uno de los campos de mayor
deterioro en los registros de opinión, según la encuesta Adimark.
La desaprobación en esta área se ha más que duplicado durante el
actual Gobierno, subiendo el rechazo en 9 puntos en la última
medición, para situarse en 45%. Así, solo por leve mayoría se
aprueba la gestión de la política exterior, que tradicionalmente
desde el retorno a la democracia suscitaba amplio consenso y unidad
nacional.
Es posible atribuir la decepción ciudadana tanto al rechazo a la excepción preliminar de incompetencia de la Corte de La Haya sobre la aspiración marítima de Bolivia como a la equivocada interpretación de sus alcances, al no valorarse debidamente que la sentencia es favorable en cuanto negó la principal petición boliviana, consistente en que la eventual obligación de negociar, según la Corte, no involucra un resultado predeterminado ni puede incluir la cesión de soberanía. También puede haber incidido en la desaprobación el vacío comunicacional nacional frente a la campaña internacional del Presidente Morales en relación con su demanda. La consulta coincide, además, con la reclamación peruana de soberanía, mediante la Ley que creó el Distrito Yarada-Los Palos en la Provincia de Tacna, que incluye el mal llamado triángulo interior, y con los hechos acaecidos en torno a este punto.
El panorama regional tampoco facilita la política exterior del Gobierno. Brasil, pivote del programa internacional de la Presidente Bachelet, sumido en una profunda crisis interna, ha perdido gravitación e interés en los asuntos mundiales y, por ende, en sus relaciones con Chile. Algo similar ocurre en los lazos con el saliente Gobierno argentino, mientras el Mercosur, objetivo oficial de una pretendida convergencia con la Alianza del Pacífico, se debate entre el inmovilismo y el cuestionamiento de la participación de Venezuela, dado el incumplimiento de la Carta Democrática por el Presidente Maduro. Finalmente, están las divisiones dentro de la coalición de Gobierno, por enfoques divergentes de las violaciones al ejercicio de la democracia y el encarcelamiento de opositores en Venezuela.
Este complejo cuadro podría mejorar gradualmente y conducir a una mejor apreciación de la Diplomacia nacional. El nombramiento de José Miguel Insulza como agente de Chile ante La Haya ha recibido favorable y amplia acogida, que beneficia la unidad y la coordinación de las decisiones jurídicas, políticas y comunicacionales. A la vez, el inminente cambio de Gobierno en Argentina y el próximo término del mandato del Presidente Humala abren nuevas oportunidades para estrechar los vínculos bilaterales y la Gobernabilidad regional, por sus efectos en los organismos multilaterales. Otro factor positivo es el ocaso del régimen venezolano y el creciente rechazo mundial que provoca. Asimismo, la reciente mejor difusión de la posición chilena frente a los reclamos de Bolivia está permitiendo fortalecer la causa nacional y develar las manipulaciones del Presidente Morales de sus entrevistas con líderes mundiales. Estas realidades podrían ser aprovechadas y asumidas con nuevos enfoques y una activa participación de la Presidente Bachelet y su Cancillería.
La ciudad en manos de delincuentes.
Los desórdenes
del domingo, previo al partido de Wanderers y Colo Colo, deben ser un
punto de inflexión en la forma de enfrentar la violencia asociada al
fútbol. Para ello es necesario admitir primero que la estrategia
seguida hasta ahora ha fracasado, exigir responsabilidades a quienes
la diseñaron e implementaron, y buscar rápidamente otra fórmula
más efectiva.
Este juicio no se
refiere solamente a la labor de Estadio Seguro y la inutilidad de su
tarea. Se refiere, sobre todo, al fracaso evidente de la seguridad
pública, tanto en el estadio como fuera de él. Los enfrentamientos
comenzaron tres horas antes del partido, cuando una horda transformó
las calles de Valparaíso —en pleno corazón de la ciudad— en un
campo de batalla. Personas inocentes resultaron afectadas, y bienes
públicos y privados fueron destruidos. Si se considera que a mitad
de semana, en La Serena, había ocurrido lo mismo, parece claro que
hubo una planificación o una actuación negligente de la fuerza
pública. No es tolerable que grupos organizados de delincuentes
pongan una ciudad prácticamente bajo sitio, como ocurrió en
Valparaíso y La Serena, e impidan a los ciudadanos salir con
tranquilidad a las calles.
Es necesario
también que los responsables asuman de una buena vez las
consecuencias de sus acciones y omisiones. En primer lugar, es
imperativo identificar y condenar a los violentos. Si bien,
inexplicablemente, hubo apenas 18 detenidos en el estadio, hay
fotografías, imágenes de televisión y un registro de los ingresos
(a través de las cédulas de identidad) que permite individualizar
al resto de los culpables. El Ministerio del Interior debe interponer
las querellas correspondientes con nombre y apellido. Las
querellas contra "quienes resulten responsables" son una
forma de disfrazar la propia incompetencia.
En segundo lugar,
la autoridad política debe evaluar severamente la labor de los
responsables de dicha incompetencia: el Jefe del programa Estadio
Seguro, el Gobernador Provincial de Valparaíso y el Jefe de zona de
Carabineros, para comenzar. Las explicaciones del Subsecretario de
Prevención del Delito a la salida de la reunión de esta mañana en
La Moneda, anunciando comités de emergencia y revisión de planes,
son insuficientes y tardías. Si bien la salida de uno o dos
funcionarios no va a solucionar de una vez el problema de la
violencia asociada a las barras, tampoco es posible creer que el
Gobierno se toma en serio el problema si se limita a actuar como un
comentarista de hechos que suceden bajo sus propias narices.
La doble cara del fútbol.
La controversia que rodea a la
dirigencia de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional tras la
abrupta caída de su Presidente -debió dimitir para enfrentar a la
Justicia en EE.UU. tras reconocer su participación en los sobornos
pagados a cambio de derechos de difusión televisiva y comercial de
torneos continentales- corrobora que la actividad futbolística ha
sido en los últimos años fuente de grandes alegrías, pero también
de crecientes desazones.
Lo que ha ocurrido en la cancha, que tiene a los chilenos muy contentos por el talento y profesionalismo exhibidos por jugadores nacionales en la esfera internacional, así como el importante logro obtenido a nivel de selección, contrasta con lo que ocurre fuera de ella y toca principalmente a quienes han asumido responsabilidades directivas en algunos clubes y, sobre todo, en la ANFP.
Desde que comenzó a regir la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas, modalidad adoptada por la inmensa mayoría de los clubes, el panorama organizativo comenzó a mostrar avances. Llegó a muchos clubes una administración más profesional y se produjo un importante ingreso de nuevos capitales privados. Ese impulso se sumó al beneficioso efecto que ya estaba mostrando el lanzamiento del canal del fútbol, que supuso el ingreso adicional de cuantiosos recursos repartidos por igual entre los clubes grandes y pequeños. Y por último, está el enorme aporte de una generación de jugadores verdaderamente excepcional en la historia del fútbol chileno.
Con todo, pese al encadenamiento de esos hechos virtuosos, el valor agregado del espectáculo no tuvo un correlato en la consolidación institucional de las organizaciones a cargo.
Más allá de las responsabilidades específicas del ex Presidente del fútbol profesional en el plano internacional, es indudable que las irregularidades que se han ido conociendo en la administración de los propios recursos de la ANFP no habrían sido posibles sin la colaboración -en ciertos casos- de algunos dirigentes y ejecutivos de la organización, y dan cuenta de una falta de control y fiscalización dentro de la institución difícil de compatibilizar con la relevancia pública, social y económica de esta actividad. Incluso, el Ministerio de Justicia pareciera encontrar dificultades por momentos para cumplir con su rol fiscalizador de esa institución.
La crisis simultánea a nivel internacional y nacional obliga a reflexionar tanto sobre la debilidad institucional como sobre los aspectos culturales que pueden haberse combinado para configurar este lamentable espectáculo. Una actividad que se ha desarrollado casi al margen del orden jurídico de los Estados, imponiéndose sobre las normas laborales y otras legislaciones de los respectivos países, parece haber sido capturada por una cúpula dirigencial con enorme poder corruptor. Las instituciones futbolísticas nacionales -ante el temor de ser excluidas de la competencia internacional- se han sometido a los dictámenes de la FIFA y han incubado sus propias fuentes de corrupción e irregularidades, estableciéndose, de paso, inconvenientes relaciones con el mundo político.
Muchos de sus actores parecieran no advertir el riesgo de que este cuadro se preste como argumento para impulsar una mayor intervención Estatal en la regulación de esta actividad deportiva, incluyendo sus aspectos de difusión. Es enorme la responsabilidad de los dirigentes por sanear prontamente y de raíz la conducción del fútbol profesional chileno, y en esos esfuerzos debieran colaborar todas las partes involucradas, incluida la asociación que reúne a los futbolistas, ya que las soluciones externas podrían ser igualmente dañinas para todos.
Pueblos
bien informados
difícilmente
son engañados.
y
pedimos porque los centenares de miles de peregrinos que van a Lo
Vásquez
retornen a salvo a sus hogares.
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