Chile: Una historia fracturada
por Pablo Rodríguez Grez.
La historia de Chile se desenvolvió con
relativa normalidad entre 1831 y 1891, a pesar de las sublevaciones contra el Gobierno
de don Manuel Montt (1851 y 1859). Si bien las disputas políticas alcanzaban
cierta virulencia, como ocurrió a propósito de las luchas teológicas que
marcaron la separación de la Iglesia y el Estado, los ánimos se apaciguaban a
poco andar. La actividad política se crispó con la guerra civil de 1891, pero
las aguas volvieron a su cauce al cabo de pocos años con el restablecimiento
del “balmacedismo”, que consiguió elegir a Juan Luis Sanfuentes Presidente de
la República el año 1915.
A partir de 1920, el país se enfrenta a una
agitación social y política creciente que culmina en el Gobierno de Arturo
Alessandri Palma con profundas reformas que tendrían repercusión hasta nuestros
días. La Constitución de 1925 (que para muchos no es más que una reforma de la
de 1833) fue aprobada en plebiscito por una muy escuálida votación (apenas el
45,37% del padrón electoral), vale decir, 134.421 sufragios.
Lo anterior, unido al hecho de que sus autores
incurrieron en un error de magnitud al no establecerse un período de
transición, implicó que esta nueva normativa no se consolidara hasta 1932
(segunda administración de Arturo Alessandri). La sucesión Presidencial desde
entonces y hasta 1970 se realizó ordenadamente, a pesar de la crisis que
provocó la Segunda Guerra Mundial y la convulsión que alentaban sectores
rupturistas.
Si algo caracteriza el desarrollo histórico de
este período, es la comprensión que, sin grandes abismos, tienen los políticos,
estudiosos y analistas de nuestra evolución democrática. Pueden existir
visiones diferentes respecto de algunos hechos, contingencias y causas de cada
proceso, pero la línea gruesa no difiere en lo sustantivo. Tampoco el panorama
internacional, no obstante contradicciones tan grotescas como el pacto
nazi-comunista en 1938, que permitió la elección de don Pedro Aguirre Cerda,
tuvo mayores consecuencias, gracias, en gran parte, a la moderación y
flexibilidad del entonces poderoso Partido Radical.
Las cosas fueron diferentes desde 1973 en
adelante. No hay un consenso ciudadano sobre qué ocurrió en Chile, cómo
influyeron los factores externos en la política interna, por qué se llegó a una
fractura tan profunda que requirió la fundación de una nueva institucionalidad,
y un largo período de transición para poner en vigencia una Carta Política
renovada. Todo hace presumir que las discusiones y los antagonismos se
extenderán durante varias generaciones, salvo que podamos frenar, por un lado,
los ímpetus de quienes creen que se presenta la oportunidad de explotar las
tensiones para ganar espacios de poder y, por el otro, aliviar las
desconfianzas y resquemores que dejó el pasado.
Para repensar nuestra realidad histórica es
necesario, al menos, reconocer que el Gobierno Militar, que se comprometió a
restaurar la democracia, lo consiguió con la participación ordenada de la
ciudadanía. Este hecho no tiene precedentes en el mundo contemporáneo y no
puede menospreciarse con el argumento de que el período de transición fue
demasiado largo. Tampoco podría desconocerse que la adopción de un nuevo modelo
económico, fundado en el respeto a la propiedad, la libre iniciativa y el rol
subsidiario del Estado, ha dado generosos frutos, a tal punto que los programas
de Gobierno que se conocen plantean, como suprema aspiración, una distribución
más equitativa de los mismos.
Si solo fuéramos capaces de admitir estos dos
hechos que, objetivamente, no pueden esquivarse, pero sí minimizarse, habríamos
conseguido proyectar el futuro sobre bases sólidas.
Hacen mal quienes llaman a ahondar nuestras
diferencias. Cada día se suman más factores que desintegran la Unidad Nacional,
colocando a un sector contra otro y alentando nuevas formas de enfrentamiento.
No logramos evaluar lo avanzado ni poner los intereses de Chile por encima de
los propios. Seguimos expuestos a amenazas directas o encubiertas que nos
evocan los instantes de mayor discordia en el pasado.
La indiferencia que revelan grandes sectores
ciudadanos —especialmente juveniles—, que se niegan incluso a emitir su voto,
no hace sino confirmar un claro desconcierto ciudadano en una inmensa masa que
aspira a progresar ordenadamente y en un medio que no le sea hostil. De aquí la
necesidad de encarar los asuntos más apremiantes que nos afectan (salud,
educación, seguridad), lo que no se conseguirá con la sola instalación de una
asamblea constituyente y una nueva Carta Política.
El desafío que nos ofrece el futuro es
ineludible: aumentar la riqueza, corregir las injusticias, crear las
condiciones para que sea el trabajo y no el parasitismo el que determine los
beneficios que corresponden a cada uno, aplastar todo atisbo de populismo y
concentrar nuestros esfuerzos en generar una sociedad cada día más justa,
próspera y eficiente.
El espejismo de la igualdad,
por Axel Kaiser.
Una sociedad que persigue la igualdad por sobre
la libertad, afirmó Milton Friedman, no termina ni con la una ni con la otra. Y
es que la igualdad es un difuso espejismo imposible de alcanzar por la simple
razón de que todos los seres humanos somos por naturaleza desiguales. Ergo,
todo lo que resulte de nuestra interacción será desigual.
El socialismo, la ideología igualitarista por
excelencia, pretendió negar esta realidad conduciendo al asesinato de más de
cien millones de personas y a la creación de las sociedades más desiguales y
explotadoras que haya visto la historia moderna. Si hay algo que enseña la
historia de esa terca doctrina, es que la búsqueda de la igualdad través del
Estado es un imposible que irremediablemente socava la libertad y el bienestar
general. Eso no significa, por cierto, que no haya sociedades más iguales que
otras.
Suecia es un ejemplo que a nuestros Estatistas
les encanta citar. Según ellos, el país nórdico sería la prueba de que el
Estado de bienestar funciona creando riqueza e igualdad. La evidencia, sin
embargo, dice otra cosa. De partida, el Estado de bienestar sueco comienza a
crearse a fines de la década de los 50, cuando Suecia era ya el cuarto país con
el mayor ingreso per cápita en el mundo y destacaba por sus niveles de
igualdad. En esa época, el Estado sueco tomaba un moderado 21% del PIB en
impuestos, menos que el Estado chileno actual. El enriquecimiento de Suecia
desde la década de 1870 hasta mediados del siglo XX se debió fundamentalmente a
una combinación de instituciones proclives al libre mercado, a mejoras en el
capital humano y a una arraigada ética del trabajo combinada con altos niveles
de confianza interpersonal (Sanandaji, 2012). Con la introducción gradual del
Estado de bienestar a partir de los 60, Suecia se empobreció en relación al
mundo cayendo desde el cuarto al decimocuarto lugar en términos de PIB per
cápita en 1993.
Una clara indicación de que los suecos estarían
mejor sin el Estado benefactor es el hecho de que hacia 2009 los inmigrantes de
ese país en Estados Unidos mostraban un ingreso promedio 53% superior al de sus
compatriotas en Suecia. Pero ni el ejemplar empeño, creatividad y honestidad
sueca pudieron sostener el Estado benefactor. En los 90 este enfrentó una
severa crisis que si bien no lo terminó, si dio pie a una serie de profundas
reformas liberales gracias a las que el país nuevamente ha salido a flote.
Un país que no hecho esas reformas,
persistiendo en el camino Estatista redistribuidor, es Francia. A partir del
próximo año, Francia tendrá el gasto público más grande del mundo, alcanzando
un 57% del PIB. Hoy la nación gala se encuentra sumida en una profunda crisis
económica, con un 11% de desempleo, una deuda pública de más de un 90% del PIB,
con nulo o negativo crecimiento económico, un agudo proceso de
desindustrialización y un Presidente con la popularidad más baja registrada en
la historia de la V República. El mismo Presidente socialista que, en su lucha
por mayor igualdad, introdujo 84 nuevos impuestos en los últimos dos años
causando verdaderas rebeliones populares y la fuga de numerosos millonarios del
país, partiendo por el actor Gerard Depardieu, quien renunció a la ciudadanía
francesa en protesta por los excesivos impuestos. Para agravar las cosas, hace
unas semanas, Standard & Poor’s volvió a rebajar la calificación de riesgo
del llamado “enfermo de Europa”. Más interesante aun son encuestas recientes
del diario de izquierda Le Monde. En ellas, el 70% de los franceses declaró que
los impuestos son excesivos y el 54% sostuvo que aumentan las desigualdades.
Francia nos da así una valiosa lección sobre los resultados de perseguir la
igualdad haciendo crecer el Estado.
Pues si efectivamente fuera el caso que un
Estado benefactor generoso mejorara la calidad de vida de la población e
incrementara la igualdad, entonces el país de Napoleón con su gasto público récord
en el mundo, lejos de estar sumido en una crisis económica, política y social,
debiera encontrarse en su apogeo.
Nuestra derrota,
por Gonzalo Müller.
El domingo, las palabras de Evelyn Matthei
resonaron fuerte —“Soy la única responsable de este resultado”—, un discurso
valiente y con fuerza, que contrastaba con las explicaciones de muchos que sólo
esquivaban su responsabilidad buscando la de otros. Un verdadero ejemplo de
liderazgo y de sentido de responsabilidad, doblemente valioso en boca de quien
con mayor autoridad podría haber apuntado a varios por su falta de compromiso
en esta campaña.
Nuestra derrota es el fraseo correcto o al
menos el más honesto, para describir lo ocurrido en el resultado de la
elección, y tan poco escuchado en boca de muchos que iniciaban la búsqueda de
culpables o de explicar lo ocurrido sin admitir primero la propia
responsabilidad.
Bachelet y su amplio triunfo se explican por lo
exitosa que fue en movilizar a sus electores; su alta valoración pública y
agenda clara le permitieron retener pese al voto voluntario a casi todos
quienes habían votado por el derrotado Eduardo Frei en la segunda vuelta de
2009 y superarlo incluso por 100 mil votos. En cambio, la derecha sólo logró
movilizar a poco más del 60% de esa mayoría que había elegido Presidente a
Sebastián Piñera en 2009.
La responsabilidad de la desmovilización
electoral sufrida por la derecha es un cóctel que pasa por el Gobierno, los
partidos y, sobre todo, una pequeña tropa de caudillos que priorizaron
permanentemente su interés personal por sobre el colectivo. Así, la división y
las peleas volvían a poner a la derecha en la oposición, con apenas cuatro años
de Gobierno.
Esto se refuerza si vemos que la unidad de los
partidos de la Concertación y el PC construida a partir de Bachelet le
permitieron obtener a esta última en primera vuelta el 46%; esto es, casi los
mismos votos que sus partidos en la elección Parlamentaria y desde este punto
crecer en segunda vuelta en poco más de 400 mil votos.
En contraste, en la Alianza, la profunda
división y que no todos trabajaran lealmente por su campaña hicieron que Evelyn
Matthei estuviera 500 mil votos por debajo de la votación obtenida por los
partidos en la elección Parlamentaria. Esto implicó que, en vez de ir por votos
nuevos, tuviera que concentrarse mayormente en recuperar esos votos.
¡Qué distinto hubiera sido si esta unidad y
lealtad, obtenida en torno a una nueva generación sub40, hubiera estado
presente en la primera vuelta! Se podría haber reducido al menos a la mitad la
brecha entre Bachelet y Matthei, y permitido un balotaje más competitivo.
No hay escondites ni excusas para asumir la
derrota, menos frente a algunos que se la quieren endosar a las ideas de la
derecha, y hablan de una derrota cultural, de una sociedad que cambió,
desconociendo en el mismo acto su propia negligencia en la defensa de esas
ideas. Y es que resulta difícil que los ciudadanos las prefieran si no son
promovidas con convicción como mejores para el desarrollo de las personas.
La construcción de un proyecto de futuro
convocante para los chilenos debe asumir rápidamente y con humildad los errores
que originaron la derrota, pero dar paso rápidamente al trabajo que permita
asumir la responsabilidad de representar a ese casi 40% de los chilenos que nos
prefirieron para, a partir de ellos, crecer. Una señal del camino es esta nueva
generación que demostró que, pese a pensar distinto en muchos temas, tuvo la
vocación de trabajar unida, marcando un cambio positivo que sin duda seguirá
dando frutos.
Finalmente, Evelyn Matthei es un liderazgo del
que la derecha chilena sólo puede sentir agradecimiento, no únicamente porque
con su persistencia y coraje evitó un desastre que podría haber sido bastante
mayor, sino que también porque ha dado ejemplo de lo que significa asumir con
responsabilidad un desafío tan importante.
La confianza,
por Rodrigo Castro.
Después de una jornada electoral sin grandes sorpresas,
es importante comenzar a contextualizar las expectativas y desafíos que
enfrenta el próximo Gobierno y la clase política. Más allá del holgado triunfo
de Bachelet, no se debería caer en triunfalismos. En esta jornada no sólo
perdió el oficialismo, sino también la Nueva Mayoría. La izquierda fue incapaz
de movilizar con su mensaje y propuestas a un número mayor de electores. A
través de este proceso eleccionario la ciudadanía planteó diversas demandas;
una de ellas -y quizás la más importante- es la necesidad de contar con una
sociedad fundada en la confianza.
Existe un viejo proverbio que dice que si
quieres ir rápido hazlo solo, pero si quieres llegar lejos hazlo con otros.
Para alcanzar ciertos objetivos colectivos de largo plazo, como el desarrollo y
la estabilidad económica y política, es indispensable la existencia de altos
niveles de confianza, tanto entre las personas como respecto de las
instituciones.
La evidencia empírica demuestra que la
confianza es clave para el desarrollo económico y la estabilidad política. Sin
ir más lejos, los países más desarrollados y las democracias más estables son
aquellas que poseen mayores niveles de confianza. Si bien existen excepciones,
lo que se observa es que altos niveles de estabilidad institucional y
desarrollo económico coexisten con altos niveles de confianza.
Una sociedad con altos grados de desconfianza
es una en que los costos de transacción serán por definición más altos, y por
esa causa los niveles de inversión serán bajos. Una sociedad en que no
confiamos en las promesas que otros nos hacen aumenta los costos contractuales,
sean estos comerciales, políticos o sociales. Una sociedad en que las personas
no confían en la ejecución de las Leyes tienden a actuar al margen de ella, lo
que encarece el cumplimiento de la Ley y por esa vía el ejercicio de derechos.
En general, todas las actividades que llevamos a cabo suponen ciertos grados de
seguridad en que las cosas ocurran de una manera y no de otra. Cuando esto no
sucede las personas dejan de ocupar las instituciones formales y los sistemas
sociales comienzan a deteriorarse.
En este contexto, una señal preocupante en
Chile es que los niveles de confianza tanto entre las personas como respecto de
las distintas organizaciones e instituciones sociales, se han deteriorado en
los últimos años. Si bien nuestra sociedad no se ha caracterizado
históricamente por poseer altos niveles, lo cierto es que estos han caído
últimamente. Otro ejemplo lo constituyen los bajos niveles de confianza en las
instituciones, siendo el caso de los partidos políticos el más emblemático. Es
importante señalar que sin los partidos políticos la democracia no es posible.
En efecto, su funcionamiento depende de ellos y las mejores prácticas y
políticas públicas dependen de que los partidos aumenten su legitimidad.
Luego, el gran desafío para el próximo Gobierno
será invertir fuertemente en capital social, aquel conjunto de instituciones,
normas y reglas que permiten una mayor certeza a nuestras acciones, y que,
finalmente aumentan la confianza y nuestro bienestar.
Nombramientos en la Corte Suprema.
“No podemos someter a los Jueces a sufrimientos
de esa clase”, sostuvo en entrevista con este diario el saliente Presidente de
la Corte Suprema, que mañana resolverá sobre la persona de su sucesor. Con esas
palabras, Rubén Ballesteros insta al Senado y al Ejecutivo a poner fin a la
seguidilla de episodios de desencuentro que han retardado el nombramiento de
los Jueces del máximo Tribunal. Él no critica el actual sistema de
nombramientos —por el contrario, valora la participación del Senado en ese
proceso—, y ni siquiera considera necesario, al menos por ahora, que la
Constitución establezca plazos perentorios para que se efectúen los
nombramientos. Esta confianza de la Judicatura en las instituciones vigentes
hace resaltar aun más el hecho de que los problemas provienen de la falta de
responsabilidad de aquellos políticos que han intervenido en los episodios
conflictivos exacerbando ideológicamente las posiciones, o bien, formulando
“vetos” con el fin de cobrar cuentas por actuaciones anteriores de los Magistrados
que han afectado sus intereses personales o familiares.
En el nombramiento de los Jueces de la Corte
Suprema no es posible actuar según la lógica binaria del “cuoteo”, pues los
buenos Magistrados no se dejan encasillar sin más en un compartimento
determinado. De allí que los políticos hayan tenido que lidiar con valoraciones
algo más complejas, y algunos de ellos han demostrado que carecen de las
capacidades para hacerlo. En este escenario, el expediente más realista sería
atenerse por regla general a los méritos, manifestados en la calidad del
trabajo, las calificaciones y la antigüedad de los candidatos, aspectos que son
ponderados en las quinas que proceden del mismo Poder Judicial. Aunque eso
equivaldría a renunciar a una parte de la cuota de poder discrecional que el
mecanismo de nombramiento concede a los Senadores, ciertamente resulta
preferible esa limitación parcial y voluntaria a la pérdida de legitimidad
asociada a la repetición de bloqueos que dañan la administración de Justicia y,
cada vez con mayor claridad, son percibidas como un abuso.
En este contexto se producirá la elección de
mañana, de resorte interno exclusivo de la Corte Suprema. En principio, por
costumbre la elección como Presidente recae en el Ministro con la mayor
antigüedad, pero en este caso el más antiguo, Nibaldo Segura, ha manifestado
que por razones personales y médicas no estaría disponible para ese cargo. Si
eso se confirma, la elección podría recaer, por ejemplo, en el Ministro Sergio
Muñoz, quien ingresó a la Corte en 2005, con solo 56 años. Él es conocido por
su iniciativa y capacidad de trabajo, pero también porque manifiesta una cierta
manera de abordar y priorizar asuntos de extrema sensibilidad. Esto parece
haber quedado de manifiesto en materias ambientales ligadas a proyectos
energéticos —a cuyo respecto ha revertido en perjuicio de los proyectos las
aprobaciones administrativas ya otorgadas—, o en diversos conflictos en que ha
estado en juego el alcance de las potestades del Estado sobre los particulares
y en los cuales, según algunos, habría favorecido aquellas interpretaciones que
tienden a la ampliación y no a la restricción del poder Estatal.
Estas circunstancias muestran cuán positivo
resulta independizar los nombramientos Judiciales de las tendencias que
manifiestan los Magistrados en sus fallos, en la medida en que estos sean el
producto de un trabajo de calidad. Pues si los miembros de la Corte Suprema
deciden nombrar este miércoles al Ministro Muñoz, o a cualquier otro, ello será
un reconocimiento a su antigüedad y méritos profesionales, pero no implicará en
absoluto una toma de posición sobre un determinado enfoque o aproximación a los
conflictos que la Corte debe resolver.
Desafíos eleccionarios.
Uno de los puntos positivos de la jornada de
comicios del domingo fue la rapidez y eficiencia en la entrega de los
resultados. A menos de dos horas del cierre de las mesas, ya el país sabía el
nombre de la nueva Presidente. Esto disipó las críticas que había recibido el
Servicio Electoral (Servel) por el caso de las firmas no verificadas para
algunas de las candidaturas Presidenciales que compitieron el 17 de noviembre
en la primera vuelta.
El año 2012 el Servel experimentó una serie de
modificaciones, siendo la más destacada la creación de un nuevo órgano de
dirección, el Consejo Directivo. Pero la modernización debiera ir más allá a la
luz de las exigencias democráticas del país con la entrada en vigencia del voto
voluntario e inscripción automática, la Ley de primarias y —pronto— el voto de
los chilenos en el exterior.
Libertad y Desarrollo ha propuesto una nueva
organización para el Servicio Electoral, subdividiéndolo en tres áreas: La
División de Estudios, que se dedique a levantar información para mejorar la
lectura de los procesos electorales e introducir innovaciones en el
ordenamiento electoral. La División de Transparencia, abocada exclusivamente al
control y fiscalización de ingresos y gastos electorales, estados financieros
de los partidos y la validación de información sobre la cual se sostienen los
registros de los militantes de partidos políticos y la inscripción de
candidaturas, evitando así situaciones como las recientes firmas “falsas” de
las inscripciones de algunas candidaturas Presidenciales. Y la División de
Promoción de la Democracia, que apunta a enfrentar el tema de las bajas cifras
de participación electoral y la sensación de desafección ciudadana, lo que pone
de manifiesto la necesidad de promover valores democráticos. Estas propuestas
pueden ser un punto de partida para un estudio y debate sobre la modernización
del Servel, en el que participen los organismos del Estado, los partidos
políticos, los centros de estudio e instituciones académicas.
Junto con ello, está pendiente impulsar una
agenda para profundizar la participación democrática en materia electoral. Ello
puede incluir las nuevas tecnologías de la información, como el voto por
internet y el voto anticipado como existe en otros países. También, mejorar el
emplazamiento de los locales de votación, de manera de facilitar la
concurrencia de los electores el día de la elección, e impulsar el voto en el
exterior de manera decidida en el Congreso.
Balance educacional del Gobierno.
Un reconocido especialista en educación, José
Joaquín Brunner, ha criticado en este diario la labor educacional del actual Gobierno,
reprochándole básicamente falta de dirección determinada, prioridades claras y
manejo adecuado. Desde una perspectiva más general, sin embargo, cabe también
sostener que, pese a sus fallas, ha sido una agenda que puso en marcha cambios
trascendentes, pero el Gobierno falló en explicarla y comunicarla
apropiadamente. El Ejecutivo, aunque con traspiés —cambios de Ministros
incluidos—, efectivamente desplegó una agenda intensa, aunque diversos críticos
cuestionaron una supuesta falta de foco o no amoldarse a las presiones
estudiantiles. La actual administración siempre admitió sus diferencias con
parte importante de tales críticas y demandas, por razones de equidad y
eficiencia. En cuanto al foco, se orientó a calidad y financiamiento. En
algunos casos, esos ejes se reforzaron con aumento de cobertura y mejor
gestión.
En educación escolar, el mayor esfuerzo
financiero se asignó a la subvención escolar preferencial, que se aumentó y se
extendió a la educación media. Simultáneamente, se buscó fortalecer la calidad
de la enseñanza Municipal mediante una selección profesional de sus Jefes de Departamento
y de los Directores de escuelas y liceos, que vieron incrementada su autonomía,
aunque menos que cuanto el Gobierno postuló originalmente. Se aprobó e
implementó la Ley de Aseguramiento de la Calidad, que aumentó la fiscalización
de los establecimientos escolares con la creación de una Superintendencia
especializada, y se instaló una agencia de supervisión y apoyo.
Se postuló atraer y retener a las personas más
capacitadas a la profesión docente —principal debilidad de nuestro sistema
escolar—, creando la beca “Vocación de profesor”, asignando competitivamente
recursos para fortalecer las facultades de educación, promoviendo una
renovación de los programas de formación continua y enviando un proyecto de Ley
sobre carrera docente. Este no ha avanzado en el Congreso como hubiese querido
el Gobierno, pero es difícil imaginar una carrera demasiado distinta para tener
buenos profesores en el aula. El actual Estatuto Docente es una barrera para
eso. Los cambios curriculares en la educación básica y hasta 2° medio
constituyen una pieza angular para una mayor calidad, al igual que el gran
mejoramiento de los textos escolares y de disponibilidad de material educativo
adecuado en las aulas. Más allá de errores específicos que puedan haberse
cometido, hay una transformación coherente y profunda, que influirá en una
mejor educación escolar.
Algo similar cabe decir respecto de la
educación parvularia. Los cambios en financiamiento, el aumento en cobertura y
las reformas administrativas e institucionales para asegurar una mejor calidad
son importantes. El Gobierno hizo bien en poner el foco en este nivel e iniciar
cambios que, de profundizarse, podrían rendir enormes frutos en el futuro.
En educación superior, si bien el Gobierno
inicialmente no logró plantear una agenda precisa, reconoció un financiamiento
muy insuficiente de los estudiantes y, sobre todo, que descansaba en exceso en
las familias y discriminaba entre aquellos. Así, aumentó las becas, llegando a
jóvenes del 60% más vulnerable, y flexibilizó los requisitos de acceso. El
próximo año recibirán una beca casi 400 mil estudiantes, más de tres veces el
número de beneficiarios cuando asumió el actual Gobierno. También se han
modificado los sistemas de crédito, reduciendo las tasas de interés y
traspasando el riesgo desde los estudiantes al Estado, para que estos, una vez
egresados, en vez de pagar una cuota fija (como ocurría antes de los cambios),
paguen una proporción no superior al 10% de sus ingresos. Aunque se ha
criticado la poca sensibilidad del Gobierno hacia las universidades Estatales,
terminará transfiriéndole a ellas más recursos adicionales que los Gobiernos
anteriores. El Ejecutivo también promovió una agenda que buscaba asegurar,
reconociendo su heterogeneidad, una mayor calidad de las instituciones de
educación superior, pero las diferencias en el Congreso sobre cómo lograr este
propósito impidieron su avance.
Argentina: impunidad y saqueos.
Para el Jefe del Gabinete argentino, Jorge
Capitanich, lo que ocurrió la semana pasada en 20 Provincias trasandinas fue
“una acción premeditada con alevosía para provocar incertidumbre con métodos
extorsivos”. Y no solo eso, sino que los saqueos y la huelga policial tenían
como objetivo “atacar en esencia el sistema democrático republicano, y que los
argentinos no pudiesen conmemorar los 30 años de democracia”, que de todas
maneras la Presidente Cristina Fernández celebró el martes pasado, con baile
incluido.
Así, una vez más, el Gobierno apela a teorías
conspirativas. La propia Presidente expresó que no cree en “las casualidades”,
y la siguieron todos sus subordinados, pero ninguno mostró pruebas que
demostraran la acusación. El fenómeno de los saqueos se viene repitiendo en
Argentina con indesmentible frecuencia, y si bien muchos creen que nada tiene
que ver con la pobreza o el hambre, pero sí con el descontento de parte de la
población con el Gobierno, son más quienes consideran que la sensación de
impunidad, la falta de mano firme (ante los piquetes, por ejemplo) y un apoyo
más allá de lo necesario a una Justicia garantista han rebajado la contención
de ciertos argentinos ante los delitos y el abandono del respeto a la Ley.
Aunque estaba renuente a intervenir con fuerzas
Federales en los desmanes que comenzaron en Córdoba, el Gobierno se vio
obligado a mandar tropas después de ocho días de una ola de violencia que se
extendió por 20 Provincias y por localidades bonaerenses, con un saldo de una
decena de muertos y 1.900 comercios saqueados.
A mediados de la semana pasada, pareció volver
la calma, después de que los policías llegaron a un acuerdo para un alza de sus
salarios del 35%, que nadie sabe cómo se va a financiar, y que muchos temen
tendrá un efecto de contagio en todos los gremios, que quieren ver sus ingresos
reajustados de acuerdo a la inflación real.
En prevención de cualquier desborde, el Gobierno
prepara operativos de seguridad especialmente para los días 19 y 20, buscando
evitar que se repitan, en las mismas fechas de años anteriores, los saqueos
prenavideños. En todo caso, el Gobierno no quiere usar militares, afirma que la
Constitución lo impide, y tampoco se dispone a decretar un “estado de sitio”,
como algunos reclaman, en caso de que la violencia de nuevos asaltos a
comercios sobrepase los límites.
La reaparición de Cristina con un discurso en
un acto público masivo despejó una incógnita pendiente desde su enfermedad: la Presidente
no ha cambiado. Sigue combativa, no parece querer negociar ni cambiar sus
políticas que tienen a Argentina sumida en una crisis que ella niega,
resaltando el alto crecimiento de los últimos años y los supuestos éxitos
sociales que han traído “más inclusión”, aunque a costa de subsidios y
prebendas, en vez de trabajo estable y productivo.
Este fin de año, el Gobierno tendrá una
preocupación adicional: controlar los precios. Con una inflación que terminará
el año con más del 27%, y ahora sin Guillermo Moreno, Capitanich prepara la
lucha con los supermercadistas para que congelen los precios de los productos
básicos.