Las causas de
una derrota,
por Mario Montes.
Las causas de esta nueva derrota de a
centroderecha son las habituales, un feria de egos incontrolables, una falta de
unidad vergonzosa y un egocentrismo político digno de mejor causa, si a eso le
agregamos los “disparos en los pies” provenientes de La Moneda, el resultado
era perfectamente previsible.
De no ser por la categoría de la candidata, su
valía y entereza, su entrega y espíritu de lucha, el corolario pudo haber sido inclusive, si es que
fuera posible, mucho más nefasto, dañino y peligroso para el porvenir de Chile y el futuro de los ciudadanos de nuestra
Patria, pues hemos hipotecado la
verdadera vía al desarrollo.
La irresponsabilidad de las dirigencias, la
falta de compromiso de muchos militantes y/o seguidores de nuestro sector nos
han dejado en manos de una virtual tiranía, que con pocos sufragios controla el
Poder Judicial, el Legislativo y el poderoso Ejecutivo, que tiene en poder casi
incontrarrestable en nuestra institucionalidad.
Nuestro proyecto, sin duda alguna mejor que el
de las izquierdas, ha sido poco atractivamente presentado y mucho peor
defendido por aquellos que se han “apernado” en la cúpulas partidarias que no
fueron capaces de reencantar a la ciudadanía a pesar de haber realizado un
exitoso Gobierno con Piñera.
Pocas veces hemos coincidido con las
declaraciones del General ® Fernando Matthei, padre de la que fue nuestra
candidata a la Presidencia en esta última justa electoral, pero, en esta
ocasión concordamos con él que aseguró que a su hija la dejaron “enteramente
sola” en la campaña, lo que habla del poco compromiso que hubo con ella.
Estamos ciertos que en esta “fallida fiesta de
la democracia”, fallida por la falta de interés de la ciudadanía por participar
y la falta de compromiso cívico de muchos de los nuestros, no fuimos derrotados
por el adversario, fuimos vencidos, como nos ha sucedido muchas veces, por las
luchas intestinas provocadas por personalismos absurdos y afanes de poder inconfesables.
Creemos que no es hora de buscar personalidades
culpables, que por demás todos sabemos quiénes son, no de pasar facturas por el
desastre, pensamos que es hora de, con unidad y ganas de luchar, recomponer los
cuadros, dando paso a las nuevas generaciones, y de ponerse a trabajar ipso
facto por construir una alternativa atractiva.
Pero, el levantar una alternativa atractiva
debe hacerse con nuestros valores permanentes, sin caer en la tentación, que
tanto daño nos ha hecho en los últimos años, de intentar llegar al electorado con
las “recetas” de nuestros adversarios, que, como sabemos de sobra son
profesionales del mimetismo y expertos en el engaño.
No debemos olvidar que el gran error del
Gobierno del Presidente Piñera, y por cierto el de muchos de los directivos de
la centroderecha, fue desentenderse de los principios permanentes de nuestro
sector, que ciertamente son intransables, y pretender, siguiendo a los zurdos,
olvidarse de la verdad de nuestra historia reciente.
Bachelet, Presidente
legítima pero anémica,
por Mónica Mullor.
Michelle Bachelet es la sucesora electa del
actual Presidente de Chile, Sebastián Piñera. El 11 de marzo de 2014 asumirá su
segundo periodo al mando del país y lo hará con el mayor porcentaje de votos
emitidos (62%) y el menor porcentaje histórico de votantes posibles (26%)
respecto del padrón electoral.
La gran protagonista de la segunda vuelta Presidencial
que este domingo vivió Chile no fue Bachelet sino la abstención (58%). Así, más
de siete de cada diez chilenos prefirieron quedarse en casa, ir la playa o
votar por su contendora, Evelyn Matthei. Esto quiere decir que Bachelet fracasó
rotundamente en su intento de concitar una "nueva mayoría".
Frente a una abstención tan apabullante y un
apoyo tan anémico, lo que queda claro es que los chilenos no están ni ahí con
la apuesta de quienes apoyan a Bachelet –la Concertación y el Partido
Comunista– por refundar el país, reemplazando el actual modelo de desarrollo
por uno Estatista y socializante.
Tal como en el caso de Salvador Allende a
comienzos de los años 70, Bachelet no cuenta con el mandato de la mayoría de
los chilenos para llevar a la práctica sus ideas refundacionales.
Llegó por ello la hora de la verdad de la Mr.
Gardiner chilena. Tal como el curioso personaje de Jerzy Kosinski –el jardinero
convertido en Estadista–, Bachelet ha vivido de la ambigüedad, sonriéndoles a
todos, desde los poderosos banqueros que la apoyan a los jóvenes radicalizados
que quieren cambiarlo todo.
Bachelet tendrá un duro mandato por delante, ya
que muchas de las propuestas que ha defendido durante su campaña, como la de
elaborar una nueva Constitución, exigen de amplias mayorías en el Parlamento de
las que carece. Deberá, también, hacer frente a los intereses de los partidos
que representa, de los empresarios que la apoyan y, no menos, a la constante
amenaza por parte de los grupos más extremos de volcarse a la calle si no se
cumplen sus expectativas. Y deberá, finalmente, hacerle frente a ese Chile
mayoritario que no la apoyó y que no estará dispuesto a aceptar aventuras
políticas que pudiesen poner en peligro sus logros.
Nadie sabe a ciencia cierta adónde irá la Mr.
Gardiner chilena. Sembrar vientos es mucho más fácil que domar tempestades.
Todos la saben débil e irresoluta, y todos tratarán de tirarla hacia su lado. Y
en esa lucha serán los sectores más radicalizados, aquellos que manejan la calle,
los que más se harán notar. Su capacidad de movilización es temible, tal como
han mostrado desde el 2011 en adelante. Sin embargo, el Chile de hoy cuenta con
un recurso estabilizador que no existía hace cuarenta años: el peso aplastante
de su mayoría apolítica y, sobre todo, de esa amplia clase media surgida de los
éxitos del modelo que hoy se pretende desbancar. Será ese Chile el que
resistirá y se movilizará. En esta perspectiva, lo más probable es que el nuevo
Gobierno de Bachelet no sea, como ella quiere, el comienzo de un nuevo modelo
de sociedad, sino sólo un paréntesis o un preámbulo a una larga fase de
reafirmación y consolidación de aquel modelo basado en la libertad y la
responsabilidad individuales que ha llevado a Chile a las puertas del desarrollo
y de la erradicación total de la pobreza.
El día
después de mañana,
por Jacqueline van
Rysselberghe.
La elección del domingo dejó muchos elementos
de análisis que serán abordados en los próximos días. Sin embargo, lo
importante sucederá a partir del 11 de marzo próximo, lo cual puede proyectarse
en base a la experiencia anterior de Michelle Bachelet en el Gobierno.
Su primera administración fue la menos exitosa
de la Concertación. En lo económico y social dejó tareas realizadas en forma
mediocre, siendo la más notoria el Transantiago, una de las políticas públicas
más desastrosas que ha vivido el país, a lo que se suma su carencia de conducción
para el 27-F, la cual sufrimos en carne propia en la Región del Biobío.
No se ve cómo un nuevo Gobierno de Bachelet
pueda mejorar en estos aspectos. Los proyectos económicos y sociales de la
Nueva Mayoría han sido planteados con vaguedad, pero se aprecian importantes
diferencias entre los partidos de la Concertación y el Partido Comunista, quien
parece tener mayor claridad respecto de sus objetivos.
Todo esto con un marcado giro a la izquierda,
donde la DC y los socialistas moderados, como Escalona, pierden peso específico
y son reemplazados por líderes más extremos y con consignas salidas de la
calle, todo lo cual creó grandes expectativas para su nuevo Gobierno.
Así, Bachelet Gobernará navegando entre
corrientes submarinas confrontadas, que ya se vieron en la campaña: el cumplir
con románticas promesas ideológicas, como educación Estatal gratuita, versus
lograr una real calidad en la educación Fiscal; o, aunque desprecien las cifras
económicas del Gobierno de Piñera, saben que deben cuidar la capacidad de
crecer, y eso implica moderación en las transformaciones que se realicen.
Por otro lado, deberá hacer convivir a partidos
políticos que, unidos por el poder, ideológicamente son distintos y que en
temas centrales del programa de Gobierno de Bachelet, tienen diferencias
notorias. La nueva Presidente tendrá que demostrar en los hechos su liderazgo y
el manejo de las expectativas de sus partidos, pues ya no existirá la excusa de
carecer de mayoría Parlamentaria.
En resumen, la diferencia entre ambos Gobiernos
de Bachelet podría ser, por un lado, el de un Gobierno mediocre, no muy
proclive a locuras o intentos de radicalizar la institucionalidad del país,
buscando mantener lo existente. Por el contrario, la otra posibilidad es que se
produzcan las radicales transformaciones prometidas y Chile empiece un curso
decadente, que golpeará con fuerza a los más pobres, ya que es el crecimiento
el que se afectará gravemente.
Esto no es una situación banal. Un reciente
libro publicado demuestra que de cada diez países al borde del desarrollo
definitivo, nueve no lo logran porque decisiones políticas erradas lo impiden
cuando están a punto de alcanzar la meta. Esperamos que el triunfo del grupo de
partidos que se agruparon bajo Michelle Bachelet no implique que Chile se sume
a esos nueve países.
El dilema que
plantea la abstención
por Gonzalo Müller.
Si pensamos que en cada elección Presidencial
el electorado envía un mensaje, en la
que acaba de transcurrir debemos tratar
de entender qué dijo esa gran mayoría que se quedó en su casa, dejando a esta
elección como la de más baja participación en nuestra democracia, en relación
al potencial universo elector.
Son muchos los rostros que toma la abstención.
El primer error sería tratar de unificarlos en solo uno; siguen sin votar los
jóvenes a pesar de que ahora están inscritos automáticamente; no votaron tampoco
los que habían votado por otras candidaturas y en esta segunda vuelta dijeron
“paso”; no votan los que manifiestan así su rechazo al sistema político. Junto
a ellos tampoco votaron los que encuentran que todo da lo mismo y se quedan en
un conformismo ausente.
Así, se vuelve a ratificar que si en el pasado
los cambios políticos surgían de cambios en las preferencias de los electores,
hoy esos cambios se manifiestan por la vía de la no participación, es decir, de
la salida del sistema, quedando la decisión en quienes sí están dispuestos a
asumir los costos de ir a votar, aunque sean una minoría.
Si comparamos con la elección Presidencial del
2009, donde con voto obligatorio se eligió a Sebastián Piñera, debemos concluir
que en esta elección ambas candidatas bajan en votos, pero finalmente Bachelet
se impone por lograr superar en votos a Frei el 2009 y que Matthei no logra
respecto del Presidente Piñera. La clave estaría no en convencer nuevos votos,
sino que en ser eficiente en movilizar a
los electores propios.
La Alianza debe tomarse en serio su falta de
capacidad movilizadora, no sólo influida por los errores políticos cometidos,
sino también por la falta de una organización adecuada para enfrentar el voto
voluntario. Al igual que en las Municipales, en las Parlamentarias y en esta
segunda vuelta se ha visto derrotada por una abstención que la golpea con mucho
más fuerza que a la Concertación.
Con el voto voluntario se revaloriza la
organización, las estructuras políticas, los dirigentes de base, los Concejales
y Alcaldes, los Diputados con trabajo territorial, en general todos aquellos
liderazgos con permeabilidad social, cercanía y capacidad de llegar a cada
rincón con un mensaje movilizador. Este es esencial si se espera que los
electores entiendan cuáles son las razones para ir a votar.
En esto la Concertación ha demostrado ser más
eficiente. Logró tener rápidamente un discurso mínimo movilizador, compartido y
repetido por todos, y un liderazgo que pese a no imponerse en primera vuelta
logró generar unidad ante la expectativa de volver al poder; esto, a su vez,
potenció el trabajo de una extensa red de dirigentes y de estructuras
partidarias al servicio de este único objetivo.
El resultado final de la elección está matizado
por la abstención, como una preocupación de quienes sienten que la política -y
sobre todo las grandes decisiones- debe ser capaz de convocar a todos y no sólo
a unos pocos, especialmente si vemos que no tenemos como sociedad una
institucionalidad que facilite y fomente el voto. Son muchas las debilidades o
correcciones que podrán aportar a que el acto de votar sea más fácil, desde
poner inteligencia al servicio de los ciudadanos y evitar por ejemplo que una
misma casa cuatro electores deban concurrir a locales diferentes, o que el
nuevo trámite de traslado de la
inscripción electoral sea más engorroso y difícil que el anterior para
inscribirse en el antiguo padrón.
El triunfo de Bachelet cuenta con toda la
legitimidad de respetar las reglas de nuestro ejercicio democrático; el
reconocimiento de Evelyn Matthei así lo manifestó, pero no querer ver y poner
atención que la abstención amenaza el buen funcionamiento de nuestra democracia
es una irresponsabilidad con el país.
Reelección de
Bachelet y futuro Gobierno.
Michelle Bachelet obtuvo un triunfo no solo
contundente, sino absolutamente legítimo en su representatividad, pese a que la
de ayer haya sido la elección Presidencial con menor participación ciudadana,
ya que sufragó un millón de ciudadanos menos que en la primera vuelta. Pero los
comicios son con quienes participan, y es evidente que en esta disminución
apreciable pesó, por una parte, el amplio favoritismo de Bachelet y, por otra,
la campaña excepcionalmente cuesta arriba de la candidata de derecha.
Numéricamente, ha sido la elección en que menos
personas participaron desde el retorno a la democracia: casi 5,7 millones, esto
es, 1,5 millón menos que en la segunda vuelta Piñera-Frei de 2010, y 1,4 millón
menos que en el balotaje Piñera-Bachelet de 2006. Así, aunque porcentualmente
la Mandatario electa alcanzó una cifra récord de 62,16%, su número de votos
(3,468 millones) es apenas superior a los 3,367 millones con que Frei perdió en
2010 (Piñera se impuso entonces con 3,591 millones). Y la votación lograda por
la misma Bachelet en su primera elección como Presidente fue de 3,723 millones,
casi 300 mil votos más que ahora.
Con igual cautela cabe evaluar el desempeño
electoral de Matthei. Aun cuando sus 2,111 millones de votos son 1 millón 4 mil
menos que los que cuatro años antes logró Piñera, su derrota no es una suerte
de cataclismo para su sector, ni en términos porcentuales ni en número de
votos: su cifra de ayer es superior a la de los postulantes de la Alianza en
1989 y en 1993, cuando no lograron pasar a segunda vuelta.
Con todo, cabe insistir en que, por un
voluntarismo de lograr más participación, se haya llegado a la paradoja de
disminuirla. La desafección por la política se ha abordado mediante una ingeniería
de Leyes electorales, en circunstancias de que hay un problema más profundo, de
motivación de la mística ciudadana, en términos de que las grandes masas se
sientan responsables de un destino común. Eso no se ha inculcado a las
generaciones jóvenes, y los procesos electorales se están dando en un marco de
gran carencia de cultura cívica, desatendida durante décadas sin excepción, y
traducido en un currículum escolar que, simplemente, la ignora. Ahora se
cosechan los resultados: una “clase política” poco renovada mal puede
entusiasmar a esa juventud, y el discurso refundacional que sostuvieron en la
primera vuelta tantos candidatos no levantó ninguna mayor adhesión consistente,
pero tampoco encontró un contrapeso significativo. Las nuevas Leyes electorales
no remedian el decaimiento de los partidos, esenciales en una democracia sana,
y en tal contexto el voto voluntario con inscripción automática sigue causando
efectos muy distintos de los previstos y queridos.
Los institutos de estudios de las más variadas
tendencias, que alimentan las propuestas más sólidas y de largo plazo en las
democracias evolucionadas, no pasan en Chile por su mejor momento. En esta
campaña no hubo en general sino ideas primarias, de contingencia, muchas de
ellas anticuadas, de dádiva. Solo en el último debate se ventilaron al menos
algunos principios, que Evelyn Matthei ratificó en su discurso tras los
escrutinios, reiterando el compromiso de que valores como el respeto a la vida,
la dignidad de las personas, y de la familia y la libertad, mantendrán su plena
vigencia, pues lo central “no está en aspectos como el Estado, el mercado, los
cambios Constitucionales o la reforma tributaria”, sino que “lo fundamental son
las personas”.
Todo sugiere que Bachelet no habría alcanzado
un resultado distinto con la sola antigua Concertación, sin integrar
formalmente al P. Comunista. Ahora, su liderazgo deberá lograr que tal
participación oficializada —y ya no meramente de apoyo— no derive en una
distorsión de la idea de pluralismo y equilibrio con el centro que caracterizó
a la Concertación en sus anteriores cuatro Gobiernos.
Por la amplitud de su ventaja electoral, pero
especialmente por la mayoría Legislativa que potencialmente le permite
materializar su programa de cambios con escasas limitaciones, el discurso de la
noche del domingo de la Presidente electa contiene claves trascendentes.
Destaca en él un reconocimiento explícito y tranquilizador a las realizaciones
de todos los Gobiernos democráticos pasados. “Hemos hecho mucho, hemos
construido un país del que podemos sentirnos orgullosos —aseguró Bachelet—, con
una economía sana, una democracia estable y una sociedad y una ciudadanía
empoderada y consciente de sus derechos”. Son palabras más cercanas a un camino
evolutivo que a un ánimo anulador de lo que Chile ha logrado para acercarse a
un desarrollo económico y humano hoy de primer nivel en América Latina, como lo
quieren la izquierda radicalizada y el PC.
Se le cobrará, sin embargo, a Bachelet lo que
también revalidó en el momento de su segundo triunfo: “construir un sistema
educativo público, gratuito y de calidad” —en el que “la calle” ha fijado “un
horizonte y una ruta”—, y una nueva Constitución en que “la mayoría nunca más
sea acallada por una minoría”. ¿Sugerencia, entonces, de que sobran los quórums
calificados para materias nucleares de la convivencia nacional? ¿Cómo se logra
política y materialmente el “terminar con la desigualdad”, una realidad que los
países solo logran con esfuerzos tenaces durante largo tiempo? Las respuestas a
estas preguntas comenzarán a insinuarse recién con la conformación de los
equipos de la nueva administración.
En la campaña, Bachelet puso énfasis en ideas
muy genéricas sobre Constitución, educación, previsión, salud y otras, pero
como no se conoce su detalle, estos “cheques” de contornos no conocidos serán
sometidos a una discusión de fondo, probablemente antes de la transmisión del
mando. La prudencia con que lleve adelante tales reformas, dada la mayoría Legislativa
con que cuenta, va a determinar el éxito —o fracaso— de su segundo Gobierno.
Porque todas las áreas citadas son de alta sensibilidad: nada lo es más que la
Constitución, y por la elección del sistema educacional de sus hijos la gente
está dispuesta a movilizarse, como históricamente se ha demostrado. Si en estas
y otras materias, mediante su mayoría circunstancial en las Cámaras la Nueva
Mayoría desoye en la práctica el sentir del 38% de los chilenos, en vez de
convencer de las bondades de sus propuestas, buscando los grandes acuerdos que
han sido habituales en toda la Legislación chilena trascendental, se puede
llegar a una polarización que nadie desea, y que sería un franco retroceso.
Para la derecha comienza ahora un duro camino
para recuperar el Gobierno, después de frustrarse su opción de mantenerlo por
uno o dos mandatos más, como habría sido posible, dada su gran gestión Gubernativa,
con resultados indiscutibles, de no haber mediado una muy mala conducción
política del Gobierno y de la propia coalición con tres sucesivos candidatos Presidenciales
y un clima de constante desarmonía. Pese a eso, el 38% obtenido es importante y
sería un error someterlo a “cuchillos largos”, en vez de construir allí el
cimiento de una expansión moderna, y no el desvarío retórico de una “nueva”
derecha que no acierta a definirse con claridad, y que tampoco defiende los que
son sus postulados básicos en todo el mundo. Evelyn Matthei asumió con ejemplar
nobleza la plena responsabilidad política, omitiendo toda alusión a las
adversidades evitables que sufrió —incluyendo, entre otras, una encuesta que la
hizo aparecer con 12% de apoyo, menos de un tercio del que realmente recibió, y
modestísimos recursos materiales—, a las que logró sobreponerse con su propia
capacidad personal, ampliamente demostrada en el último foro de la campaña.
La Presidente electa cuenta con vasta
experiencia de Gobierno y también internacional. Ella no ignora cuán complejo
es Gobernar, y tanto más en Latinoamérica —baste revisar el cuadro de
popularidades Presidenciales que se publicó ayer por este diario—. Es evidente
que aquellos que eligen un curso de polarización pueden lograr resultados de
control político en el corto plazo, pero eso pronto deviene en deterioro
nacional, reveses económicos, incertidumbre y choques sociales.
Siendo así, desde hoy mismo, la Presidente
electa —y tanto más desde el 11 de marzo, cuando vuelva a La Moneda— tendrá que
procurar la contención de las enormes expectativas despertadas, para
canalizarlas hacia un dinamismo que continúe impulsando al país, de modo que él
pueda, por fin, trasponer el tantas veces invocado umbral del desarrollo, y en
caso alguno retroceder.
Sigue el
chavismo.
Los antichavistas, reunidos en la Mesa de
Unidad Democrática (MUD), con su discurso confrontacional y antiautoritario,
aumentaron su número de votos, pero estos no fueron suficientes para
deslegitimar al régimen, que reafirmó su poder. Lo que se esperaba fuera un
plebiscito sobre la gestión de Nicolás Maduro no prosperó. El resultado mostró
un país dividido en dos, con la “revolución bolivariana” firme en los sectores
populares, localidades pequeñas y en el campo, mientras la oposición se
mantiene sólida en los niveles altos, la clase media y en las áreas urbanas
importantes. Hay expectativas de que la brecha se pueda superar, especialmente
con los triunfos opositores en nuevos Municipios, donde podrían fortalecerse y
expandir su mensaje. Haber ganado en Barinas, la capital del Estado natal de
Hugo Chávez, es un indicador de que tienen espacio para crecer.
No les será fácil enfrentar a un Gobierno que
usa y abusa de los recursos del petróleo, que impone su hegemonía en los medios
y que amenaza directamente a sus opositores. La burda estrategia populista que
el oficialismo llamó “ofensiva económica” y que obligó a los comerciantes a
vender electrodomésticos a precios rebajados semanas antes de las elecciones es
un ejemplo de la falta de escrúpulos para ganar una elección y perpetuarse en
el poder.
Los anuncios triunfalistas de Maduro el
domingo, acerca de que “la revolución bolivariana continúa con más fuerza”, se
contraponen a los llamados de la oposición a “convertir la calle en el corazón
de la lucha”. Por eso, preocupa que la aguda polarización pueda llevar a la
violencia. Hay antecedentes históricos y, en una época de crisis económica, altísima
inflación, desabastecimiento de artículos de primera necesidad, servicios
públicos colapsados y bajo crecimiento, podrían darse las condiciones para un
estallido social de consecuencias imprevisibles.
El camino para la oposición es difícil y
probablemente deba considerar un cambio en su manera de hacer política. En el
horizonte aparece la oportunidad de impulsar un referendo revocatorio cuando
Maduro cumpla su tercer año en el poder, en 2016. Pero Corina Machado,
destacada líder opositora, ha pedido “rectificar” la estrategia y propuesto un
camino para “devolver el poder al pueblo” y “recuperar la democracia”. Plantea
que la solución debe ser “civil” —esto es, que la iniciativa emerja de los
ciudadanos, para obtener el respaldo de las instituciones y de las FF.AA.—,
eficaz —lo que implique “una transformación profunda del modelo”— y “oportuna”
—esto es, “inmediata”—.
Cómo se articule la nueva etapa de la oposición
será decisivo para una salida pacífica a la crítica coyuntura actual, que no
parece sostenible.
Elogios y
“garrotes” para Chile en Senado de EE.UU.
Las audiencias en el Comité de RR.EE. del
Senado estadounidense son valiosas instancias para entender cómo opera la
política exterior de ese país. La semana pasada debió comparecer el designado Embajador
para Chile, Michael Hammer. El Diplomático hizo una presentación elogiosa para
nuestro país. Aparte de calificarlo como un “ejemplo de transición democrática”
y de “estar bien posicionado para ser un líder de la democracia en la región y
el mundo”, destacó el incremento del 340% en el comercio bilateral desde el TLC
de 2004. Más aún, remarcó que mientras las ventas de Estados Unidos al mundo
crecieron 112%, las que hizo a Chile subieron 600%. Elogió los aportes a la
seguridad en Haití y otros países, y calificó a Chile como un “modelo en la
región por su creciente accountability y transparencia” en las reformas del
Ministerio de Defensa.
Lo complicado vino en las preguntas. El Presidente
del Comité le inquirió qué haría, de ser confirmado, frente a lo que llamó el
incumplimiento chileno del capítulo sobre protección de la propiedad
intelectual en el TLC; recordó que EE.UU. lo ha incluido en su lista de países
que no cumplen en estas materias, y afirmó que también se ha opuesto a las
propuestas estadounidenses sobre propiedad intelectual que se discuten en la
negociación de la TransPacific Partnership (TPP). Hammer fue categórico: de ser
confirmado, “desde el primer día, trabajaré para protegerlos”, y en el caso de
la TPP —dijo— “trataré de avanzar en tener la protección adecuada y que los
chilenos cumplan con sus responsabilidades... Ellos pueden hacerlo, pero no han
hecho lo suficiente”.
En este diálogo entre el Senador y el Embajador
se advierte la presión del Congreso sobre la Diplomacia como instrumento para
imponer intereses estadounidenses particulares.
Es importante, sin embargo, que la relación
bilateral abarque el más amplio espectro de materias posibles, de modo que
nuestro país y nuestra región no queden al margen de la vida estadounidense. Lo
que a EE.UU. le interesa de Chile excede —es de suponer— el tema de la
propiedad intelectual o los intereses de la industria farmacéutica, algo que el
mismo Embajador Hammer reconoció ante el Comité.
Correspondencia
para la meditación.
Señor Director:
La revolución
devora a sus hijos.
Cuando el camarada Jang Song-thaek estaba
frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar aquella tarde remota en
que su abuelo lo llevó a ese antiquísimo templo budista en que escuchó la
palabra sagrada: “¡La mayor de todas las virtudes es la piedad!”
Años más tarde llegaron a su pueblo los
comunistas, marchando con platillos y tambores, y citando a Lenin: “En el
comunismo se realizarán todos los ideales de las grandes religiones”. Pero al
sonar la descarga, solo pudo escuchar la sentencia de su amado sobrino Kim
Jong-un: “No soy yo el que te mata, tío, es la Revolución”. Se dio cuenta
entonces de que había ofrendado toda su vida a una ideología incapaz de
respetar la moral y que por eso estaba —desde su inicio— condenada a no
repetirse nunca más.
¿Sabrán algo de esto quienes también en Chile
—lo quieran o no— abren grandes alamedas al fracaso y la traición de sus
propios principios?
Prof. Dr. Víctor Farías, Universidad Andrés
Bello.
Señor Director:
Carabineros
de Chile.
Lo que ha ocurrido en Argentina con la huelga
de la policía debería hacernos pensar en lo positivo de la jerarquización,
disciplina y centralidad de mando de Carabineros de Chile; quizás a eso se debe
su ganado prestigio, avalado por todas las encuestas.
La compleja tarea de mantener el orden público
en un entorno donde se ampara la inflación y subjetivización de los derechos,
minimizando los deberes y responsabilidades, exige el permanente apoyo de la
autoridad política. Cuidemos lo que tenemos.
Miguel A. Vergara Villalobos.
Una
meditación trascendental: