La aplanadora,
por Gonzalo Rojas S.
Cuando los democratacristianos anuncian que los
Parlamentarios de Bachelet no pasarán la aplanadora en el próximo Congreso, da
la impresión de que tuvieran ellos el control de la maquinita. ¿Se lo creen o
es solo el recurso psicológico típico del hermano chico que se hace el
agrandado simplemente para no desaparecer?
La aplanadora: en la DC sugieren que hay que
evitar su uso hacia adelante, pero es difícil encontrar una mejor descripción
de lo que ese mismo partido ha padecido en el pasado y hasta la actualidad a
manos de la izquierda, de sus actuales aliados. Toda la evidencia histórica
muestra que la aplanadora ha sido sistemáticamente utilizada en contra de los
DC desde hace 45 años, aunque parece que todavía no se enteran.
El MAPU y la IC, esos desgarros previstos y
consentidos, aplanaron la capacidad democratacristiana a finales de Frei y a
comienzos de Allende, porque le quitaron buena parte de sus mejores cabezas. A
los pocos meses del inicio de la Presidencia Pinochet, ya la DC había olvidado
que Frei Montalva consideraba a los militares los imprescindibles cirujanos del
cáncer marxista. Quince años después, la Concertación por el No neutralizó
cualquier posibilidad de una DC autónoma, de centro, que fuese un verdadero
eje. Después, los Gobiernos de Aylwin y Frei Ruiz-Tagle maniataron cualquier
renacimiento de aquella independencia que había caracterizado a la Falange,
porque el pacto PS-DC obligó al partido de la flecha mucho más que a una
“apertura a siniestra”, a un matrimonio con la izquierda. Y ahora, en 2013, la
guinda de la torta: un eventual Gobierno desde el PC a la DC deja a los
democristianos definitivamente instalados en un extremo duro, que de centro ya
no tendrá nada.
¿No pasó ya la aplanadora? ¿No está la DC
completamente aplastada por sus tutores, por esos que hoy se hacen llamar sus
socios?
Si se mira con detenimiento el programa de
Bachelet, ¿qué aspecto del texto responde a un aporte sustantivo y propio de la
Democracia Cristiana? Ninguno.
Los principales dirigentes del partido nos
dicen que su colectividad se mueve por la justicia social. Habrá que entender,
entonces, que un programa que busca legalizar tres tipos de aborto, que propone
igualar las uniones homosexuales al matrimonio, que priva de libertades de
enseñanza y de educación a los chilenos que buscan democracia y cristianismo en
ellas, que sugiere el derecho al suicidio bajo el eufemismo de la eutanasia,
¿es un programa de justicia social?
La DC no tuvo un problema con Allende; la DC no
tuvo un problema con el Gobierno militar. Esas fueron solo pataletas de
superficie, peleas con el otro que no eran más que peleas consigo misma. El
problema de la DC es con su propia identidad. Incapaz de percibir la diferencia
entre justicia y efluvios del corazón, ha ido sistemáticamente optando por
estos últimos.
Desde que la Democracia Cristiana abandonó el
espíritu en la política y lo reemplazó por afectos tan sólidos como un churro
con manjar, no ingresan a sus filas quienes quisieran vivir por ideales, sino
quienes escogen a ese partido como una opción sentimental. Por eso, en cuanto a
doctrina, las juventudes de la DC y las de los partidos de izquierda son como
dos gotas de vinagre de igual densidad. En las primeras, eso sí, hay guitarras
y abrazos fraternales, algo de lenguaje eclesial y de miradas vaporosas.
Hace ya más de 40 años que se les viene
advirtiendo porque, al fin de cuentas, podría ser que volvieran a preferir a
Maritain sobre Gramsci y Marcuse. Ingenuos los que seguimos pensando en esa
rectificación. Sabios los que, por eso mismo, la abandonan. Ven que ha sido
aplanada.
Bachelet vs. la señora K,
por Claudio Arqueros.
Uno de los ejes centrales del tardío programa
de Gobierno de la ex Concertación es la promesa de una nueva Constitución,
oferta que, sin dejar claro cómo se realizará, es considerada una medida
fundamental para hacer frente a los cambios que requiere el país. Sin embargo,
Bachelet se equivoca si cree que cambiando la Constitución va a solucionar los
desafíos que tiene nuestra sociedad. Esto, por dos motivos.
Primero, porque el bien común se conserva en
una institucionalidad sólida, y para que ella exista se requiere mantener una
relación estrecha con las tradiciones que marcan la identidad de un país; ya
que operan como horizontes de comprensión social y son fundamentales para
construir democracias perdurables bajo imaginarios de estabilidad social. Esto
no significa rechazar el debate sobre los problemas que puede presentar para
algunos la Constitución firmada por el ex Presidente Lagos, pero la discusión
debe realizarse tal como se hizo durante estas dos décadas, dialogando con las
tradiciones inscritas en ella y respetando las metas que el país se ha
propuesto.
Una nueva Constitución inspirada en un
imaginario de Estado protector amenaza los mayores éxitos de los Gobiernos de
la Concertación: la estabilidad y el progreso social. En ese sentido, es
necesario considerar que una vez que la pirámide social se invierte (40% de
pobreza en 1990 vs. 14% el 2013), el welfare State deja de ser una idea
importable. Y esa realidad es precisamente la que está viviendo Chile. El país
requiere más bien de una subsidiariedad que se haga cargo con la suficiente
fuerza de quienes efectivamente necesitan la ayuda del Estado para superar la
pobreza, y de una auténtica y vigorosa solidaridad que sólo puede nacer de
personas que se hacen responsables de personas.
Segundo, porque la experiencia latinoamericana
nos demuestra que avanzar hacia una Constitución más Estatista es caer en la
amenaza del populismo. Pues, más Estado no es sinónimo de más o mejores
libertades y tampoco de equidad. Basta recordar lo que ocurre con Venezuela o
Argentina, regímenes admirados por varios socios de Bachelet en donde más
Estado ha significado ruina e inestabilidad.
Bachelet es ingenua si cree que puede ser una
Señora K responsable. Pues una vez que se abren las puertas del Estatismo,
éste, al no ser neutral en las políticas públicas, asfixia a los cuerpos
intermedios subsidiarios y solidarios, pasando a ser estos cooptados por el
aparato burocrático, convirtiéndolos en clientela política simplemente
demandante, situación que termina socavando la institucionalidad ya que
potencia la tentación de promesas populistas para mantenerse en el poder.
La Iglesia del futuro: misericordiosa y alegre,
por Roberto Rusconi.
El Papa Francisco ha decidido escribir a todos
los católicos, desde los Obispos a los fieles simples, “sobre el anuncio del
Evangelio en el mundo actual”. Lo hizo con una exhortación apostólica, un texto
más pastoral que una encíclica doctrinal. No es sorprendente que se haya
publicado en el día de clausura del Año de la Fe, proclamado por el Papa
Benedicto XVI. Es, en verdad, un programa que abarca no sólo un pontificado,
sino que la vida de la Iglesia en los tiempos por venir.
El Papa describe el rostro de una Iglesia
misionera, que no está obsesionada con la doctrina, y que todavía tiene los
pilares tradicionales de la ortodoxia católica. La actitud, sin embargo, debe
estar dictada por la “misericordia” de que tantas veces ha hablado.
Sobre el aborto escribe que “no debe esperarse
que la Iglesia cambie su postura”. Pero también dice que las mujeres deben ser
comprendidas, y agrega: “a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no
debe ser una sala de torturas”.
Francisco había repetido muchas veces que la
Iglesia debe ser pobre, de los pobres y para los pobres. Pero en este texto
escribe palabras durísimas, cuando dice que debe ocuparse de “algunos desafíos
del mundo actual”, y enumera una serie de negativas: “No a una economía de la
exclusión”; “No a la nueva idolatría del dinero”; “No a un dinero que gobierna
en lugar de servir”; “No a la inequidad que genera violencia”.
Esta exhortación apostólica marca la transición
de su pontificado de los gestos y de las palabras a los hechos. Con un lenguaje
sencillo y directo que lo caracteriza, Francisco cumple con las expectativas y
las esperanzas que ha suscitado. Estas son sus primeras palabras: “La alegría
del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con
Jesús”. Y luego invita a la Iglesia a una reforma no solo interior, sino que
desde el Papa de Roma al último de los fieles.
Riesgos de una reforma tributaria,
por Javier Jaque.
Resulta inquietante que debido a presiones
sociales, sectores de la política chilena más liberal se abran a realizar
“Reformas Estructurales a un Sistema Tributario”, que para bien o para mal, ha
estado presente en el desarrollo de la economía del país en los últimos 30
años.
El
sistema de tributación, basado en la imputación del impuesto empresarial contra
los impuestos finales, resulta ser más común de lo que se piensa en diversos
países del mundo. Quizás la diferencia que perturba a muchos es que esta imputación,
en Chile, se realiza en forma íntegra; es decir, que todo el impuesto pagado
por la empresa puede ser utilizado como crédito por los consumidores de las
rentas.
Si bien la propuesta no considera eliminar la
imputación como crédito del impuesto empresarial contra los impuestos finales,
debido principalmente al concepto de retroactividad en la aplicación de los
tributos, sí elimina la posibilidad de suspensión en la afectación con los
impuestos finales a aquellas rentas que el empresario hubiera dejado
reinvertidas en su propia empresa. En otros términos, la apuesta del grupo de
economistas que asesora al probable nuevo Gobierno se basa en la creencia de
que la modificación del sistema tributario no afectará la decisión de los
dueños de las empresas de no retirar ni consumir las utilidades acumuladas en
las mismas, aún cuando éstas ya se encuentren tributadas.
La
propuesta de “Reforma Tributaria” que se avecina considera como pilares
fundamentales 1) Aumentar la carga tributaria para financiar la reforma
educacional, 2) Avanzar en la equidad tributaria, 3) Introducir nuevos y más
eficientes mecanismos de incentivos al ahorro e inversión y 4) Disminuir la
evasión y elusión.
Frente a
los objetivos que se indican, es necesario hacer presente que “no” necesariamente
lo propuesto permite alcanzar lo descrito, por cuanto 1) “Aumentar la carga
tributaria” desde una perspectiva real, significaría estar consciente que la
mencionada reforma traslada el riesgo Fiscal desde la tributación al consumo de
rentas, a la tributación de la generación de la riqueza. Si bien la carga
nominalmente se puede incrementar, y para ello simplemente se debe subir la
tasa impositiva, es necesario considerar que desde el punto de vista de la
administración de los tributos, se requerirán muchos más medios de
fiscalización que los existentes. 2) La equidad o “disposición del ánimo que
mueve a dar a cada uno lo que merece”, resultaría interesante siempre y cuando
alguien pudiera asegurar que el mayor precio de las cosas no sea traspasado a
los consumidores finales. 3) En base a la historia de los impuestos en Chile,
resulta disonante considerar este objetivo de ahorro e inversión como un
objetivo del cambio del sistema. ¿Acaso esta reforma no representa todo lo
contrario? ¿Si ya he tributado por las rentas, qué me motivaría a dejarlas en
la empresa? 4) A la luz de los puntos anteriormente comentados, creo que en
nada contribuye la presente reforma a la disminución de la elusión y evasión,
por cuanto se requieren medidas restrictivas y sancionadoras que en nuestro
país en nada han contribuido al desarrollo de las cosas.
Considero prudente, desde un enfoque
absolutamente propositivo, que tales discusiones sean profundizadas y
replanteadas por expertos en la materia, sin tanto sesgo político.
El valor de los acuerdos.
Envalentonados por el éxito alcanzado en la
elección Parlamentaria, algunos representantes de la Nueva Mayoría han hecho
ver que un eventual Gobierno de Michelle Bachelet no necesitaría procurar un
acuerdo amplio en torno a varias de las reformas Legales y Constitucionales por
las que aboga su candidatura. Los votos del bloque le asegurarían la mayoría en
ambas Cámaras y, con tan solo unas pocas voluntades más, reuniría los quórums
calificados necesarios para modificar Leyes Orgánicas Constitucionales e,
incluso, tal vez los requeridos para ciertas enmiendas Constitucionales. En
contrario, dentro del pacto han surgido algunas voces disidentes —por ejemplo,
la del Presidente de la Democracia Cristiana, Senador Ignacio Walker, y la de
otros connotados miembros de su directiva—, destacando el valor de construir
acuerdos y rechazando “pasar la aplanadora”.
Es preocupante que se interprete una victoria
electoral —desde luego muy influida por la alta popularidad personal de la
candidata Presidencial— como un mandato inapelable por parte de la ciudadanía a
aplicar un programa radical de cambios al sistema político, económico y social
que nos rige. Hay en ello ecos de aquel “avanzar sin transar” que tanto daño
causó a Chile hace 40 años. Es cierto que el programa establece la intención de
reescribir la Constitución, de avanzar hacia la gratuidad universal en
educación —aunque ello en importante medida limite la libertad de elegir dónde
estudiar— y propone un drástico aumento de impuestos que podría dañar la
capacidad de las empresas de crear empleos. Pero esos y otros compromisos
admiten muchas variantes y sus complejos detalles están aún por definirse.
Mucho va a depender, desde luego, del liderazgo
que ejerza Michelle Bachelet. Por ahora, ella está abocada a asegurarse el
triunfo en el balotaje del 15 de diciembre y ha reiterado sus compromisos
programáticos. Pero nadie puede desconocer que gran parte de su popularidad
proviene de su gestión en los gobiernos de la Concertación, como Ministro
primero y Presidente después. Aunque sus electores esperen que los cambios que
propone su programa sean ventajosos, parece seguro que suponen también que
ellos serían implementados según ha sido costumbre en Chile en los últimos 25
años, esto es, priorizando los acuerdos transversales, buscando terreno común,
convergiendo a soluciones moderadas y compartidas por la gran mayoría de la
ciudadanía. Nada parecería más ajeno al carácter de la candidata que la
arrogancia y el maximalismo que ahora exhiben algunos de sus seguidores.
En caso de resultar vencedora en el balotaje,
el éxito de la segunda Presidencia de Michelle Bachelet y de las reformas que
ha propuesto dependerá crucialmente de su capacidad para aunar voluntades en
torno a una agenda moderada, tanto en el interior de su coalición como más allá
de ella. Habrá de saber interpretar la voluntad de cambio expresada en las
urnas, pero también considerar las muchas aprensiones que ellos despiertan en
importantes sectores de la sociedad. Sin ese espíritu, y aun contando con las
mayorías Parlamentarias necesarias, su programa correría el riesgo de encender
la mecha de la incertidumbre política y Jurídica, factor que afortunadamente ha
estado ausente de Chile por muchos años y que es capaz de causar enorme daño
económico, social y político. Los sectores más moderados de la Nueva Mayoría
pueden hacer mucho para evitar la tentación de un giro hacia la izquierda dura.
La Alianza —una vez superado el impacto de su
mal resultado Parlamentario y tal vez robustecida con una buena defensa de sus
ideas durante el trecho de campaña Presidencial aún faltante— puede cumplir
también un papel clave, alertando contra los excesos y promoviendo cambios que
no desnaturalicen la exitosa trayectoria de progreso económico y social que ha
seguido Chile por más de tres décadas.
Fórmulas para enfrentar el déficit de viviendas
sociales.
La prensa Regional informa sobre constructoras
que dejan de ejecutar proyectos sociales debido al bajo aporte que otorgan los
subsidios habitacionales, en particular, los correspondientes a viviendas para
grupos vulnerables, a través del Decreto Supremo 49. A nivel nacional, las
cifras oficiales dan cuenta de que el 44,8% de los 54.340 subsidios de esta
naturaleza, entregados entre agosto de 2012 e igual mes de 2013, no cuentan con
un proyecto asignado.
Entrevistado en La Tercera, el Subsecretario de
Vivienda califica esta situación de “natural” y explica que se origina, entre
otros factores, en la escasez de terrenos disponibles para construir y al
aumento de la demanda. A ello se añade, como ha advertido la Cámara Chilena de
la Construcción, el incremento en el costo final de los proyectos (por sobre el
25% desde el 2010), lo que -a juicio del gremio- “provoca una situación muy
compleja, tratándose de contratos a suma alzada, cuyos presupuestos pudieron
haberse fijado hace meses”.
En el caso de los proyectos de vivienda para
sectores vulnerables, el problema se incrementa en la medida que reciben
subsidios fijos, corregidos por inflación, los que con el paso del tiempo no
alcanzan a cubrir el costo de los inmuebles, todo lo cual redunda en esta merma
del interés de las empresas por participar de estos procesos o, lo que resulta
más grave, en serios problemas financieros para las ya involucradas.
Por cierto que se trata de un fenómeno propio
de un país que ha desplegado una exitosa política habitacional, que ha
posibilitado al 80% de las familias chilenas contar en la actualidad con su
casa propia, pero con los consecuentes problemas de segregación urbana, alza de
los terrenos y escasa movilidad. De hecho, la Ocde ha advertido que se trata de
una estrategia que “promueve excesivamente la vivienda propia a través de
diferentes ventajas Fiscales y subsidios de vivienda dirigidos exclusivamente a
la propiedad, lo que puede distorsionar el comportamiento habitacional y
deteriora la movilidad laboral”.
El Gobierno ha buscado hacer frente al déficit
habitacional, promoviendo nuevas fórmulas de subsidio, que incluyen la
posibilidad de arriendo, mejoramiento de viviendas sociales, adquisiciones de
segunda oportunidad y de grupos emergentes, todas las cuales incrementan las
opciones y amplían, por lo mismo, la oferta a la cual pueden acceder los
beneficiarios de los subsidios.
Las políticas de desarrollo urbano también
pueden colaborar en este objetivo, mediante acciones como una mayor
densificación de zonas construidas, sin que ello signifique un deterioro en la
calidad de vida, en la medida que se incluyan exigencias en este sentido para
los proyectos habitacionales. Así, los congelamientos dictados por algunas
autoridades Edilicias, si bien obedecen al interés de preservar ciertos barrios
o edificaciones tradicionales, parecieran no tener siempre en consideración que
ambos objetivos son perfectamente armonizables, tal como lo demuestran
innumerables ejemplos en países desarrollados.
Medidas de esta naturaleza aportan, asimismo,
significativamente en el fortalecimiento de las confianzas mutuas entre
inversionistas y autoridades, un factor clave, si se tiene en cuenta que la
exitosa política habitacional chilena es fruto del trabajo conjunto entre los
sectores público y privado.
Relaciones entre poderes del Estado.
Hace algunos días, los episodios sobre el Observatorio
Judicial y la detención de dos ciudadanos chilenos en España previamente
absueltos en nuestro país pusieron a prueba el tono y los límites de las
relaciones entre el Ejecutivo y el Poder Judicial, amenazando con llevarlas a
un inconveniente grado de crispación, afortunadamente superado.
En el segundo de esos casos, el Ministro del
Interior llegó incluso a plantear que “hay algunos Tribunales de Justicia en
nuestro país que deben dar una explicación por los hechos sucedidos y que hemos
conocido hoy en España”. Esto envolvía una dura crítica del titular de Interior
al Juez que dirigió la preparación del juicio oral en el caso Bombas, que
concluyó con la absolución de los dos ciudadanos ahora detenidos en la
Península por su presunta responsabilidad en la detonación de un artefacto
explosivo en la Basílica del Pilar, en Zaragoza.
La reacción del Presidente (s) de la Corte
Suprema, Ministro Milton Juica, tensó aún más la situación, al expresar que
esas declaraciones de alguna manera estarían “quebrantando lo que dispone el
artículo 76° de la Constitución”, que prohíbe al Presidente de la República
arrogarse funciones Judiciales. Juica agregó que las expresiones del Ministro
del Interior serían especialmente graves por provenir de un abogado, y este
invocó su libertad de expresión para opinar, derecho garantizado también en la
Constitución. Es positivo que, pese a la expectación que este asunto empezaba a
suscitar en la opinión pública, el pleno del máximo Tribunal, en una muestra de
muy valorable prudencia, descartara ahondar en esta impasse, precisándose que
las declaraciones del Ministro Juica habían sido hechas a título personal.
La convivencia entre los poderes Judicial y
Ejecutivo debe darse en un marco de altura institucional y recíproco respeto
potestativo. El ya centenario artículo 76° de la Carta Fundamental rige las
relaciones más básicas entre ambos, al prohibir al Presidente y al Congreso
revisar los fallos, calificar sus fundamentos, intervenir en procesos
pendientes o reabrir procesos “fenecidos”. Este precepto marca un límite mínimo
y básico, pero por sobre él debe existir, en general, por parte del Presidente
y sus Ministros, una cultura de abstención de crítica hacia los Tribunales en
el ejercicio de sus atribuciones exclusivas. Naturalmente, el Ejecutivo puede y
debe tener una opinión respecto del resultado de determinados procesos Judiciales,
como lo fue el caso Bombas, pero la forma institucional de conducir esa opinión
consiste en promover los respectivos cambios en la Legislación o en las
políticas públicas, para lo cual el Presidente dispone de poderosas
herramientas.
Asimismo, la Corte Suprema y sus Ministros,
amparados en su independencia, deben evitar las réplicas precipitadas o las
descalificaciones de matiz personal, que también tienden a dañar la necesaria
altura republicana de la institución que dirigen.
Los episodios referidos muestran ya indicios de
haber quedado superados en los días subsiguientes. Pero el que ellos se hayan
suscitado significa una alerta que no debe ignorarse, y cabe hacer votos por
que efectivamente así sea. Ocasión para repeticiones podría no escasear, pero
las polarizaciones y exaltaciones habituales en las contiendas políticas y
tanto más en períodos de campaña electoral no deben contagiar a los poderes del
Estado en cuanto tales —cuyas relaciones han de mantenerse en los estrictos cauces
institucionales— y sus máximos personeros han de esforzarse conscientemente por
evitarlas a todo trance. Permitirse cualquier deslizamiento por otras vías
sería lesivo para esos mismos poderes fundamentales, para nuestra democracia y,
en definitiva, para la República.
Formalización de Carabineros en Arica.
Cuatro Carabineros y dos civiles fueron formalizados el lunes en
Arica, acusados de tráfico de drogas y asociación ilícita. El hecho es de la
máxima gravedad, ya que involucra a funcionarios del OS-7 (unidad que
precisamente está encargada de combatir este tipo de delitos), en una zona que
tiene gran relevancia estratégica, pues las Regiones del extremo norte de Chile
son las que comúnmente utilizan los narcotraficantes para ingresar droga desde
países limítrofes. A esto se agrega la suspensión que le aplicó el Ministerio
Público a un Fiscal por su eventual participación en los hechos.
Aun cuando cabe esperar el pronunciamiento de
los Tribunales de Justicia, que deberán determinar si los antecedentes son
suficientes para acreditar los delitos
imputados, resulta inquietante que entre los involucrados esté el Jefe
del Departamento antidrogas de esa ciudad, ya que él era precisamente quien
estaba a cargo de ejecutar las estrategias contra el narcotráfico en esa Región
y que forman parte del Plan Frontera Norte implementado por el Gobierno. A los
uniformados se les responsabiliza de planificar y financiar el ingreso al país
de al menos dos cargamentos con cerca de una tonelada de marihuana. Su eventual
participación en este caso es una situación compleja, pues levanta dudas sobre
el funcionamiento de este programa, del que en días previos se anunció que ha
permitido un aumento del decomiso en relación a lo incautado el año pasado.
Lo ocurrido revela la importancia de que
Carabineros evalúe de manera continua sus mecanismos de control interno y que
se revise la forma en que se establecen las metas en el Plan Frontera Norte,
porque una de las líneas de investigación en torno a este caso establece que
los presuntos culpables podrían haberlas utilizado para burlar el sistema.
Insuficiente seguridad en buses de carreteras.
Después de tres años de investigación, la
Fiscalía Metropolitana Occidente formalizó por los cuasidelitos de homicidio y
lesiones a ocho funcionarios que cumplían diferentes responsabilidades en la empresa
Tur-Bus en el momento del accidente ocurrido en noviembre de 2010 en la ruta a
San Antonio, con resultado de 20 personas muertas y 16 heridas. Según la Fiscalía,
el entonces ocurrido choque frontal entre una máquina de esa firma y un camión
habría obedecido a problemas mecánicos. Basa esta conclusión en un estudio
encomendado a la Universidad Federico Santa María, según el cual ese accidente
se originó en el quiebre “por fatiga de material en el vástago de rótula de
dirección derecha”, lo que podría haberse evitado si se hubieran efectuado las
labores de mantenimiento que el vehículo necesitaba.
Anteriormente, sin embargo, un informe de la
Sección Investigadora de Accidentes de Tránsito (SIAT) de Carabineros había
establecido como causa una falla humana. En definitiva, la Justicia deberá
determinar las responsabilidades, pero el caso llama a reestudiar la forma en
que se desarrolla el transporte terrestre en el país.
Él representa el principal medio de traslado
para los chilenos, y el mejoramiento y la mayor interconexión de las carreteras
han permitido a las empresas multiplicar sus servicios. El actor dominante en
el mercado es actualmente Tur-Bus, firma que el año pasado transportó a 29
millones de pasajeros y que ha extendido su participación mediante la compra de
compañías menores —además de haber incursionado, aunque sin éxito, en el
mercado aéreo—. El crecimiento de esta empresa ha ido a la par de un
mejoramiento en los estándares del viaje y la adopción de tecnologías innovadoras.
Sin embargo, casos como el accidente mencionado abren interrogantes sobre la
extensión de estas condiciones a toda la flota y dan cuenta de las debilidades
que sigue presentando esta modalidad de transporte.
Si bien la autoridad ha puesto mayor atención
en una fiscalización estricta de las normas sobre horarios de conducción de los
choferes, frecuencia y condiciones de descanso, control de la velocidad,
revisiones mecánicas periódicas y uso del cinturón de seguridad, entre otras,
esto no ha conseguido terminar con la ocurrencia periódica de accidentes graves
y aun fatales, que dan pie a la desconfianza y ponen en duda la rigurosidad en
la aplicación de dichos reglamentos.
En la aviación rigen estrictas normas que deben
ser respetadas por todas las líneas aéreas, independientemente de su tamaño. En
el transporte terrestre falta mucho por hacer al respecto. Solo el trabajo
riguroso de la autoridad con las compañías del rubro permitirá avanzar de
manera confiable hacia una mayor seguridad en las carreteras. En esa línea, el
esclarecimiento de las responsabilidades en el accidente de la ruta a San
Antonio puede marcar un punto de inflexión.
Acuerdo entre Washington y Teherán.
El compromiso de Estados Unidos con el nuevo
Presidente de Irán, Hasan Rohani, que por una parte permitirá a la comunidad
internacional inspeccionar las instalaciones nucleares iraníes para asegurar su
uso solamente pacífico y por otra levanta temporalmente sanciones económicas
que afectan seriamente a su población, es el primer paso en mucho tiempo hacia
una mayor esperanza de paz en Medio Oriente, pero justamente por su carácter
innovador despierta también resistencias tanto en la política interna
norteamericana como en el cuadro de las alianzas de las principales potencias
de la región. En todo caso, el episodio aleja, al menos por un tiempo, la
probabilidad de un conflicto bélico provocado por Teherán y en el que se
suponía la eventual utilización de armamento atómico.
Mientras el Presidente Obama obtiene un
evidente triunfo Diplomático en medio de una fuerte baja de popularidad en su
propio país, la oposición republicana sostiene que el acuerdo sólo beneficia a
Irán y prepara nuevas medidas restrictivas para aplicárselas en el caso, que
estima probable, de que no cumpla lo convenido en el plazo fijado. Es cierto
que la Diplomacia iraní no se ha demostrado muy confiable y que allí las
decisiones finales dependen siempre del supremo poder religioso de los
ayatolas, que no ven con buenos ojos la apertura del mandatario recién elegido,
pero esto de hecho supone cambios en el tablero regional. A juicio de los
observadores, la mayoría de las naciones árabes saludan estas gestiones y sólo
las critican Israel y Arabia Saudita, ambos en diversos tonos, pues el primero
no vacila en reafirmar que actuará por la fuerza si se ve amenazado.
No es éste, por cierto, el único problema
actual para la paz mundial. No hace mucho, fueron las violentas declaraciones
del dictador norcoreano, y ahora el inicio de un posible conflicto
chino-japonés por la instauración de una zona de defensa aérea que afecta las
reclamaciones de Japón sobre algunas islas, no obstante lo cual dos bombarderos
de Estados Unidos atravesaron ese espacio sin advertencia previa a China.
También continúa sin solución la crisis siria con sus miles de víctimas y
acusaciones de atrocidades en ambos bandos, pese a la misión de la ONU para
desactivar las armas químicas. Allí, en Egipto y en Libia se viven con especial
crudeza los efectos negativos de la esperanzadora “primavera árabe”, que por lo
demás todavía tiene capítulos pendientes en esa zona geográfica.
Asimismo, el uso del poder en grandes potencias
como China y Rusia muestra que allí se mantienen rasgos sustancialmente
diferentes a los de las democracias occidentales, dificultando un orden
internacional sometido a una normativa de aplicación universal. Paralelamente,
la misma comunidad europea enfrenta obstáculos como el llamado euroescepticismo
en varios de sus socios, derivado en parte de la crisis económica, el auge de
movimientos de carácter racista, tendencias independentistas como las de
Escocia y Cataluña y hasta las presiones de Rusia para evitar el ingreso de
Ucrania a aquella comunidad. En definitiva, el orden Jurídico y social y la paz
entre las naciones siguen siendo bienes frágiles que obligan a un esfuerzo
permanente de todas ellas por cuidarlos.
Correspondencia destacada.
Señor Director:
Ley habilitante de Nicolás Maduro.
La crisis económica, social y moral que
atraviesa Venezuela, la ha llevado a un estado de “involución democrática”, a
un retroceso en todo orden. La Ley Habilitante aprobada recientemente es la
quinta en los últimos 14 años de ese Gobierno. Esta otorga poderes especiales
al Presidente Maduro durante un año a fin de impulsar sus controvertidas
medidas para reactivar la economía, combatir la inflación, la escasez y
eliminar la corrupción sin el contrapeso Parlamentario.
Pero esta Ley no solucionará los problemas de
los venezolanos; en cambio, ocasionará la quiebra de los pequeños comerciantes,
el desabastecimiento, el control de precios y, lo que es más grave, la
institucionalización de la persecución por motivos económicos u otros.
Rosario Rojas.