Bachelet y su propuesta en educación: más Estado,
por María Paz Arzola.
La candidata Presidencial, Michelle Bachelet,
entregó recientemente su programa de Gobierno. En materia educacional pretende
llevar a cabo grandes cambios, entregando al Estado funciones que no ha
demostrado ser capaz de asumir exitosamente, y minimizando la injerencia de las
escuelas y las familias.
Pareciera que la tranquilidad de los recursos
frescos que supuestamente traerá la eventual reforma tributaria, le dio una
inmensa ambición al equipo de la candidata de la Concertación más el Partido
Comunista, mientras que les hizo olvidar la cautela para plantear medidas
realistas que puedan ejecutarse en cuatro años, y de la experiencia de los
sistemas educativos en el mundo, así como de lo que se ha hecho en últimas
décadas en nuestro país (incluyendo su propio Gobierno entre el 2006 y 2009).
Una de las principales medidas que plantea la
reforma educacional de Bachelet 2014, está establecer la educación “como un
derecho social”, creando “garantías explicitas en acceso, calidad y
financiamiento”. ¿Significará esto que el Estado deberá responder por la
insatisfacción de un estudiante en alguno de estos ámbitos, tan ambiguos por lo
demás? ¿Será capaz de hacerlo? Ya vimos lo que ocurrió con la Universidad del
Mar: el Estado, a través de la Comisión Nacional de Acreditación, certificó su
calidad, pero se equivocó. Y hoy está tratando de compensar a miles de jóvenes
que fueron víctimas de su error.
En educación parvularia, tal como lo hizo en su
anterior Gobierno, la hoy candidata propone crear más salas cunas y jardines
infantiles. Pero falta una propuesta que apunte a mejorar la calidad, de manera
que las madres confíen y quieran llevar a sus niños a este nivel educativo.
Para esto, no sólo se debe aumentar el número de profesionales por niño, sino
también mejorar su formación.
En educación escolar se pretende fortalecer el
rol del Estado como proveedor. Para lograr esto, en primer lugar, expropiará la
libertad que tienen hoy los privados con fines de lucro de emprender proyectos
educativos. Si un estudiante quiere recibir recursos públicos para asistir al
establecimiento educativo de su elección, sólo podrá hacerlo si el Estado,
primero, está de acuerdo. Así, niños de escasos recursos que estudian en
excelentes colegios -como el Francisco Ramírez de San Ramón, Martín Abejón de
Constitución, o Ignacio Carrera Pinto de Coronel-, no recibirán financiamiento
público y deberán cambiarse a la escuela Municipal más cercana, quizás de
resultados mediocres, y que de hecho por alguna razón no fue elegida en primera
instancia. De la mano con lo anterior, va el fin del financiamiento compartido:
en lugar de focalizar los recursos escasos en los sectores más vulnerables,
financiando lo que ellos no pueden, se reemplazarán los recursos que aportan
quienes sí están en condiciones de hacerlo.
En segundo lugar, para fortalecer la educación
pública se propone una nueva institucionalidad que se haga cargo de las
escuelas municipales, incluso de aquellas Comunas que hoy lo están haciendo
bien. No queda claro por qué esta administración sería mejor que la actual, si
de hecho no resuelve los problemas de fondo del sector Municipal: excesiva
burocracia y falta de autonomía de las escuelas, y desalineamiento entre
atribuciones y responsabilidades, que no permite atraer a buenos profesores.
Esto nos recuerda al Transantiago, un experimento construido desde arriba, que
costó y sigue costando millones de dólares, pero que no fue una solución para
los santiaguinos, pues no se puso en sus zapatos ni pensó en la realidad local.
En educación superior se plantea avanzar en
gratuidad, pero en seis años, de manera que en el próximo período se llegaría
al 70%; es decir, diez puntos más que lo que dejará el Gobierno de Sebastián
Piñera (60%). Falta explicitar de qué forma se hará y explicarle a los 8 de
cada 10 jóvenes del 20% más pobre del país, que de todas formas esta gratuidad
no será para ellos, pues no les resolverá los verdaderos problemas que deben
enfrentar y por los cuales la educación superior ni siquiera es una alternativa
para ellos. Del mismo modo, habrá que explicarle a las universidades y sus
estudiantes que el financiamiento no será gratis: el Estado se instalará en sus
salas de clase, para definir qué carreras se deben impartir, de qué forma deben
dictarse, quiénes deben estudiarlas y dónde deberán trabajar luego de egresar.
Por último, se propone la creación de
universidades Estatales en Aysén y O’Higgins, sobre las cuales no debe haber
estudio de factibilidad, pues de hecho en O’Higgins ya fracasó un intento
similar el 2008, lo que no sólo significó una pérdida de millones de recursos,
sino peor aún, fue una decepción para jóvenes que creyeron en un sueño que
rápidamente se hundió.
Una razón para votar es que no nos obliguen a
hacerlo,
por Eugenio Guzmán.
Los seres humanos, y entre ellos
específicamente un “fenotipo” particular, los políticos, tienen una increíble
capacidad para atribuir intenciones a objetos y fenómenos como, asimismo,
inferir a partir de allí conclusiones, que si se las analiza en detalle, no
necesariamente se han de seguir.
En este sentido, el ex Ministro de Relaciones
Exteriores y actual Senador y Presidente de la Democracia Cristiana, Ignacio
Walker, al igual que su hermano, el también Senador Patricio Walker, han
interpretado los dichos de Bachelet sobre el voto voluntario como un giro en la
dirección de discutir la oportunidad de volver al voto obligatorio.
La verdad sea dicha, las expresiones de
Bachelet sólo hacen referencia a un cambio de opinión respecto de los efectos
que éste tiene en materia de abstención. En concreto, ella señala: “Me ha
cambiado la opinión (los resultados de las Municipales), porque yo antes creía
que era importante el voto voluntario, porque obligaba a las fuerzas políticas
a tener estrategias atractivas para que a la gente le diera ganas de ir a
votar, y yo creía que a los chilenos les encantaba ir a votar, pero parece que
era porque estábamos obligados a ir a votar, entonces estamos tratando de
entusiasmar a la gente de que vaya a votar. Convencer a la gente que cree que
yo ya estoy elegida de decir que aquí no hay carrera corrida”.
En buenas cuentas, precisamente el cambio de
opinión es respecto de cuánto les gusta votar a los chilenos. Pero eso no es todo,
Bachelet confirma su visión original acerca de la importancia de que los
partidos (y también los candidatos) entusiasmen a la gente a ir a votar. En
consecuencia, lejos de ello, las atribuciones e intencionalidad atribuida a los
dichos de Bachelet no son para nada evidentes.
Más allá de interpretaciones y exégesis,
importa destacar que parece poco serio que a menos de dos años de publicada la Ley,
y uno de ser aplicada, se sugiera su cambio y obligar a los chilenos a votar,
suponiendo que ello mejorará la calidad de nuestra democracia y candidatos.
Sólo a modo de ejemplo, entre las sociedades
con los mayores niveles de libertad política y respeto a las libertades civiles
en el mundo, en sólo 12 de ellas existe voto obligatorio, y de ellas en 9 o no
existen sanciones, o las multas asociadas son poco significativas. Democracias
como la norteamericana, sueca, neozelandesa y alemana, por citar algunas, no
han necesitado del voto obligatorio para el fortalecimiento de sus
instituciones democráticas, independiente del número de votantes. Nadie
cuestionaría que por tener voto voluntario, se trata de democracias cuya
calidad sea débil. Y en el caso de países como Italia, Holanda y Grecia, que
con voto obligatorio pero sin sanciones o en que en la práctica no las aplican,
deja en evidencia que la solidez democrática hay que buscarla en otros factores
distintos de la obligatoriedad.
Existen argumentos a favor y en contra, pero lo
concreto es que la obligatoriedad no se traduce en mayor interés por los
asuntos políticos a juzgar por el grado de confianza en partidos políticos a
nivel mundial. Por su parte, la abstención puede reflejar muchos fenómenos,
desde el escepticismo respecto de las elecciones al conformismo con la
política. En todo caso, resulta sorprendente que los efectos de obligar a
votar, tales como incentivar decisiones poco informadas y conductas negativas,
tales como el voto nulo y blanco, no sean recordados. En este sentido, lo mejor
que pueden hacer quienes no quieren que se les obligue a votar, por paradójico
que parezca, es precisamente hacerlo.
La nueva Constitución y la economía,
por Sergio Verdugo.
Aunque persisten las dudas respecto del mecanismo que
se plantea para aprobar la Constitución que propone Bachelet (y a las
dificultades que implica presentar un proyecto de esta envergadura algunos días
antes de la elección), sus contenidos aún no han sido discutidos, en especial
en lo que se refiere a la doctrina económica que existe detrás de esta
iniciativa.
En primer lugar, el proyecto suscribe la tesis
del Estado Social y la implementación de derechos sociales mediante el auxilio
de los Tribunales. Ello abrirá muchos debates relativos al rol del Estado en su
carácter de regulador y actor dentro del mercado, del crecimiento del gasto
público y del aparato burocrático, del rol de los particulares en áreas que
persiguen fines sociales y, probablemente, al mayor rol protagónico (y no
subsidiario) de las empresas Estatales.
En
segundo lugar, el proyecto no es muy preciso respecto de algunas instituciones
que son importantes para la economía del país, como ocurre con el Banco Central
y la Contraloría General de la República. El proyecto sólo dispone que se
garantizará su autonomía mediante lo que establezcan las Leyes, las que serán
aprobadas o modificadas por simples mayorías. Lo anterior podría significar el
riesgo de una mayor vulnerabilidad de la autonomía y carácter técnico tanto en
la toma de decisiones en materia monetaria como en el control de las finanzas
públicas.
Lo anterior es especialmente delicado si no se
reducen las enormes facultades Legislativas del Presidente de la República. Un
Jefe de Estado tan poderoso como el nuestro, teniendo simple mayoría y contando
con los enormes poderes Legislativos que posee, tendrá pocos incentivos para
llegar a acuerdos con la oposición en la determinación de las reformas a estos
organismos.
En tercer lugar, el proyecto omite algunas
cuestiones elementales para la tradición Constitucional. En él se menciona la
propiedad privada, pero no se dice nada respecto de las garantías para quienes
sufren una expropiación (siendo la más importante el pago de una indemnización);
ni tampoco menciona el estatuto tributario (impuestos). Nuestra regulación
actual ordena que los tributos sean creados y modificados por Ley, acogiendo el
viejo principio que dice que no habrá impuestos sin representación Parlamentaria.
Ambos principios (indemnización para el expropiado y legalidad del tributo)
están diseñados para proteger a los contribuyentes de la arbitrariedad del
Ejecutivo, y su omisión reduce el control político sobre el Presidente. Si la
omisión de estos principios se debe a que el proyecto pretende mantener las
reglas Constitucionales actuales que no explicita, la lógica podría aplicarse a
todas las cuestiones que no menciona, como el Consejo de Seguridad Nacional.
El mayor perdedor con esta propuesta podría ser
el propio Congreso, el que vería reducida su influencia si no se rectifican
algunas de estas cuestiones. Muchas otras propuestas ofrecían un mejor
equilibrio en la relación entre el Presidente y el Congreso, cuestión que
debería ser considerada por Bachelet si se quiere evitar el camino del
cesarismo Presidencial que, sumado al fantasma de la reelección del Presidente,
podrían convertir a Chile en un país menos democrático.
Jueces y transparencia,
por Ricardo Leiva.
La propuesta del Gobierno de crear un Observatorio
Judicial ha sufrido ya tantos contratiempos, que se ha desviado la atención del
problema de fondo: la necesidad de aumentar la transparencia y la rendición de
cuentas en el sistema Judicial chileno.
Según la última encuesta UDP, los Tribunales de
Justicia forman la institución menos confiable de Chile tras los partidos
políticos y el Congreso: el 42% de los chilenos confía nada en los Tribunales y
otro 45% confía poco. Pero los datos arrojan diferencias sociales
significativas: el 30% del segmento medio-alto desconfía totalmente de la Justicia,
en comparación con el segmento bajo, donde ese porcentaje sube al 50%.
Seguramente, las personas menos pudientes perciben que sólo quienes pueden
pagar buenos abogados tienen derecho a acceder a la Justicia.
Otros sondeos de opinión, como la encuesta CEP,
arrojan idénticos resultados, lo que nos
lleva a concluir que los Tribunales chilenos afrontan una crisis reputacional
potente, que se agrava con el tiempo.
A sucesivos fallos Judiciales que resultan
incomprensibles para la ciudadanía, como la reciente suspensión del proceso
contra los activistas que se tomaron el ex Congreso, se suma una aparente
“impunidad” de los Jueces para dictaminar sin rendir cuentas a nadie, ya que su
sistema de calificaciones ha sido reiteradamente considerado como ineficiente
por destacados profesores de Derecho.
Como la delincuencia es el problema que más
preocupa a los chilenos (CEP, julio-agosto 2013) y el Gobierno siente que parte
de la solución pasa por los Tribunales, éste anunció la creación del mentado Observatorio,
el que ahora saldrá adelante gracias a la decisión de la Universidad Adolfo
Ibáñez.
La Corte Suprema respondió a la iniciativa de
La Moneda señalando que ésta podía restarle independencia al Poder Judicial. La
pérdida de independencia suele ser el argumento de quienes no comprenden que la
autonomía institucional en las naciones democráticas tiene como contrapartida
una rendición de cuentas cabal, medible y frecuente. Instituciones como el
Banco Central son autónomas, pero también muy confiables, gracias a que cumplen
metas cuantificables (mantener la inflación en un rango del 2 al 4%), rinden
cuentas ante la opinión pública y el Senado cada tres meses, divulgan diariamente
información de calidad urbi et orbi y hasta publican las minutas de sus
sesiones de Consejo para conocer los fundamentos de sus decisiones.
Sólo una institución transparente puede ser
plenamente autónoma y confiable. Los Jueces son servidores públicos y sus
decisiones afectan la vida de todos los ciudadanos. Precisamente porque forman
un poder independiente, en democracia tienen la responsabilidad de justificar
públicamente los fundamentos de sus decisiones, y evidentemente esos motivos y
actuaciones pueden y deben ser escrutados y/o rebatidos por cualquiera, pues
hasta los reyes hoy se ven sometidos a la crítica y al control ciudadano. La
transparencia y la rendición de cuentas son el prerrequisito de la legitimidad
democrática y la independencia que son esenciales para una sólida
administración de la Justicia.
Dificultades para consensuar la Ley de Lobby.
La Ley de Lobby que se
está tramitando en el Congreso consiguió ser aprobada de manera general en el
Senado, pero varios de sus artículos fueron pasados a Comisión mixta por no
contar con los acuerdos necesarios. Algunos de los que han tenido mayor
intensidad de debate se refieren a la necesidad de que no solo los Parlamentarios,
sino también sus asesores, difundan de manera transparente las reuniones que
sostengan con representantes de grupos de interés. La precisa redacción de los
artículos de una Ley de esta especie —y, como consecuencia de lo anterior, los
detalles rutinarios a que conduzca su aplicación práctica— resultan cruciales
para que una Legislación sirva en forma adecuada a los objetivos que motivaron
su proposición, algo a lo que, horizontalmente, todos aspiran.
El lobby —esto es, la
entrega de información interesada por parte de quienes resultan afectados
positiva o negativamente por una determinada Legislación— a los Parlamentarios,
miembros del Poder Ejecutivo y grupos asesores, todos los cuales participan
finalmente en su redacción, presentación y eventual aprobación o rechazo, es
una actividad que, lejos de ser indeseable per se, es necesaria: es la manera
que tienen quienes cargan con la responsabilidad de llevar adelante ese proceso
—Ejecutivo y Legislativo— de recibir información relevante para tomar sus
decisiones, así como para conocer las legítimas preocupaciones de los
interesados, sean estos empresas, organizaciones ciudadanas u otras instancias.
Sin embargo, no pocos
han querido presentar al lobby como una actividad intrínsecamente sospechosa o
corrupta, cuyas acciones solo apuntarían a modificar las decisiones de la
autoridad por medios ilícitos o indebidos. Precisamente, lo que una buena Ley
de lobby debe buscar es establecer una línea divisoria entre aquel que es
legítimo y socialmente útil, y aquel que sea ilícito. Pero eso no es en
absoluto fácil de lograr, puesto que las conductas legítimas y las ilícitas
pueden tener, unas y otras, un aspecto formal exterior muy similar, que hace
difícil distinguirlas. De allí que la Ley respectiva deba buscar maneras
indirectas, que minimicen las opciones de ocurrencia de las ilícitas.
Procurar la
transparencia de las reuniones entre quienes hacen lobby y los miembros y
funcionarios del Ejecutivo o del Congreso es, ciertamente, un requisito
esencial. Pero extremar esa transparencia hasta paralizar la vida de las
autoridades sería impracticable. Encontrar un justo equilibrio aconseja revisar
acuciosamente la Legislación comparada. Es probable que imponer sanciones
ejemplares a quienes transgredan la normativa y velar por la efectiva
aplicación de las mismas sea un buen inhibidor de conductas indeseadas, en
aquella parte en que ese justo equilibrio no haya podido impedir que ocurra.
Deterioro patrimonial
urbano.
La sucesiva pérdida
—sea por los terremotos, ahora por los incendios o siempre por la despreocupación
o irresponsabilidad de ciudadanos y autoridades— de las construcciones de valor
patrimonial que aún se conservan en distintas ciudades de Chile es doblemente
lamentable tanto por su valor intrínseco como por su escaso número, en
comparación con la riqueza de otras naciones latinoamericanas en la materia.
Ello ocurre a lo largo del país, pero en el último tiempo la alarma se ha
concentrado en el caso de Valparaíso por el riesgo de perder la distinción de
nivel mundial que le fue otorgada a su centro histórico. También, por
desgracia, Santiago viene siendo víctima desde hace décadas de un deterioro
parecido, y en la madrugada de ayer vivió un episodio más con el incendio del
Palacio Aldunate.
Ese edificio, situado
en la esquina de calle Ejército con la Alameda y construido en 1915, forma
parte del antiguo sector residencial que alcanzó su mayor esplendor a inicios
del siglo pasado, antes de que comenzara la emigración de los santiaguinos con
mayores recursos hacia el “barrio alto”. Aparte de sus méritos arquitectónicos,
este lugar fue la sede —cuando ya no cumplía su primer destino de lujosa
vivienda familiar— de las actividades de los jóvenes católicos, que fueron muy
intensas en especial en la década de 1940. En la dirección de Ejército 1 se reunían
los universitarios de la AUC, de donde surgieron numerosos dirigentes
destacados luego en la política, y en Ejército 3, en el segundo piso del
inmueble, la Juventud de la Acción Católica, movimiento que reunió 15.000
afiliados en todo Chile con la asesoría y liderazgo religioso y social del
padre Alberto Hurtado.
No hace mucho, cerca de
ahí, se dañó —en forma no tan irreparable— el edificio de Alameda con
Dieciocho, pero el desacuerdo del propietario con la autoridad respectiva y la
poca flexibilidad de las normas sólo han permitido reparar la fachada. Antes
(tras largos años de abandono) hubo mejor solución para el Palacio Pereira. Las
exigencias para los dueños son rígidas y los estímulos para la conservación,
mínimos. Algo similar ocurre con los barrios cuya identidad se intenta
proteger. Un comité de asesoría Presidencial estudió meses atrás propuestas
para armonizar los intereses privados y públicos en base a subsidios y usos
razonables y controlados que respeten el patrimonio, aprovechando experiencias
extranjeras, pero se requiere una política urbana integral y quizás un vínculo
más estrecho del Consejo de Monumentos Nacionales con los Ministerios
relacionados, incluido por cierto el de Cultura.
La Alcaldesa de
Santiago ha manifestado voluntad de recuperar el entorno de la Plaza de Armas y
cuidar el futuro de algunos barrios, y lamentó este “ritmo de incendios” que
afectó al Palacio Aldunate, pidiendo que los residentes de los edificios
históricos prevengan y cuiden su seguridad. Lo importante es que estas
catástrofes, que siguen repitiéndose, detonen de una vez por todas una reacción
capaz de encontrar, como las hay en otros países, la fórmula adecuada para una
solución definitiva antes de que sea demasiado tarde.
Inestabilidad en economía
mundial.
La decisión del Banco
Central Europeo de recortar su tasa de interés de referencia en 25 puntos base,
para dejarla en 0,25% anual, su menor nivel histórico, da cuenta de que la
economía mundial sigue sujeta a importantes riesgos, si bien algo más acotados que
los previstos a comienzos de año, lo que obliga a una actitud de especial
cautela.
Diversos expertos han
puesto de manifiesto que la economía global podría estar dando los primeros
pasos hacia un cuadro deflacionario, fenómeno de difícil identificación y, por
lo mismo, de compleja resolución, caracterizado por una espiral de bajas de
precios que puede llevar a un estancamiento económico. La inflación interanual
de la zona euro se ubicó en 0,7% en octubre, muy por debajo del 2,5% de hace
sólo un año, lo que previsiblemente incidió en la decisión del BCE de recurrir
al estímulo monetario, dejando abierta la puerta para otro tipo de medidas “no
convencionales”.
El promedio de
inflación de los países Ocde se ubica en 1,5% (contra el 2,2% de 2012),
mientras que la inflación en Estados Unidos también se ubica por debajo del 2%,
objetivo implícito de la Reserva Federal. Estos fenómenos tienen el potencial
de afectar la relativamente tenue recuperación que se ha observado en la
economía mundial, y obligará a los gobiernos y bancos centrales a una tarea de
constante monitoreo.
La economía chilena ha
entrado en una senda de desaceleración. El Imacec de septiembre fue
preliminarmente de 3,9%, lo que sumado a otras variables ha hecho anticipar a
varios economistas que en 2014 el PIB podría expandirse en torno a 4%, o
incluso bajo esta cifra, mientras la inflación doméstica se ubica bajo el rango
meta que ha fijado el Banco Central. El cuadro interno algo más adverso, sumado
al incierto escenario externo, no parece haber tenido la debida atención en la
presente contienda electoral, lo que debería ser corregido.
Enfoques
Internacionales: 2016 en la mira de EE.UU.
Christie arrasó, con
más del 60% de los votos, en un Estado que apoyó ampliamente a Obama el año
pasado. Y si bien algunos piensan que eso se debió a su personalidad y a la
manera como enfrentó los devastadores efectos de un huracán que azotó su Estado,
muchos creen que obtuvo el éxito por su enfoque político moderado y pragmático,
que lo diferencia de la derecha representada por la facción del Tea Party. En
efecto, Christie ha trabajado con los demócratas sin inconvenientes, y ha
criticado la manera divisiva de hacer política en Washington.
Tras las elecciones, se
abrió el debate sobre cómo debe el Partido Republicano trabajar para recuperar
el poder en 2016. En la línea de Christie están quienes consideran que el
ideologismo del Tea Party ha producido el alejamiento de muchos votantes, y que
es hora de moderar las propuestas y actuar con mayor realismo ante los temas
económicos y sociales que dividen fuertemente al electorado. En el otro lado,
las posturas principistas tienen también partidarios, y algunos consideran que
la derrota por pocos puntos de Ken Cuccinelli, en Virginia, se debió más a la
falta de recursos para la campaña que a un rechazo categórico de su línea
política. A Cuccinelli, que encabezó una implacable campaña contra el programa
de salud de Obama, puede haberle pasado la cuenta el shutdown del Gobierno, que
afectó fuertemente a los habitantes del Estado, pero también el hecho de que en
temas valóricos no estuvo en sintonía con el electorado.
Si Christie tiene
opciones de ganar las primarias de su partido, en 2016, se verá con el tiempo.
Por ahora, una señal de que sí podría hacerlo es que los demócratas lo
consideran el más duro rival y ya han iniciado una campaña para
desprestigiarlo.
Vuelco total en la política
de Nueva York.
De las varias ciudades
importantes que elegían a sus Alcaldes, Nueva York era con mucho la más
interesante, porque ahí estaba en juego el legado de dos Ediles emblemáticos
que terminaron con la alta criminalidad. Rudolph Giuliani y Michael Bloomberg
bajaron las altas tasas de delitos hasta hacer de Nueva York una de las grandes
urbes más seguras del mundo. Más policías en las calles, prioridad a la
prevención del crimen y un sistema informático que mejora la gestión policial
fueron algunas de las medidas que contribuyeron a disminuir la violencia desde
mediados de la década de 1990, al punto que en lo que va de este año la tasa de
homicidios cayó 27% respecto de 2012, y podría ser equiparable a la de los años
50.
El electorado
neoyorquino dio un vuelco total a la política de la ciudad, después de 20 años
de dominio republicano. Bill de Blasio, el Alcalde electo, anunció que
terminará con la política de “detener y registrar” (stop and frisk), que para
muchos es clave para prevenir el delito, pero que para el demócrata y sus
partidarios es discriminatoria e indigna para las minorías, ya que son los
hombres de color y los hispanos los objetivos principales de esta inspección.
Una Juez dictaminó que lo que hacía la policía era inconstitucional. Habrá que
esperar a ver qué medidas efectivas tomará como alcalde para mantener
controlado el delito, y si con ellas la ciudad sigue siendo un ejemplo de lucha
antidelincuencia.
Otra de las medidas
anunciadas por De Blasio —un ex simpatizante de los sandinistas nicaragüenses,
quien estudió en la New York University y en Columbia, y llegó a ser asesor de
la campaña Senatorial de Hillary Clinton— es la de subir los impuestos a los
más ricos para financiar mayor cobertura preescolar y alargamiento de la
jornada colegial. La desigualdad le molesta a De Blasio, pero ella es propia de
un lugar como Nueva York, donde los empresarios van a hacer dinero y los
inmigrantes pobres buscan oportunidades. Lograr el equilibrio entre los dos
mundos, sin deteriorar la urbe, es el gran reto del nuevo Alcalde.
Reforma para evitar
reelección en Brasil.
Los últimos Presidentes
de Brasil han ganado una reelección por amplio margen. Algo parecido ocurre en
el nivel de Gobernadores y Alcaldes. Dilma Rousseff, quien se recuperó de una
abrupta caída de popularidad, podría ser la última Mandatario en buscar un
segundo período si prospera el proyecto de una comisión de la Cámara Baja. Los Diputados
afirman que “el proceso de reelección crea distorsiones”, como adelantar las
campañas con un “Presidente-candidato” que usa el aparato público para su
beneficio, lo cual “genera una disputa desigual”.
En América Latina se ha
expandido la fiebre por las reelecciones indefinidas. En Ecuador, Bolivia y
Venezuela ya ocurre así. Los partidarios de Cristina Kirchner estaban muy
proclives a hacerlo. En el caso de Brasil, como Colombia y otros, los Mandatarios
solo pueden reelegirse una vez, costumbre copiada de EE.UU., donde el período Presidencial
de cuatro años fue considerado corto para cumplir todas las promesas, pero suficiente
para comprobar la capacidad del Ejecutivo.
Correspondencia destacada.
Señor Director:
Derechos sin obligaciones.
En relación con la proposición de varios
candidatos de “universidad gratuita para todos”, llama la atención, igual que
muchas otras proposiciones de corte similar, que el énfasis está puesto en
garantizar derechos, pero en ninguna parte aparece como una contrapartida
natural la de establecer obligaciones.
En el caso de “universidad gratuita para
todos”, cabe preguntarse si ello significará un incentivo para los estudiantes
a estudiar más y hacer un esfuerzo para terminar sus carreras en un plazo
razonable, o, más bien, como ha sucedido en otros países cercanos, esta
situación llevará a muchos, sobre todo a los de mayores recursos, a prolongar
innecesariamente su grata vida universitaria financiada por los recursos de
todos.
Gastón Josephson Reizin.
Señor Director:
Reforma tributaria.
El equipo económico de Michelle Bachelet
informó que la reforma tributaria propuesta recaudaría 3% del PIB. Estimo que
dicha reforma no recaudará más del 2% del PIB una vez en régimen: 0,5% vía
menor elusión y 1,5% por mayores tributos. Lo anterior bajo el fuerte supuesto
de “ceteris paribus”; es decir, asumiendo que el crecimiento del país no baja
producto de dicha reforma y otras medidas que implementarían. ¿Financiarán la
menor recaudación vía una mayor reforma tributaria, más endeudamiento del
Estado, o incumpliendo compromisos?
Paul Fontaine B.
Nuestra posición en las próximas elecciones.
Nosotros no seremos cómplices de
entregar al país amarrado de pies y manos a la corrupta concertación + el
partido comunista (Nueva Pillería o Nueva Porquería), por eso simplemente
votaremos por Evelyn Matthei como candidato a la Presidencia de la Republica,
por postulantes al Parlamento que no sean estatistas y por aspirantes a CORES
de ideas libertarias...
Pueblos bien informados
difícilmente son engañados.