¿Qué es todo
esto?,
por Gonzalo Rojas S.
La palabra, la expresión exacta, no aparece de
inmediato. Tampoco resulta fácil incluir en un solo término el estado actual de
nuestras relaciones humanas.
Locura: significaría que todos somos
inimputables. Odio: descalificaría a los pacíficos que van quedando.
Agresiones: implicaría que merecemos castigos parejos. Venganza: se presumiría
que, por igual, todos tenemos afán de revancha. Desconcierto: podría pensarse
que nadie entiende nada.
¿Y si lo llamamos simplemente con esa magnífica
palabra castiza, descuajeringamiento? Lo que se sale de cuajo. ¿O
desquiciamiento? Para que se entienda mejor: lo que se sale de quicio. Eso es.
Unos pocos -quizás cientos, quizás miles- están
sacando todo lo nuestro fuera de su quicio. Desquiciándose ellos, nos
desquician a los demás.
Le han metido a la vida nacional, a las
palabras y a los hechos, tales cuotas de descriterio o de agresividad, de
imprudencia o de maldad, que en Chile puede llegar a pasar cualquier cosa. El
país se tambalea desconcertado, se le mueve el piso. Está temblando muy fuerte.
Terremotea.
Asumo, en primer lugar, mi propia contribución.
No dejaré de reprocharme tosquedades intelectuales o torpezas verbales. Importa
poco, porque se trata apenas de un columnista, no de una columna, no de un
sillar de fundación. Firmo solo con mi nombre y hasta ahí llega mi
responsabilidad.
Otros, por sus puestos oficiales, tienen de
verdad la pista muy pesada. En primer lugar, y muy particularmente en los
últimos días, el Presidente Piñera. Lo que volvía a su cauce de discusión
académica, él lo soliviantó. Lo que era cuestión de los tribunales
-habitualmente mal llevado-, él lo politizó. Y Hinzpeter lo secunda. De paso,
se perdió ya una vida.
Complementándolo, los que tienen por objetivo
permanente desquiciar al país, se burlan, gozan. Desde muy diversas instancias
de las izquierdas, desde todas las organizaciones de fachada del PC, comprueban
cómo van logrando sacarlo todo de su sitio. Y lo hacen, una vez más, a través
de manos ajenas -que en cuanto puedan, terminarán cortando-.
La UDI acierta al afirmar que estamos en un
momento en que "la división entre los chilenos en vez de superarse, puede
ahondarse". Pero ¿es consciente de cómo ella misma, sí, el partido que
tiempo atrás era el modelo de probidad y unidad, se ha transformado en una
maquinita más de poder? Cuando Andrés Chadwick, dentro de un tiempo, se haga
cargo de su presidencia, habrá terminado de consumarse su decadencia. También
se habrá descuajeringado definitivamente.
Los asesores de Bachelet desquician al país con
su proyecto constitucional. Proponen que la ley regule "modalidades y
plazos para la interrupción voluntaria del embarazo", ponen a los
pacientes adultos en el disparadero de la eutanasia si lo desean, y afirman
"el derecho igualitario al matrimonio y a fundar una familia". Al
tarro de la basura la dignidad humana. Y todo se hará, por cierto, a través de
un método de suyo perturbador: una asamblea disolvente. La Democracia
Cristiana, desquiciada hace ya décadas, se conmueve -diría Dostoievsky- como lo
hace un canarito.
Muchos jueces hacen declaraciones, y pocos,
justicia. Muchos magistrados integran la ideología al derecho y desquician así
las normas. Vienen de universidades que han desquiciado a sus alumnos: sí, les
han comido el seso.
Enormes masas de jóvenes viven al margen de
todo, alienados, desquiciados también. Por cierto, postean y tuitean, o sea,
destrozan a todo el que se les pone por delante. No argumentan: insultan,
degradan. Son felices desde la nada de su anonimato. Descoyuntados.
¿Queda mucho más por desarmar, o estamos ya por
completo desquiciados?
El Presidente
y la nueva derecha,
por Daniel Mansuy.
En la recta final de su mandato, el Presidente
está empeñado en sentar las bases de un sueño largamente acariciado: la
fundación de una nueva derecha. Sus ojos están puestos en la contienda del 2017
y todo indica que dio por perdida la elección de noviembre. Es evidente la
escasa afección de La Moneda para con la candidatura de Evelyn Matthei, que
formaba parte de su Gabinete hace algunos meses y que busca infructuosamente
encarnar la continuidad. Con todo, nada de esto parece importarle al Primer
Mandatario.
Es indudable que en su empresa el Presidente
corre con viento a favor. Su discurso se corresponde exactamente con nuestro
estado de ánimo y, además, aparece envuelto en un halo de convicciones morales
profundas. Es cierto que no le faltan los detractores en su propio campo, pero
éstos tienen, según él, los días contados: mientras unos avanzan raudos con el
ritmo de la historia, otros se condenan a ser devorados por ella. Al fin, se
dice, el Presidente encontró su relato más evocador: liberar a la derecha de
los fantasmas de la dictadura.
Así, Sebastián Piñera asume sin ambages la
mirada dominante sobre nuestro pasado, donde sólo cabe la condena moral. No
queremos mirar nuestra historia sino para juzgarla desde el reino de las
certezas y la superioridad (bien decía Camus que el matiz es el lujo de las
inteligencias libres). Como fuere, hay involucrada una exigencia radical para
la derecha: o bien se decide a romper consigo misma y con la narración de su
propia biografía (mal que mal, casi toda la derecha actual se forjó en la
oposición a la Unidad Popular y en la participación en el régimen militar), o
queda anclada en una posición cada vez más marginal.
El Presidente tiene más de un punto, pero el
lenguaje que utilizó encierra al sector en un callejón oscuro, porque remite a
un registro puramente moral. Por eso es tan difícil distinguir en sus palabras
entre oportunismo y convicción. Así las cosas, uno puede preguntase, si tan
grande es su indignación moral, qué misterioso fenómeno lo obligó a Gobernar
rodeado de cómplices pasivos y de gente tan equivocada en cuestiones cruciales.
Si cada cual es libre de escoger a sus amigos, las preguntas de Piñera se
dirigen tanto a él como a sus socios.
La pregunta central es si acaso el Presidente
está fundando una nueva derecha o simplemente, está intentando garantizar la
subsistencia del piñerismo. Si es lo primero, más allá de las diferencias, se
trata de un objetivo ineludible. La dificultad es que, en estos años, el Primer
Mandatario ha encontrado enormes dificultades para elaborar un discurso. No es
casualidad que ahora tenga éxito con el registro moral, que es insuficiente
para hacer política. La pura negación es muy pobre como proyecto, salvo que se
pretenda seguir girando indefinidamente a cuenta del pasado.
Dicho de otro modo, no es a punta de golpes
efectistas que podrá fundarse algo así como una nueva derecha. Si es puro
personalismo, Piñera sólo estará contribuyendo a radicalizar la profunda
desorientación intelectual y política que afecta a la derecha desde que asumió
el poder. Es cierto que ambos objetivos no son necesariamente excluyentes, pero
articularlos sigue siendo una tarea pendiente.
¿No
hay perdón? ¡No hay vida!,
por Teresa Marinovic.
¿Oportunismo político o mera
ingenuidad? No es posible
saberlo. No, al menos, con la certeza con que se puede saber que el cierre del
Penal Cordillera no contribuirá en nada a la reconciliación.
No contribuirá, porque más allá de si
las razones que hubo para crear
ese recinto fueron o no justificadas, y de si las condiciones de reclusión eran
excesivamente benevolentes, es un hecho evidente que no había intenciones de
paz en quienes pedían a gritos lo que Piñera ofreció en bandeja de plata.
Desistir es la primera forma de
perdonar y, muy probablemente, la más difícil. Consiste en abdicar de un
derecho y en renunciar, por ese mismo acto, no sólo a la venganza sino a toda
forma de castigo. Y el clamor de verdad, de justicia y la voluntad de mantener
viva la memoria,
no se condicen con la decisión genuina de hacerlo. No será, por tanto, el Penal
Cordillera (ni su holocausto) el que calme una sed cuyos orígenes están muy
lejos de cualquier lugar físico.
Para
los efectos prácticos el decreto firmado por Piñera constituye un acto de
profunda irresponsabilidad, por medio del cual alimentó a un monstruo que
amenaza con destruir la convivencia nacional
y que ofrece una disyuntiva insoslayable: o el perdón o la muerte.
Perdonar es un acto de renuncia pero,
al mismo tiempo, de autoafirmación radical. Porque el resentimiento y la rabia
son, en definitiva, profundamente autodestructivos. Perdonar es conceder una
gracia, pero una gracia de la que el primer beneficiario es uno mismo. Desde
ese punto de vista, quienes están mejor
inclinados para hacerlo demuestran que disponen de un instinto de supervivencia
superior al de quienes se dejan arrastrar por el rencor.
Perdonar es divino, dice el refrán. Y
es cierto, porque sólo puede hacerlo el que tiene espíritu. Es la razón del
ofendido la que tiene la capacidad de descubrir justificaciones para el
ofensor. Y es su corazón, el que le puede mover a ofrecer lo que quisiera haber
recibido cada vez que se encontró bajo el peso de una culpa.
¿Oportunismo político o mera
ingenuidad? No importa demasiado. Para los efectos prácticos el decreto firmado
por Piñera constituye un acto de profunda irresponsabilidad, por medio del cual
alimentó a un monstruo que amenaza con destruir la convivencia nacional y que
ofrece una disyuntiva insoslayable: o el perdón o la muerte.
Proyecto de
nueva Constitución.
Uno de los tres “ejes” principales del programa
de la Nueva Mayoría es el de, en lugar de reformar el actual texto Constitucional
como se ha venido haciendo desde los acuerdos previos al plebiscito de 1988,
elaborar una nueva Carta Fundamental. Tanto lo ambicioso del objetivo como las
discrepancias internas sobre su contenido y en cuanto al mecanismo que se siga
para aprobarlo podrían explicar la tardanza de la candidata en decidir una
propuesta definitiva, pero ello desconcierta a buena parte de sus seguidores y
aumenta los riesgos de descontento en aquellos que no se sentirán representados
por las opciones que finalmente se adopten, como ya se está manifestando en el
propio equipo que las redactó.
Hay allí, en efecto, numerosos asuntos en los
que se quiere innovar, tales como el cambio a un sistema semipresidencial, con
separación en las funciones de Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, pero a la vez
con una nueva atribución del Ejecutivo para caducar el mandato Parlamentario y
llamar a nueva elección; referéndum popular para impedir o derogar una
determinada Ley; supresión del capítulo relativo a las Fuerzas Armadas y del
Consejo de Seguridad Nacional; rebaja de los quórum actuales para reformas Legales
de trascendencia, y consagración de diversos derechos sexuales y reproductivos,
así como el aborto. Y aunque se ha afianzado la vía institucional en lugar de
la Asamblea Constituyente, no está claro cómo se operaría ante un rechazo del
Parlamento si no se logran los doblajes indispensables para las mayorías que
ahora se exigen.
Este complejo escenario no sólo despierta
críticas en la Alianza sino algunas, también, en las materias de fondo, entre
los especialistas de la misma oposición, en especial en los extremos de la DC y
el PC, por el documento elaborado en el equipo programático que recoge las
distintas posiciones. Así, mientras el representante comunista pide revisar el
tema de los estados de excepción, el de la Democracia Cristiana advierte un
“aire antirreligioso” en la visión laicista y cuestiona la interrupción
voluntaria del embarazo. Además del debate jurídico institucional surgen, pues,
fuertes diferencias valóricas difíciles de compatibilizar y que pueden tener un
efecto mayor en la base electoral que en las opiniones de los expertos
convocados.
Porque, sobre todo en la difícil situación que
vive la Falange, las reacciones que ya han tenido algunos dirigentes permiten
sospechar que, rumbo a un eventual próximo Gobierno, no se insistirá demasiado
en tales discrepancias, pero es dudoso que todos sus simpatizantes acepten esas
renuncias cada vez más evidentes a los antiguos principios del humanismo
cristiano. Por otra parte, la demora de estas definiciones también puede
superar la paciencia de algunos sectores que piden más claridad en las medidas
concretas de un programa que lleva meses de discusión y en el que
necesariamente habrá que optar entre visiones que suelen ser muy diversas.
Venezuela: la
consecuencia de un modelo fracasado.
Venezuela vive tiempos difíciles, con escasez
crónica en productos y servicios básicos, una economía en problemas y un Gobierno
cada vez más encerrado en tesis conspirativas e incapaz de ofrecer respuestas
viables. El escenario es el resultado de la mezcla de autoritarismo político y
centralismo económico que ha debido soportar el país desde que en 1999 llegó al
poder el extinto Presidente Hugo Chávez y comenzó a avanzar progresivamente
hacia la instauración de un régimen que coarta las libertades civiles y la
iniciativa económica de la población.
La situación ha llegado a ser comparada por
algunos políticos y analistas con la que se vivió antes del llamado “Caracazo”,
estallido social que tuvo lugar en febrero de 1989, dejó centenares de muertos
y obligó al Gobierno de entonces a disponer la intervención de los militares.
Tal como el “Caracazo” marcó el inicio del ocaso del proceso que emergió en
1958 con el “pacto de Punto Fijo” -el cual hizo surgir un orden que le dio Gobernabilidad
al país a través del protagonismo de dos grandes partidos, el socialdemócrata
Acción Democrática y el democratacristiano Copei-, la coyuntura actual marca la
completa decadencia y falta de soluciones del régimen inaugurado por Chávez y
continuado desde su muerte por Nicolás Maduro.
La crisis por la que atraviesa Venezuela es la
consecuencia de la adopción de un modelo que ha resultado catastrófico y que
parece encaminarse a una encrucijada: o las autoridades realizan reformas que
den un golpe de timón y una apertura hacia la competencia política y la
libertad económica, o profundizan la línea que han seguido hasta ahora y sumen
al país en un escenario que lo puede conducir al caos. Para que haya cambios,
es necesario que las divisiones al interior del oficialismo que se han insinuado
en el pasado cristalicen pronto, posibilidad que hoy no es tan obvia como
pareció hasta hace unos meses.
La deriva autoritaria que Chávez y Maduro han
impulsado ha ido poniendo en cuestión derechos fundamentales, entre ellos, las
libertades de expresión y de prensa. Incluso, el resultado de las elecciones Presidenciales
en que Maduro se declaró ganador en abril es objeto de fundadas sospechas de
fraude, las que se han visto agravadas por la negativa a realizar un reconteo
de la totalidad de los votos. Como resultado de la gestión bolivariana,
Venezuela es hoy un país que vive en un clima político de intensa polarización
y en el cual el gobierno trata de culpar a la oposición y a agentes externos
-por ejemplo, a través de la expulsión de tres Diplomáticos norteamericanos,
acusados de reunirse con la “extrema derecha”- de sus fracasos.
Estos parecen evidentes al observar la escasez
crónica en productos básicos como el azúcar, la harina de maíz, el papel
higiénico, el aceite y otros, que afecta de manera cotidiana la calidad de vida
de una población que también ha debido acostumbrarse a los racionamientos
eléctricos. La falta de inversión en sectores clave, como la infraestructura
vial -otrora un área en la que Venezuela lideraba en la región-, es clara y se
añade a los problemas que sufre la industria petrolera, donde la falta de
mantención y el nulo cumplimiento de los protocolos de seguridad incluso han
provocado accidentes graves, como el estallido de la refinería de Amuay en
2012, que dejó 55 muertos y pérdidas millonarias.
l
Correspondencia
para meditar.
Señor Director:
Cierre del
penal Cordillera.
Chile tiene un régimen carcelario deficiente
que ronda en lo inhumano, donde las condenas de reclusión (es decir, la pena
legal) se transforman en apremios ilegítimos permanentes y prolongados en el
tiempo. En la práctica, se trata de una especie de suplicio institucionalizado
de carácter vindicativo en contra de quienes se estima culpables de violar la
ley. De ese modo, nuestro sistema no pasa la prueba de blancura de ningún
compromiso internacional asumido en materia de derechos humanos.
Desafortunadamente, para la mayoría de las
personas los delincuentes no tienen derechos y se tienen bien ganado el
tormento, lo cual dice bastante sobre el nivel de nuestra cultura y demuestra
que los derechos humanos no importan si no van acompañados de un contexto político.
En ese sentido, no hay que sorprenderse de que una dirigente de derechos
humanos haya señalado hace un tiempo que los violadores de derechos humanos
carecen de los mismos.
La semana pasada, por razones de “igualdad”, el
Presidente Piñera decidió cerrar un recinto donde se servía la pena de
reclusión y no la de tormento, reivindicando el carácter vengativo de la misma,
el cual fue furibundamente reclamado por la oposición, ya que dicha cárcel no
era un suplicio para quienes la habitaban. En definitiva, lo que se entiende es
que si casi todos los presos viven en condiciones denigrantes, es deber de
éstos sufrirlas también. Insólito.
Uno podrá discutir por qué algunos reclusos
reciben un trato digno y otros no, pero claramente la solución no es privar a los
primeros de ese trato, sino tratar de mejorar las condiciones de los segundos.
Esto, claro está, si tomamos el tema de los derechos humanos en serio.
Finalmente, viene al caso repetir la manoseada muletilla de que el avance de
una sociedad se ve en las condiciones en que viven sus reos.
Cristián Gabler, Abogado.
Señor Director:
Presupuesto.
Ahora que se está discutiendo el Presupuesto de
la Nación, ¿algún Honorable puede explicar por qué los presupuestos de Piñera
superan los 62.000 millones de dólares y los de la Concertación fluctuaron
alrededor de 24 mil millones y sólo el último de Bachelet fue de 35 mil
millones de dólares? ¿A dónde iba a parar la sideral diferencia durante la
Concertación?
Carlos Kinast Feliu.
Pueblos bien
informados
difícilmente
son engañados.