Video revela negocios oscuros vinculados
a Néstor Kirchner
El ex Presidente
trasandino habría sacado del país 55
millones de euros. Filmación fue realizada
por el periodista Jorge Lanata.
La compañía aérea estadounidense American
Airlines dijo que ha logrado arreglar el problema del sistema de reservas que
ha interrumpido los viajes de miles de pasajeros cuyos vuelos han sido
retrasados o cancelados.
Perturbadora imagen de opositores al chavismo baleados por chavistas en Maturín, capital del estado Monagas en Venezuela. Los caídos, desarmados, prácticamente fueron fusilados.
Ejercito venezolano recibió órdenes del Ejecutivo de quemar todos los votos utilizados en las fraudulentas elecciones del domingo para evitar la auditoría exigida por Capriles y recomendada por organismos internacionales.
Suspendido Velásquez.
Una buena noticia nos parece la suspención
decretada, además de una multa del 12% de su sueldo mensual, por la Comisión de
ética de la Cámara de Diputados hasta que aclare su condena por fraude al Fisco
y pague a la Municipalidad de Coquimbo, de la que fue Alcalde, con la que mantiene una deuda que esciende a
los 286 millones de pesos.
Una oportunidad para prestigiar al Parlamento.
El Senado tiene hoy la posibilidad de prestigiar a
la actividad pública y recuperar algo del prestigio que ha perdido la
corporación rechazando la injusta e inmoral acusación con la que se quiere
destituir al Ministro de Educación, Harald Beyer, que ha sido el único
Secretario de Estado en esa cartera que se ha preocupado de aplicar la Ley y ha
tomado medidas para mejorar la calidad de la educación pública.
Beyer: Simpatía republicana,
por Leonídas Montes.
Hace 500 años, el gran Niccolò Maquiavelo escribió
su provocativo e influyente El Príncipe. El
humanista florentino, en su histórico y fundamental opúsculo, develó la
verdadera naturaleza de la política. Adelantándose en unos doscientos cincuenta
años a David Hume, distinguió entre lo que debería ser y lo que es. Y para
sustentar esta diferencia epistemológica utilizó, ni más ni menos, que a la
idealizada política. La realidad de la política, nos hizo ver Maquiavelo, suele
ser distinta a lo que quisiéramos. Lo que debería ser en política generalmente
no coincide con la verità effetuale della cosa,
con lo que realmente es. En cierto sentido, la práctica política —mantener o
incrementar el poder— parece ser amoral. Por eso, Maquiavelo recomienda que
quien quiera entrar a la política “debe aprender a ser no bueno”. El padre de
la ciencia política moderna, si bien fue un republicano en vida y obra, no
eludió esta dura realidad.
Y si nos atenemos a su cruda y realista concepción
de la naturaleza humana, el gran Maquiavelo también es un precursor de la
racionalidad económica y del public choice. Pero
en economía existen importantes avances que demuestran que la racionalidad
económica no es tan fría como parece. Algunos experimentos y la influencia de
la evolución han demostrado que existe cooperación. O mejor dicho, que existe
cierta predisposición al altruismo. Como ya había planteado el padre de la
economía, Adam Smith, existe un principio en la naturaleza humana que nos lleva
a celebrar y valorar el bienestar del otro, aunque esto no nos reporte
beneficio alguno. Es su concepto de simpatía, que debe ser entendido como una
especie de “empatía deliberativa”. Esto es, los seres humanos nos ponemos en
los zapatos del otro, sentimos con él, pero también intentamos entender dónde y
cómo pisan sus zapatos. Podemos sentir con los demás, pero sólo aprobamos las acciones
cuando éstas obedecen a razones y circunstancias que podemos justificar
éticamente. Dicho de otra forma, los sentimientos se mezclan con la razón.
Pero también existe otra cara de la realidad humana
más simple, pero menos amable. Cuando dos equipos de fútbol se enfrentan en un
partido importante, evidentemente ambos quieren ganar. Y si un jugador o un
equipo comienzan a jugar sucio, el partido se pone más agresivo. Aumentan las
tarjetas y el nivel del juego empeora. Lo mismo sucede con la corrupción, ya
sea a nivel público y privado. Esta se expande como un cáncer social y
perjudica a la comunidad. Posiblemente nuestros instintos de supervivencia
atávicos a veces nos llevan a jugar sucio, aunque esto finalmente perjudique el
bien de todos. Este fenómeno también
se da en la política.
El caso de Harald Beyer, cuya acusación se comienza
a discutir hoy en el Senado, tiene algo de todo esto. Y es importante por lo
mismo. Aunque Beyer ha recibido una simpatía transversal que cualquier político
soñaría, quizá es demasiado bueno. Nadie, en su sano juicio, duda de su
capacidad y preparación para el cargo. Y si bien los Senadores saben que su
voto es en conciencia, al parecer esa conciencia será política, independiente
de la idoneidad y dignidad de la persona. Beyer podría ser sólo otra víctima
del juego político sucio.
Esta acusación Constitucional a ratos se asemeja a
un reality show. Sólo recuerde los rostros
enardecidos de varios honorables celebrando la victoria. Andrade incluso llegó
a decir “hay olor a funeral aquí, ya matamos a uno”. Es cierto, puede ser un
brutal triunfo político para algunos. Pero tendrá un lamentable costo
republicano. Efectivamente, lo triste es que las personas con cierto espíritu
republicano consultadas por este tema inevitablemente se encogen de hombros y
susurran, resignados, “así es la política”. Esta impotencia poco a poco corroe
el espíritu republicano y ahuyenta a cientos de jóvenes interesados en el
servicio público. Y así se exalta la ley del más fuerte, del juego sucio y la farandulización
en la política.
Muy posiblemente, mañana (hoy) primará esa ansiedad de poder que hoy domina y
une a la oposición. Maquiavelo, un republicano realista, temía la corruzione. El esperado resultado adverso será sólo
otra señal de corrupción republicana que suma al desprestigio de la política.
Por todo esto, es posible que Harald Beyer pase a la historia como un mártir
republicano. De ser así, ojalá no sea también el último de los republicanos.
Ganar en la coalición... ¡y perder en el país!,
por Genaro Arriagada.
Al observar la política
chilena del último año (o más), es notorio el esfuerzo de varios grupos
opositores por copar el espacio de la Concertación, luego destruirla y fundar
en ese terreno una alianza distinta cuya orientación ideológica también parece
clara.
Esos sectores parten por
declarar muerta a la Concertación y desconocer sus realizaciones y legado. Nada
importa que bajo sus cuatro gobiernos el ingreso per cápita del país se haya
triplicado y la pobreza reducido a un tercio. Tampoco el liderazgo alcanzado
por Chile en todos los índices que miden el progreso de las naciones: el de
Desarrollo Humano de las Naciones Unidas; el de Transparency International en
corrupción; el de libertad económica de la Heritage Foundation; el de calidad
de la democracia, de Freedom House; el de la Fundación Konrad Adenauer; en la
calidad del Estado, el del Banco Mundial y el de la Bertelsmann Stiftung; y
tantos otros, que sería largo mencionar.
La Concertación, su obra,
su historia, queda así abandonada, a merced de la crítica de la derecha -lo que
es comprensible- y, a la vez, negada por dirigentes de los propios partidos que
la componen, lo que, además de una injusticia, es una estupidez.
Decretada su muerte, se
propone su reemplazo por una coalición que integra el Partido Comunista, una de
las entidades más ortodoxas entre las colectividades de ese carácter que aún
sobreviven en el mundo. Se intenta agregar el PRO, de Enríquez-Ominami, e
incluso sumar otras entidades que históricamente se han ubicado a la izquierda
de la Concertación, y obviamente esto conduce a un balance donde la DC juega un
rol mucho menor.
Pero no solo es un cambio
orgánico, sino también programático. Algunas de las fuerzas que impulsan esta
nueva coalición se inscriben en una tendencia antipartidos que intenta
sustituir la influencia de estas organizaciones en favor de una participación
ciudadana que no se precisa. Otros sitúan en el corazón de esta propuesta temas
que definen como la "agenda valórica", que son muy legítimos -entre
otros, aborto terapéutico, protección e igualdad de los derechos de las
minorías sexuales-, pero que expuestos en sus versiones más radicales llevan a
una confrontación con sectores progresistas del vasto mundo cristiano.
Frente a la necesidad de
una reforma de la Constitución, que parece necesaria y razonable, se evita
discutir lo esencial, que es el contenido de esas reformas, para reducirlo al
reclamo de una Asamblea Constituyente que, carente de la definición anterior,
resulta así una suerte de salto al vacío. El listado de estas propuestas es
bastante más extenso.
No cabe duda de que este
giro orgánico y programático importa abandonar el centro y no tener cuidado por
un eventual desplazamiento de decenas de miles de votos, que hoy se ubican en
la periferia de la Concertación hacia una candidatura de derecha.
La razón de esta arrogancia
es un triunfalismo donde el éxito electoral de Bachelet se estima asegurado por
un tan amplio margen, que admite espacios para renuncias y errores.
Contrariamente a esa visión, creo que el resultado de la elección presidencial
va a ser estrecho. Para la oposición, un resultado favorable de 53 a 47 por
ciento sería un notable éxito, pues equivaldría al doble de la ventaja que
Piñera sacó a Frei (51,5 contra 48,5), o, dicho en términos de número de votos,
Frei hubiera triunfado si solo 155 mil electores hubieran salido del campo de
Piñera para ubicarse en el de él.
Este error, de impulsar
estrategias que llevan a ganar en el propio partido para luego perder en el
país, es muy frecuente. Dos ejemplos de la política norteamericana pueden
servir para ilustrar este desvarío. En la derecha, el caso reciente del Tea
Party, que ganó el Partido Republicano, pero perdió el centro y, con ello, el
país. Años antes había sido la izquierda del Partido Demócrata, que de tanto
extremar una agenda radical perdió el centro y fortaleció a una derecha
cristiana que dio grandes triunfos al Partido Republicano.
Los políticos que necesitamos
por Patricio Zapata.
En mi última columna
recordaba a Jacques Maritain. Lo hice con ocasión de estarse cumpliendo, en
estos días, 40 años de su muerte. Anuncié, entonces, una segunda columna sobre
su idea de la buena política.
Debo confesar que he
estado tentado de cambiar de tema. En la medida que no existe una legión de
lectores ansiosos por una secuela maritaniana, nadie echaría de menos si en su
reemplazo dedicaba mejor estas líneas a comentar asuntos contingentes de
evidente mayor sex appeal (p.e., la
acusación constitucional al Ministro Beyer o la campaña de las
primarias).
Al final, sin embargo y en
esta oportunidad, he decidido escribir sobre lo que yo considero importante y
no sobre lo que se supone que los lectores esperan leer. Ya habrá ocasiones
para volver a opinar de lo que todos hablan.
Maritain escribió sobre
política en un tiempo de aguda crisis política. Lo hizo en unos años 30
marcados por la crisis del capitalismo y el surgimiento aparentemente imparable
de los grandes totalitarismos. En los años 40, instalado en los Estados Unidos,
reflexionó sobre la política mientras la
mitad del planeta se enfrascaba en una sangrienta guerra mundial.
No se le escapaba a
Maritain que los problemas de entonces respondían, en buena medida, a factores
estructurales y que, en ese sentido, la buena política a la que él aspiraba,
suponía necesariamente una reforma profunda de las instituciones. No obstante
esta comprensión, Maritain siempre abogó por un nuevo tipo de políticos, que
sin esperar el acaecimiento de los grandes cambios macro, empezaran desde ya a
operar con su testimonio: la transformación.
Para referirse a los
políticos que necesitamos, Maritain habló de “minorías proféticas de choque”
(“Carta Democrática”) o derechamente de “un nuevo estilo de santidad” (“Humanismo
Integral”).
Con la expresión “minorías
proféticas”, Maritain se refería a políticos que en vez de dedicarse a adular a
la multitud (seguir las encuestas diríamos hoy) se atreven a plantear los
caminos difíciles del sacrificio y el esfuerzo compartido. ¡Pero cuidado! Estos
profetas no son iluminados autoritarios que desprecian a la plebe. Se trata de
líderes que sabiendo escuchar y estando dispuestos a respetar la voz del
pueblo, no confunden esas virtudes con la actitud cobarde del que nunca defiende
posiciones de principios.
La idea de que en la
política también se puede vivir la “santidad”, no tiene nada que ver con
imponer algún tipo de integrismo talibán. Lo que Maritain rechaza es aquel
siniestro sentido común moderno, tan bien explicado por Maquiavelo, de que los
asuntos del mundo son, a fin de cuentas, territorio del Diablo y que, por
tanto, quien esté preocupado por su alma, mejor no entre en la política.
La idea de Maritain, por
el contrario, es que nuestra comunidad necesita siempre de políticos que, desde
el amor al prójimo, intenten siempre sujetar sus actos a las exigencias de una
moral de medios y fines y a una ética de la honestidad.
Venezuela: Una victoria con visos de derrota.
Con la votación del
domingo, es difícil pensar que la "revolución bolivariana" de
Venezuela dirigida por Nicolás Maduro siga el mismo camino que le imprimió Hugo
Chávez. El resultado demostró que ya no es válida la percepción de que el
chavismo es invencible: esta fue una victoria con visos de derrota. Casi el 50%
(49,07%, antes del recuento de votos) de los venezolanos está en contra de la
profundización del modelo socialista, un porcentaje mayor que el obtenido por
la oposición en octubre pasado, cuando el Comandante buscaba su reelección. Aun
usando todas las herramientas del amplio poder Presidencial venezolano, con
todo el aparato estatal disponible para apoyar al candidato oficial, Maduro
recibió 700 mil votos menos que su mentor, cifra que debería hacerlo meditar
sobre el real mandato que recibió de las urnas. Ante un país partido en dos,
surge la duda de si será más fuerte la capacidad aglutinadora del gobierno o la
fuerza disgregadora de un chavismo que comience a pedir cuentas a Maduro.
La actual revolución
socialista, a diferencia de la de los años 60 y 70, no busca el poder total por
las armas, sino por los votos. Venezuela, siguiendo de cerca el modelo cubano
para las transformaciones sociales -expropiaciones y nacionalizaciones,
intervención del Estado en todas las áreas de la economía y de la vida privada,
control de los medios de comunicación-, tomó su rumbo propio para tratar de
consolidar el régimen mediante una "democracia popular plebiscitaria"
en la que a través del voto permanente, dirigido por el carismático Chávez,
obtuviera el poder absoluto. Estas elecciones probaron que ese modelo tuvo un
éxito limitado, y que sin Chávez, la "magia" del poder popular
comienza a desvanecerse.
El Gobierno de Maduro
tiene desafíos económicos importantes -como el control de la inflación y la
necesidad urgente de mejorar la productividad petrolera-, y también los más
dramáticos en el ámbito de la seguridad y de las relaciones internacionales. Es
curioso que una de sus primeras señales hacia el exterior -al margen de
vociferantes declaraciones sobre integración y solidaridad latinoamericana- la
enviara Maduro a Washington mediante el fogueado político demócrata Bill
Richardson, a quien aseguró que quiere regularizar las relaciones Diplomáticas,
que hace años están a nivel de Agregado Comercial. EE.UU. sigue siendo el
principal cliente del petróleo venezolano, al cual China aún no desplaza, y
además su proveedor de bencina, ya que después del incendio en la mayor
refinería venezolana, Pdvsa no es capaz de satisfacer la enorme demanda
interna. Quizás sea un signo de que Maduro se percibe como más vulnerable.
Para la oposición se
avecinan desafíos enormes y tiempos difíciles. Debe mantenerse unida hasta, al
menos, las elecciones Legislativas de 2015. Será un reto para los seguidores de
Capriles, pero también un deber para con los electores que confiaron en que
podrían derrotar al chavismo. Pero su única opción de desplazarlo es mantener
esa unidad que tan buenos resultados le dio en estas elecciones marcadas por la
adversidad y la falta de solidaridad hemisférica: ni la OEA ni ningún otro
organismo regional se hicieron cargo de los reparos a la abrumadora desigualdad
de condiciones en una elección que se proclamaba como limpiamente democrática.
Esa prescindencia de la OEA favoreció a Maduro, que pudo actuar en el proceso
electoral con toda libertad. Su respaldo post factum a las peticiones de un
recuento completo de los votos y el ofrecimiento de ayuda para ello fue,
evidentemente, tardío e inconducente.
Otro imperativo será
resistir las presiones y provocaciones del oficialismo. En su desafiante
discurso de victoria, Maduro insistió en que su prioridad es la "paz, paz,
paz". Sin embargo, sus reiterados llamados a defenderse del "sabotaje
de la oposición" y apelaciones al "poder popular" para
defenderse del "enemigo de la patria", de los supuestos "planes
para violentar el país", y su amenaza de que "sabremos actuar si
alguien levanta su insolente voz sobre el pueblo de Venezuela", hacen
pensar que, más allá de tratar de frenar una violencia que es solo entelequia,
veladamente estaba haciendo todo lo contrario.
En la defensa del orden público, chileno, la
presunción de inocencia corre a favor de los manifestantes e, increíblemente,
el cumplimiento del deber policial es controlado por "inspectores de
derechos humanos"...
Pueblos bien informados
dificilmente son engañados.