El Ministro de Hacienda, Felipe Larraín, señaló que expresaron a Codelco la necesidad controlar los costos de producción de cobre ante la baja del metal rojo. |
Política y conflicto,
por Agustín Squella.
Vivir en
sociedad es hacerlo en relaciones de intercambio, de colaboración, de
solidaridad, y también de conflicto. En toda sociedad hay siempre,
inevitablemente, relaciones de esos cuatro tipos. Solo si la sociedad se reduce
a mercado podría considerarse que todo lo que se produce entre las personas son
relaciones de intercambio (te doy para que me des, como en una compraventa
cualquiera), y solo una visión angelical de ella afirmaría que lo que existe
son únicamente vínculos de colaboración (cooperamos para un objetivo común, que
es lo que ocurre, por ejemplo, en una sala de clases) y de solidaridad (nos
asistimos unos a otros, especialmente a quienes se encuentran en situación de
desventaja, que es lo que pasaría, por ejemplo, si parte de las cotizaciones
previsionales de los más ricos fueran a un fondo que permitiera mejorar las
pensiones de los más pobres). Por su lado, la idea también unilateral de la
sociedad como campo de batalla en el que a cada instante se enfrentan intereses
contrapuestos de individuos y de grupos, conduce a la creencia de que lo
característico de la vida en común es el conflicto.
Si la
sociedad como un todo no puede ser reducida a ninguno de esos cuatro tipos de
relaciones, la política, como una de las tantas actividades que se desarrollan
en ella, tiene que ver en mayor medida con el conflicto. La política es lucha
por el poder -por conseguirlo, por ejercerlo, por incrementarlo y por
conservarlo- y es ingenuo esperar que ella no muestre la enojosa cara del
conflicto. Así, y al revés de la frase de Clausewitz, la política es
continuación de la guerra por otros medios -pacíficos, se entiende-, ha sido un
progreso en la historia de la humanidad que el voto haya sustituido al tiro de
gracia del vencedor sobre el vencido y que las decisiones colectivas se adopten
sin derramamiento de sangre e incluso sin excluir al vencido de las
deliberaciones y votaciones que, por ejemplo, tienen lugar en un Parlamento.
En síntesis:
vivir en sociedad es hacerlo también en relaciones de conflicto, de manera que
este, lejos de ser una patología, resulta inseparable de la vida en común, y
todo lo más que se puede hacer frente al conflicto no es eliminarlo, sino
establecer instancias y procedimientos que permitan darle un curso y una
solución, pronta, eficaz y pacífica. Más inseparable aún es el conflicto de la
política, dado que lo que se encuentra en juego es el poder. Lo malo, sin
embargo, incluso tratándose de la política, es el conflicto a cualquier precio,
que es lo que tuvimos en Chile a inicios de la década de los 70 del pasado
siglo.
No hay
signos de que estemos de nuevo en la idea del conflicto a cualquier precio,
pero sí de que la lógica conveniente para una política democrática
-partidario/adversario- se está debilitando a favor de la dialéctica guerrera
amigo/enemigo. Es probable que la causa de ese hecho se encuentre en que
estamos viviendo un año de elecciones, pero no todo acaba allí. Cualquiera
advierte un encono demasiado encendido, por momentos hasta vulgar, en el que
predominan el recelo, la descalificación e incluso el desprecio por quienes
piensan de manera diferente. Las fuerzas políticas en el Gobierno se comportan
como si siempre fueran a estar en él y las de oposición como si tal
constituyera el papel de su vida, en circunstancias de que el que hoy Gobierna
bien puede ser mañana oposición y que esta, a su vez, podría en el futuro
alcanzar el Gobierno. Por tanto, el que Gobierna no debe hacer a la oposición
lo que no querría que esta le hiciera mañana desde el Gobierno, mientras que la
oposición no debería hacer al Gobierno lo que no querría que las fuerzas
políticas hoy en él le hicieran mañana cuando sean oposición.
¿Será mucho
pedir que en lo que resta de año el Gobierno se comporte pensando en que quizás
mañana será oposición y que esta lo haga considerando que en el futuro próximo
podría ser Gobierno?
La desconfianza,
por Jorge Edwards.
El debate
académico, el de los filósofos, los ensayistas, los historiadores, se ventila
todavía en la prensa. Se dedican muchas páginas al fútbol, a la farándula, a la
vida privada de los personajes públicos, pero la discusión de ideas, la
reinterpretación, la lectura crítica, conservan su espacio, a pesar de todo.
Mientras esto ocurra, la conciencia europea podrá seguir respirando. Leo una
cita de Robespierre en el texto de una historiadora actual de la Revolución
Francesa. “Frente al sentimiento íntimo de la libertad, escribía Robespierre,
la desconfianza juega el mismo papel que los celos en el amor”. La
desconfianza, que pide cuentas, que exige transparencia, que ejerce una
vigilancia constante, sería, por lo tanto, una virtud republicana. Pero el
nombre de Robespierre, claro está, el tirano del nuevo orden, el vigía de la
pureza revolucionaria, nos desanima. Es, con diferencias de matices, el
antepasado más directo de José Stalin. Es un excesivo, un primer extremista, un
hombre de la familia mental del Padre de los Pueblos. Y no hemos salido por
completo, al menos en los debates de ahora, de la alternativa entre la
guillotina, el paredón, o la blandura socialdemócrata, las concesiones, el
posibilismo, los poderes negociados. “No conozco más que dos partidos, alegaba
Robespierre, el de los buenos y el de los malos ciudadanos”. La oposición, en
resumen, no debe ser tolerada; la oposición al Gobierno progresista está
formada por el partido de los malos, por lacras sociales. Ahora bien, cuando
estas ideas mantienen una vigencia intelectual en Europa, cuando pueden
discutirse en las aulas o en columnas de prensa, corren el riesgo de ser
tomadas al pie de la letra en América Latina. Allí hay gente simple, pero
astuta, infinitamente ambiciosa, que se aprovecha sin escrúpulos de ideas
europeas complejas y que en definitiva no entiende.
En Chile, en
debates Constitucionales de apariencia técnica, de supuesta seriedad jurídica,
somos capaces de llegar a conclusiones que de serias tienen bastante poco. Y la
desigualdad de fortunas sirve de justificación para casi todo. Entro en una
nueva página de ensayismo dominical de París. Si la pobreza no es un crimen,
como se sostenía en la campaña publicitaria de una institución benéfica, la
riqueza, afirma el autor de un ensayo de estos días, el señor Pascal Bruckner,
tampoco lo es. Y agrega que vivimos en un momento de refundación del
capitalismo después de la etapa de Thatcher y Reagan. Sólo los capitalistas son
capaces de matar el capitalismo, declaró en una oportunidad el Alcalde Félix
Rohatyn de Nueva York. Y quizá, también, de salvarlo de sus propios excesos, de
su voracidad autodestructiva.
La riqueza
personal, por grande que sea, puede tener una justificación: crear más riqueza,
difundir la cultura, contribuir a enriquecer la mente humana. ¿Pura utopía?
Conocemos la diferencia entre los nuevos ricos y los ricos tradicionales.
¿Podemos defender en alguna forma la riqueza, la nueva y la vieja, o son
indefendibles? Y en este último caso, ¿pueden crecer las sociedades humanas sin
que se produzcan desigualdades cada vez mayores?
Maximiliano
Robespierre creyó, finalmente, en la ruptura con el antiguo régimen, en el
temible Comité de Salud Pública y en la guillotina. Stalin llegó a conclusiones
parecidas. Los principales enemigos de aquellos personajes son las políticas de
progresos graduales, de reformas aceptables. En períodos de crisis, de
reajustes inevitables, la crítica se hace general. Pronto llegamos al invierno
de nuestro descontento, para citar a Shakespeare. Ahora se discute en Francia
sobre la próxima gran figura histórica que debería ingresar al Panteón de los
Hombres Ilustres. ¿Cuáles serán los nombres de los “panteonizables” para la Presidencia
de Hollande, se preguntan algunos? Y se habla, entre otros, de Diderot y de
Jules Michelet. Aunque quizá no tenga derecho a hacerlo, me permito esbozar una
opinión personal. Me parece que la palabra de Denis Diderot es civilizada,
acogedora, transformadora, pacífica. Su crítica del pasado es convincente, más
contundente que ninguna otra, y a la vez humana, en último término conciliadora.
Michelet, escritor de genio, prosista insuperable, que a veces parece inspirado
por voces superiores, como una Juana de Arco de la historia, incurre, sin
embargo, en desconfianzas difíciles de tolerar. Admira a Montaigne, por
ejemplo, porque no se puede dejar de admirar su escritura, pero desconfía de su
posición política, de su visión de los sucesos contemporáneos, de sus bienes
personales. Participa de la desconfianza que Robespierre había elevado a la
condición de virtud cívica. Diderot, en cambio, el impagable autor de La
religiosa, es capaz de describir con gracia, con humor, con belleza verbal, la
diferencia entre un asado aristocrático, en un claro de bosque, entre
caballeros cazadores, y la olla democrática, doméstica y modesta, de familia, donde
todos los ingredientes entran y contribuyen al sabor final, popular. Me
divierto con la prosa brillante de Jules Michelet, adquiero sabiduría en las
páginas inimitables de Michel de Montaigne, el Señor de la Montaña, como lo
llamaba Quevedo, y voto, aunque no tenga derecho a voto, por Diderot, el
amable, el ingenioso, el precursor de la modernidad, para todos los panteones
de este mundo.
Fin al lucro,
por Rolf Lüders.
Hay
políticos de izquierda y centro insuperables para inventar eslóganes y para
luego lograr que la población los haga suyos. Sucedió hace años, primero con
los momios, luego con la alegría, y se repite ahora con el fin al lucro. Al
cambiar el verdadero sentido de la palabra lucro, cargarla de emoción y darle
un significado peyorativo, se está atacando comunicacionalmente y en forma muy
efectiva a la vena yugular de nuestro modelo.
El lucro es
definido como la ganancia, beneficio, utilidad, logro o provecho que se
consigue en un asunto o negocio. Punto. De acuerdo con esta definición y en estricto
rigor, tal logro no tiene por qué ser monetario, como sucede de hecho en el
caso de algunas organizaciones cooperativas, universidades, colegios y
fundaciones, sin perjuicio de que en nuestra legislación generalmente lo sea.
Sin embargo, algunos están logrando cambiar radicalmente su sentido y el lucro
está pasando a ser en Chile una expresión casi grosera, sinónimo de ganancias
excesivas, de usura y de abuso.
El fin de
las organizaciones es producir bienes y servicios, incentivados por las
ganancias o logros a obtener, sujetas a las restricciones imperantes.
Reconociendo el poder de los incentivos mencionados, materiales o no, en las
modernas economías sociales de mercado y particularmente en la chilena, el
Estado vela por maximizar la competencia, para asegurar así que las
organizaciones cumplan sus objetivos sociales, al mismo tiempo que las
ganancias, de ser materiales, sean normales. Si no es posible generar
competencia, las autoridades recurren a otros medios de regulación -tales
como fijaciones de precios, licitaciones, etc.- para lograr los mismos
objetivos.
Así, el
lucro o la ganancia -entendida en su verdadero significado y legitimada
principalmente por la competencia- es en el modelo chileno el instrumento
que incentiva la creación de nuevas
organizaciones, incluyendo aquellas del área social. Además, fomenta la innovación y permite asignar en forma
descentralizada y en principio óptima, los recursos de que dispone el país. Más
importante, posibilita tener un sistema en que cada ciudadano pueda realizar su
proyecto personal en un ambiente de plena libertad, cosa que a menudo
-desafortunadamente- sólo valoramos cuando el entorno nos lo impide. Estos
proyectos no tienen por qué privilegiar lo material, como tampoco lo tienen que
hacer las organizaciones en que se realizan.
La grave
tergiversación del concepto del lucro en Chile es obra de unos pocos que
pretenden modificar radicalmente nuestro modelo. Para ello aprovecharon
hábilmente algunos lamentables abusos de connotación pública. Estos y otros que
existen o puedan surgir, se pueden y deben evitar a futuro, pero jamás se debe
perder de vista que son nimios, comparados con aquellos que se producen a
diario bajo regímenes totalitarios. Por esto, los que apreciamos los beneficios
en una democracia representativa y de una economía social de mercado que la sustenta,
debemos hacer, cada uno en su ámbito, un especial esfuerzo -que no será
trivial- para volver a darle al lucro su verdadero sentido, que no tiene
absolutamente nada que ver con ganancias excesivas, usura o abuso.
Disposición de la DC ante los comunistas.
El
Secretario General de la DC informó hace pocos días que su partido está
dispuesto a otorgar las facilidades para que Camila Vallejo reciba una plaza
protegida de candidata en el Distrito de La Florida. Para ello, la DC se
abstendría de presentar candidato y estaría dispuesta a allanar las
dificultades para asegurar la elección de la joven comunista. No ha demostrado
una disposición tan amplia el Partido Socialista, cuyo cupo es a fin de cuentas
el que ha quedado disponible por la candidatura del Diputado Carlos Montes al
Senado, y su Presidente ha dicho que mientras no esté completa la lista de
candidatos a los 60 Distritos no se puede asegurar que el cupo le haya sido
otorgado a los comunistas.
A esto se
suma que la DC también se abrió a ceder un cupo a los comunistas en el Distrito
de Maipú-Estación Central, donde el PC respalda a Camilo Ballesteros, Presidente
de la Feusach entre 2010 y 2011, miembro de la mesa ejecutiva de la Confech e
importante figura en la movilización estudiantil de 2011.
En esta
situación se está utilizando el sistema binominal -tan criticado por la
Concertación- para asegurar la elección de figuras determinadas. No parecería
fácil un acuerdo que incluya a agrupaciones tan disímiles como la DC y el PC
para alcanzar un pacto que dé seguridad de la elección de una persona. Pero la
DC, al parecer, se ve inclinada en un compromiso semejante, a cambio de nada
más allá de un prometido apoyo comunista a ciertos candidatos suyos, pese a que
sus ideas no son muy similares a las del PC. Como para que no quedara duda
alguna a este último respecto, el propio Presidente comunista se encargó de
hacer ver que fue él personalmente quien autorizó la operación de emboscada a
la comitiva Presidencial en 1986, que costó la vida de cinco escoltas del
Presidente Pinochet. Esto retrotrae a los años previos al plebiscito, y
recuerda cómo la estrategia comunista fue tan discrepante de la de la
Concertación. Y aun entregado ya el mando por los militares, el brazo armado
del PC continuó empleando todos los medios de lucha, y así fue como resultó
asesinado el Senador Jaime Guzmán.
Tales
discrepancias existieron en el pasado, pero las del presente y las que se
esperan para el futuro no son menores. Mientras los comunistas celebran la
dictadura de los hermanos Castro en Cuba, la DC acoge los reclamos de la
familia Payá y ofrece su hospitalidad a su hija, tras la muerte de su padre. El
PC tampoco se interesa por los derechos humanos de los cubanos ni de tantos
otros que viven bajo un régimen dictatorial. Y desde luego celebra al
Presidente Maduro de Venezuela, y lamenta la muerte del líder de Corea del
Norte, todo lo cual, presumiblemente, le parecerá al votante DC como algo
demasiado distante de su visión del humanismo cristiano.
Parece
difícil hallar un signo más claro de la debilidad del centro político y la
izquierdización de la Concertación que la buena disposición de la DC hacia el
pacto con el PC. La encrucijada que vive esa colectividad surgida en su hora
del Partido Conservador y al alero de la Iglesia Católica no puede ser más
crítica: si se niega a pactar con los comunistas, corre el riesgo de romper la
Concertación y quedarse fuera de un futuro Gobierno; pero si lo hace, puede
tener una pérdida de votos hacia la Alianza, como ya ocurrió en la elección de
2010, o bien la abstención en esta oportunidad de numerosos votantes DC.
De allí que
una figura democratacristiana representativa, como el Diputado Burgos, haya
expresado que estima "preocupante que la DC anuncie omisiones en dos de
los Distritos más grandes del país. Espero que la directiva tome cartas en el
asunto". El cuadro en La Florida preocupa también al comando Senatorial de
Soledad Alvear. "Para la DC el problema es que si no llevamos candidato
ahí, la gente podría irse a la derecha", ha dicho sin rodeos el Presidente
de su comité estratégico. El Presidente (s) de la DC, Alberto Undurraga, ha
aclarado que "toda la negociación Parlamentaria está abierta, y mientras
esta no concluya, no hay ningún Distrito cerrado".
Tensión primaria.
Esa
tendencia al canibalismo político que a veces pareciera estar en el ADN del
sector era una de las aprensiones que en la centroderecha generaba el mecanismo
de primarias. Un temor que esta semana muchos pudieron sentir se hacía realidad
con el duro enfrentamiento RN-UDI por el caso Cencosud. Porque aunque es
legítimo y hasta conveniente discutir el tema de fondo —el desempeño en el
sector privado de uno de los candidatos—, el tono adquirido por el debate, de
franco conflicto, contrasta radicalmente con los términos (a veces incluso
plácidos) en que se está dando la campaña de primarias opositora: una
comparación que poco ayuda a la imagen de una Alianza que intenta proyectarse
como opción con reales posibilidades de seguir en el Gobierno.
¿Blanco fácil? Era hasta cierto punto predecible que en algún momento
Laurence Golborne enfrentaría cuestionamientos por sus actuaciones en el mundo
empresarial. Resulta obvio que la trayectoria de quien postula a la Presidencia
sea objeto de riguroso escrutinio y que ello dé pie a controversias. Así lo
vivió en su momento el Presidente Piñera, y en verdad reclamar claridad y
asumir lo obrado en el pasado no es distinto de lo que la misma Alianza demanda
a Michelle Bachelet respecto de su primer gobierno. En el caso de Golborne, el
tema posee un flanco complejo. Su posicionamiento político se ha vinculado
directamente a la capacidad de empatizar con el chileno común y sus problemas,
presentándose él mismo como un hijo de la clase media, pero esa identificación
resulta amenazada si su nombre es asociado a prácticas del retail declaradas
abusivas por los tribunales. Luego de las polémicas por conflictos de interés
en este gobierno y de la expansión de la desconfianza ciudadana tras casos como
La Polar, la sensibilidad pública en tales materias es extrema y poco dada a
los matices. Por ello, este episodio y la forma en que logre salir de él pueden
marcar un punto de inflexión para la opción del candidato de la UDI, una prueba
de fuego en un momento ya difícil, cuando cunde el derrotismo en la derecha y
en el propio gremialismo algunos miran con distancia a su abanderado.
El doble o nada
de Allamand. Ese análisis no debe haber estado ausente
en las consideraciones de muchos en RN, al decidir subirse al tema y criticar
directamente a Golborne, ad portas del inicio oficial de la campaña de
primarias. Pero la apuesta de Andrés Allamand de involucrarse él mismo los
cuestionamientos —coherente con su propio planteamiento como dirigente que ha
dedicado su vida a la política y que no rehúye la controversia— tiene elementos
riesgosos, no sólo por subir la temperatura en la Alianza, sino también en
cuanto a enajenar posibilidades de apoyo a quien —sea él o sea Golborne— emerja
en 60 días más como el candidato único del sector. Si las sorpresivas
declaraciones de la Ministra Matthei (señalada a menudo como una eventual Presidenciable
de relevo) llamando a los candidatos a “dar la cara” respecto de su pasado
pudieron hacer suponer división en la UDI, la posterior reacción de sus
principales dirigentes fue la de cerrar filas en torno al ex Ministro de Obras
Públicas y expresar decepción respecto de Allamand.
Con Maritain y
con Marx. El ruido en la derecha ha
opacado otras situaciones de estos días, como el frenético accionar de los
partidos para definir plantillas Parlamentarias al acercarse un primer plazo
decisivo: el de la inscripción de quienes competirán en primarias. En la
Concertación ello da pie a todo tipo de alianzas y cálculos, incluidos
acercamientos extraños. En esa categoría entran los gestos de la DC hacia el
mismo Partido Comunista del cual la directiva del falangismo se declara tan
distante como para que parte de ella dude de un eventual Gobierno en conjunto.
Si bien el panorama sigue líquido y el cuadro puede variar mucho, en menos de
una semana la Democracia Cristiana se ha abierto a dos concesiones
significativas: entregar su cupo en La Florida a Camila Vallejo (aunque el tema
no está zanjado, pues existiría preocupación por su efecto en la reelección de
Soledad Alvear) y otro en Estación Central para Camilo Ballesteros. Todo eso,
con explícita objeción del candidato Presidencial Orrego y mientras éste y el
timonel del partido visitan a Angela Merkel y dan difíciles explicaciones en
una Alemania donde la DC es sinónimo de centroderecha.
Un nombramiento
conflictivo. Hasta ahora la tónica por
parte de Bachelet había sido la misma: anuncios (educación gratuita, reforma
tributaria) que implican un guiño a los movimientos sociales, pero dejando el
aterrizaje a comisiones técnicas cuya integración parece augurar soluciones
moderadas. El quiebre lo marcó el grupo nominado por la ex Presidente para
concretar su propuesta de una nueva Constitución. Aparte de dejar fuera a
nombres históricos, la inclusión del académico Fernando Atria es en sí misma
significativa: se trata de un intelectual cuyos libros son leídos con avidez
por los dirigentes estudiantiles, al punto de considerársele una de las
influencias en el movimiento. El mismo día en que se anunció su nombre, sus
ideas eran expuestas en El Mostrador, partiendo por la de que “si una reforma
es capaz de pasar a través de las normas actualmente vigentes, ésa es garantía
de que esa reforma no soluciona nada”. Sus palabras entusiasman a quienes
demandan una asamblea constituyente, aunque su planteamiento es más sofisticado
y amplio, y abunda en fórmulas posibles; todas, con el elemento común de, sin
ser «ilegales», saltarse los mecanismos establecidos en el texto de 1980: un
camino de previsible tensión institucional, contra el cual han advertido
figuras como Camilo Escalona. Ahora, con la nominación de Atria, ese debate ha
quedado instalado en el corazón de la campaña de Bachelet.
Una par de cartas dignas de analizarse:
Señor Director:
Mercado de votos.
Leemos y nos
enteramos de cómo las cúpulas de partidos políticos negocian, quitan, agregan,
niegan y dirigen a sus seguidores con sus votos incluidos. Es cosa de
escucharlos... apoyaremos a Mengano si los de Fulano apoyan a Perengano, pero
Zutano será apoyado si Mengano apoya a Fulano. Es decir, transan los votos como
valores en un mercado. La seguridad quizás está en las visitas a la feria del
domingo, los abrazos, los llaveros, las fotos con sonrisa "pep", pero
el elector no tiene la menor idea de cómo su voto va cambiando de mano en mano;
tanto así, que un día se acuesta votando por Zutano, se levanta votando por
Mengano y tal vez tome once apoyando a Fulano.
Ante esta
situación, el elector a estas alturas parece una oveja que sigue al pastor que
le pongan. Pero ¿qué hace que las cúpulas tengan tanta seguridad de los votos
para hipotecarlos? ¿Qué hace que las bases, ahora que están tan de moda las
protestas y manifestaciones, levanten la voz y espeten sus opiniones?
Al parecer,
todo apunta a una costumbre enraizada en nuestra sociedad. Son pocos los que
buscan, investigan o contrastan a los candidatos que sus líderes les ofertan.
Los asumen a ojos cerrados. Eso hace que las cúpulas partidistas lo hayan
hecho, lo hagan hoy y ojalá no lo hagan más en el futuro, que es el administrar
y negociar los votos de sus seguidores como frutas y verduras en La Vega, sin
ni siquiera ver si están maduras y frescas, respectivamente.
Luis Enrique Soler Milla.
Señor Director:
Cencosud.
Provoca
interés y llama a reflexión el titulo de “La Segunda” relativo a la respuesta
de Golborne al fallo Cencosud y la actitud de Allamand, lo que ha producido un
conflicto entre las bancadas UDI-RN. Esta situación la ha creado una sentencia
reciente del Alto Tribunal que declara abusivas y nulas las cláusulas
contenidas en el contrato de las tarjetas Jumbo Más. Su dueña comunicó a sus
clientes que a partir del 1/3/2006 iba a subir el costo de mantención de la
tarjeta en $530, lo que se consideraría tácitamente aceptado al hacer uso de
ella. Tal método era usual en las empresas que vendían sus productos mediante
tarjetas de crédito obtenidas por sus clientes previa firma del contrato del
caso. Para proteger aún más al consumidor, años después se creó el Sernac
Financiero, en que se establecieron nuevas cláusulas.
Si se
analiza el caso, no se encuentra la responsabilidad civil ni penal que, como
gerente general en el año 2006, le habría cabido a Golborne. El fallo supremo
que ha producido las situaciones señaladas en parte alguna menciona al
candidato UDI, lo que es obvio, ni hay documento relevante que lo nombre en
algún hecho o acto que permita una posible imputación de culpabilidad suya.
Sacar conclusiones de irregularidades, descuidos, negligencias de un
presidenciable es injusto, impropio e inadecuado.